_
_
_
_

El arte de que el otro se sienta visto

Quitarse encima prejuicios, egolatrías y etiquetas preconcebidas puede ayudar a ensanchar (y mejorar) la mirada sobre los demás y nuestra atención hacia ellos

Sentirse visto
Sentirse vistoPUÑO

En 1939 el doctor Ludwig Guttman comenzó a trabajar en un hospital de parapléjicos en Reino Unido, huyendo de la Alemania nazi. Durante los primeros años, observó que la mayor parte de los hospitalizados, víctimas de la guerra, estaban confinados en sus camas y fuertemente sedados. El doctor Guttman redujo la sedación y empezó a estimular sus cuerpos con juegos con pelotas como parte de la terapia. Debido a sus prácticas poco ortodoxas, sus colegas lo denunciaron ante un tribunal médico. Durante dicho proceso cuando le preguntaron “¿quiénes cree que son estos lisiados moribundos?”, él contestó una frase que sintetizaba toda su filosofía: “Son los mejores hombres”. Finalmente, se le permitió continuar con sus métodos. Su impulso a las actividades deportivas creció, primero en el hospital, luego en todo el país, después a nivel internacional y en 1960 esta experiencia dio origen a los Juegos Paralímpicos actuales. Y la clave del doctor Guttman fue su capacidad de ver al otro de una manera amplia, holística y más allá de las apariencias.

Muchas de nuestras relaciones se dañan porque no sabemos ver al otro desde una mirada amplia. Lo etiquetamos por su aspecto o por alguno de sus errores, o nos movemos por las expectativas que hemos puesto en él, sin esforzarnos por descubrir quién es realmente. Absorbidos por nuestras propias preocupaciones, perdemos de vista a las personas cercanas, ya sea nuestra compañera de trabajo, nuestra pareja o incluso nuestro hijo. Ver al otro es una actitud profunda, que implica una atención justa y desapegada, como explica David Brooks en su maravilloso libro, best seller en Estados Unidos, Cómo conocer a una persona (Océano, 2024). Nos coloca en un lugar privilegiado para estar más presentes e, incluso, para resolver los conflictos cuidando al mismo tiempo las relaciones. Ver al otro va más allá de la empatía: es una predisposición interna para dejarnos sorprender y descubrir a quien tenemos enfrente. Es un camino para saborear en cada interacción nuevos aprendizajes y poco a poco, alcanzar una mayor serenidad sin exigencias ni expectativas. Dicha actitud se aprende y también, nos define.

Hay personas iluminadoras, que dominan el arte de hacer que el otro se sienta visto. La calidez con la que entran en una sala o la atención genuina que dedican a quienes escuchan consigue que los demás se sientan comprendidos y valorados. Esta sensación hemos podido experimentarla en una conversación con un amigo profundamente interesado en lo que contábamos o con un afable extraño, dispuesto a dedicarnos tiempo sin prisas. Pero no suele ser tan habitual. En nuestro entorno existen muchos reductores, en términos de Brooks. Los reductores son aquellos que hacen que las personas a su alrededor se sientan pequeñas, invisibles o insignificantes. Esta actitud puede surgir por un excesivo egocentrismo o por una mente saturada de ruido, incapaz de percibir más allá de sus problemas. Como cuando regresamos a casa y nuestro mar de preocupaciones nos atrapa en conversaciones meramente superficiales, sin interés real en lo que los demás nos cuentan.

Todos podemos iluminar o reducir al otro en nuestras interacciones con la familia, con amigos o con desconocidos. Ser capaz de ver al otro es un proceso que comienza en uno mismo, en la postura que tomemos hacia el mundo. Implica entrenar nuestra atención para enfocarnos en los aspectos amables, incluso, de aquellos que nos cuestan en su trato, como quien conduce estresado y nos ha pitado sin aparente motivo. El cambio requiere superar nuestras propias inseguridades y reacciones inmediatas para abrirnos a la experiencia del otro. La curiosidad activa es una importante aliada en dicho proceso. Si etiquetamos rápidamente la situación, estaremos perdiendo perspectivas valiosas. Quizá el conductor estresado esté pasando por un despido o por un fracaso significativo, podríamos pensar tomando el ejemplo anterior. Desde este espacio, nos preguntaríamos: “¿Cómo me sentiría yo si estuviera en su lugar?”. Cuando nos abrimos a dicha pregunta, podemos reconocernos a nosotros mismos en momentos difíciles y en actitudes poco cordiales producidas por el estrés. Dejamos de juzgar para darnos cuenta de que todos cometemos errores y ganamos una mirada mucho más amable hacia la otra persona e, incluso, hacia nosotros mismos.

Por último, para ver al otro en una perspectiva mayor necesitamos desarrollar la mirada del juego, de disfrutar con lo que hacemos y con lo que podemos descubrir. El juego no es una actividad, sino un estado de ánimo, sugiere Diane Ackerman, autora del libro Deep Play. Cuando jugamos relajadamente, mostramos diferentes facetas de nosotros. Somos más auténticos, dejamos de un lado el ego y resulta más sencilla la conexión con el otro. En la medida que entrenemos la atención, seamos curiosos y esté presente el juego o el disfrute podremos tener una mayor conexión con los demás. Porque al final, como nos resume Brooks, el objetivo es intentar habitar el punto de vista de los otros con simpatía y asumir que cada uno de nosotros estamos haciendo lo mejor que podemos.

Pilar Jericó es autora del blog ‘Laboratorio de felicidad’.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_