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Todo esto será nuestro: cuatro casos de hijos cuyo trabajo les unió a sus padres

La mayoría de las empresas del mundo siguen siendo familiares. En muchas, los descendientes se enrolan en el negocio armado por sus progenitores y aportan sangre fresca. Otras nacen de un plan conjunto, una alianza en la que confluyen la cercanía, la confianza y una visión del mundo complementaria

Enric Batlle (padre, 68 años), secundado por sus hijos, Joan (izquierda, 33 años) y Josep (31 años), en la sede del estudio de arquitectura Batlle i Roig, en Esplugues de Llobregat, Barcelona.
Enric Batlle (padre, 68 años), secundado por sus hijos, Joan (izquierda, 33 años) y Josep (31 años), en la sede del estudio de arquitectura Batlle i Roig, en Esplugues de Llobregat, Barcelona.Ximena y Sergio

En el siglo XIX, el 50% de las personas heredaban el oficio de su padre, y aunque las cosas han cambiado —una encuesta de Sondea para Amazon asegura que solo uno de cada cinco españoles sigue o tiene la intención de seguir la profesión marcada por la familia—, The Economist asegura que en 2024 el 90% de las compañías del mundo seguían siendo empresas familiares. Hay pequeñas tiendas, hoteles, bares, restaurantes y grandes imperios como News Corporation, la multinacional de Rupert Murdoch que se dice ha inspirado la serie Succession (HBO); LVMH, el conglomerado del lujo cuyo fundador, Bernard Arnault, ha nombrado herederos a sus cinco hijos, o Inditex, donde Marta Ortega ha sido entronizada como “presidenta no ejecutiva” en vida y salud de su padre.

Trabajar con tu padre puede ser una buena idea… o no. Todas las familias felices se parecen, dejó escrito León Tolstói en Anna Karenina en 1878. Lo cierto es que las historias de los hijos que trabajan con su padre, ya sea para seguir su estela o para subvertir todo su legado, han alimentado el argumento de grandes novelas, como Los Buddenbrook, de Thomas Mann, y han soliviantado la imaginación infantil con escenas como Guillermo Tell probando su puntería con una manzana en la cabeza de su hijo, o Geppetto moldeando a Pinocho a su imagen y semejanza para que luego el retoño le saliera rebelde.

Encontrar el camino medio hecho o totalmente allanado es para el 29% de los que participaron en la encuesta de Amazon la principal razón para continuar la tradición familiar. Sin embargo, en al menos dos de las historias de este reportaje padres e hijos empezaron el negocio casi al mismo tiempo y compartieron las penurias e incertidumbres de los comienzos. Es cierto que si tu padre te pasa clientes, contactos, códigos y toda la letra pequeña de la profesión, la vida será más plácida, y eso es lo que sucede en muchos casos.

"El deseo de perpetuar la saga a través del oficio, llamémosle amor, proyecto de vida, conveniencia o narcisismo, funciona" En la foto Javier Cocheteux (centro), junto a sus hijos Marta y Javier, en Pan Delirio, obrador madrileño que fundaron juntos.
"El deseo de perpetuar la saga a través del oficio, llamémosle amor, proyecto de vida, conveniencia o narcisismo, funciona" En la foto Javier Cocheteux (centro), junto a sus hijos Marta y Javier, en Pan Delirio, obrador madrileño que fundaron juntos.Ximena y Sergio

Los estudiosos del asunto —existen mediadores expertos en alcanzar acuerdos y distensiones en las empresas familiares— apuntan a que un hombre, cuando invita a su hijo a trabajar con él, desea casi siempre armonía con él, pero también respeto, admiración y aceptación de la autoridad paterna. También desean que continúen su legado. Los hijos, en cambio, buscan apoyo para su crecimiento personal y, de algún modo, ganarse con su trabajo el reconocimiento paterno.

