Los Williams: “Más que racismo, vemos clasismo. Los negros que ganamos dinero estamos mejor vistos”
En busca de la fortuna que se les negaba en su país, Ghana, los padres de Iñaki y Nico Williams protagonizaron hace 30 años un increíble periplo por África y España hasta llegar a Navarra antes que sus dos hijos triunfaran en el Athletic de Bilbao e hicieran historia. Ahora relatan su epopeya
Cuando Félix Williams y María Comfort Arthuer empacaron sus bultos en Akim Oda, donde vivían en el oriente de Ghana, nadie les advirtió lo duro que sería el viaje ni cuándo llegarían a su destino. En realidad, tampoco sabían hacia dónde se dirigían. Simplemente querían salir de allí, dejar su trabajo de peluquera y electricista y recalar en un país de Europa, a poder ser, católico, la religión que profesaban, como España o Italia.
No sabía entonces María de dónde iba a sacar la fuerza que la ayudó a atravesar los 5.200 kilómetros que recorrió entre Burkina Faso, Níger, Argelia y Marruecos para intentar cruzar la frontera hacia Melilla. Emprendió un viaje que hoy no recomienda a nadie después de tragar polvo con 50 personas subidas a una camioneta en el Sáhara como ganado, caminar a pie la mayoría del trayecto, sentir que tus huesos son astillas de fuego en la arena y no saber, cada día, si saldrás vivo de la travesía.
Pero lo logró, como cuenta Los Williams, el documental de Raúl de la Fuente recién estrenado en cines. Hoy dice que la respuesta la tuvo en su vientre durante todo el trayecto, como relata a El País Semanal en su casa de Bilbao, donde vive hoy con su marido. La conoció al ser acogida en Melilla después de haber roto sus pasaportes, como les indicó un abogado que les aconsejó que dieran la siguiente versión: en vez de Ghana, escapaban de la guerra en Liberia. Así podrían acogerse al estatuto de refugiados.
Allí se enteró de que estaba embarazada de tres meses. Poco tiempo después los trasladaron a través de Cáritas a Bilbao, donde los acogió Iñaki Mardones, un cura voluntario de la organización en la sección de migrantes. Allí, en el hospital de Basurto, nació su hijo. Lo bautizó con el mismo nombre del sacerdote, quizás para dar así la bienvenida a este vasco engendrado en África que años más tarde cambiaría la historia y los esquemas del Athletic Club, junto a su hermano, Nico.
Tiempo después le contaron detalladamente sus padres a Iñaki aquel viaje. Quedó impactado. “Yo tenía 18 años cuando me enteré. Ellos se jugaron la vida y dejaron todo atrás por un futuro mejor. Cuando supe esto pensé: mi madre es una guerrera y yo no puedo resultar menos, tengo que hacer cuanto esté en mi mano para darles un futuro mejor”.
María sospechó más bien pronto que el chico podría ser jugador de fútbol. “Yo fui atleta en mi país, y Félix, futbolista. Por las patadas que me daba en el vientre cuando estaba embarazada, estaba claro a quién salía”, dice. A su padre, que es discreto y no le gusta el foco, aunque disfruta igual del éxito de sus hijos. Lo que no sospechaba era que, en vez de uno, con el tiempo serían dos los deportistas a los que alumbraría: Iñaki y Nico Williams, una pareja de símbolos del fútbol moderno que desafían con su juego, su actitud y el peso heredado de la peripecia de sus progenitores un buen puñado de elementos, debates y contradicciones, conceptos que a veces a ellos les resultan confusos también, como el de la identidad. “Tenemos un poco de cacao en ese sentido”, asegura Iñaki, el mayor, a sus 30 años. “Ghana está muy presente en nuestra casa. Por suerte, yo los represento en la selección y tengo que viajar a menudo para reunirme con mi familia, abuelos y ancestros”, cuenta el futbolista.
Eligió la selección africana porque se lo pidió su abuelo paterno, George, pastor del movimiento pentecostal, y no quiso defraudarlo. Llegó a verlo jugar con la camiseta de su país. En Ghana también se siente algo diferente Iñaki. La extrañeza ante los entornos le ha acompañado toda la vida, pero también una capacidad proverbial de adaptación al medio. “Al principio también me sentía diferente en Bilbao. A eso me acostumbré porque durante años era el único negro en el Athletic. Ahora somos cuatro. Pero el cacao persiste: me siento de Ghana, de Bilbao, del País Vasco, pamplonica, por supuesto, llevo la multiculturalidad muy asumida: soy, sin duda, ciudadano del mundo”.
