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Pamplinas
Columna
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La palabra desmentir

Vivimos en un mundo que se preocupa por las ‘fake news’ —que, si no fuéramos tan cursis, se llamarían noticias falsas

ILUSTRACION - FAKE NEWS - NOTICIAS
francescoch (Getty Images)
Martín Caparrós

Las palabras, sabemos, se divierten mucho con nosotros. Juegan juegos burlones, maneras de decirnos que nunca las vamos a manejar del todo, que siempre son más listas. Los ejemplos abundan, nos desbordan. Están, sin ir más lejos, las palabras que empiezan con des. En general sirven para decir lo contrario de la palabra que desmontan: deshacer, por ejemplo, y desconvocar, descongelar, destrabar, desilusionar… Pero desmentir no es hacer lo contrario de mentir; es decir que alguien miente.

Su origen es obvio: des + mentir —pero entonces la acción debería ser una especie de reflexión: mentí y ahora desmiento o me desmiento, como quien se desdice. Y sin embargo nadie se desmiente a sí mismo: desmentir es algo que siempre se les hace a otros. Desmentir es decirle a alguien que ha mentido; es, como decían los clásicos, “lanzar un rotundo mentís” contra alguna afirmación ajena.

Y no lo hacemos suficiente. Vivimos en un mundo que se preocupa mucho por las fake news —que, si no fuéramos tan cursis, se llamarían noticias falsas. Parece como si hubieran aparecido ahora —con las redes sociales y la multiplicación inmediata tipo rata del discurso— y, sin embargo, en aquel mundo sin redes había noticias falsas tan influyentes como la de un gran diario neoyorquino que aseguró que Irak tenía “armas de destrucción masiva” y justificó con ese invento una gran invasión, o la de un presidente de Gobierno español que proclamó que los autores del peor atentado eran vascos de la ETA y trató de justificar con eso su reelección. La reelección fracasó, la invasión fue un desastre que aún colea, pero no siempre recordamos que su origen fueron esas noticias falsas.

Vivimos, entonces, en ese mundo que “ha descubierto” las noticias falsas no hace mucho, y no hace mucho para des-mentirlas. No me refiero a esa especie de disparate que sajones y sajonistas llaman fuck checking, esa paranoia que hace que ciertos medios, que emplean a periodistas en los que no confían, usen a otro periodista más barato para confirmar si lo que escribió el primero sobre el olor de las petunias en Vladivostok es absolutamente incuestionable. A mí me gusta tanto el fuck checking que he propuesto que se extienda a todos los oficios: que, por ejemplo, cuando un cirujano termine de operar, otro vuelva a abrir al paciente para asegurarse de que el primero no se haya dejado una gasa o una arteria suelta.

Así que aquí no hablamos de fuck checking sino de algo muy diferente: desmentir las falsificaciones. Y es curioso que los medios que se rasgan tanto las vestiduras frente a ellas no hagan con ellas sus portadas ni tengan un método sistemático y preciso para denunciarlas. Un ejemplo menor: ahora hay, en Buenos Aires, un presidente que repite en cada discurso que “hace 130 años la Argentina fue la primera potencia mundial”. Es falso, redomadamente falso. Pero los medios lo reproducen con una prescindencia que debería avergonzarlos —en lugar de señalar, cada vez que lo dice, que no es cierto y explicar por qué. O, sin ir tan lejos: en España hay dos o tres partidos y muchos miles de personas que parlotean y se movilizan para “evitar la dictadura [de Pedro Sánchez]”. Y, cada vez que alguien con peso o unos miles lo dicen, los medios lo reproducen como si fuera posible, en lugar de explicar qué es una dictadura, qué hace, qué impide, cómo funciona, cómo reprime —tomando ejemplos, digamos, de la historia propia— y por qué eso no sucede ni puede suceder hoy en España.

Digo: en nuestros medios nadie desmiente nada. Y una de las funciones principales del periodismo debería ser esa: des-mentir. Detectar la mentira, desarmarla. Si no lo hacen, se resignan a ser los portavoces o altavoces de un idiota o un falsario, siempre so pretexto de retratar la realidad. Pero retratan, en realidad, a un sujeto que intenta falsear la realidad; si no son capaces de ponerlo en evidencia habrá que preguntarse para qué cuernos sirven. Pregunta que, con cierta lógica, se hacen cada vez más personas en el mundo: cada vez menos creen en los periódicos, en el periodismo.

Parece tonto pero insisto: una forma de recuperar cierta credibilidad consistiría en tener una sección cotidiana que reuniera todas las mentiras y medias verdades que inundan el debate público y las desarmara con datos y explicaciones muy precisas. Y que, al publicar notas donde alguien dice esas mentiras, las subrayara en rojo o en azul para que el lector supiera que, si las cliquea, llegará a esa sección donde la falsificación se desenmascara, se desmiente. O algo así, no sé: algo que nos haga sentir que servimos para algo, no solo para quejarnos de que vivimos en un mundo lleno de fake news y qué penita, nosotros que somos tan buenos y nadie se da cuenta.

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