Peter Wohlleben, el guardabosques más famoso del mundo: “En las ciudades, a los árboles se les trata como mobiliario urbano”
Autor de ‘La vida secreta de los árboles’, superventas que ahora se reedita y en el que defiende la capacidad de estas plantas de comunicarse entre sí
Activista medioambiental y conocedor de los árboles. Así se define hoy Peter Wohlleben (Bonn, 60 años), y no como agente forestal o silvicultor por una sencilla razón: “Ya no gestiono bosques. No tengo tiempo”, explica en conferencia vía Zoom desde su casa en Hümmel, una pequeña localidad a una hora de la ciudad de Colonia. Wohlleben vive dedicado en cuerpo y alma a dar a conocer la verdadera naturaleza de los bosques desde la academia forestal que creó en 2014 en Wershofen, a menos de cinco kilómetros de su casa.
Es algo así como su segunda vida, después de más de dos décadas trabajando como guardabosques. Inició su carrera al servicio del Gobierno de Renania-Palatinado en 1987. Pero, poco a poco, su visión profesional del bosque como realidad explotable fue cambiando, hasta aborrecer el sistema de gestión impuesto por las autoridades, basado en la tala masiva de árboles centenarios usando maquinaria pesada para replantar luego pinos perfectamente alineados.
A partir de ahí, Peter Wohlleben libró una larga y audaz batalla con lo que él denomina “el lobby forestal alemán”, al negarse a tratar a los árboles del bosque en plan “ganadería industrial”, y acabó por dimitir de su puesto en 2006. Cuando estaba a punto de abandonar Alemania, el alcalde de Hümmel le confió a título personal la gestión de las 1.200 hectáreas del bosque local de hayas, hasta entonces a cargo de las autoridades forestales de los länder. Wohlleben aplicó una línea mucho menos intervencionista. Dejó de usar insecticidas y recurrió a caballos para el transporte de madera. La batalla le dejó agotado, y la carga de trabajo le provocó una profunda depresión que requirió tratamiento psicológico. Su esposa, Miriam, le animó a dejar por escrito todos sus conocimientos sobre bosques. Así surgió La vida secreta de los árboles, publicado en 2015, del que ahora edita Lunwerg una versión en forma de cómic.
El libro se convirtió pronto en un superventas, y Wohlleben pasó a ser una celebridad internacional. Basta echar un vistazo a la página web de su academia forestal para comprobar las muchas lecturas, conferencias, cursillos y seminarios que imparte con éxito de público. La lista de actividades que propone es considerable. Por ejemplo, se puede reservar una velada nocturna en el bosque por 249 euros. O simples paseos diurnos a precios más módicos. ¿Es preferible la explotación turística de los bosques a su uso maderero? “Es un tema muy debatido también aquí, sobre todo por el lobby forestal”, señala Wohlleben. “Se quejan de que puede acabar masificándose la visita a los bosques. Pero lo verdaderamente peligroso es lo que hace la industria forestal, que introduce máquinas que pesan hasta 17 toneladas y comprimen el suelo bajo los árboles. Dicho lo cual, no estoy en contra del uso comercial de la madera, pero me gustaría que se hiciera de manera más cuidadosa. La gente que viene a pasear por el bosque los domingos al final se involucra más en el bienestar de los árboles”.
Su libro contribuyó de forma decisiva a difundir investigaciones como la de la canadiense Suzanne Simard, profesora de Ecología Forestal en la Universidad de Columbia Británica, que descubrió en los años noventa la existencia de una gigantesca red formada por las raíces de los árboles y el micelio (hongos asociados a ellas) que permite a estas criaturas del bosque comunicarse entre sí e intercambiar nutrientes o incluso señales de alerta. Es lo que Simard denominó en un artículo publicado en la revista Nature una especie de internet vegetal (Wood Wide Web). Pero esa visión de los bosques, considerada por algunos científicos como demasiado antropomórfica, causó polémica. “Hay transferencia de azúcares y otros nutrientes entre los árboles e incluso entre las plantas que los rodean, eso se ha probado”, precisa.
Nadie duda de que preservar los árboles es esencial. Pero desde tiempo inmemorial, los humanos usamos el bosque para recoger alimentos, medicinas y madera. Eso ha acabado con la práctica totalidad de los llamados bosques primarios o vírgenes en Europa y con muchos otros viejos bosques europeos. “Fíjese que hay cartas de hace 2.000 años en las que se dice que las ardillas podían atravesar España saltando de árbol en árbol de los Pirineos hasta el estrecho de Gibraltar”, comenta Wohlleben. Una cita conocida que le sirve para subrayar la importancia de plantar más bosques en un país especialmente afectado por el cambio climático y la desertización. “España necesita más bosques de especies resistentes al calor, como por ejemplo el alcornoque”, subraya.
Es menos entusiasta con la presencia de árboles en las ciudades. “Se los trata un poco como mobiliario urbano”, dice. “El ecosistema es frágil. Ya la ciudad en sí es muy estresante para ellos. Es calurosa y está iluminada por las noches, cuando los árboles necesitan también dormir. Lo ideal sería que se crearan pequeños ecosistemas como se hizo en Medellín en 2019, plantando más de 800.000 árboles. Crearon un corredor verde que ha permitido que las temperaturas veraniegas bajen entre 2 y 3 grados”. Tampoco le convencen los tradicionales parques. “Los veo, en general, como los zoológicos. Hay árboles de distintas especies y de diferentes continentes y no tienen nada que ver entre sí”, dice. Mejor tender a la uniformidad de especies y plantar las autóctonas.
Para un amante de los árboles tiene que ser doloroso ver cómo el cambio climático está provocando fuegos salvajes en los bosques del mundo entero, de Canadá a Portugal. “Esos incendios”, señala, “no tienen que ver con el cambio climático. La mayoría son intencionados, provocados por los hombres, así que lo que necesitamos son leyes más severas y mayor prevención, además de restaurar los bosques resistentes al fuego”. Pero la prevención no debe incluir la prohibición de acceso a la naturaleza. “Es importante que haya una conexión entre la gente y los bosques”, dice. Es la única manera de conocerlos y respetarlos.
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