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Ultraderecha
Columna
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¡Larga vida a Vox!

La ultraderecha española está mucho menos solidificada que la francesa o la italiana, y por tanto es más fácil disolverla

Vox
PIERRE-PHILIPPE MARCOU (AFP / Ge
Javier Cercas

Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos. En plata: soy un ingenuo. Y usted también, lector amigo. Y seguro que lo fue hasta el mismísimo Rafael Alberti, a quien acabo de robar el inicio de este artículo. Todos un poco tontos, gente que cree que la política sirve para mejorar la vida de todos, para eliminar lo malo y fomentar lo bueno. Pero no: al parecer, la política de verdad no sirve para tal cosa. Ahí va un ejemplo.

Fuera de España me preguntan a menudo por Vox. Hasta hace poco, mi respuesta había sido siempre de una candidez terrible: si los españoles hiciéramos bien las cosas, decía, Vox podría ser un fenómeno pasajero y la ultraderecha volver a las catacumbas, de las que nunca debió salir. La explicación era más o menos la siguiente. Hasta 2018, cuando Vox irrumpió en el Parlamento andaluz, España era uno de los poquísimos países europeos sin la ultraderecha en las instituciones; esta ausencia provocaba una perplejidad universal, que algunos tratábamos de despejar invocando mayormente el recuerdo disuasorio del franquismo. Hasta 2018, ya digo. Adivina adivinanza: ¿qué ocurrió en 2017? Bravo: si a un extremo del ring aparece un bestia con un garrote, al otro extremo —no falla— aparece otro bestia con otro garrote; en otras palabras: el detonante de la aparición del nacionalismo salvaje de Vox fue el nacionalismo salvaje del otoño catalán de 2017, que a punto estuvo de llevárselo todo por delante. La primera vez que formulé esta evidencia me agraciaron con varios simpáticos calificativos, entre ellos el de criminal de guerra, pero no creo que quede ya nadie capaz de negarla. Ese era el primer rasgo esperanzador de Vox: se trataba de una ultraderecha reactiva, que podría neutralizarse neutralizando el problema que la detonó (o al menos atenuándolo). Pero hay más. A diferencia de lo que ocurre en algunos países muy próximos, como la Francia de Le Pen o la Italia de Meloni —no digamos el Reino Unido del Brexit—, en España el repugnante discurso antiinmigración carece de arraigo; también el estúpido discurso euroescéptico: España sigue siendo uno de los países más europeístas de la UE. En cuanto a la nostalgia del franquismo, puede que peque de optimista, pero me parece patrimonio de una panda de perturbados, y sus derivadas, como el antifeminismo o el antiecologismo, en el mejor de los casos una forma descerebrada de protesta visceral contra los errores inevitables de las dos revoluciones más urgentes de nuestro tiempo… Sea como sea, lo seguro es que la ultraderecha española está mucho menos solidificada que la francesa o la italiana, y por tanto es más fácil disolverla. Eso es lo que yo pensaba no hace mucho; eso es lo que, en mi tonta ingenuidad, andaba contando por ahí. Hasta que una vocecita me susurró al oído: “Un momento, chaval. Piénsalo bien: ¿de verdad nos interesa que desaparezca Vox? Me refiero a nosotros. A la izquierda. A los moralmente superiores a la derecha. A los que hemos levantado un muro frente a ella. ¿Nos interesa que Vox no exista? ¿Qué ocurriría si no existiese? Evidentemente, que sus votos irían o podrían ir a parar al PP, que ya no podríamos usar contra el PP el miedo a su alianza con Vox, que el PP podría llegar al poder y que nosotros tendríamos que pactar con él o volvernos a casa. En resumen, a nuestro país le interesa muchísimo que desaparezca Vox, pero a nosotros no nos interesa nada: si Vox desaparece, nos arriesgamos a perder el poder. Así que todos a una: ¡larga vida a Vox!”.

¿Ve como usted y yo somos tontos, amigo lector y votante como yo del Gobierno actual? Los listos son estos Maquiavelo de pacotilla que se pasan el día inventando argumentos según los cuales es bueno para todos lo que solo es bueno para ellos, que consideran que contra la derecha todo está permitido —engaños, manipulaciones, simplificaciones— y que quien protesta o lo niega es un facha, aunque los haya votado. No sé: a estas alturas me parece legítimo preguntarse si a esta gente le importa de verdad el futuro de su país, de la izquierda y de la democracia, o si lo único que le importa es el poder. Dejo a su criterio la respuesta.

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Sobre la firma

Javier Cercas
Javier Cercas nació en Ibahernando, Cáceres, en 1962. Es autor de 12 novelas que se han traducido a más de 30 idiomas y le han valido prestigiosos galardones nacionales e internacionales. Ha recibido, además, importantes premios de ensayo y periodismo, y diversos reconocimientos al conjunto de su carrera. Es miembro de la Real Academia Española.
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