Es un acto de amor más o menos velado que, según un estudio de Harvard, dependerá mucho de la edad. En su tesis doctoral, el investigador John Davis demostró que las relaciones entre padres e hijos subían y bajaban en ciertas etapas vitales de unos y otros. Luego de investigar los ciclos de 90 parejas de padres e hijos descubrió que cuando los padres tenían entre 40 y 50 años y los hijos entre 15 y 25 las relaciones eran explosivas y conflictivas. “Los padres estaban en la transición a la mediana edad y los hijos intentando definir su identidad”, escribió. Los expertos creen que actualmente esas edades pueden desplazarse hasta los 55 de los padres y los 30 de los hijos. A partir de entonces, las relaciones empiezan a mejorar. Pero, según esta teoría, cuando el padre cumple 70 y los hijos están entre los 40 y 45, vuelven las turbulencias: llega el momento de la sucesión. Donald Trump es recordado en The New York Times por una declaración que le dio a un redactor para el obituario de su padre, Fred. Refiriéndose a los enfrentamientos por la negativa de su progenitor de expandir el negocio por Manhattan, le dijo al periodista: “Al final me ha beneficiado. Pudo haber sido mi competencia. Ahora tengo Manhattan para mí solo”.

El deseo de perpetuar la saga a través del oficio, llamémosle amor, proyecto de vida, conveniencia o narcisismo, funciona. The Economist asegura que las compañías familiares serán uno de los pilares del capitalismo global, pues dominan las economías emergentes de Asia. Según la consultora McKinsey, estas firmas podrían representar casi el 40% de las grandes empresas del mundo en 2025. En 2010 solo suponían el 10%.

Estas empresas resisten mejor las crisis y solucionan, en opinión del semanario británico, uno de los problemas del tardocapitalismo: la mirada a corto plazo y el deseo de arriesgar demasiado para ganar dinero muy rápido, cerrar e irse a invertir con el mejor postor. Si se comparte trabajo y hacienda con los hijos, algún día habrá que mirar al horizonte y decir aquello de “algún día, hijo mío, todo esto será tuyo”.

Alfredo y Alejandro Bataller. SHA. Emperadores del bienestar

“Trabaja como si hubiera un taxi con el taxímetro en marcha esperándote en la puerta”, le dijo Alfredo Bataller a su hijo el día que entró en la empresa familiar. Casi 20 años después, Alejandro Bataller aún recuerda la cantidad exacta que, según su padre, marcaría cada día aquel taxímetro imaginario: 37.000 euros.

En 2009, Bataller y su esposa, Graciela Pineda, crearon una clínica de lujo en la zona de El Albir (Alicante) a la que llamaron SHA. Hoy es un referente. Allí uno puede tropezarse, siempre en albornoz blanco, con Naomi Campbell, John Galliano, Jarvis Cocker o Monica Bellucci, además de con discretos jefes de Estado y miembros de casas reales europeas. “Ahora el wellness es una industria de éxito, pero entonces nadie lo entendía, nos costó tres años que los números empezaran a salir”, recuerda Alejandro Bataller. Lo que sí les salían como setas eran los gurús: “Os habéis equivocado en todo, en el concepto, en la zona, en el momento. No hay ninguna posibilidad de que esto funcione”. Justo entonces, Alejandro, graduado en Marketing y Empresariales, decidió ayudar. “Le advertí de que la experiencia iba a ser dura, que le convendría probablemente buscar trabajo en otra empresa”, cuenta su padre. Pero el hijo pensó: “Nunca voy a poder ser tan útil como en esta circunstancia”. Hoy ambos trabajan juntos pero no revueltos en un proyecto en expansión que abrió en 2024 una sede en México y se prepara para inaugurar en Emiratos Árabes una isla privada del bienestar.

En sus oficinas de Madrid, Alfredo Bataller (padre, 76 años) y Alejandro Bataller (hijo, 42 años). Trabajan juntos en SHA, una de las mejores clínicas de bienestar del mundo.
En sus oficinas de Madrid, Alfredo Bataller (padre, 76 años) y Alejandro Bataller (hijo, 42 años). Trabajan juntos en SHA, una de las mejores clínicas de bienestar del mundo.Ximena y Sergio

Alfredo Bataller siempre tuvo la ilusión de crear “algo” en lo que pudieran trabajar sus hijos. “No para dejarles la vida resuelta, pero sí para que no tuvieran que empezar de cero”. Le pesaba el recuerdo de su padre, que enfermó de ELA a los 48 años y no pudo volver a trabajar. “Siempre pensé: ojalá me dé tiempo a crear algo para ellos”.

