Sin tinte, sin bótox y sin tonterías: Pino Montesdeoca, la modelo sénior más auténtica
Diez años atrás, Pino Montesdeoca yacía en la cama de un hospital de Bahamas al borde de la muerte. Hoy, con 60 años, es una de las modelos sénior más demandadas de España y también una actriz emergente
Todo empezó con una extremaunción. Pino Montesdeoca (Gran Canaria, 60 años) yacía en una cama de hospital en Bahamas, hasta donde se había mudado para trabajar en el sector financiero. Padecía un dengue grave y los médicos estaban tan convencidos de que no iba a sobrevivir a aquella noche que ya andaban localizando un sacerdote católico. Pero vivió, y han pasado tantas cosas en su existencia desde aquel día que yacer en una cama de hospital a la espera de la llegada de un cura con los santos óleos, en su caso sirve como mero prólogo para todo lo que ha venido y sigue viniendo después.
Hoy, esta mujer de pelo largo y gris y apenas 1,65 metros de altura, que anda descalza por su pequeño ático en el madrileño barrio de Embajadores, es una de las modelos sénior más importantes de España. Ha pasado casi una década desde aquella noche, y siete años desde que un equipo liderado por su hija menor, Carlota, y la pareja de esta, el fotógrafo Coke Riera, y un amigo peluquero, convenciera a Montesdeoca de hacerse unas fotos. “Me dieron tanto el coñazo, que al final accedí”, recuerda en la terraza de su piso. “Me parece que querían hacerme bonitas fotos porque, como estuve a punto de morir, pensaron: ‘A ver qué nos dura esta mujer, mejor tengamos algo bonito de ella”.
El primer trabajo que le surgió a Montesdeoca tras aquellas fotos que su yerno movió por distintas agencias fue un anuncio para Mercedes. En aquel mismo rodaje, se fijó en ella otro fotógrafo. Y luego un estilista. Y de la publicidad pasó a la moda. Así, con 53 años se vio metida de lleno en un universo nuevo en el que era a la vez la más veterana y la debutante. “Tengo piso en Almería, y cada vez que me quería marchar unos días, recibía una llamada: ‘Ha salido este trabajo’. Planes no he tenido ni creo que vaya a tener muchos, he aprendido a no proyectar más allá de junio”, dice esta tarde de mediados de mayo. “Lo importante es que me pueda ganar la vida, porque cuido de mi madre y de una sobrina. Quiero estar con mis hijas lo máximo posible, que han perdido a su padre”.
Su marido, un sueco de casi dos metros al que no le gustaba demasiado este coqueto apartamento del centro de Madrid, pues sentía que no cabía, falleció hace siete meses. “Él decía que yo era como un avestruz, que se esconde debajo de su ala cuando llega algo malo. Sé que entre las cosas buenas de la vida suceden otras malas. Soy positiva, pero tengo mi mala leche, y no soy una inconsciente. Disfrutona sí, pero no idiota”.
En el caso de Montesdeoca, su carácter es clave para entender su devenir profesional, porque ella ha llegado a este oficio llena de contenido. Todo lo que haga, desde desfilar para Teresa Helbig o Juan Duyos hasta participar en campañas de H&M o Estée Lauder —esta junto a su hija Carlota—, no son proyectos que acometa como un lienzo en blanco, sino que se proyectan sobre una mujer que aterrizó en esto en plena madurez y que no va a mover ni media tijera para parecer más joven. A ver, que tiene una perra llamada Pink y un perro llamado Floyd. Pink acaba de morder a uno de los fotógrafos. A lo que es y a lo que tiene, le sobra vida. “No entro en el circo, no hago el mamarracho. No me va nada lo de los influencers. Cuando me contratas, sabes lo que contratas. Entonces, si me piden algo que no va conmigo, me pongo seria y digo: ‘No, querido, eso no va a suceder. Si te molesta, llama a mi agencia’. Esto les pasa mucho a las modelos jóvenes. Tienen que tragar y tragar. En cambio, yo puedo ser yo. Mira, hace poco me cayó muy mal un curro porque nadie me había avisado de que eso era en biquini y junto a un señor mayor al que le tenía que comer la boca. Hay gente que ve morbo en esto, una cosa cool mal entendida: ‘Mira, el viejito y la viejita, qué monos’. Conmigo, eso no”.
Cuenta esta canaria que su melena gris es fruto de lo complicado que resultaba en Bahamas lograr que alguna peluquera caribeña le hiciese las mechas. Que eso se queda. Igual que las marcas del tiempo en su rostro. “A veces, te miras en el espejo y ves algo nuevo. Y te asustas. Luego te vuelves a mirar, y ya te acostumbras. Te gusta. Este colgajo es mío, este colgajo también soy yo. La clave es mirarse mucho [ríe]. Yo no me voy a operar porque me asusta no reconocerme. Cada vez que me presentan a un cirujano plástico le digo lo mismo: ‘Deja de mirar, que conmigo no te vas a llevar ni un duro’. La idea de retocarse para que tu marido no mire a otras más jóvenes me parece tan perversa como triste”.
Es consciente de que su éxito le da el poder de ser como quiera, pero también que conlleva la responsabilidad de proyectar una serie de ideas que la industria de la moda lleva años tratando de abrazar. “No soy ingenua, sé que esto es un negocio, pero todo lo que sea para visibilizar a discapacitados, a gente mayor, a minorías raciales, a gente que hasta hace poco estaba fuera de todo esto, me parece bien. Me importan un pimiento los motivos de las marcas, me interesa el resultado, y si este es más inclusivo, perfecto. Recuerdo que hace un tiempo estaba yo en la fila para salir a la pasarela y delante de mí había un modelo y una modelo. Ella le dijo a él: ‘Me ha tocado con la pureta’. Tuvo la mala suerte de que lo oí, no estoy tan vieja [ríe]. No pude evitar decirle que gracias a que estaba ahí la pureta, igual ella podía seguir dedicándose a esto los próximos 30 años. Y la chiquilla se puso a llorar. Me sentí fatal”.
Este es el único momento en el que Montesdeoca ha sentido cierta colisión generacional, algo terriblemente meritorio si tenemos en cuenta que la suya no es una profesión diseñada para fomentar el diálogo entre generaciones en condiciones de igual a igual. De hecho, casi ninguna lo está. “Hay muchos jóvenes con talento y me encanta trabajar con ellos. Si puedo echar un cable, lo hago. Una no debe llegar a estos trabajos en los que estás rodeada de chavales pensando que lo sabes todo y que vas a dar lecciones. Hay que saber hasta dónde se puede ser diva [ríe]. Hace poco me pasé de lista con un tipo en un rodaje. Empezó a contarme todo lo que había hecho y lo despaché con cierta displicencia. Era imposible que aquel tipo tuviera ese currículo tan increíble. Por la noche, ya en casa, lo busqué en Google y vi que no había mentido. Al día siguiente, llegué al plató, me arrodillé ante él y pedí perdón. Hoy somos amigos”.
El cine y la televisión son los nuevos lenguajes que han llegado a la vida de la modelo canaria. Ahora también actriz (si sigue la pauta de las maniquís de los noventa, el año que viene debería llegar su disco de trip hop). Ha participado en Way Down, de Jaume Balagueró, y en la serie de Netflix Sky Rojo sin saber previamente nada de la vida y obra de sus protagonistas, José Coronado y Miguel Ángel Silvestre. Pronto llegará El color del cielo, de Joan-Marc Zapata. “No me quiero perder nada”, confirma.
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