En ese resumen apresurado anda la lucha de sus padres, como en casi todo lo que les mueve con los valores que Nico destaca: “Nos transmitieron siempre humildad, ese es el pilar de nuestra familia, somos así en todo y afrontamos las cosas desde esa manera de ver el mundo con valentía y mucho trabajo”. Con esas virtudes y mucho agradecimiento aceptaron sus padres la ropa, los muebles, los biberones y hasta la cuna que les dieron al llegar.
También los trabajos: primero en Sesma (Navarra), dentro de un matadero de pollos para Félix. Después decidieron que él se fuera al Reino Unido a seguir labrando futuro —y donde trabajó hasta que la familia entera se mudó a Bilbao— y que ella se quedara en Pamplona para criar a Iñaki en la ciudad, con el colegio de los Escolapios a mano. “También trabajando duro en todo: en el aeropuerto, en un supermercado y una cadena de pizzas…”.
Vivian en el barrio de Buztintxuri, toda una colonia inmigrante. El mayor crecía con pautas marcadas y mucha escasez. Cuando nació su hermano, ocho años más tarde, se ocupó de él a todas horas: “Iñaki siempre me ha ayudado a tope. Es muy responsable, con ocho años de diferencia cuidó a Nico, lo traía y llevaba al colegio, lo esperaba a la salida y después se iba a entrenar. Ha hecho mucho por la familia, ha soportado una carga muy fuerte desde niño. Por eso es un líder. Tiene buen corazón, no se peleó nunca con nadie. Es una maravilla, un ángel para mí”, asegura su madre.
Lo asumió con sentido del deber y naturalidad, sacando de dentro una fuerza y un poder de convencimiento enormes que ayudaban a consolar a su madre cuando a veces no podían pagar la luz, la calefacción o el agua. Él le decía que algún día aquella miseria se acabaría. Sabía que llegaría a ser futbolista. No tenía la certeza de a qué nivel, pero sí de poder intentarlo. “Eran sueños de niño, que se cumplen o no, pero cuando llevas eso tan dentro de tu corazón, puedes con todo”, dice su madre.
Las estrecheces, la necesidad son, a menudo, el mayor motor. “Creía en mí, mi familia también, habíamos pasado penurias, pero siempre tuve fe, veía mis condiciones y tenía esperanza en poder lograrlo. Primero fueron sueños, cierto, pero al entrar en el Athletic supe que, si llegaba al primer equipo, no podía fallarles. Gracias a Dios, a mi esfuerzo y a rodearme de gente buena lo cumplí y pude dar a mi entorno una vida mejor”, dice Iñaki.
El físico también empujaba. De eso se dio cuenta primero quien lo vio jugar en la calle con sus amigos y llamó al timbre de su casa. Era un entrenador del equipo de fútbol del Club Natación de Pamplona. A través de una vecina que lo conocía, convencieron a María para que le dejara apuntarse allí. Después pasó al Pamplona y, de nuevo, un agente se interesó por él. A Félix Tainta, todavía hoy a la vera de los dos hermanos, le sorprendió lo que —estaba convencido de sobra— iba a marcar en el futuro la diferencia de aquel chaval en el mundo del fútbol: “Su velocidad”, asegura. “Era un portento físico, tenía carencias, pero sobresalía en algo que iba a distinguirlo totalmente de los demás: cómo corría”. No se equivocó. Iñaki Williams tiene hoy el récord de velocidad en la liga. Lo marcó por una carrera en que alcanzó un pico de 35,7 kilómetros por hora el 9 de mayo de 2015 ante el Deportivo de La Coruña.
Tainta le entregó aquel día una tarjeta y le dijo que quería hablar con su madre. “Me costó algo convencerla, pero soy muy perseverante y a la tercera conversación conseguí que confiara en mí”. María lo recuerda, pero no sabe exactamente qué le cautivó de Tainta para trabajar con él. “Fue mi instinto, por su manera de hablar supe que podía fiarme de lo que decía y así ha sido hasta hoy. Ni él nos iba a engañar ni yo, después de lo que ha hecho por nosotros, iba a cambiarlo por nadie. Ahora somos familia”.
