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Lali Espósito, la estrella argentina más combativa: “La gente sabia no es solo inteligente para sí misma, le hace bien a alguien”

Cantante precoz, actriz de telenovela, de cine y de teatro, estrella llenaestadios y activista pro derechos LGTBIQ+: la suya es una vida sin freno y, al parecer, sin tope

 La cantante y actriz Lali luce camiseta de Zara, top metálico de Emporio Armani y falda de Dries Van Noten.
La cantante y actriz Lali luce camiseta de Zara, top metálico de Emporio Armani y falda de Dries Van Noten.Pablo Curto
Leila Guerriero

Mucho tiempo después regresó, pero no por nostalgia sino porque iba a hacer un trámite —la VTV, la verificación técnica vehicular, una revisión del auto obligatoria para circular en la Argentina— y el GPS —al que obedeció mientras conducía ese vehículo donde desde hace años lleva lo necesario para estar fuera de su casa durante horas: ropa para el día y la noche, zapatos, maquillaje— la envió a una dirección levemente errada. Le resultó extraño. No estaba en el barrio de Barracas, donde siempre había hecho la VTV, sino en el de Parque Patricios, pero condujo siguiendo las indicaciones por avenida de Jujuy hasta que, en una esquina, la voz narcótica del GPS dijo: “Has llegado”. Entonces, azorada, se preguntó: “¿Qué hago acá?”, porque estaba en el pasaje Cooperación, una calle adoquinada de una sola cuadra como hay tantas en Buenos Aires. Qué hacía ahí, en ese pasaje al que no había regresado nunca, tantos años después, tantas telenovelas y series y discos después. Depositada por obra de un error a metros de la casa en la que había vivido con sus padres y sus dos hermanos a los ocho, nueve, diez años, ataviada con ropa oversize siglo XXI muy distinta a la de aquel tiempo en que bailaba y cantaba en la terraza —sin saber que haría de eso una profesión—, se bajó del auto.

—Caminé por esa calle como cuando volvés de grande al patio de la escuela y decís: “Esto es una poronga, una mierda”, porque cuando yo era chica para mí ese pasaje era Disney. Y vi la subidita donde jugaba con los patines, la casa de la vecina bruja, y era una casita de mierda, y mi propia casa.

—¿Tocaste timbre?

—No. Estaba llegando tarde a la VTV, el GPS me había dejado a cinco cuadras —dice Lali Espósito en la sala de un departamento de Buenos Aires—. Nosotros nos mudábamos mucho. Alquilábamos, no había plata. Pero esa casa del pasaje Cooperación es la que más siento como la casa de la infancia. No por cantidad de tiempo. Por intensidad de vida. En esa casa vivía cuando fui al casting con mi hermana.

Dos décadas más tarde regresó, por error de la máquina, al sitio del comienzo. “Has llegado”, dijo el GPS. Pero ella no había llegado. Ella no llega nunca: siempre va más lejos.

“Me cuesta pensar en la infancia sin mi vida ya tomada por el trabajo”, dice Lali, que luce camiseta con detalle metálico y falda de Rabanne.
“Me cuesta pensar en la infancia sin mi vida ya tomada por el trabajo”, dice Lali, que luce camiseta con detalle metálico y falda de Rabanne.Pablo Curto

Comenzó su carrera en programas juveniles y telenovelas haciendo roles de huérfana, de niña angelical, de falsa monja, una chica simpática y desenvuelta a quien nadie hubiera relacionado con palabras como “provocación” o “rebeldía”. Más de 20 años después, en 2024, se unió a la rapera española Ptazeta en la canción A oscuras, cuya letra dice: “Ese culo y tú / hacen que yo pierda la cabeza (…) nadie me la ha comido como tú”. No fue una mutación. No muta lo que siempre ha sido así. Sentada en un sofá, pantalón negro de un material brillante, buzo enorme, uñas de acrílico larguísimas —el nombre específico es “garras”—, los antebrazos apoyados en los muslos, habla sin titubear a toda velocidad.

—Mi vieja, toda mi infancia, tuvo siete trabajos a la vez. Vendía ensalada en la calle, fue visitadora médica.

