Clara Molloy, la francesa de origen español cuyos perfumes conquistan el mundo
Es cofundadora junto a su marido de Memo Paris, una firma que triunfa con esencias originales en las que importan tanto los acordes como las historias
Aunque Clara Molloy (París, 50 años) ha fundado una de las compañías de perfumería nicho más vibrantes del panorama, Memo Paris, en su historia todo comienza con la palabra. “De pequeña me pasaba horas y horas leyendo. La palabra es mi primera materia”, cuenta en un perfecto español que aprendió de sus padres, ambos catalanes que se instalaron hace décadas en Francia. Estudió Literatura en la Sorbona y trabajaba como periodista y editora —escribiendo poesía en sus ratos libres— cuando decidió hacer un libro sobre los narices que creaban las fragancias, 22 Perfumers: A Creative Process.
“Entonces todos conocían el nombre del gato de Karl Lagerfeld, pero no quién había hecho Shalimar”, dice sobre el clásico de 1925 de Guerlain. “Se estaba perdiendo la cultura del perfume. Te vendían un frasco con una toalla o fragancias que parecían un uniforme. Pero el lujo no es hacer algo que huela a manzana para que guste a los americanos o melocotón para los chinos, es algo más ambicioso”. Era 2007, el nuevo siglo despuntaba y en las estanterías de las tiendas triunfaban los aromas fáciles y literales que aspiraban a conquistar a un público masivo. “A raíz del libro, hablé con los departamentos de belleza de varios grandes almacenes y me preguntaron si conocía alguna marca diferente porque estaban buscando. Mentí totalmente y les dije que sí, que justo estaba en proceso de lanzar una”. Detectada la demanda, se asoció con su marido, John Molloy, que aportaba experiencia de años en la industria, y juntos dieron forma a Memo. Sus fragancias debutaron en Le Bon Marché, en la capital gala, y de ahí saltaron rápidamente a Harvey Nichols, en Londres.
Hoy la compañía se ha ampliado con las etiquetas Floraïku y Hermetica, está presente en 58 países y cuenta con una plantilla de 30 trabajadores entre París y Ginebra. “Yo nunca había trabajado con perfumes, pero vimos que había algo que no existía en el mercado y era triste dejarlo escapar”, añade. Sus fragancias no son figurativas, sino tremendamente abstractas. Todas parten de un destino, pero uno al que se viaja con la mente y a través de las palabras. Las historias son fundamentales en cada lanzamiento, tanto como las reinterpretaciones de cada esencia que imaginan los artistas con los que colaboran. “Desde el momento en que la descubrimos supimos que sería una gran marca para nuestro porfolio”, explican Pedro Ros y Guillermo Jiménez, fundadores de Boxnox y responsables de traer Memo a España. “Invitan a soñar a través de viajes, poemas e ilustraciones. Sus materias primas de suprema calidad y su visión fueron la combinación que buscábamos”, dice. El consumidor nacional, cuentan, está cada vez más formado en la cultura del perfume y se rindió desde el primer momento a la forma en la que Memo reutiliza la nota de cuero, combinándola con otros ingredientes, por ejemplo, en Italian Leather o Iberian Leather.
Poner el foco sobre la creatividad es una de las claves del éxito, defiende Clara Molloy: “Siempre que hay una obra de arte hay una parte de sorpresa, y eso es lo que buscamos en nuestros perfumes, que provoquen emoción. Partimos de lugares que son ideas llenas de magnetismo y de significados distintos para cada persona. Del viaje hasta llegar allí, que es similar al trayecto del perfume, porque evoluciona cuando lo empiezas a oler: desde algo floral y efímero hasta algo más profundo. Nos parecía que había una relación evidente entre geografía y perfume, entendidos ambos como movimiento”. Como directora creativa de la compañía, ella se encarga de decidir el destino para cada fragancia y de escoger tres notas que lo definan. También de narrar una primera historia que sirve de punto de partida para todos los artistas que participarán en el proceso, empezando por el nariz. En su último lanzamiento, Sherwood, colaboran la perfumista Juliette Karagueuzoglou y la ilustradora Maël Nozahic para ponerle aroma y colores al bosque de Robin Hood, “un lugar que es real, pero que a todos nos lleva al cuento”.
El sector de la perfumería nicho se ha transformado en los últimos 15 años, cuando aún era una rareza. La industria detectó rápidamente la demanda de este tipo de productos, con sello personal y elaborados con materias de alta calidad, y líderes del sector se lanzaron pronto a capitalizar la tendencia. La empresa de los Molloy es de las que aún se mantienen independientes en un panorama dominado por grandes grupos que han ido absorbiendo el fenómeno: LVMH compró la compañía de Francis Kurkdjian; el grupo Shiseido es propietario de Serge Lutens; Puig, de Byredo o Penhaligon’s; Estée Lauder, de Frédéric Malle o Kilian Paris… Hay sitio para más. Así lo vaticina el informe The State of Beauty, elaborado por The Business of Fashion y la consultora McKinsey: “Estimamos que la belleza de lujo y ultralujo es un segmento que mueve aproximadamente 20.000 millones de dólares en la actualidad (unos 18.600 millones de euros), pero que podría crecer hasta los más de 40.000 millones durante los próximos cinco años”.
El matrimonio, que se dio el “sí, quiero” en la Costa Brava unos meses después de conocerse, ambiciona seguir creciendo, pero sin perder el control. “Ya hay muchos perfumes que se venden como un elixir mágico con poder para seducir. En Memo buscamos lo contrario, algo que te abra una ventana a un mundo, uno en el que tú decidas si quieres seducir, expresarte o cualquier otra cosa”, sostiene Clara Molloy.
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