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Pamplinas
Columna
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La palabra pibón

Que se use un masculino para dar esa sensación de poder, de potencia de las jóvenes bellas es, en sí, una caricatura

Detalle del 'Nacimiento de Venus' de Botticelli.
Detalle del 'Nacimiento de Venus' de Botticelli.Getty Images (Print Collector/Getty Images)
Martín Caparrós

Compañeras ñamericanas, amigos, casi enemigos, despistados todos, les tengo una noticia que seguramente los sorprenderá —pero no mucho—: ínclitos españoles inventaron, hace unos años, una palabra, y deriva del argentino más profundo.

A mí me sorprendió, primeras veces, escuchar la palabra pibón. Al principio no sabía de qué hablaban. La palabra pibe forma parte de mi vida desde siempre: los argentinos decimos pibe como los españoles chaval, chavalo los nicas y los ticos, los mexicanos chavo, los colombianos chino y siguen firmas. Pibe, parece, viene del genovés, como buena parte de lo que es popular en la Argentina —incluido Boca Juniors—, y se usa desde fines del siglo XIX. “No debe haber en el habla porteña voz más cordial y cariñosa”, dijo un especialista, y, así, se usa para nombrar a los chicos en general, a los hijos en particular e incluso a los amigos: “Hoy ceno con los pibes del colegio”, puede decir un sesentón a su señora y, a cualquiera de ellos, “che, pibe, ¿me tirás un faso?”. Cuando empecé a trabajar en un diario, hace milenios, mi puesto era el que allá llaman “chepibe”: che pibe andá a llevar estos papeles, che pibe traeme un cafecito. Y la palabra tiene incluso su versión ilustre: aquella película de Chaplin que en inglés se llamó The Kid, en español El chico y en argentino El pibe.

Pibe —o piba— es una suerte de diminutivo cariñoso: por eso, entre otras cosas, me sorprendió encontrarlo cargado con un aumentativo. Pibón parecía una paradoja; pronto entendí que era otra cosa. Y entonces lo busqué: la RAE lo había definido primero como “mujer muy atractiva” y después, arrojada y atrevida como es, lo cambió a “persona muy atractiva”, que suena más correcto.

Pero un pibón fue, hasta hace poco, siempre una mujer y, casi siempre, una mujer henchida de despampanancia. Porque la palabra no se aplica a cualquier belleza: es, más que nada, la que avasalla, carne rotunda, formas decididas —de antemano. Un pibón es una hipermujer, una que cumple con la mirada dominante, que se deja dominar y nos domina. Y, sin embargo, nunca hubo “pibonas”: el femenino más supuestamente femenino es masculino.

Que se use un masculino para dar esa sensación de poder, de potencia de las jóvenes bellas es, en sí, una caricatura. Al principio le buscaba vueltas psi: nací, al fin y al cabo, en Buenos Aires. Decir que una hembra muy apetecible es un macho es un raro flirteo con la ambigüedad, ese modo tan moderno de los sexos. Pero, en general, pibón no suena moderno sino rancio: ¿era, entonces, una sombrita homo apareciendo en las fachadas machas, un clásico de ese hombrismo exacerbado que enmascara el terror al patinazo?

Pibón, además, se dice raro. Muy pocas veces —si alguna— lo he oído en segunda persona: Maripili, eres un pibón. Pibón es una de esas palabras que solo se usan en tercera, que se aplican a ausentes: las palabras cobardes. Es curioso que una forma de manifestar admiración no pueda usarse de forma manifiesta —porque sonaría bruta o brusca. Será que no es admiración sino esa forma de apropiación antigua de los hombres, que miden a las mujeres en función de sus apetitos y sus fantasías. Un pibón es, al fin y al cabo, un cuerpo que podría saciarlos —en sus sueñitos empapados.

Es eso: la palabra califica cuerpos, se ocupa de los cuerpos —y excluye lo demás. A nadie se le ocurre decirle pibón a alguien porque sea capaz de explicar la mecánica cuántica o salvar niños en Sudán. Quien dice pibón no habla de inteligencia u otras capacidades; habla, faltaba más, de carnes, referencia argentina. Por momentos me indigno, con perdón: que hayan usado la palabra pibe para armar este desbarajuste me enfurruña. Después me digo que es una tontería y me doy una palmada en la espalda y pienso en otra cosa.

Además, como todo, esta palabra pasará. Ahora hay una reacción, clásicamente socialdemócrata: no se trata de revisar el concepto sino de diluirlo. Algo así hizo el otro día una política de dizque izquierda cuando dijo que el todavía presidente ídem del Gobierno español “es un pibón”.

Normalizar en lugar de pensar: esa, parece, es la consigna del momento.

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