María confió a Tainta los dos diamantes que había labrado y formado. Después de convencer a la madre, él quiso saber qué podía esperar de Iñaki: “Tuvimos una conversación importante. Me impresionó aquella seriedad y atención en un chaval de 14 años. No parpadeaba, escuchaba con mucha concentración, me impresionó su madurez”. Hablaron claro. Iñaki se comprometió a trabajar a fondo para cumplir su sueño con los pasos que aquel nuevo cómplice en su vida le marcara y el agente prometió lanzarlo hacia arriba. Y así lo hizo: “Del Pamplona pasó al Athletic con un contrato normalito en 2012. El dinero no nos parecía la prioridad. Lo fundamental para mí era que se formara como futbolista en Lezama, la escuela del Athletic”, asegura Tainta.
No mucho más tarde, Iñaki empezó a acumular récords en categorías juveniles. De goles y de estadísticas. Su escalada resultó meteórica. “Yo les decía que marcaría época”, recuerda hoy su representante. Algunos desconfiaban. Pero hoy nadie le quita la razón. No solo en registros deportivos, también en cuanto a razones simbólicas. Para un club cuyo mercado está delimitado y reducido al admitir solo a futbolistas nacidos en el País Vasco o Navarra o de ascendencia vasca o navarra, antes de que Iñaki llegara sus dirigentes no habían pensado que, dentro de esa condición, algún día se encontrarían con personas de origen africano. “Eso los llevó a replantearse límites. Hoy juegan cuatro futbolistas de esa procedencia en el primer equipo [los otros dos son Álvaro Djaló y Adama Boiro]”.
Además, Tainta sabía que lo que realmente acabaría deslumbrando a los responsables de la entidad era la personalidad del chico: “Yo lo tenía claro. Además de su figura deportiva, lo que les cautivaría sería su carácter”. Hoy, Iñaki luce uno de los cuatro brazaletes de capitán rojiblanco, reservados estrictamente y por tradición a quienes más tiempo llevan en el equipo: en su caso, 10 años justos desde que debutara en diciembre de 2014 por orden de Ernesto Valverde, el entrenador, ante el Córdoba. En pocas cosas ha cambiado. “Aparte de romper registros, era una esponja. Esa manera de aprender, esas condiciones físicas auguraban un 100% de éxito. Pero, además, en lo que le insistí fue en dejar claro lo que a mí más me impresionaba: su forma de ser”, asegura el representante.
Hoy, tal como cuenta el escritor Galder Reguera, responsable de actividades en la Fundación Athletic Club, “Iñaki es un ascendente en el vestuario. Lo que más valora nuestra afición es el esfuerzo. El talento se supone en todos los que llegan, pero la capacidad de sacrificio es lo que para los seguidores del equipo marca la diferencia porque es contagiosa. La habilidad natural es personal; el esfuerzo, si se transmite en el campo, deriva en algo colectivo. Y eso, Iñaki, lo demuestra siempre”.
Se trata de una actitud que conecta con su experiencia dura y la conciencia clara, labrada en la dificultad, como confiesa Iñaki Williams: “Lo que nos ha tocado vivir y lo que somos representa el ejemplo de miles de inmigrantes cuyos padres llegan a España después de pasar penurias. Pero nosotros hemos tenido la mayor de las suertes. Poder disfrutar de lo que nos gusta desde pequeños. Por tanto, tenemos una gran responsabilidad frente a todos esos niños que sueñan con poder ser algo, convertirse en futbolistas o cualquier cosa a la que aspiren. Ante eso debemos representar un ejemplo de actitud, lucha y entrega. Nuestros padres nos dieron la oportunidad de tener una educación, una casa, una manutención que ellos no pudieron disfrutar y la hemos aprovechado”.
Nico Williams lo escucha y asiente mientras añade: “Nuestro caso representa bien lo que supone ese viaje de la inmigración. Lo que conlleva de adaptación y aceptación. Podemos ser una voz que abra puertas al futuro”. Sobre el suyo, pocos dudan de que crecerá aún más. Después de su explosión tras ganar la Copa del Rey y, sobre todo, en la Eurocopa con la selección española, todo el continente anda detrás de él. Además de la del Barcelona, ha rechazado ofertas del Chelsea, el Arsenal y el Paris Saint-Germain…
Ante el fenómeno, el Athletic renovó su contrato con una cláusula de 58 millones de euros y un sueldo cercano a los cinco. Quien lo quiera, tendrá que pagar el total de esa cifra. Muchos clubes doblaban y hasta triplicaban la suma de su sueldo, pero ha decidido quedarse un año más: “Pasará lo que él quiera que pase”, dice su agente. “Este verano reventó y todo le vino en muy poco tiempo. Necesitaba cabeza fría para pensar, prepararse psicológicamente para lo que le espere lejos de su entorno y su familia”, asegura Félix Tainta.
