Solo por curiosidad
El Papa está mayor, claro, pero se enfrenta a sus limitaciones físicas con un valor que admiramos sin límite los achacosos. Mírenlo, sosteniéndose sobre un bastón durante una visita a un centro pediátrico el pasado diciembre. Entre esfuerzo físico y esfuerzo físico, va perpetrando osadías de carácter intelectual cuyo alcance debe medir para evitar que lo envenenen (hay precedentes). Apenas unos días después de esta visita protocolaria, firmó un documento por el que se aprobaba bendecir a las parejas homosexuales. No se les permite casarse todavía, pero contarán a partir de ahora, si así lo desean, con la aprobación del Vaticano.
Parece una tontería, pero esta decisión significa también que los afectados (y afectadas, limitaciones del genérico) ya no irán al infierno. Y no ir al infierno, créanme, es un chollo. Lo sé porque, aunque yo no he entrado en él, él sí ha entrado en mí. Lo llevo en el alma desde que un cura de mi infancia nos explicó qué era la eternidad y lo que implicaba vivirla torturado por los hierros al rojo vivo que Satán se complacía en meter por los orificios del cuerpo de los condenados. Bien, eso se acabó para los amantes del mismo sexo. Enhorabuena.
Ahora me pregunto si la bendición se aplicará con efectos retroactivos y dejarán salir del averno a los miles o millones de personas que, debido a sus inclinaciones amatorias, ingresaron en él a lo largo de los últimos siglos. Son tantos que no creo que quepan de golpe por la puerta de salida. Habrá que establecer algo, no sé, un orden, unas prioridades. Nos gustaría conocerlas, por curiosidad.
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