Su madre, Majo, y su padre, Carlos, profesor de fútbol, se conocían desde chicos por contacto entre ambas familias pero se reencontraron en Santiago del Estero, de donde ella era oriunda. Majo tenía 19 años y estaba embarazada de su primera hija, Ana.

—Mi hermana es hija de un tipo que… le mandamos un saludo muy grande —dice con ironía—. No sabemos nada de él.

Sus padres se mudaron a Buenos Aires y llegaron dos hijos más: Patricio y, 13 meses después, Mariana, Lali.

—A veces faltaba para comer. Mi vieja tenía 60 laburos y nosotros tuvimos unas infancias un poco solitarias. Estábamos sueltos onda salvaje. Calle, bicicleta, pelota, patines. Full esa.

Full esa, hay data, “natu” por “natural”, “perfo” por “performance”. Mezcla esas expresiones con una abundancia de palabras fuertes —­orto, choto— y un histrionismo repleto de matices que van de la ironía al arte de reírse de sí misma, sin hacer nunca una épica del pasado humilde.

—No teníamos juguetes. Era pura imaginación. Mi hermana me maquillaba y yo hacía coros, full show. En esa casa del pasaje Cooperación había un espejo en el comedor y yo estaba adelante del espejo bailando todo el tiempo.

La voz grave, experta en inflexiones, imita al hermano roto, a la madre enojada, los ojos oscuros definidos por el blanco sin mácula que los rodea.

—La figura de tu madre está muy firme.

—Sí.

—La de tu padre está un poco más desdibujada.

—Sí. Eso es loco porque yo tenía full Edipo con mi padre. A mi mamá la empecé a registrar a los 14 años. Antes, si yo quería un consejo, lo buscaba a mi viejo. Un señor argentino, peronista, nostálgico, llorón, tanguero. Era mi gurú. Eso cambió mucho cuando empecé a entender el power de mi vieja. La energía femenina en mi familia es muy potente.

—¿Pasó algo para que hubiera ese cambio?

—No.

Su abuela materna, Nelly, había muerto antes de que ella naciera. El abuelo paterno, Coco, cuando ella tenía dos años. Jorge, el abuelo materno viudo, y Elsa, la abuela paterna viuda, empezaron a vivir en la misma casa.

—No eran pareja, pero vivían juntos. Nosotros fuimos a vivir ahí un tiempo. Mi abuelo Jorge era piola. Nos compró a mi hermana y a mí la primera Barbie. Mirábamos pelis con él. Muy lector. Murió cuando yo tenía ocho años. También tenía su data. Era timbero, ludópata. Y con el tiempo mi vieja y su hermano descubrieron que había trabajado como el hombre forzudo del circo. Datas, viste. Historias de familia.

Cosas que no se cuentan. Que se descubren de casualidad.

Lali escuchó la acusación de Milei en la televisión y le pareció “una imagen muy 'Black Mirror'”. La artista lleva minivestido y botas de Acne Studios.
Lali escuchó la acusación de Milei en la televisión y le pareció “una imagen muy 'Black Mirror'”. La artista lleva minivestido y botas de Acne Studios.Pablo Curto

En 2024 participó como jurado en el concurso de talentos Factor X, emitido por Telecinco en España. Allí se presentó un hombre llamado Tete Pineda que se recuperaba de un cáncer y cantó Soy afortunado. Pasaron 30 segundos desde el comienzo del tema —“tengo otro amor (…) / que peina canas y se apellida igual que yo”— y Lali Espósito empezó a llorar. Su rostro, en el arco que va desde una agresividad desafiante y pornohúmeda de una dominatriz hasta el aspecto himeneico de una muchacha del siglo XIX, puede reflejar altivez, ternura, lujuria. Ese día se revistió de trémula elegancia con la pequeña desgracia de las lágrimas. Cuando el hombre llegó al final —“porque los mayores tesoros que tengo / no los he comprao”—, ella no podía hablar. Solo dijo “gracias”. Es posible que sean muchas las cosas de esa canción que provocaron el llanto. Empezando por, o terminando en, aquello de “los mayores tesoros que tengo no los he comprao”.

