Isabel Coixet y Sara Mesa exploran el deseo femenino sin clichés
En ‘Un amor’, la novela de la escritora que ha adaptado la cineasta a la pantalla, ambas se adentran en los territorios del deseo femenino junto a unos personajes desterrados de sí mismos para lograr una historia nada convencional, protagonizada por Laia Costa y Hovik Keuchkerian
En esta época de artificios huecos resulta todo un reto plantearse lo básico. El influjo de una montaña, el regreso del trueque como consecuencia —en principio— de la desigualdad, la humillación del poder, la exploración cauta pero decidida del instinto. Una huida, un refugio, una intemperie, un casero, un vecino, una gotera, un huerto, un amor… Conviene no vaciar de contenido lo fundamental, por muy alejado que lo percibamos. El frío, el abuso, la seducción. La esperanza, la decepción, los celos, la tierra, un perro con cicatrices, la resurrección, un cuento que desafíe los paradigmas…
Enigmas nada difusos, opresivos y liberadores, presentes, reales. Búsquedas de sentido y evidencias del sinsentido. Todo eso se revuelve en Un amor, la última película de Isabel Coixet, basada en la novela del mismo título que Sara Mesa publicó en 2021 en Anagrama. La obra competirá por la Concha de Oro en el Festival de San Sebastián, donde la escritora está deseando ver cómo se la toma el público. “Me intriga muchísimo comprobar las reacciones. La película es ambigua, tiene incluso menos concesiones con los personajes que la novela, arriesga bastante. La gente puede salir descolocada. Me apetece vivir ese nuevo capítulo, aunque desde otro lado, porque ahora le toca más a Isabel”, afirma la escritora.
No lo hace agradecida porque nos encontremos en casa de la cineasta catalana después de la sesión de fotos, ante una botella de blanco y un plato de jamón. Lo dice convencida y contenta con el resultado de lo que ha visto en pantalla. Sara Mesa le ha cedido a Isabel Coixet la historia y siente que camina en la misma dirección de sus intenciones. Pero la cineasta ha logrado con ella una película de su marca, aunque muy respetuosa con el espíritu del mundo que la autora inventó, llevándola a su terreno con una versión que nos retrotrae, entre otras cosas, a la bella y la bestia, protagonizada por Laia Costa y Hovik Keuchkerian.
Coixet no la leyó con intención de adaptarla, pero en sus páginas halló rastros de sus obsesiones. Sobre todo, los de unos personajes desterrados de sí mismos, fuera de sitio, en busca de su lugar, aunque este se encuentre en el vacío. Es un asunto recurrente en su cine, por no decir, su gran tema, si nos atenemos a La vida secreta de las palabras, Mapa de los sonidos de Tokio, Elisa y Marcela, Nadie quiere la noche, La librería, Nieva en Benidorm…
“Antes que espectadora soy lectora”, asegura la directora. “Me metí en el libro de Sara porque me gusta su estilo, los temas que trata y el punto de vista que emplea. Pero al adentrarme en sus páginas por segunda vez, de repente, aparecieron muchas imágenes. Pensé entonces en la película. Tampoco me planteé las intenciones que me hice a mí misma tras acabar La librería, en el sentido de que ya me resultaba suficiente escoger creaciones de otros y solo rodaría guiones originales. No, sencillamente, me hipnotizó, me atravesó y enseguida lo vi claro”.
No encontró la historia particularmente difícil de adaptar: “Una tiene que adentrarse en cosas que le tocan, aunque no sean completamente suyas”. Muchas obras escapan a menudo a las intenciones de sus autores y pasan a engrandecerse y a cobrar más significados en el ámbito sagrado de la soberanía del lector. “George Saunders, un autor que me encanta, dice que a veces los libros se revelan más inteligentes que las personas que los escriben”, comenta Sara Mesa.
