Prefijos odiosos
Casi todas las palabras amenazantes empiezan con el prefijo "des". Cuando yo era pequeña, y en este país existían el Sindicato Vertical y muchas posibilidades de tener varios empleos mal pagados y humillantes, antes de que Comisiones Obreras se infiltrara y de que, luchando contra infinitos obstáculos, empezara a moverles el piso a Solís y a Girón (los mayores saben de qué hablo), en busca de algo de justicia laboral... Cuando yo era niña, decía, la palabra funesta que amenazaba los hogares al acercarse estas fechas no era "desempleo", sino "desahucio".
Por echar cuentas rápidas, buscando en Google, el primer término registra unas 350.000 entradas. El segundo, más de cuatro millones y medio. Por cierto, alrededor de esa cifra se cierne el terror de ahora: puede que ese número de empleos sea destruido en los inminentes malos tiempos.
De modo que el fantasma de la Navidad de mis más que verdes tiempos regresa de nuevo para muchas familias. La cesta de este año va cargada con palabras que empiezan por "des". Como desesperanza, con el sufijo "des" antes de empleo. Y desahucio, para quienes no paguen la hipoteca o el alquiler, también. Como antes, sólo que entonces no podíamos pagar a pesar de que trabajábamos en varios curros agobiantes. Hoy es por haber perdido el que se tenía, o por no haber conseguido ninguno, o porque el que aún se conserva no da para mucho.
Por el camino han cambiado muchas cosas. La desfachatez de los que se enriquecen, por ejemplo. Siempre me pone la piel de gallina contemplar imágenes de agentes de Bolsa en trance de ponerse histéricos en lo que llaman el parqué (deberían llamarlo el cirqué), pendientes ellos de que una decisión política, un simple anuncio, a veces unas palabras veladas, sirvan para aumentar o, por el contrario, mermar las fortunas que representan, y sus correspondientes comisiones; y lo mismo con los llamados ajustes de empleo. Es un espectáculo tan obsceno y sangrante que debería ser prohibido: ahí, en ese recinto, nos están lidiando.
Veamos el caso de las grandes empresas periodísticas, unas al borde del abismo y otras caídas ya en él (las nuevas tecnologías, el descenso de la publicidad, la restricción de créditos, las decisiones inadecuadas, tomadas en inapropiados tiempos), con la consiguiente pérdida de puestos de trabajo y de espacios para la democracia. Sufren esta crisis los mejores del gremio. Pero hay quien se beneficia.
No se lo van a creer -o sí: no somos tontos-, pero Bloomberg, ese gigante periodístico-financiero creado por un millonario que luego se convirtió en el actual alcalde de Nueva York, ha aumentado sus ingresos. Vanity Fair -cuyos analistas siguen muy de cerca la crisis de la única prensa libre existente, la capitalista- ha contado recientemente, y muy bien, por qué Bloomberg engorda mientras los demás pierden no ya los michelines, sino la mejor musculatura de su cuerpo de trabajo y las más sustanciosas proteínas publicitarias con que mantenerla. La razón es muy sencilla: Bloomberg envía continuamente a sus abonados noticias financieras recogidas en todos los rincones del globo, no sólo actualizadas; también avanza posibilidades. Es la perfección: prensa capitalista que sólo habla del capital. Posee -nunca mejor dicho- equipo muy numeroso, que sólo un ingenuo llamaría Redacción: es una maquinaria engrasada por expertos económicos que nunca dejan de alimentar el estómago de los clientes. Los periódicos de información general han empezado a prescindir de sus equipos económicos, formados por periodistas: les sale más a cuenta comprar el paquete de noticias que ofrece Bloomberg. Los más avispados entre los ejecutivos del periodismo estadounidense ya están copando puestos en los cuarteles del nuevo tiburón triunfador -mucho más discreto y frío que Murdoch, quien no deja de ser un romántico-, listos para lamer culos.
El mundo actual, y sobre todo su economía, merecen, sin embargo, disponer de gente y de medios que sepan contarlo, tanto como de ciudadanos receptores. Siempre hemos sabido que debía ser así. Contar para comprender, comprender para reaccionar, reaccionar para movilizarse, movilizarse para cambiar el mundo.
Desinteresarse: otro vocablo desalentador.
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