Un hogar para el arte que fue crucificado por el poder, el miedo y la intolerancia
El nuevo Museo del Arte Prohibido de Barcelona aloja la colección de obras censuradas, atacadas o canceladas del empresario Tatxo Benet: de Goya a Picasso, de Mapplethorpe a Warhol y de Santiago Sierra a Ai Weiwei
Seguramente Tatxo Benet seguirá dándole vueltas en la cabeza a la idea de que, de no mediar tanto sátrapa, dictador temible o dictadorzuelo de tres al cuarto, político intolerante local, autonómico o nacional de turno, o gestor cultural temeroso de Dios o de las urnas, su Museo del Arte Prohibido no existiría. Queremos decir, oh paradoja, que este es un museo forjado por igual gracias a su tesón coleccionista que al de esos temibles personajes con poder prolongado o efímero cuyo lema favorito suele ser “esto lo arreglo yo en dos patadas” y en cuyos DNI suele leerse, aunque no lo ponga, “profesión: intransigente”.
Los dos centenares de obras censuradas, o prohibidas, o canceladas, o incluso atacadas que atesora en su colección personal el antaño periodista, después directivo de TV3 y empresas como Audiovisual Sports, Spanair y Mediapro (que sigue gestionando junto a su socio Jaume Roures), y hoy poderoso empresario de la comunicación con un patrimonio estimado de 240 millones de euros, son eso: frutos ya autorizados de antiguas prohibiciones. El abanico de incorrección y belleza provocadora es inabarcable: aquella foto del torero tuerto sacada de golpe y porrazo del paisaje urbano barcelonés por el pánico del Ayuntamiento a los antitaurinos (su autor es Daniel Ochoa de Olza), aquella pintura de una Virgen rajada en una exposición (Charo Corrales), aquel Cristo crucificado en el fuselaje de un caza de la aviación de Estados Unidos (León Ferrari) —el tema de la crucifixión se repite en varias de las obras expuestas: también aparecen brazos en cruz Raquel Welch, el payaso de McDonald’s y el Piss Christ del estadounidense Andrés Serrano—, aquel rey ficticio, sodomizado y de sospechoso parecido al rey emérito de un país llamado España (Not Dressed for Conquering / Haute Couture 04 Transport, de Ines Doujak, cuya retirada de una exposición acabó con una cascada de ceses y dimisiones, incluida la del director del Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona, Macba, Bartomeu Marí), aquel Francisco Franco encerrado en una máquina expendedora de coca-colas (Eugenio Merino), aquel Sadam Husein flotando en un tanque de agua (David Černý), aquellas fotografías salvajes y poéticas con las que Mapplethorpe entonaba su particular oda al sadomasoquismo…
Ahora Benet los ha sacado a todos de los almacenes donde los iba guardando desde hacía cinco años y ha desplegado a medio centenar de ellos en la Casa Garriga Nogués, un espectacular edificio modernista incrustado en pleno Eixample de Barcelona. Ai Weiwei, Andy Warhol, Keith Haring, Santiago Sierra, Robert Mapplethorpe, Banksy, Picasso (con la muy húmeda Suite 347), Goya (serie de los Caprichos), Gustav Klimt, Tania Bruguera, Ines Doujak…, todos juntos y revueltos bajo las molduras restauradas, las balaustradas y los altos techos de esta antigua mansión de banqueros construida entre 1899 y 1901 por el arquitecto Enric Sagnier i Villavecchia. La multinacional turista que colapsa Barcelona a cada rato va a adorar este museo.
“Cuidado, la intención del que censuraba o tachaba no parecía ser precisamente que todas estas obras se pudieran ver aquí, ¿eh?, sino más bien que nunca más se vieran”, bromea Tatxo Benet en su despacho del Museu de l’Art Prohibit (denominación oficial del lugar). “Yo creo que nunca pudieron pensar que podía pasar algo así, la verdad”. Aquí pueden contemplarse tanto ejemplos de censura política y social como religiosa o comercial, o militar. Con fronteras: “He intentado que no haya confusión con esto, por ejemplo, no considerar como ejercicio de censura lo que en realidad es la libertad por parte de una institución para contratar o no contratar una obra, o a un artista…, o no considerar como obra de arte censurada aquella que simplemente es una obra escandalosa. A menudo me ofrecen obras así y yo les digo que esta no es una colección de arte escandaloso, sino de arte censurado”, explica Benet, que asegura que “la derecha y la izquierda censuran igual, y no hay más que ver los casos que hay ahora de censura por cancelación”. Él se declara firme partidario de separar a los autores de sus creaciones: “Las obras no se pueden cancelar, las obras tienen que estar siempre a disposición de la gente, explicando quién es su autor y lo que ha hecho, y que la gente decida libremente si las quiere ver o no. Mi hija, por ejemplo, no está de acuerdo en que yo exponga aquí determinadas obras, y no vendrá a verlas. Perfecto”.
