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Palos de ciego
Columna
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La lección de Ripoll

Es falso que los inmigrantes vengan a Europa a delinquir: la inmensa mayoría viene a ganarse la vida

Una furgoneta de Aliança Catalunya de las elecciones catalanas del pasado 12 de mayo.
Una furgoneta de Aliança Catalunya de las elecciones catalanas del pasado 12 de mayo.Albert Garcia
Javier Cercas

Qué manía: los escritores no somos profetas. No lo fueron Homero, ni Shakespeare, ni Cervantes, ni Kafka, el último al que se han atribuido dotes adivinatorias (o el penúltimo: el último es Michel Houellebecq, pese a la evidencia de que sus novelas jamás han predicho nada); ni siquiera lo fue Virgilio, a quien muchos, en la Edad Media, consideraban un mago capaz de prever el porvenir en sus versos. No: bastante tenemos los escritores con tratar de entender el presente y el pasado como para, encima, tener que adivinar el futuro. Y, si no fueron profetas esos escritores capitales, mucho menos va a serlo un mindundi como un servidor.

Digo esto porque algunos lectores han observado que una novela mía publicada en 2021 y ambientada en 2025 gira en torno a una alcaldesa con cuyo éxito político aflora en Cataluña un discurso islamófobo hasta entonces ausente del debate público; en esa misma novela, un personaje afirma que lo que ha cambiado de veras Cataluña no fue el procés (“El procés lo único que hizo fue cambiar algo, muy poquito y muy anecdótico, para que nada esencial cambiase […] Para eso lo lanzaron los que aquí han tenido desde siempre la sartén por el mango, usando a la gente como carne de cañón”): lo que ha cambiado Cataluña, según él, fueron los atentados islamistas de 2017, perpetrados por un grupo de chavales de Ripoll… Pues bien, en 2024 ya tenemos en Cataluña una alcaldesa que no sólo ha conseguido gobernar en Ripoll —of all places—, sino que, al frente de un partido islamófobo (Aliança Catalana), ha obtenido en las últimas elecciones autonómicas casi 120.000 votos y dos escaños en el Parlament; y lo más importante: como la alcaldesa ficticia de mi novela, la alcaldesa real ha inoculado en el debate público una ideología embustera y repugnante que ya ha empezado a contagiar a otros grupos políticos. ¿Profecía? Bobadas: bastaba con seguir la línea de puntos. La islamofobia es uno de los ingredientes esenciales de la extrema derecha europea, y no había que ser un arúspice para prever que, tarde o temprano, acabaríamos importándolo (aunque Vox se alimenta de la xenofobia, igual que cualquier partido nacionalista, no ha convertido en bandera la islamofobia como lo ha hecho Aliança Catalana). Pero hay más. Los atentados de 2017 dejaron una herida sangrante en Ri­poll, una apacible localidad gerundense de apenas 10.000 habitantes, con uno de los índices más bajos de emigración de Cataluña, donde nadie entendía cómo era posible que siete muchachos en apariencia integrados —signifique lo que signifique esa palabra— hubieran perpetrado aquella masacre. Al principio, la reacción de las autoridades fue la correcta: tratar de averiguar qué había ocurrido y por qué había ocurrido; el problema fue que, como no les gustaron las conclusiones de los expertos (según las cuales en Ripoll y sus alrededores existía un caldo de cultivo que permitió o fomentó la aparición de los terroristas), optaron por ignorar la realidad. El resultado es Aliança Catalana. En otras palabras: si una herida no se limpia y se cura, acaba infectándose. Lo ocurrido en Ripoll debería servirnos de lección: los problemas no se combaten ocultándolos o ignorándolos; se combaten afrontándolos. Los discursos de Aliança Catalana y similares no se neutralizan demonizando a sus votantes y tratando de esconder a sus dirigentes, o de aislarlos; se neutralizan demostrando que esos políticos engañan y desenmascarando sus mentiras con datos y razones, en buena lid y en campo abierto. Es falso que los inmigrantes vengan a Europa a delinquir: la inmensa mayoría viene a ganarse la vida; es falso que los inmigrantes vengan a quitarnos nuestros trabajos: la inmensa mayoría viene a hacer los trabajos que nosotros no queremos hacer; es falso que nos estén invadiendo y empobreciendo: la verdad es que nos enriquecen, y que, en una Europa cada vez más envejecida, nosotros los necesitamos a ellos al menos tanto como ellos nos necesitan a nosotros. Y así sucesivamente.

¿Aprenderemos la lección de Ripoll? A juzgar por lo ocurrido en otros lugares de Europa, no creo que haya muchas razones para el optimismo.

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