Ambos coinciden en las ventajas de trabajar juntos: la confianza es absoluta, todos saben que el otro está dando el 200% en lo suyo, pero insiste el padre: “Tenemos que ser autónomos”. Cada uno tiene su área de trabajo y sabe lo que tiene que hacer. El gran reto es conseguir que SHA no invada y contamine la vida personal. En la familia tienen dos chats, uno de trabajo y otro para el resto de la vida. A veces los mensajes se cruzan.

En los consejos de dirección suelen llamarse por su nombre de pila si hay testigos, si solo están ellos son más cariñosos, pero, advierte Alfredo Bataller, cuando alguien te suelta un “querido” muy bien articulado y con todas sus letras es probable que no esté teniendo su mejor día. Para su hijo Alejandro, el código neutral es “hermano querido”.

Javier, Javier y Marta Cocheteux. Pan Delirio. Unidos por el mejor roscón de Reyes de Madrid

Javier Cocheteux padre se fue a hacer las Américas y allí se dedicaba a la comercialización de suministros y equipos médicos. Cuando venía a España en Navidad, la familia se reunía en torno al horno de la cocina donde él hacía su versión del roscón de Reyes. Marta, la hija pequeña, recuerda que recibieron el siglo XXI con un roscón que formaba el número 2000. Los dos Javier, padre e hijo, se quedaban hasta las tantas hablando de sus cosas y siempre acababan fantaseando con la idea de abrir un negocio de roscones. Sería más bien un obrador porque el roscón solo se vende en Navidad, pensaba cada uno por su lado, pero como ninguno sabía hacer pan ni ninguna otra cosa que no fuera roscón, la idea no iba a más.

“Cuando me jubilé, volví a ver si con suerte me llegaba algún nieto —eso fue en 2017 y ya tiene ocho— y justo mi hijo Javier, que estaba en el mundo financiero y del marketing, se quería ir, así que nos juntamos y decidimos hacer lo que siempre habíamos hablado: un negocio de roscón de Reyes. Haríamos un roscón honesto, respetando los tiempos, los procesos artesanales y la materia prima”, cuenta Javier padre.

Javier (padre, 68 años), Javier (hijo, 43 años) y Marta Cocheteux (hija, 36 años), en los hornos del obrador de Pan Delirio, en Tetuán, Madrid, con su premiado roscón de Reyes.
Javier (padre, 68 años), Javier (hijo, 43 años) y Marta Cocheteux (hija, 36 años), en los hornos del obrador de Pan Delirio, en Tetuán, Madrid, con su premiado roscón de Reyes.Ximena y Sergio

“No sabíamos si había hueco para otro roscón, pero era lo que nos apetecía”, cuenta Javier hijo. Todo parecía tan disparatado que el nombre salió solo: Pan Delirio. Hoy tienen un obrador, 85 empleados, varias tiendas y muchos premios. El que más ilusión les hizo lo ganaron en 2020: el mejor roscón de Reyes de Madrid. “Ese día”, cuenta su hija Marta, que se encarga de Materia, la escuela que monta 40 cursos al año para enseñar a hacer pan, bollería y roscón, “pensé que había justicia en el mundo”.

“Nos complementamos muy bien, coincidimos en muchas cosas y discrepamos en otras, pero la empresa va creciendo”, resume el padre. Javier hijo, que venía de algunas malas experiencias empresariales, cree que trabajar con su padre le da fuerzas. “La unión es sólida y tiras adelante, la desconfianza está fuera de la ecuación, creo que con amigos o con otros socios no se aguanta tanto. Con mi padre puedo discutir por el color de la tapa del bote de galletas o por el tamaño de un horno, pero en lo importante tenemos uniformidad de criterio”, dice.

“Coincidimos en muchas cosas y discrepamos en otras, pero la empresa va creciendo” Javier hijo, de pan delirio

Marta entra al obrador, respira y ya sabe “si hay algo”. “Si hay tensión se siente, no es la guerra, pero de repente hay un poco de distanciamiento y pasotismo, hablamos menos entre nosotros, pero no hay peleas ni faltas de respeto”, cuenta Javier hijo. Y si el viernes ha habido alguna diferencia importante de criterios y el sábado hay comida familiar, tratan “de estar de buenas” y de no hablar del asunto. “Pero el lunes seguimos”, replican.