El representante y su hermano le han sabido guiar en este momento crucial que atraviesa su carrera. “Hay que saber lo que uno quiere, yo estoy muy feliz aquí”, dice Nico. “Creo que mi familia también. No ha sido una decisión fácil, al final tienes que saber distinguir entre el precio y el valor de las cosas. Poner en una balanza lo que te importa de verdad. Esta vez escogí quedarme más tiempo con mi familia, con mis amigos, en Bilbao, en mi casa”.
Iñaki solo le advirtió una cosa: “Es mi hermano y le ayudaré en lo que me pida. De lo que le ocurre a él me alegro tanto como si me pasara a mí. Este verano solo le dije: decidas lo que decidas, no te vayas a arrepentir al poco tiempo, no quería que se quedara con la duda del y si…, que no se dejara guiar por el ruido externo que pudiera hacerle creer que si no tomas la decisión correcta en ese momento te equivocas inexorablemente”.
No parece que haya sido así viéndole jugar a piedra, papel y tijera con su hermano y sonriendo junto a él y su madre mientras se toman las fotografías. Tampoco al posar el pasado septiembre por las alfombras rojas del festival de San Sebastián, donde se estrenó Los Williams, y después en la sala del BBK de Bilbao, en un pase al que acudieron casi todos sus compañeros de equipo. “Impresiona esto del cine, eh”, cuenta Iñaki.
Allí estaba también el director de la película, Raúl de la Fuente, y las productoras Rosaura Romero y Marias Recarte, de la productora Cero Coma, y Amaia Remírez, de Kanaki Films. De la Fuente lleva años inmerso en documentales que tratan la migración y relacionados con una de sus obsesiones: África. En la historia de la familia Williams veía un filón que contar y, también, una dinámica y una estética muy potentes. “Me fascina lo que ambos provocan en ese aspecto, me parecen dos espadas atravesando el campo rival”. También entendió que resultaban fundamentales para tender un puente entre el continente africano y el País Vasco: “Son referentes legendarios para la gente que quiere buscarse la vida aquí, con una historia genuina, insólita, nada normal”.
Se trata de un documental que, como advierte Amaia Remírez, “confronta profundamente las brechas de desigualdad”. Y asegura: “Es algo para lo que aún, incluso después de haberlo terminado, no tengo respuesta”. La película constata un buen puñado de luchas y desfallecimientos, rebosa dignidad y concluye con éxito. Efectivamente, nada normal. Una historia entre millones. Algo que sirva de inspiración con la advertencia de que, a tanto, solo llegan muy pocos elegidos. “¿Qué hubiera sido de ellos si sus padres no emprenden ese viaje?”, se pregunta De la Fuente.
Se habrían quedado allí y quizás vivirían de la pesca, como muchos niños en Ghana, conscientes de que, muchas veces, en el fondo del lago Volta y por los ríos de aquel país, habita el diablo. Por Europa, ahora, anda en plena calle y a menudo en los campos de fútbol, encarnado en bestias racistas. Por eso también, la película resulta ideal a la hora de utilizar el fútbol como pantalla para plantear retos calientes de la sociedad actual.
El racismo les ha tocado a ambos de cerca. Pero ven su situación como un espacio privilegiado para debilitarlo. “El fútbol es la mejor arma para combatirlo”, cree Nico Williams. “Se trata de un fenómeno mundial, lo sigue mucha gente y desde ahí se puede batallar en su contra. En la selección, tanto yo como Lamine Yamal, que somos de procedencias distintas, afrontamos nuestra situación y presumimos de color de piel con mucho orgullo, sabemos que podemos intentar frenarlo de alguna manera. El caso es luchar contra un mal que no debería ocurrir en esta época y queremos hacerlo de la mejor manera posible para evitar que nadie lo sufra. A mí no me afecta tanto por ser Nico Williams, pero sí a otra gente más vulnerable. Ante ellos tenemos la responsabilidad de que se sientan más protegidos, mejor cuidados”, añade.
