_
_
_
_
Palos de ciego
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

¡Con cabeza, coño!

‘El 47′ es estupenda, sobre todo por su humildad un poco destartalada y su inconfundible perfume fordiano

Fotograma de la película 'El 47'
Fotograma de la película 'El 47'Lucía Faraig (The Mediapro Stud
Javier Cercas

Yo no quería ver El 47, la película de Marcel Barrena. No quería verla por motivos biográficos: soy uno de los miles y miles de extremeños y andaluces que, como los protagonistas de El 47, llegaron en los años cincuenta y sesenta a Cataluña en busca de un futuro imposible en su tierra natal, y me daba pánico que la película incurriera en cualquiera de las trampas incontables con que la demagogia sentimental, la nostalgia embustera o la autocomplacencia política han sembrado ese terreno escabroso (un terreno sin el cual resulta imposible entender la Cataluña y la España recientes).

Mi pánico no tenía sentido. La película es estupenda, sobre todo por su humildad un poco destartalada, su limpia falta de pretensiones y su inconfundible perfume fordiano. Ambientada en plena Transición, El 47 narra la historia de Manolo Vital, conductor de autobuses de Transportes Metropolitanos de Barcelona y extremeño afincado en Torre Baró, un barrio abrupto de chabolas levantadas con sus propias manos por emigrantes pobrísimos en los años sesenta; en 1978, cuando transcurre lo esencial de la acción, Torre Baró sigue siendo un paraje dejado de la mano de Dios, igual que si Barcelona hubiera decidido que no existe: allí no ha llegado ni el agua corriente, ni la electricidad, ni por supuesto el transporte público. Como algunas películas de John Ford, El 47 es una fábula sobre la conquista de la ciudadanía. Quizá nadie la personifica mejor que la hija del protagonista, Joana, una adolescente interpretada por Zoe Bonafonte que desea a toda costa ser admitida en la sociedad catalana, mimetizarse con ella, una charnega que se avergüenza de su padre extremeño, de su barrio miserable y de sus orígenes familiares, y que secretamente (o no tan secretamente) aspira a escapar de ellos; hasta que poco a poco intuye que no tiene nada de qué avergonzarse, que, lo quiera o no, ella es también sus orígenes, que nadie tiene derecho a obligarla a elegir entre ellos y el lugar donde vive, que ser fiel a su estirpe de desarraigados es su forma de ser catalana, y que su padre, que simboliza cuanto ella quería repudiar, es la pura encarnación del coraje y la decencia. La intuición de Joana es exacta. Por lo demás, Manolo Vital es la gran creación de la película: un personaje inolvidable, inolvidablemente interpretado por Eduard Fernández. Como todos los héroes auténticos, Vital no tiene ni la más mínima vocación de héroe. Hijo de un padre fusilado por los falangistas al empezar la guerra, expulsado de su terruño por la inclemencia del franquismo y la desgracia familiar (su primera mujer falleció dejándole un bebé), enamorado hasta las cachas de una monja catalana que ha decidido correr la misma suerte de aquellos emigrantes misérrimos y que cuelga los hábitos por él, Vital exuda liderazgo natural y carisma obrero por cada poro; también, prudencia: consciente de que en 1978 España puede ser formalmente una democracia, pero el franquismo sigue vivito y coleando -y no solo en la policía-, el autobusero no para de reclamar a su gente una contención que algunos confunden con docilidad o sometimiento (“¡Con cabeza, coño!”, se desgañita Manolo, señalándose, furioso, la frente. “¡Con cabeza!”), obra siempre con respeto a la ley y las autoridades y por todos los medios previstos por la nueva democracia intenta obtener para Torre Baró una pequeña y justísima mejora práctica que entraña una descomunal revolución simbólica: que su barrio olvidado se integre en Barcelona, y que él y sus convecinos abandonen su condición de parias y se conviertan de una vez por todas en ciudadanos… Hasta que un día se le inflan las pelotas y, harto de que la burocracia municipal se lo quite de encima, en un ataque de locura que en realidad es un ataque de lucidez monta un follón de mil demonios y acaba donde acaban siempre los héroes: en el cielo de los diamantes.

Allí sigue, con su cara de malas pulgas, su barrigón sedentario, su mostacho de granadero y su catalán macarrónico de Valencia de Alcántara. Y allí seguirá mucho tiempo (“¡Con cabeza, coño! ¡Con cabeza!”), gracias a esta pequeña gran película. No se la pierdan.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Javier Cercas
Javier Cercas nació en Ibahernando, Cáceres, en 1962. Es autor de 12 novelas que se han traducido a más de 30 idiomas y le han valido prestigiosos galardones nacionales e internacionales. Ha recibido, además, importantes premios de ensayo y periodismo, y diversos reconocimientos al conjunto de su carrera. Es miembro de la Real Academia Española.
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
_
_