_
_
_
_

Juan Antonio González Iglesias: “Nuestra época es más entretenida que esencial: grandes avances tecnológicos, pocas ideas”

Traductor de Horacio, Ovidio y Catulo y ganador de premios de poesía, este catedrático de Filología Latina ha llevado los clásicos a la calle. Convencido de que el mundo es hermoso y confuso, su ensayo ‘Historia alternativa de la felicidad’ rescata el legado de Marcial, Santa Teresa o Montaigne

Juan Antonio González Iglesias.
Juan Antonio González Iglesias.Ximena y Sergio
Anatxu Zabalbeascoa

En las paredes de la Universidad de Salamanca están escritos los nombres de sus doctores. Del de santa Teresa de Jesús (honoris causa póstumo) al vítor de Juan Antonio González Iglesias (Salamanca, 60 años) que, en el Palacio de Anaya, donde está la Facultad de Filosofía y Letras, mira hacia la estatua de Unamuno. El catedrático de Filología Latina ha comprado una cafetera para la entrevista. No acierta a manejarla. Se ríe de sí mismo, pero se pone serio para hablar de felicidad.

¿Se aprende a ser feliz?

La felicidad, no la alegría, no es un estado. Es una actividad vital. Una tradición, ininterrumpida, por la vía alta de la cultura y de la popular la enseña. Que se nos olvide cómo ser felices forma parte del secreto de la vida. Cada vez que lo recuperamos empezamos de nuevo.

“Si nos acercamos con afán de atraparla, se aleja”.

Se parece al horizonte al que no llegas. A la perfección y la plenitud absoluta es mejor renunciar. No son cosa nuestra. La felicidad está vinculada al lenguaje, hay que darle vueltas hablando.

O no necesitar mencionarla.

Ese es el grado más alto. La felicidad interesa a filósofos y psicólogos, pero lo esencial lo han dicho los poetas. Las dos caras de la moneda que son el carpe diem, que nos anima a adueñarnos de lo bueno del mundo, y el Beatus Ille, que nos ayuda a alejarnos de lo malo, las acuñó Horacio, como moneda con anverso y reverso.

Decimos carpe diem sin saber latín. Y lo decimos mal.

Está tan mal entendido que ha acabado siendo lo contrario de lo que significa. No es lo que los teólogos describían como avaritia mundi. Es disfrutar de lo que tienes, una metáfora agrícola: disfruta de la fruta de temporada.

Juan Antonio González Iglesias, fotografiado en la Facultad de Filología de la Universidad de Salamanca.
Juan Antonio González Iglesias, fotografiado en la Facultad de Filología de la Universidad de Salamanca.Ximena y Sergio

¿Los clásicos nunca se van?

Veían más allá de sí mismos. El propio Horacio se dirigió a la posteridad. Tenían un equilibrio entre lo refinado y lo natural. La polis —lo que Unamuno decía cuando vivía aquí, que a 10 minutos tenía el campo—, les permitió tocar lo esencial del ser humano. Todo lo demás: tecnología, avances, abundancia… es accesorio. Nos hemos vuelto muy sofisticados tecnológicamente y acarreamos gran sufrimiento por alejarnos de lo natural. Los clásicos hacen una apuesta: tiran al mar una botella. Nosotros rara vez enviamos mensajes a los que vendrán porque priorizamos vender, comunicar, conseguir amigos. Estamos prisioneros de nuestro momento.

Tienen otro convencimiento: lo que le pasa a un ser humano nos pasa a todos.

A todos. Humanitas. Dieron a la humanidad la idea de que los seres humanos formamos un grupo. Que se puede enseñar a ser más humano: más amable, más tolerante, más compasivo…

¿Eso precisa educación o concienciación?

Autoconocimiento, que es el principio de la felicidad. Lo llaman virtus. La felicidad es una virtud. Se aprende. Y se enseña. Por eso son tan importantes los estudios de humanidades. No deberían ser optativos.

¿Las mujeres no eran consideradas humanas?

La humanitas es una idea y un proyecto. Incluye a las mujeres y a los esclavos, que estaban excluidos de la ciudadanía. Ese proyecto todavía no lo hemos cumplido, pero los filósofos griegos y los romanos sí vislumbran un modelo de humanidad entera.

¿La humanitas solo se puede defender desde el progresismo?

