El ‘ranking’ de la infamia
Que no me vengan con esas pamemas de la actividad ancestral de la caza cuando de lo que en realidad se trata es del Poder


Cuando viajé por vez primera a la India en 1981 me llamaron la atención una serie de hombres y mujeres que a veces veías por la calle; vestían raídas ropas blancas, llevaban mascarillas y, sobre todo, al caminar iban barriendo el suelo por delante de sus pies con una escoba. Eran jainistas, en concreto monjes del jainismo, una de las muchas religiones que hay en la India. Se originó en el siglo VI antes de Cristo y sus seguidores no creen en ningún dios, aunque sí creen en el alma y en irla perfeccionando hasta alcanzar un estado divino. Y esto se consigue fundamentalmente por medio de la ahimsa, que es la no violencia. Por eso se tapan nariz y boca, para no tragar inadvertidamente algún insecto, y barren por delante de sus pies, para no pisar a criatura alguna. Los jainistas que no han consagrado su vida al ascetismo no son tan extremistas, claro está; se casan, tienen hijos y muchos se dedican a los negocios con enorme éxito, porque son fiables, laboriosos, gente honesta y buena. Pero todos siguen los principios de la ahimsa, por supuesto, y, además de ser vegetarianos estrictos, mantienen al parecer algunas costumbres curiosas, como cenar cuando todavía hay luz natural porque la artificial atrae a los insectos y aumenta el riesgo de una deglución accidental.
Me he acordado de esos seres delicados con la publicación de las repugnantes fotos de los cazadores españoles. Supongo que un jainista vomitaría al ver a esos pretenciosos carniceros rodeados de despojos. A mí me faltó poco. Hablo de la lista de grandes depredadores mundiales que ha sacado la oenegé británica CBTH (Campaña para la Prohibición de la Caza de Trofeos). De los 20 primeros matarifes del mundo, 15 son estadounidenses, 3 rusos y los 2 restantes, ay, españoles (qué vergüenza). Y además señalan a otro español que no ha participado en competiciones y que por eso no ocupa un lugar oficial, pero que, por el destrozo causado según cuenta él mismo en un par de libros que escribió sobre su psicopática afición, estaría en el puesto número 1 del ranking de la infamia. Se trata de Tony Sánchez-Ariño, de 95 años, en la actualidad retirado en Valencia, pero que exterminó a 1.317 elefantes, 340 leones, 167 leopardos, 127 rinocerontes y 2.093 búfalos africanos. Incluso alardea de haber matado dos gorilas, una salvajada que yo considero igual a un asesinato. Las otras dos perlas patrias de este collar de sangre son Marcial Gómez Sequeira, expresidente de Sanitas (puesto 8), que ha masacrado a 2.000 animales (incluido un mono de Camerún: hace falta tener un temple infanticida), y José Martí Ruano, cofundador del bufete de abogados Larrauri & Martí, en el puesto 10. Toda esta información, y mucha más, viene en dos magníficos reportajes de Rafa de Miguel y de Clemente Álvarez en EL PAÍS. También hay espeluznantes fotos, como una de Gómez Sequeira sentado cual orondo cacique en su casa de La Moraleja, un lugar dantesco lleno de tigres, leones y antílopes disecados de cuerpo entero, cabezas de cérvidos por doquier y una multitud tan abigarrada de cadáveres, en fin, que la barroca escena parece sacada de una película de narcos.
Y es que de eso estamos hablando, sin duda. Del poder. Como los narcos, lo que quieren es mostrarse así de poderosos. Que no me vengan con esas pamemas de la actividad ancestral de la caza o incluso de la conservación de la naturaleza (estos tipos se atreven a decir cualquier cosa), cuando de lo que en realidad se trata es del Poder, con mayúsculas. El Poder de la vida y de la muerte, la destrucción de algo tan grande y hermoso como un paquidermo, por no hablar del dineral que necesitas para pertenecer a semejante liga de matones. El Poder es ese veneno que pudre y recorre todas las relaciones humanas, y que, cuando se hipertrofia, perdida la conciencia del respeto a la vida, ausente todo control civilizado y la más elemental noción de la ahimsa, llega a causar las grandes carnicerías de la Humanidad. Quiero decir que esta misma embriaguez de sangre y de dominio conduce al final a atrocidades como la de Gaza. En su hermoso ensayo El poema de la fuerza (1940), la filósofa Simone Weil dice que el Poder es una fuerza tan omnipresente e inevitable como la gravedad, una pulsión despiadada, destructora y adictiva. Los grandes asesinos de la Historia llevan un elefante muerto en el corazón.
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