—Me cuesta pensar en la infancia sin mi vida ya tomada por el trabajo, porque fue muy corta esa vida sin trabajar.

En los primeros años de este siglo, Cantaniño era un programa en el que, como indica su nombre, los niños cantaban. En 2001, a sus diez, Lali Espósito vio un anuncio en la televisión.

—Era un casting de Cantaniño: “Si bailás y cantás, presentate”. Le pedí a mi vieja que me llevara y me dijo: “Ni en pedo”. Entonces mi hermana, que tenía 15, me dijo a escondidas: “Yo te llevo”. Tomamos un colectivo y bajamos en un lugar que no era. Caminamos buscando la calle hasta que vimos una fila de niños. Pensamos: “Es acá”. Esperamos, entro. Me dicen: “¿De dónde venís?”. “De mi casa”. “No, corazón, qué agencia tenés, quién te trajo”. “No, nadie”. Te tomaban el perfil, te filmaban, chau, te vamos a llamar.

Ella no lo sabía, pero estaba en el casting equivocado. La productora Cris Morena, que había realizado éxitos descomunales —los programas infantojuveniles Chiquititas, Verano del 98, Rebelde Way—, preparaba el que sería su próximo suceso, Rincón de luz, empezando por esa convocatoria destinada a niños con experiencia en la actuación. Lali Espósito era una nena sin ninguna experiencia que quería cantar, que había ensayado durante horas y a la que le estaban diciendo: “Muchas gracias, adiós”. Reaccionó indignada: “¿No voy a cantar? ¡Yo hice todo un viaje para venir hasta acá!”.

—Les causó gracia mi caradurez y dijeron “anotémosla”. A la semana llaman por teléfono a mi casa. Atiende mi vieja. Cuando le dijeron que eran del grupo de Cris Morena nos cagó a pedos. Le dije: “Pero me están llamando”. “Sí, te quieren ver”. “Llevame”. “No”. Y yo: “Por favor, por favor”. Me llevó, me vieron, me pidieron que fuera a las pruebas. Pensándolo desde hoy, qué fatal lo que hacían. Salían a la puerta del canal todos los viernes y decían: “Marcelo, Claudia y Sofía no vienen más. A los demás, ¡nos vemos la semana que viene!”. Padres y chicos llorando. A mi mamá le daba tanto pudor ese mundo que me esperaba adentro del auto. Yo iba y le decía: “¡No me nombraron!”. Y mi mamá, pobrecita, decía: “No, andá a preguntar de vuelta, seguro que te nombraron”. Yo bajaba, iba: “Disculpame, ¿yo estaba en la lista?”. “No, mi amor, te veo la semana que viene”. Volvía al auto y le decía: “No. Yo tengo que volver”. Era lógico rechequear. En nuestra familia no había nadie en el arte. Era algo imposible lo que pasaba conmigo. Mi mamá me llevó, me llevó. Y un día estaba ella, Cris Morena. Su metro ochenta, su pelo rubio, era una entidad. Entró, nos miró. Doce nenes. Y dijo: “Ustedes ¡son el elenco!”. Y yo no entendía qué significaba la palabra elenco. ¿Sabés de qué me acuerdo mucho? Del olor del estudio de televisión de Rincón de luz. Ese estudio tenía un olor particular. Cada mucho tiempo entro en un lugar y lo huelo. Y es el olor de la infancia.

La tira salió al aire en 2003 y fue lo que se esperaba: una máquina de generar rating y fama.

“Recibí mi primer 'hate' con la ley del aborto: había carteles con mi cara que decían ‘Asesina mata bebés”. Lleva cazadora y sujetador de Dolce & Gabbana.
“Recibí mi primer 'hate' con la ley del aborto: había carteles con mi cara que decían ‘Asesina mata bebés”. Lleva cazadora y sujetador de Dolce & Gabbana.Pablo Curto

Majo Riera, la madre de Lali Espósito, tiene el pelo rubio atado en una cola, ropa deportiva. En el año 2000 perdió su trabajo como visitadora médica. A través de una amiga entró en una productora hasta que, 15 años atrás, su hija le pidió que la ayudara a producir un videoclip.