Es a la vez progresista y tradicional. Se ancla en el pasado, pero contiene la idea de progreso: conocer lo mejor entre lo que habían hecho los anteriores, no ignorarlo. Como proyecto es apasionante. Las mejores líneas políticas contemporáneas defienden al ser humano como parte de la naturaleza, sin separarlo.

Define nuestra época como menor.

Nuestra época es más entretenida que esencial: grandes avances tecnológicos, pocas ideas.

¿Qué otra época fue menor?

El final del Imperio Romano. Uno de sus avances tecnológicos, el códice, permitió antologías. En nuestro mundo solo lo ha permitido Google. San Isidoro hace las etimologías, que es una Wikipedia de la antigüedad. No tiene ninguna idea nueva, pero es una enciclopedia buenísima. Trabajamos igual que ellos: resúmenes que nos organizan el saber. Ellos ya no leían los grandes libros, leían resúmenes.

¿Repensamos pero no pensamos?

Soy categórico: hoy no hay grandes filósofos. Pero el conocimiento está repartido y, para vivir, estas épocas son mejores. Si fuera un filete estaría muy hecho. No en su punto. No hay ni un Miguel Ángel ni un Platón. Aunque esta época nos tiene que gustar porque es la nuestra.

¿Ansiamos tener razón sin haber pensado?

La felicidad es también comprender al otro que habita en ti. Los atenienses consideraban que, que otros piensen distinto, es bueno. Si tengo razón, no me importa que diga otra cosa porque lo voy a convencer. Y si no la tengo, salgo mejor, cambio de opinión. Eso lo hemos perdido. Como la pluralidad interior de cada uno. Aunque optemos por una vía, cada uno refleja la humanidad entera.

Juan Antonio González Iglesias, en la Facultad de Filología de la Universidad de Salamanca.
Juan Antonio González Iglesias, en la Facultad de Filología de la Universidad de Salamanca.Ximena y Sergio

¿Ha visto a alguien cambiar de opinión?

Me gustaría. Leí que Jimmy Carter era inteligentísimo, capaz de ver las cosas desde tantos puntos de vista que le resultaba imposible tomar decisiones. Trump es lo contrario: toma decisiones a lo bruto.

¿Somos un pueblo sometido al entretenimiento?

¿Hablas de España? ¿Occidente? ¿La sociedad? La respuesta es sí. No tenemos tiempo para matices. Vivimos en una época demagógica: el que más halaga a las multitudes, más consigue. Las multitudes, de las que formamos parte, no deberíamos querer eso. Las cosas claras las dijeron los romanos que no tuvieron miedo de hacer el mal y el bien que hubiera que hacer. Ordenaron el mundo. Y cargaron con ser unos cabrones. Para ellos el populus es el pueblo romano en su perfección: racional y ordenado. Uno de sus atributos es la majestad. Se la quedaron luego Augusto y los reyes, pero era atributo del pueblo. Esas mismas personas siguiendo modas, moviéndose por sus peores instintos… son vulgo. En el lenguaje del siglo XX es lo que Ortega define como masas: el medio millón de personas que, en cualquier ciudad, halagan a Stalin, Mussolini, al rey o la República. El pueblo bien organizado exige a los dirigentes que se comporten con decoro.

Define su felicidad cuando consigue decir algo como quería decirlo.

Mis momentos de infelicidad son más, como en cualquier ser humano. Pero no he dejado que la poesía entristeciera a mis lectores porque ya bastante tienen ellos. Es una de las cosas que me preocupan: que no todos tengamos la misma dosis de felicidad.

¿Cómo se mide?

Borges dijo: “No hay día que no seamos felices en algún momento”. Pero, claro, no hay día que no tengamos también miedo.

Habla de construir la felicidad. ¿Cómo decírselo a quien está en Gaza o enfermo?

Estar en un momento bueno y no comprender el malo del otro aumenta el daño. Pero nadie que esté mal va a estar mal siempre. La suerte puede ser buena o mala, la felicidad es lo que hacemos con eso.

Su Autorretrato: “Igual que un poeta arcaico celebro la pobreza y la riqueza. Porque son dones”.

Parece lenguaje religioso, pero es lo poco que tenemos para alcanzar lo que es más grande que nosotros. Necesitamos más poesía.

La poesía espanta a muchos.

Incluyo en ella lo que ilumina, el arte. Pero es verdad que ha sufrido un desprestigio.