Álvaro y Joaquim Palau. Arpa Editores. Una habitación propia

Joaquim Palau nunca se había planteado que acabaría trabajando codo con codo con su hijo Álvaro. Para empezar, tenían perfiles profesionales muy distintos: Joaquim era un editor con 35 años de experiencia en grandes grupos editoriales, y Álvaro, un licenciado en Ciencias Políticas y Empresariales que trabajaba como consultor estratégico en París. Sin embargo, hace ocho años, el padre se encontró en una encrucijada: “La última oportunidad de emprender”. Y el hijo acudió al rescate. Juntos crearon Arpa Editores, una editorial especializada en no ficción con sede en el barrio barcelonés de Pedralbes. Joaquim aporta sus contactos, conocimiento del sector y experiencia. Álvaro se encarga de la perspectiva empresarial y la necesaria dosis, según apunta su padre, de “sensatez, racionalidad y pragmatismo”. Y Arpa es la habitación propia en que conviven desde entonces.

Joaquim Palau (padre, 66 años) y Álvaro Palau (hijo, 37 años), fundadores de Arpa Editores, en las dependencias de esta editorial especializada en no ficción, en Pedralbes, Barcelona.
Joaquim Palau (padre, 66 años) y Álvaro Palau (hijo, 37 años), fundadores de Arpa Editores, en las dependencias de esta editorial especializada en no ficción, en Pedralbes, Barcelona.Ximena y Sergio

Al principio se centraron en la edición de ensayos de temas contemporáneos y con una cierta dosis de irreverencia pop, pero poco a poco han ido diversificando su catálogo. Hoy, bajo el sello Arpa conviven Teresa Arsuaga, Victoria Camps, Ferran Mascarell, Pedro Vallín o Jorge Dioni López, una línea de literatura y filosofía grecolatina y pulcras reediciones de Oscar Wilde, Franz Kafka, Lewis Carroll o Virginia Woolf. “Álvaro me ha enseñado a sustituir la intuición por el pensamiento estratégico”, explica Joaquim, “y también a no confundir biblioteca con catálogo, los libros que me gusta leer con los que tiene sentido que publique Arpa”. Álvaro, a su vez, dice haberlo aprendido “prácticamente todo” de su padre, pero en edades muy tempranas, cuando ni siquiera se planteaba la posibilidad de convertirse algún día en su socio: “Ahora que trabajamos juntos, valoro muy especialmente que es un editor apasionado y con criterio. También su tacto, sensibilidad y sentido de la diplomacia, que nos han resultado muy útiles a la hora de consolidar una comunidad de autores. Mi padre entiende sus necesidades y habla su lenguaje. Yo tengo un perfil más de gestión. Me siento muy cómodo dejando esos aspectos del día a día de una editorial en sus manos”.

Joaquim explica: “Compartir un proyecto empresarial con una persona a la que conoces desde que nació y que ha crecido a tu lado puede ser una experiencia muy exigente”. Para empezar, sostiene, “no puedes permitir que las emociones interfieran, debes aparcar cualquier instinto protector o rasgo de condescendencia”. Si tu hijo se convierte en tu socio, debe serlo, explica, “en pie de igualdad y sobre unas bases objetivas, racionales”. Cree que hay que ser capaz de reconocer la dosis de verdad que hay en un argumento cuando no está de acuerdo con él. Si no es el caso, dice, “mejor ni lo intentes, asóciate con cualquier otra persona”. Álvaro añade, no sin cierta retranca: “El factor generacional tiene un peso, aunque a mi padre a veces le cueste reconocerlo. Su experiencia tiene un valor, por supuesto, pero con la edad se va perdiendo de manera inevitable la conexión con el mundo, con las tendencias y preocupaciones contemporáneas”.

“Su experiencia tiene un valor, pero con la edad se va perdiendo conexión con el mundo”, dice Álvaro de su padre

La relación no se ha resentido, pero ha cambiado: “Es inevitable”, concede Joaquim, “mi hijo nunca volverá a ser el adolescente que empezó a ganarme al ajedrez a los 14 años. Trabajar con él me hace consciente de ello”.