—Y con el tiempo armé una productora propia. El principal trabajo es con el proyecto de Lali, pero yo nunca pensé que esto iba a ser su profesión. Yo pensaba: “Va a ser una experiencia y ya está”. Laburaba 12 horas. Yo hago el chiste de que soy Luisito Rey, el padre de Luis Miguel, y que me faltó drogarla nada más. Uno lo mira hoy y dice: “Pero yo soy una hija de puta, ¿cómo hice eso?”.

La autora de éxitos discográficos como 'Soy, Brava y Libra' luce top lencero de Zara y shorts de Gucci.
La autora de éxitos discográficos como 'Soy, Brava y Libra' luce top lencero de Zara y shorts de Gucci.Pablo Curto

El estudio donde se rodaba Rincón de luz quedaba en Martínez, zona norte del conurbano, a una hora de viaje desde Parque Patricios y una hora y media desde Banfield, donde se mudaron después. Lali Espósito entraba a la escuela a las siete. A mediodía su padre la pasaba a buscar en auto y la llevaba hasta Martínez. Ella repasaba el guion mientras comía algo de un táper. El padre la dejaba en el estudio y le llevaba el auto a su mujer, que trabajaba cerca. Él regresaba en colectivo a Banfield. Su mujer salía del trabajo a las siete, iba en el auto hasta Martínez y allí esperaba a su hija hasta las diez de la noche, cuando emprendían el regreso. Cenaban y, a medianoche, Lali se ponía a estudiar.

—Yo lloraba y decía “ay, no entiendo”, pero no le podía decir a mi mamá porque me iba a decir “bueno, no actúes más”. Entre la escuela y esto, era la escuela.

En Rincón de luz interpretaba a Malena Cabrera, hija de un hombre viudo que la dejaba en casa de una tía que la maltrataba. Huía y se escondía en un orfanato, disfrazada de varón para que no la encontraran. Luego su padre también moría y ella quedaba huérfana total. Siguieron, siempre dentro de la maquinaria de Cris Morena, Floricienta (2004-2005), otra historia de huérfanos; Siempre chiquititas (2006), más huérfanos; y Casi ángeles (2007-2010), un grupo de adolescentes sin familia obligados a robar. De ese programa surgió la banda musical Teen Angels, con la que hicieron cientos de funciones de teatro. Desde 2001 y durante 11 o 12 años, vivió dentro de un estudio de televisión o en aviones que la llevaban de gira, embestida por el aullido de fanáticos preadolescentes.

—Podría haber salido cualquier cosa. Siempre digo: “Che, agradezcan que no tomo farlopa, porque un adolescente en situación de éxito…”. Eras un beatle.

A los 16 decidió instalarse en la ciudad de Buenos Aires, para acortar el viaje hasta los estudios, y empezó a buscar departamento para alquilar.

—A los 17 quedábamos dos o tres que íbamos al colegio. Los demás lo habían dejado. Y Cris nos dijo: “Chicos, necesito que hagan quinto año libre, los necesito rodando a las ocho de la mañana, como adultos”. Así que empecé a hacer una escuela a distancia. Dormía tres horas por día. Parece terrible. Pero estaba feliz.

“Yo tenía 'full' Edipo con mi viejo hasta que acabé por descubrir el 'power' de mi vieja”, rememora Lali, que en la foto lleva un vestido estampado de Marni.
“Yo tenía 'full' Edipo con mi viejo hasta que acabé por descubrir el 'power' de mi vieja”, rememora Lali, que en la foto lleva un vestido estampado de Marni.Pablo Curto

Tuvo parejas largas, casi siempre compañeros de trabajo. Ahora, desde noviembre de 2023, está en pareja con el periodista Pedro Rosemblat, que propone para el encuentro un bar cercano a Gelatina, el estudio de streaming donde hace su programa. Nunca miró Casi ángeles, lleva tatuado el nombre de un rockero primordial —­Charly García—, en su olimpo están los Rolling Stones, los Beatles, Fito Páez y Andrés Calamaro. Su mundo es el periodismo político. Trabaja desde los 22 años. No hay en esa vida puntos de contacto con la precariedad económica, las 12 horas de trabajo diarias desde los 10 años y el universo artificial de huérfanos felices en el que se crio Lali Espósito. Se conocieron en una fiesta de disfraces a la que él fue sin disfraz y ella vestida de Barbie hecha pedazos con peluca despeinada.