Su intención en un principio se limitaba a contar la historia de una mujer que se va a vivir sola… Ni siquiera el campo era un factor a priori importante. “Luego van apareciendo ciertas resonancias. Se trata de alguien que se enfrenta a cosas imprevisibles aunque, al tiempo, muy normales. El poder del libro, creo, reside en cierta desnudez contada con naturalidad y eso, a veces, espanta a la gente”, asegura Sara Mesa. O la conquista y la entusiasma, como fue su caso, con este relato aparentemente sencillo pero radicalmente comprometido en indagar en lo profundo de la condición humana. “Entre otras cosas, toca la complejidad del deseo femenino, eso es lo que anda en el corazón de la historia”, asegura Coixet. “Yo no sé lo que es el deseo femenino, pero sí me atrevo a decir que, si esta película la hubiera rodado un hombre, habría resultado algo completamente distinto”, afirma Mesa. “Todo en ella queda conducido por el efecto del deseo, el sexo no es más que una consecuencia de ello”, añade.
Pero importante… Más en la versión cinematográfica que en el libro. De hecho, en él solo se describe el primer encuentro en un capítulo, mientras que Coixet triplica la apuesta e incluye en su película tres secuencias de época derribando clichés. “Yo tampoco sé lo que es el deseo, pero sí cómo debía representarlo y rodarlo en pantalla, y me siento muy orgullosa de lo que finalmente ha salido. Para mí eran fundamentales los tiempos de esa acción. Las elipsis, en qué momento cortar el plano para que sintamos que ha existido algo más allá de lo físico…”.
Y para ello ha contado con la completa entrega de dos actores como Laia Costa y Hovik Keuchkerian. El intérprete de origen armenio nacido en Líbano conecta plenamente con El Alemán, su personaje. “Los dos tenemos las cosas claras”, asegura. ¿Como qué? “Pues lo que debe ser tu abecé, tu rutina, elegir con quién compartes tu vida, entender que te levantas con el sol y te acuestas con la luna y que no puedes dar de comer caviar a los cerdos…”.
Metódico y práctico, Keuchkerian le dio a Coixet cinco versiones de El Alemán. “No es nada manipulador, sino claro, honesto. Muestra su vulnerabilidad con cuentagotas. Una cosa tiene clara: le dan asco quienes se dejan llevar por sus emociones”. De hecho, él las deja entrever mediante el cuerpo, y en este nuevo trabajo, el actor se ha adentrado en un terreno nuevo: las escenas de sexo. “Sabía que ese momento podía llegar en mi carrera”, dice el intérprete que protagonizó en un plantel colectivo la gran serie Antidisturbios, de Rodrigo Sorogoyen. “Para mí ha sido un trago, pero debo decir que ahí Laia me ayudó mucho y estuvo magnífica. Al final me había hecho tanto lío en la cabeza con eso que resultó todo mucho más fácil”.
Laia Costa supo utilizar muy bien su experiencia para calmarle a la hora de afrontarlas. “Son lo más de mentira a lo que te puedes enfrentar en el cine”, afirma la actriz. “Pero para que salgan bien resulta fundamental la confianza entre tres: el director y los dos actores involucrados”. En todas ellas, Keuchkerian debía mostrar un potencial animal, pero también un punto de vulnerabilidad equilibrado junto a la aparente fragilidad de Costa. Es decir, la comunión entre la bella y la bestia.
Y esta debía quedar patente en tres actos, según la actriz. Coixet creía en un principio que con dos bastaría. Pero fue Costa quien la convenció de que necesitarían otro. “Cada vez me da más pereza rodar secuencias de sexo”, comenta. Se debatió entre Laia y Nat (la protagonista). “Aunque para mí, como actriz, había sido un alivio en principio resolver las dos que estaban planteadas, sentía que el personaje necesitaba otra más con vistas al desarrollo de la historia”. Se lo propuso a la directora, incluso con una idea concreta. Coixet no se opuso: “Vale, vamos a probar”. Y de ahí salió una secuencia clave.
