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TRIBUNA LIBRE

Simone Weil y la memoria histórica

La pensadora francesa, sin renunciar a su pacifismo, no pudo evitar tomar partido en la Guerra Civil española

Simone Weil, en España, tras su regreso del frente, en 1936.
Simone Weil, en España, tras su regreso del frente, en 1936.

La reciente inclusión en el callejero de Madrid del nombre de Simone Weil, en el marco de la aplicación de la conocida como Ley de Memoria Histórica, da pie para evocar el breve paso de la pensadora francesa por la Guerra Civil española y reflexionar sobre el significado de esa experiencia.

Simone Weil llega a Barcelona el 9 de agosto de 1936 gracias a un carnet de periodista. Como escribirá más tarde a Georges Bernanos, lo único que la horrorizaba más que la guerra era permanecer en la retaguardia; sin renunciar a su pacifismo, no puede evitar tomar partido. Además, viene a España movida todavía por la esperanza en una revolución y queriendo conocer de primera mano los cambios sociales que están acometiendo los anarquistas. En Barcelona se entrevista con Andrés Nin y Julián Gorkin, dirigentes del POUM. Gorkin rechaza su descabellado plan de internarse en las líneas enemigas para averiguar el paradero de Joaquín Maurín en Galicia. Finalmente, consigue enrolarse en las milicias de la CNT y va a Pina de Ebro, donde se incorpora a un pequeño grupo internacional dentro de la columna Durruti. Participa en varias misiones peligrosas, aunque no llega a disparar el fusil que ha aprendido a manejar. En su Diario de guerra anota: “Un hermoso día. Si me cogen, me matarán… Pero nos lo merecemos. Los nuestros han vertido mucha sangre. Soy moralmente cómplice”. Esta lacerante mala conciencia no la abandonará ya. En Pina pregunta a los campesinos por los asuntos que los afectan, la colectivización de los cultivos y de la producción, sus condiciones de vida tras el estallido de la guerra, y escucha sus opiniones sobre el servicio militar, el cura del pueblo o los propietarios. Un desafortunado accidente la obliga a regresar a Barcelona, donde la esperan sus padres, que la habían seguido hasta allí. Solo ha estado unos pocos días en el frente de batalla. Después de unas semanas de convalecencia, deja España el 25 de septiembre. No volverá más.

Los “crímenes de España”, que reaparecen transfigurados en su propia lectura de otros conflictos, como la guerra de Troya o la cruzada albigense, constituirán desde entonces para Simone Weil la evidencia ejemplar del “postulado” de que “se es siempre bárbaro con los débiles”. Su conmoción fue grande cuando encontró plasmada su misma experiencia de la guerra civil española por un escritor del lado contrario, el católico Georges Bernanos. A raíz de su lectura en 1938 de Los grandes cementerios bajo la luna, donde Bernanos denuncia la represión franquista de la que fue testigo en la isla de Mallorca, Simone Weil le escribe una carta que cabe entender como un ejercicio de memoria histórica.

Sin incurrir en una neutralidad indiferente, intenta comprender el común destino que une a las facciones enfrentadas

Lo que le importa a Simone Weil es el carácter moral con el que afrontar una peculiar atmósfera, “ese olor a guerra civil, a sangre y a terror que desprende su libro”, como le dice a Bernanos. ¿Se deja uno llevar por ese clima, por esa “mística” o “religión de la fuerza”, en palabras del segundo? ¿O se es capaz de resistir a la embriaguez que procura el uso de la fuerza cuando se tiene el poder de ejercerla y se está legitimado a hacerlo? La mirada de Weil, como la de Bernanos, se fija ante todo en los de su propio bando, en aquellos por los que ha tomado partido y cuyas ideas y principios comparte.

No deja de luchar a su lado ni de defender su causa. Pero adopta una determinada posición moral que le exige hacer una lectura distinta de los acontecimientos; una lectura hecha a un tiempo de participación y de distancia. Sin incurrir en una neutralidad indiferente o culpable, asume una tarea de memoria consistente en comprender el común destino que une en una misma condición a las facciones enfrentadas. En este sentido le dice a Bernanos: “Está usted más próximo de mí, sin punto de comparación, que mis camaradas de las milicias de Aragón…, esos camaradas a los que, no obstante, yo amaba”.

En un ensayo concebido por esa misma época, La Ilíada o el poema de la fuerza, Simone Weil comenta la “extraordinaria equidad” que inspira al autor del poema: vencedores y vencidos despiertan en él la misma piedad, “apenas sentimos que el poeta es griego y no troyano”. En el tono de inconsolable amargura que baña la Ilíada, que ni desprecia ni ensalza, trasluce el conocimiento de la fuerza, que doblega a todos por igual, unas veces a unos, otras a otros. Una lectura a contrapelo de la historia, que haga memoria de los vencidos, hará bien en tener en cuenta la triple advertencia con la que Simone Weil concluye su ensayo: “No admirar nunca la fuerza, no odiar a sus enemigos y no despreciar a los desdichados”.

Alejandro del Río Herrmann es editor en la editorial Trotta, que publica las obras de Simone Weil.

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