—Estaba realmente bonita. Conversamos. Habrá pasado una semana o dos y nos encontramos en su casa. Mariana desarmó, por lo menos conmigo, a Lali en un instante. Cuando la vi por primera vez en vivo, en 2024, le dije a una amiga de ella que si yo hubiera visto eso antes no me hubiera animado a ir a la casa, porque la ves ahí arriba y decís: “Me va a matar”. Creo que carga con algo de inseguridad por el prejuicio que tiene la intelectualidad sobre lo masivo y lo popular, y entonces tiene una necesidad de exhibir su inteligencia. No sé si eso tiene que ver con lo que representó el mundo de Cris Morena como construcción cultural. Pero podría ser una persona con una visión alterada de la realidad. Que tenga clara esa disociación entre la persona privada y la pública me parece impresionante. Le interesa escuchar, que es algo que a los artistas tan conocidos quizás no les pasa porque tienen una inclinación a hablar de sí mismos, una adoración por sus propias anécdotas que en ella no veo. Me acostumbré a unos niveles de felicidad sostenidos desde que salgo con ella, muy infrecuentes en mi vida. Creo que el mayor aporte que hace a mi vida es eso de “vení que te llevo a vivir con un poco más de felicidad, no tan enroscado”. Ella claramente no se deja llevar, no es una pluma que va donde sopla el viento. Es más parecida al viento.

En 2012, con giras y haciendo teatro con los Teen Angels, supo de un casting para la obra de teatro Las brujas de Salem, de Arthur Miller, y se presentó.

—Me miraban raro porque eran actrices de teatro y yo full Teen Angels. Pero quedé. No me acuerdo cómo estaba yo en la obra, te soy sincera. Yo creía que estaba bien, porque nadie va a estar haciendo algo creyendo que lo hace mal. En la crítica había una cosa medio durita, decían: “Todos fabulosos, y la chica de la tele no está tan mal”.

Durante un tiempo fluctuó entre las funciones de los Teen Angels y la obra de Miller, hasta que fue a ver al productor de la banda adolescente y le dijo: “Yo ya estoy”. Y se fue. El mismo año en que había interpretado el salto de la comedia juvenil al teatro clásico, hizo un malabar del que pocos salen vivos: pasar de la actuación a la música como solista.

—Me enfrentaba a la mirada de “la pibita que es actriz pero quiere cantar”. Nunca estudié nada, ni música ni actuación. No me siento ni muy actriz como para tomar clases de teatro ni muy cantante como para querer ser Céline Dion. Me siento una farsante. Pero tengo mucha intuición.

En 2014 lanzó un álbum independiente, A bailar, que resultó disco de oro en la Argentina y ganó los premios Gardel al mejor álbum de nuevo artista pop y mejor álbum de pop femenino.

—Mi primo Lautaro, que es el director artístico del proyecto, tiene una cosa medio mesiánica. Yo no tengo esa mirada, pero él dice: “Vos tenés la misión, sos un canal”.

Su misión ahora es conducir una hora hasta su casa, donde invitó a cenar a una amiga, y, al día siguiente, partir hacia México.

El estudio donde graba su sexto álbum —saldrá en abril— está en el barrio de la Paternal. En torno a una mesa sobre la cual se dispusieron medialunas están Lali Espósito, la compositora BB Asul, el Dietas, que maneja la consola, y Mauro de Tommaso, el productor. En una pizarra, bajo la inscripción “Disco El Flaquito”, figuran los títulos de algunos temas: ‘Lokura’, ‘Mejor que vos’, ‘Libertad’. El Flaquito es ella, que intentó imponer otro apodo —el Negro—, pero no tuvo éxito. La charla parece el diálogo de una sitcom, un delta de temas que arrancan en la búsqueda de una palabra que rime con “amigo” y derivan en una situación acontecida durante un viaje a Israel, hasta que BB Asul dice:

—Che, ¿vemos el estribillo?