A los que llenan estadios no los aplaude el establishment.

Ha sido siempre así: la línea alta y la popular se desprecian y se temen.

¿No dicen lo mismo?

No tienen más remedio porque hay cuatro cosas: el amor, la muerte, la belleza…

El miedo…

El miedo es sufrir antes. La confianza, disfrutar antes. Es muy básico todo.

“La amistad es una forma de amor que proporciona seguridad frente a los miedos”.

A pesar de que nace de la necesidad de ayuda, acaba siendo desinteresada.

¿La amistad solo es posible entre iguales?

Eso decía Marcial. Yo creo que hace iguales a las personas. Pablo García Baena, mi amigo más querido, vivió casi hasta los 100 años. Siempre sentí que teníamos la misma edad. Los clásicos manejaban la idea ascendente de la felicidad: una vejez mejor que la juventud.

¿Y usted?

Me gusta tanto la belleza de la juventud como la de las personas ancianas. Una vez me gustó tanto un profesor que hubiera querido dormir con él. Nada más. No todo erotismo es sexual. A la mañana siguiente me dijo: “Me quedé dormido con tu libro Esto es mi cuerpo”. Me dije: se cumplen las cosas.

¿Se gusta a sí mismo?

Si viera al hombrito que soy… vería cierto encanto. Ni el cuerpo ni la belleza, la mirada. Pero no soy ningún vanidoso ni un egocéntrico. El puñal para matar yo lo tengo.

¿Fue un niño feliz?

En la medida en que un niño puede ser feliz. Tengo la idea de que los adultos son más felices que los niños. No recuerdo una infancia difícil.

¿Ni por su homosexualidad?

No tengo la idea de ser un homosexual sino un hombre normal y corriente. No creo ser distinto. Tengo problemas y torturas, pero el amor no me los ha causado.

¿Qué le tortura?

Llevo mal el absurdo porque soy muy racional. Quisiera arreglar todo, diseñar todo… Las cosas mal hechas están mal.

Los orientales valoran la belleza de lo imperfecto.

En el poema todo es perfecto. Y fuera del poema… casi nada. Sufro con las imperfecciones del mundo. Y con las mías, claro. Soy un enamorado de Occidente, pero creo que la única manera de que nos hagamos una idea de cómo era nuestro pasado es fijándonos en los orientales, que no han roto con el suyo. Tienen tecnologías más avanzadas que las nuestras, pero no las han opuesto ni a la tradición ni a la naturaleza. No funcionan por opuestos. Occidente obliga a elegir.

Juan Antonio González Iglesias, en su despacho de la Facultad de Filología de la Universidad de Salamanca.
Juan Antonio González Iglesias, en su despacho de la Facultad de Filología de la Universidad de Salamanca.Ximena y Sergio

¿De dónde vienen las dicotomías excluyentes?

Creo que de Grecia. Cuando Aristóteles educa a Alejandro Magno surge una contracultura que son los cínicos: Diógenes en el tonel que no quiere ni poder ni riqueza. Esas dos líneas, el sistema y los antisistema, se mantienen: nos cuesta ver lo bueno en el otro.

¿Sus padres a qué se dedicaban?

Preservo mucho a mis padres. Más ahora que no están. Creo que no hace falta contarlo todo. Eran trabajadores sencillos y nobles.

¿Eran creyentes?

Más mi madre que mi padre. Pero yo creo en la inmortalidad y en la resurrección. Soy un cristiano cultural. No voy a misa. Aunque el Miércoles de Ceniza me gusta que me pongan un poco en la frente y me recuerden que soy mortal.

¿El punto de partida hacia la felicidad tiene que ser personal?

Individual. Escóndete al vivir es el mensaje esencial de Epicuro. La esencia de la felicidad vive escondida. La privacidad es una conquista. A mí charlar un ratito con alguien me renueva. Lo noto en las células. Pero estar solo es esencial. Dicho esto, no dejemos solo a nadie.

¿Se empieza a investigar sobre la felicidad desde la infelicidad?

El silencio la dificulta. Necesitamos que nos digan buenos días y decirlo. Es contagioso. La sonrisa es fundamental. La risotada ya no. Ha perdido el equilibrio y se parece al llanto. Pero la sonrisa es un atributo de la madurez, el fruto logrado de toda una vida, sufrimiento incluido.