Costa se ha empeñado a conciencia en defender a la protagonista. Se enfrentó desde el principio al reto con una advertencia de Coixet que, por una parte, la asustó y por otra le puso bien las pilas. “En su primer correo, que lo tengo guardado, me escribe: ‘Prepárate para interpretar al personaje femenino más odiado de la literatura reciente…”, cuenta la actriz. Es algo que confirma Sara Mesa. “Mucha gente la detesta. Tanto hombres como mujeres la han sometido a cierto linchamiento”.
Coixet, además, la quería recrudecer despojándola de algunos argumentos a favor que pueden encontrarse en la novela y Costa tenía por delante una apuesta más que arriesgada. “Yo me enfrenté a dos visiones de Nat y quise quedar en medio para que tanto Sara como Isabel la reconocieran”, comenta. Lo logró. El trabajo de quien el pasado año ganó el Goya a la mejor intérprete femenina por Cinco lobitos ha asombrado a la escritora. “Es brillante, me enseñó cosas del libro que yo no había sido capaz de percibir. Por ejemplo, por qué ante unos Nat se defiende y ante otros se repliega. Se trata de una persona quebrada y esa quiebra es importante que los espectadores la vean. Laia se ha partido los cuernos para que ocurra así y me ha generado un problema: ahora la veo en los personajes femeninos que estoy escribiendo”.
Sabemos pocas cosas de Nat. Apenas que se dedica a la traducción y no tiene un clavo. Por eso decide trasladarse al lugar donde encuentra esa casa que se puede permitir pagar, asediada por goteras y grifos donde corre el agua turbia. Laia Costa se empeñó en comprenderla. Enterarse de dónde podían venir esos agujeros negros en su vida, esa necesidad de huida. La tristeza, cierta apatía, rastros de depresión, una falta de autoestima, el cansancio… Cargar con un personaje cuyas reacciones puedan parecer lejos de cierta lógica. “Traté de elaborar previamente un retrato clínico”, asegura la actriz.
Habló con expertos en trato con refugiados. Coixet sitúa a Nat antes de que llegue al pueblo donde se instala en centros de traducción con víctimas de abusos en sus lugares de origen. Ha vivido en el corazón de la tortura, conoce el sonido de la guerra y el golpe del maltrato. “Me adentré a fondo en esos mundos hasta quedar casi emocionalmente anestesiada. Pero debía entender en qué consiste la jerarquía del dolor. Después de estudiarlo a fondo, todo me parecía banal. Este papel ha sido, hasta ahora, el gran reto de mi carrera”, afirma Laia Costa.
Su trabajo la obliga a ser fiel al poder de los conceptos que Sara Mesa desgrana en su obra. “Una palabra equivocada puede arruinar la vida de terceros”, cuenta Costa. En eso, el libro entronca, entre otros referentes, con el destilado mundo de Álvaro Pombo, por ejemplo. “Una palabra no representa completamente la realidad. La dimensión del lenguaje en esta historia es muy fuerte”, asegura la autora. Pero eso, al cine, no se puede trasladar. De ahí que el trabajo de Laia Costa deba traducir en su rostro un montón de significados. Y lo logra. Sus gestos conllevan un metalenguaje y encarnan las descripciones conceptuales que Mesa incluye en sus páginas y la cámara de Coixet no podría transmitir si no es gracias al trabajo actoral.
Por eso también la cineasta tenía clarísimo el reparto de los protagonistas y del resto de los intérpretes, entre los que se encuentran Hugo Silva, Ingrid García-Jonsson, Luis Bermejo y Francesco Carril. A Hovik Keuchkerian no lo conocía personalmente, pero sí quedó asombrada por su trabajo en Antidisturbios. “Había momentos en la serie en los que estaba callado y despedía una presencia en sí hipnotizadora”, recuerda Coixet. También se empeñó en no dulcificar su presencia, sino en mostrarlo tal cual apareciera, con su metro noventa y sus 130 kilos. Un armario curtido con las cicatrices de los golpes que recibió en su etapa de boxeador. A la actriz sí la conocía tras haber trabajado con ella en la serie Foodie Love. “Haré la película si tú decides meterte en ella conmigo, le dije a Laia”, recuerda. Y según Sara Mesa, para la intérprete, la apuesta entrañaba mucho riesgo: “Concebí a Nat como alguien que se maneja con cautela ante los demás. Eso hace que el personaje, a algunos, no les caiga bien. Pero es que los personajes no tienen que caer ni bien ni mal”.