Un par de horas más tarde, Lali entra a la cabina para grabar y queda sumida en semioscuridad, el rostro iluminado por la pantalla del teléfono donde sigue la letra. Cuando canta la frase “pero no gusto de vos”, Mauro de Tommaso, desde afuera, dice:

—Una frase de mierda, Flaquito. Es una canción adulta.

Mencionan distintas opciones: no te quiero a vos, no me gustás vos. BB Asul dice:

—No quiero con vos.

—Hermo —dice Mauro.

Que quiere decir “hermoso”.

Al otro lado de la puerta de entrada de un edificio, mientras espera que le abran, Lali Espósito se toma un selfi con un hombre que la ha reconocido. No es difícil reconocerla aunque use un gorro de lana encasquetado. A partir de 2021 formó parte del jurado de La Voz Argentina, un programa de televisión que buscaba cantantes talentosos. Entre comentarios lúcidos, guiños barriales (pasó buena parte de su vida dentro de un set de televisión pero se perciben en ella las actitudes de quien “tiene calle”), simulacros de coqueteo con los participantes adoptando una actitud de looser desesperada, se hizo conocida más allá de quienes escuchaban su música o la habían visto actuar.

—La gente tiene una sensación de “sé cómo es”, pero realmente no conocen tanto de mí —dice, quitándose con habilidad, a pesar de las garras, una pelusa de la pestaña.

Cuando abandonó el mundo de Cris Morena, empezó a trabajar en Pol-ka, productora exitosísima de Adrián Suar, donde hizo un papel secundario en la telenovela Solamente vos. En 2015, su rol de monja falsa en la telenovela Esperanza mía, enamorada de un cura verdadero interpretado por Mariano Martínez, la puso en un papel protagónico que tuvo repercusión nacional. La telenovela fue llevada al teatro con éxito y Adrián Suar le propuso hacer una gira con la obra.

—Me decía: “¿Sabés la plata que vas a ganar?”. La lógica indicaba que yo me tenía que ir dos años por el mundo haciendo Esperanza mía. Ni en pedo. Lo dejé. Hice Acusadas, una película que era un drama. El mánager me odiaba.

Nadie entendía esas decisiones: abandonar un éxito, insistir en el drama cuando era buena en la comedia, correr el riesgo de ser siempre “la actriz que quiso cantar”. En 2016, ya con Sony, lanzó el disco Soy. En 2018, Brava. En 2020, Libra.

—Al disco le fue bárbaro. A mí no. La compañía dice: “A esta chica argentina le está yendo bien, tiene que ir a grabar a Miami”. Era un proceso creativo donde no había construcción afectiva. Dije: “Che, no está bueno, a Miami metételo en el orto”.

Ese mismo año le ofrecieron ser parte del elenco de Sky Rojo, la serie española que se vio por Netflix desde 2021 y que contaba la historia de tres prostitutas que huían de un burdel. Tuvo que instalarse en España y, como se atravesó la pandemia, el rodaje se extendió. Volvió a la Argentina en marzo de 2020 con un vuelo de repatriación pero un mes más tarde regresó a Madrid para seguir rodando.

—Estábamos en minifaldas y corpiños en pleno invierno europeo, filmando en rutas en menos de siete grados. Pero esa experiencia en España fue positiva por donde la mires. Yo misma me clavé la etiqueta de “Niña Cris Morena”. Soy la mejor nuera, la mejor amiga. Y en España dije: “Ah, yo soy mucho más capa levantándome a alguien de lo que pensaba”. Ir a un bar, que una persona no tenga ni puta idea de quién soy y te pregunte: “¿A qué te dedicas?”. Y la bisexualidad, la experimentación. No paré de levantarme seres humanos en la vorágine madrileña.