¿Es un profesor benévolo?

Sí. De joven era duro. Tenía que demostrar cosas. También soy más benévolo conmigo mismo.

“Ni envidiado ni envidioso”.

Fray Luis de León dio clase aquí. Y las envidias universitarias lo metieron en la cárcel. A menudo quien te envidia es o tu familia, o tus compañeros… La envidia, ponerse triste por el bien del otro, es lo contrario del amor.

¿Identificamos pasión amorosa con felicidad?

Una gran trampa. El placer que proporciona es tan alto que deberíamos entender que lleva aparejado sufrimiento.

En una época de ansiedad generalizada defiende la rutina.

No yo, Gil de Biedma: “Empezar el año aprendiendo a ser casto y a estar solo”. Rutina viene de ruta. Le he dedicado mucho tiempo a la sexualidad y mucho a la castidad y no creo que sean cosas contrarias.

Escribió contra el matrimonio homosexual.

Ahora lo acepto desde la razón práctica. No como ideal. Me hubiera gustado una solución nueva, una ley estatal. Tengo la sensación de que las uniones civiles van a terminar extinguiéndose y ya no habrá alternativa legal al matrimonio. Para alguien que conoció la contracultura, opuesta a todo tipo de matrimonios, es causa de melancolía.

¿Sabemos querer? ¿Buscamos poseer?

Yo, como me dedico solo a lo de querer, soy feliz en el amor. También leyendo, pero al ser un animal muy básico… pues todo es lo mismo. Para mí el amor es posterior y superior al deseo. Igual que dormir juntos es superior al encuentro sexual. Siendo el encuentro sexual algo maravilloso.

Bastantes mujeres son incapaces de acostarse con alguien sin estar enamoriscadas.

Follar por follar no es muy femenino.

El deseo puede ser destructivo.

Eros es una revolución en la persona. Y como revolución tiene que desordenarlo todo. Pero ¿cuántas revoluciones puede haber en una vida?

¿Cuál es su idea de la felicidad?

Amar. ¿La tuya?

Mi idea de amar es “ama y haz lo que quieras”.

Muy bonito y arriesgado eso de Agustín de Hipona.

La de felicidad es no tener dobleces. Poder ser.

Eso cuesta también, ¿no?

Lo decía Fellini: “Poder decir la verdad sin que nadie tenga que sufrir”.

Es muy bonito. Pero es un milagro.

Probablemente signifique que le ponía cuernos a Giulietta Masina.

Esos líos tan italianos.

Insiste en la moderación.

Es un ejercicio. Para entrenarte tienes que contrariarte. Cada uno es su propio adversario.

¿Cómo ha aprendido a conocerse?

Leyendo.

Para muchos es un suplicio.

Eso es un fracaso nuestro. No de ellos. Y menos mal que, por una ley física, todo vacío tiende a ser llenado, surgen clubes de lectura. Son pocos los libros que nos producen felicidad como son pocos los verdaderos amigos. Pero la lectura transmite el conocimiento con lentitud e intimidad. Leo un poema de Safo y estoy con ella. Aunque nos separen milenios. Lo máximo es dormir juntos, pero lo siguiente leer juntos. Hay que reivindicar la paciencia y la timidez. Los tímidos son una especie de reserva natural de la especie humana.

“Estoy acostumbrado al fracaso, aunque sé que Juan Ramón Jiménez no tuvo más sustancia que la que tengo yo”.

Juan Ramón escribió: “Los dioses no tuvieron más sustancia que la que tengo yo”. Él estaba psiquiátrico arriba, psiquiátrico abajo, pero lo vio. No es arrogante. Es humano. En el cristianismo más ortodoxo, santo Tomás de Aquino dice: todos de alguna manera somos todo.

¿Cómo aprendió a perder?

Es bueno perder cuando toca. A mis alumnos les hace llorar el discurso de Leonard Cohen en el Príncipe de Asturias: “Tenemos que estar preparados para la gran derrota que a todos nos espera”.

¿Perdido el temor a la muerte se pierden todos?

La muerte es miedo puro, así que quitado el miedo… Wittgenstein pidió que les dijeran a sus amigos que había tenido una buena vida. Y no la tuvo fácil. El adjetivo feliz, como mordaz, o audaz, es activo. La persona feliz hace felices a los demás. Tira de ellos.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_