Iñaki Williams incide en una ambivalencia del fenómeno: “Representa una línea fina para mí. Más que racismo, creo que es, sobre todo, clasismo. Los negros que ganamos dinero estamos mejor vistos que los que venden en la calle. Todo va unido. El fútbol en ese sentido es un altavoz muy poderoso, los niños con referentes como nosotros no se fijan en nuestro color, simplemente les gusta cómo jugamos y se ponen nuestra camiseta o la de Lamine… Podemos lograr así que muchas visiones cambien”, asegura.
Iñaki destaca cómo las autoridades del fútbol afrontan los altercados en campos: “Ya se han tomado actuaciones en contra de acciones racistas con multas o la prohibición de entrar en los estadios. Es una buena solución, aplicar castigos ante ese comportamiento. Si el mundo mirase hacia otro lado, volveríamos a dar pasos atrás en ese sentido. La liga lo está haciendo muy bien, dispuesta a curar la herida que aquí se manifiesta como reflejo de la sociedad”.
El mayor de los Williams contempla también preocupado el ascenso de la ultraderecha en Europa. “Es una realidad y da que pensar. En gran parte se debe a la ignorancia, creo. La gente se queda con que la inmigración representa un problema, cuando no lo es en absoluto. Y mucho menos el número uno entre la ciudadanía. No sabría cómo atajar esa sensación que muchos tienen, pero creo que el impulso sumado de las acciones de la buena gente y de quienes podamos combatirlo como altavoz debería ayudar a dar pasos adelante en ese sentido, no atrás. Denunciar, ser activos contra los discursos de la extrema derecha y el odio al diferente”.
No todo el mundo en ese ámbito anda dispuesto a comprometerse. La ley implacable de los juicios en las redes sociales abruma y coarta. Nico Williams lo sufrió hace tiempo, a raíz de algún fallo en el campo, y decidió salirse. Ahora se ha reconectado, después de aprender a relativizar lo que allí se vierte. “Yo entiendo a quien quiera hablar y también a quienes callan porque te pueden caer muchos palos”, asegura el hermano menor. “Lo dejé y he vuelto. Ya no me afecta, pero lo hizo. Entonces era muy joven, no sabía cómo actuar ante semejante avalancha. Ahora no me hace daño lo que diga gente que no me interesa. Sobre todo, si te juzgan por ignorancia o por hacerte daño. No debemos darles bombo. Sí, en cambio, a la opinión de quienes te importan, es más, esforzarnos por estar a la altura para ellos. No podemos gustar a todo el mundo, muchas veces los futbolistas sufrimos esa presión. Si pierdes un partido van a machacarte. Todos cometemos fallos, pero hay una línea entre la crítica constructiva y el insulto”.
Eso anda lejos de la alegría y el sentido positivo de las cosas que ambos intentan transmitir. En el caso de Nico, como una marca muy evidente: “No soy consciente de que contagie tanta alegría, pero me gusta que sea así, soy feliz y lo notan, es normal”. Causa furor. “Más con los churros esos que lleva en la cabeza y lo que llaman la atención”, señala su hermano.
Así como Iñaki se cruzó en el camino de Félix Tainta, a Nico, el agente prácticamente le ayudó a criarse. Lo conoció junto a su hermano mayor y rápidamente se dio cuenta de sus posibilidades: “Es otro tipo de jugador, muy diferente a todo desde que empezó a deslumbrar en las categorías inferiores del Pamplona, el club en el que también militó su hermano, y en Osasuna, después. Su paso al Athletic estaba cantado, fue de lo más natural una vez sabían lo que significaba tener a un Williams en el equipo. Lo quisieron rápido”.
Agradecidos están en el club, además, por su decisión de quedarse un año más. Así lo admite Galder Reguera. También que la llegada de los Williams a la institución ha supuesto en esta época un revulsivo para la ciudad. Y un elemento social integrador: “Se vio en la celebración de la Copa del Rey con las banderas que ondearon aquel día por la calle y acompañando la gabarra por la ría. Las había de varios países del Magreb y de toda África. Era la primera vez que el colectivo inmigrante hacía también suya una victoria del Athletic”.
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