Sola, libre, un satélite sin comunicación con planeta Argentina. Donde estaban sucediendo cosas que ella no menciona.

—Estoy escribiendo un libro a raíz de que tuve cáncer de mama hace tres años y en ese momento me separé —dice Majo Riera, la madre de Lali—. Me diagnosticaron en 2020 y me separé después de 34 años. Decidí no bancarme la angustia del otro porque tenía que bancar mi propia angustia. Como Lali estaba en España, le pedí permiso para instalarme en su casa. La verdad, no sé cómo vivió Lali todo eso. Nunca me dijo si había estado angustiada o no. Yo sentí su aliento, su apoyo. Igual, el linaje femenino de esta familia es fuerte, nos fagocitamos a los muchachos.

Durante años había sido noticia porque salía con tal actor, porque iba a protagonizar una película. Se concentraba en su trabajo y en las reglas que ese trabajo imponía: imagen limpia, declaraciones que no la metieran en problemas. Pero el personaje virginal empezó a descascararse cuando participó activamente de la defensa de la ley de aborto, que se aprobó en la Argentina en 2020.

—El primer hate que recibí fue con la ley del aborto: había carteles con mi cara que decían “Asesina matabebés”.

Mientras permanecía en España, trabajó en los guiones de una serie que iba a producir y protagonizar: El fin del amor, basada en el libro homónimo de la argentina Tamara Tenenbaum. Se emitió en 2022 por Amazon Prime Video y tocaba temas que le interesan: el cuestionamiento de la familia tradicional, la pareja tradicional. Huyendo de la experiencia Miami, grabó su quinto álbum, Lali, en un pequeño estudio de Buenos Aires. ‘Disciplina’, el sencillo principal del álbum, que fue lanzado en 2023, alude a prácticas BDSM y el video del tema juega con referencias sadomasoquistas. Los shows de presentación se agotaron uno tras otro y los organizadores le dijeron: “Estás para un estadio de Vélez”.

—Yo me reí. Me parecía una locura.

Pero se le puso fecha y, en marzo de 2023, el estadio se llenó a su máxima capacidad: 45.000 personas. Si bien Mercedes Sosa se había presentado allí mucho antes, Espósito fue la primera mujer argentina en hacerlo rebosar.

—Cuando te llega al “¡¡ahhh!!” de 50.000 personas hay un momento rarísimo. Por momentos estás re focus en el show y por momentos tenés una sensación muy loca de ser un niño jugando a que canta. Es como si por un segundo nadie tuviera la vida que tiene, ni el laburo que tiene. Es como que por un rato nadie es nada. Es un detenimiento de la vida. De esa gente y de la tuya.

La chica ideal para ser la novia ideal empezó a llenar su Instagram de imágenes en donde aparece vestida como una diabla de látex, a intervenir en la conversación pública en cuestiones de género y en defensa del colectivo LGTBIQ+. En agosto de 2023, Javier Milei ganó las elecciones primarias y ella escribió en X: “Qué peligroso. Qué triste”. Eso la puso en la mira de los militantes libertarios, que empezaron a llamarla Lali Depósito y a acusarla de “vivir del Estado” por actuar en festivales organizados por gobiernos provinciales y municipales, una actividad usual para los artistas del país. En 2024, con Milei ya en la presidencia, se presentó en el Cosquín Rock, cantó su tema ‘¿Quiénes son?’ y alteró la letra: “Que si fumo, que si vivo, que si bebo, que si vivo del Estado”. Por esos días Milei dio una entrevista al canal LN+ cuestionando los subsidios a la cultura: “(…) en Córdoba hacen el Cosquín Rock, que es privado, pero en el subsidio le dan 1.000 millones de pesos. Por ejemplo, Lali Depósito cobró de la del Estado. En uno de los recitales cobró 350.000 dólares”, dijo, sin dar precisiones y sugiriendo que ese dinero le sacaba “el alimento a los chicos pobres de Chaco”.