Una parte esencial de la colección que ha abierto sus puertas al público el día 26 es la que tiene que ver con la documentación de las obras y sus atribuladas biografías. “Lo que hemos hecho es que aquellas cosas que alguien con poder para hacerlo decidió un día que no se podían ver, la gente las pueda ver. Y además que las pueda ver en un contexto en el que convivan la pieza en sí y su historia, lo que le pasó. Para nosotros es tan importante una cosa como la otra”, explica el propietario de la colección, quien asegura que se trata de un museo único en el mundo, y que solo puede compararse en sus intenciones a la National Coalition Against Censorship (coalición nacional contra la censura), una oenegé estadounidense que dirige la profesora de historia y arte Svetlana Mintcheva. Un museo que tiene como biblia oficiosa el libro Censored Art Today (arte censurado hoy), del periodista y escritor británico Gareth Harris.
El visitante tiene acceso a una verdadera selva multimedia en la que conviven la pintura con la escultura, el vídeo con la instalación, el dibujo con la fotografía… y, probablemente, en un futuro, con la música (“hay cantidad de canciones que en su día fueron censuradas”, recuerda Benet).
Una evidente división en la museografía del lugar es la que atiende a las diferencias en lo que a valor artístico y cotización de mercado de unas y otras obras se refiere. De hecho, las hay con valor artístico cero y cotización cero…, aunque, bien pensado, los dibujos de los presos de Guantánamo que pueden contemplarse en el museo puede que tengan un valor artístico cero o casi cero, pero otra cosa distinta será su cotización de mercado. Y esa es otra de las madres del cordero de esta historia. No hace falta ser un dechado de imaginación ni de lógica comercial para concluir que, tras su paso por un lugar llamado “museo”, ser expuestas ante miles de visitantes, figurar en las páginas de un catálogo y ser objeto de artículos en prensa como este mismo, toda obra de arte —por muy prohibido que sea— incrementa considerablemente su valor de mercado.
Una evidente división en la museografía del lugar es la que atiende a las diferencias en lo que a valor artístico y cotización de mercado de unas y otras obras se refiere. De hecho, las hay con valor artístico cero y cotización cero…, aunque, bien pensado, los dibujos de los presos de Guantánamo que pueden contemplarse en el museo puede que tengan un valor artístico cero o casi cero, pero otra cosa distinta será su cotización de mercado. Y esa es otra de las madres del cordero de esta historia. No hace falta ser un dechado de imaginación ni de lógica comercial para concluir que, tras su paso por un lugar llamado “museo”, ser expuestas ante miles de visitantes, figurar en las páginas de un catálogo y ser objeto de artículos en prensa como este mismo, toda obra de arte —por muy prohibido que sea— incrementa considerablemente su valor de mercado.Todo empezó con la obra Presos políticos en la España contemporánea, del artista madrileño Santiago Sierra…, que sin embargo no está en el Museu de l’Art Prohibit. Se trata de un gran friso fotográfico de 24 retratos pixelados cuyos personajes son algunos de los líderes del procés, como Oriol Junqueras, Jordi Cuixart o Jordi Sànchez; los presos del caso Alsasua; los titiriteros de Granada acusados de enaltecimiento del terrorismo en 2016, o la pareja de anarquistas chilenos acusada de hacer estallar un explosivo en la basílica del Pilar en Zaragoza en 2013. En 2018, los responsables de la Feria de Arte Contemporáneo de Madrid (Arco) ordenaron descolgar la obra de las paredes de la galería Helga de Alvear. Tatxo Benet la había adquirido por 80.000 euros, apenas una hora antes, a través de un amigo de Madrid. “Me molestó que se dijese que yo había comprado aquella obra porque era independentista y que si quería hacer con ella tal y cual… No, cuando yo compro una obra censurada no tiene nada que ver con mi ideología. Todo esto se ha tergiversado mucho. El Mundo llegó a publicar una historia sobre que yo estaba coleccionando obras de este tipo y la tituló ‘La colección de arte para joder a España”.
El coleccionista catalán tiene esta obra cedida en el Museu de Lleida, su ciudad natal, “hasta que no existan presos políticos en España”, según sus palabras. Dicho en román paladino: si hay ley de amnistía —y así lo reconoce su propietario—, la obra podría salir del museo ilerdense e integrar el nuevo museo de Barcelona. Dicho, de nuevo, en román paladino: la actualidad política como una de las bellas artes.
Esa obra fue la auténtica palanca que dio origen a este nuevo templo del arte golpeado, censurado, tachado, cancelado, anulado, agredido, llámelo cada uno como quiera. Un lugar donde, definitivamente, nadie tiene derecho a establecer lo que es o no es buen gusto. Ni dónde se sitúa eso tan difuso de la frontera entre la falta de respeto y la libertad de expresión. Un lugar que es, como escribe Jorge Carrión en el catálogo del museo (El ensayo tachado): “Una máquina de generar preguntas: en el universo del arte, ¿está todo permitido? ¿Prohibimos prohibir? ¿Tu libertad acaba donde empieza la de otro? ¿Qué significa ofender, difamar, profanar a estas alturas de la historia? En el ámbito artístico, ¿la señal es lo contrario del ruido o la señal y el ruido construyen juntos la obra? ¿La censura la cancela o la impulsa?”.
¿Qué dirían de todo eso Cervantes, Buñuel, Goya, Berlanga, Caravaggio, Banksy, Nabokov, Miguel Ángel? ¿Eh, qué dirían?
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