Esa crudeza ausente de concesiones es uno de los rasgos de Mesa que más convence a Coixet. “No le importa mostrarse nada complaciente, a mí el mundo Mr. Wonderful tampoco me interesa”, dice la cineasta. De hecho, define su nueva película así: “Una versión Puerto Hurraco de La librería”, aunque la obra con la que más entronca dentro de su filmografía, cree, es con La vida secreta de las palabras.
El campo no aparece como una arcadia rural. De hecho, es una consecuencia que muestra la pobreza de la protagonista. “Se va a vivir allí porque no puede permitirse otro sitio, si lo elige se debe a una cuestión económica, el libro habla del poder y la desigualdad. En la película queda claro. Nat se mofa del discurso bucólico. El escenario es importante, pero no hablamos de una historia sobre la necesidad de escapar al campo”, recalcan la escritora y la cineasta. “Siempre me pregunto de qué viven mis personajes. Cuánto cobran. Algo fundamental para explicar sus comportamientos: cómo afrontar el problemón de la gotera, el hecho de tener que aguantar a ese casero insoportable”, dice Coixet.
Un tema fundamental en la obra de Mesa son las interacciones sociales. “Me interesa describir cómo funcionan las comunidades y generan esas dinámicas perversas de exclusión, aunque vayan disfrazadas de buen rollo”, asegura la escritora. “Ese ‘te aceptamos pero que quede claro que no eres como nosotros y, además, estás vigilada’. Ese ‘no te creas que vas a venir aquí a darnos lecciones’. El peligro de lo suave suavecito, del que habla una autora como Marta Sanz”, comenta Sara Mesa. “Las microagresiones, esos toquecillos, ese no escucharse, la hostilidad cotidiana. Yo siempre que escribo hablo sobre el poder, sobre esa violencia que no se detiene, que cae como una gota malaya destructora. Lo pequeño resulta muy útil para explicar cómo funcionan determinados mundos, poseen gran potencial para expresar varios demonios”.
Coixet lo ha trasladado así a la pantalla: de forma sutil y monstruosa al tiempo, destrozando un catálogo de convenciones y sin contemplaciones salvo para personajes como Sieso, el perro que Nat adopta al llegar al pueblo. “No está maquillado, es intersex, cierto, un perro del que se dan poquísimos casos y no lo sabía al conocerlo”, comenta la directora. Aquellas cicatrices cruzadas en el rostro, esa huraña reserva le sentaban bien a una historia en la que debía producirse una comunión de intereses entre el animal y la protagonista. “Eran lo mismo, venían de traumas similares”, comenta Mesa. Fueron aspectos que ella vio en el guion desde el principio, aunque le intrigó sobre el papel cómo Coixet aplicaría ciertos cambios. “Yo siempre advertí de que no quería participar en el proyecto. Confié plenamente en Isabel. Me pareció que debía hacer su película. Al leer el guion encontré más cosas que me chocaron que luego cuando vi la película. En pantalla, cobraba sentido”.
El de la visión de una cineasta que, con un pequeño matiz, logra acercar cualquier historia a su propio mundo. “Para mí, ha sido un aprendizaje, lo veo como el trabajo de una directora de orquesta”, recuerda Sara Mesa. “Fui al primer pase de la película con respeto y cariño, porque ¿quién no coge cariño a esta mujer? Me presenté allí con la mejor actitud, aunque con la prevención de que podía no gustarme. Y, aun así, no hubiera habido problema”.
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