—Yo lo estaba viendo en vivo, en mi casa, y cuando dijo eso tardé unos segundos en reaccionar. Me parecía una imagen muy Black Mirror. Pero rápidamente lo coloqué en un lugar medio zen. La violencia es un delirio, y este lugar de héroe popular exagerado en el que me puso la gente también. Me fui de vacaciones y cuando estábamos por bajar del avión de Aerolíneas Argentinas el piloto empezó a gritar: “¡Vos, Lali, tenés unos huevos así, hermana!”. Yo solo quería tirarme por la ventana. Eso también es un delirio.

Días después, llega un mensaje proponiendo que el siguiente encuentro sea en su casa.

El vestidor del cuarto, el de su estudio, los placares, todo está repleto de zapatos de tacos siderales y atuendos artificiosos.

—Mundo pop. Todo para los shows.

La casa está amueblada con modernidad escueta y tranquila. En la sala hay sillones color crudo, un hogar a leña, una butaca cubierta por una manta tejida sobre la que se apoya una guitarra. Hasta aquí, hasta este barrio cerrado, la trajo un casting en el que no tenía que estar.

—Ese es el primer eslabón. Entonces, siempre puede pasar cualquier cosa. Porque ya pasó cualquier cosa. Mi vida es un poco una vida viviéndose. No puedo proyectar. Siempre pensé que voy a morir joven. ¿Ya hablamos de mi prima que falleció?

No, porque no habla de tragedias, pero Ana, su hermana, ha mencionado a Virginia, que enfermó a los 26 y murió a los 30 de cáncer de mama.

—Cuando pasó lo de mi prima fue un cambio de paradigma. Te das cuenta de que enfermarte y morirte no tiene que ver ni con ser una mala persona, ni con tener una vida loca. Hay algo muy básico, que es estar vivo o no estar vivo.

—Tu madre me contó que tuvo cáncer.

—Sí. Yo estaba en España cuando me dijo. Me acuerdo de la desolación y de estar tiesa en un departamento donde no había ni un adorno que fuera mío. Me daban ganas de decirle a la producción de Sky Rojo: “Me voy”. Pero hice lo que tenía que hacer. Trabajé.

Cuando regresó con aquel vuelo de repatriación, en plena pandemia, su madre estaba haciendo el tratamiento.

—La rapamos con mi hermana, las dos. En esta casa. O sea, viví eso. Yo le di un abrazo, yo la rapé, yo estuve acá.

—Se separó de tu padre cuando la diagnosticaron.

—¡Sí! Se tendrían que haber separado hace 15 años. Yo veía eso y decía: “Qué aburrido”. Lo único que me da miedo del paso del tiempo es crecer con la sensación de estar aburrida, aburrida de mí misma, de lo que haya creado.

Una niña va a un casting equivocado, queda seleccionada, vive subida a una ola de éxito más de 10 años y decide abandonarla para hacer una obra de teatro clásico, protagoniza una telenovela que hace arder el rating, se niega a continuarla, graba un disco independiente, se incorpora a una serie de acción en un país que no es el suyo, se convierte en feminista, en icono de la comunidad LGTBIQ+ y, como artista de una discográfica internacional, llena un estadio. ¿Cuál es la estrategia? ¿La hay?

—La gente sabia no es solo inteligente para sí misma, le hace bien a alguien. ¿Viste esas viejas que están al sol, tiradas panza arriba con un taparrabo, como una especie de mono, y te reciben con todas sus canas espectaculares y te dicen dos cosas y eso te ilumina y su única preocupación son las calas que tienen en el jardín?

El pelo oscuro, recogido en la nuca, hace que el rostro adquiera el esplendor de lo que parece recién hecho.

—Mi sueño es ser esa vieja.

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Sobre la firma

Leila Guerriero
Periodista argentina, su trabajo se publica en diversos medios de América Latina y Europa. Es autora de los libros: 'Los suicidas del fin del mundo', 'Frutos extraños', 'Una historia sencilla', 'Opus Gelber', 'Teoría de la gravedad' y 'La otra guerra', entre otros. Colabora en la Cadena SER. En EL PAÍS escribe columnas, crónicas y perfiles.
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