Álvaro acaba de ser padre por segunda vez, y duda un instante cuando le preguntamos si estaría dispuesto a trabajar algún día con sus hijas: “¿Por qué no? Podría planteármelo si se diesen las circunstancias, pero creo que, para que funcionase, tendría que ser en un proyecto que compartiésemos de origen, como ha ocurrido en el caso de Arpa”. Joaquim, en cambio, nunca se propuso trabajar con su padre, y no cree que hubiese podido hacerlo: “Entre otras cosas”, concluye, “porque mi padre no tuvo un hijo tan brillante como Álvaro”.

Enric, Joan y Josep Batlle. Batlle i Roig. En el nombre del padre

“Mi padre no quería que fuésemos arquitectos”, nos cuenta Joan Batlle en cuanto arranca la conversación a cuatro voces. “Supongo que, de alguna manera, los incliné hacia la arquitectura sin pretenderlo”, concluye el aludido, Enric. “Por ejemplo, desde muy pequeños, mi esposa, que también es arquitecta, y yo les inculcamos el interés por los juegos de construcción. Tenían toda una habitación que llamábamos la Ciudad de Lego. Pero sí, mi discurso oficial era que ya había demasiados arquitectos en la familia. Me salió mal: tengo tres hijos, uno de ellos es ingeniero y los otros dos arquitectos”.

“También contribuiste con los viajes familiares que hicimos cuando éramos pequeños”, tercia Josep. “Viajar con nuestros padres era recorrer los kilómetros que hiciese falta para ver un edificio de Le Corbusier y contemplarlo, analizarlo, hablar sobre él”, dice Joan, “así que era difícil que no nos interesásemos por la arquitectura”. Además existe otro antecedente familiar. El padre de Enric, Josep Batlle, fue el último de una estirpe de jardineros del barrio de Gràcia, en Barcelona. “Los jardineros eran los paisajistas de antes, cuando el paisajismo no era una disciplina arquitectónica”, dice Josep, “yo me especialicé en paisajismo y el estudio de mi padre fue uno de los pioneros en la integración orgánica de arquitectura y naturaleza. Lo que hacemos juntos es seguir la tradición de nuestra familia”.

Enric Batlle (padre, 68 años), secundado por sus hijos, Joan (izquierda, 33 años) y Josep (31 años), en la sede del estudio de arquitectura Batlle i Roig, en Esplugues de Llobregat, Barcelona.
Enric Batlle (padre, 68 años), secundado por sus hijos, Joan (izquierda, 33 años) y Josep (31 años), en la sede del estudio de arquitectura Batlle i Roig, en Esplugues de Llobregat, Barcelona.Ximena y Sergio

Completada la carrera, Joan, el hijo mayor, entró en Batlle i Roig, el estudio que Enric y su socio y amigo, Joan Roig, fundaron en 1981. Josep trabajó en otras empresas hasta que otro de los socios de su padre fue a buscarlo. “Quiero dejar claro que Joan y Josep no trabajan bajo mi supervisión directa”, explica Enric, “se han integrado en un equipo de más de 200 profesionales repartidos en tres sedes, Esplugues de Llobregat [Barcelona], Madrid y A Coruña. Trabajamos juntos en algunos proyectos, pero la convivencia profesional no es demasiado estrecha. Otra cosa sería que tuviésemos un despacho en que solo estuviésemos nosotros tres, trabajando todo el día en proyectos a seis manos”. “No sé si algo así podría funcionar”, comenta Josep.

¿Qué han aprendido los Batlle de segunda generación de la experiencia de trabajar con Enric? En palabras de Josep: “Que las cualidades que atribuimos en casa a nuestra madre (el orden, la atención al detalle, la mente racional y matemática) son también las que todo el mundo reconoce en mi padre y que le caracterizan en el mundo profesional”. Joan añade: “En Batlle i Roig hemos encontrado una cultura muy coral. Otros arquitectos son creadores solitarios que dejan una impronta personal muy marcada. Eso no ocurre aquí”.

En cuanto a Enric, esto es lo principal que ha aprendido trabajando con sus hijos: “Son competentes, tienen ideas propias y saben arreglárselas, no necesitan que los tutele ni los proteja”. Esa autonomía de vuelo le da tranquilidad con vistas al futuro: “Empiezo a ver que Batlle i Roig podría tener continuidad más allá de sus cofundadores. Hemos incorporado talento fresco, no solo mis hijos, y creado, entre todos, una identidad muy sólida que va más allá de lo que podamos aportar Joan Roig y yo”.

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