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Teresa Helbig: “Hubiera matado por vestir a Lola Flores”

La diseñadora española que eligen celebridades como Zendaya y firma los uniformes que acaba de estrenar el personal de Iberia apuesta por la moda atemporal y deplora la ultrabarata de consumo rápido: “Si un vestido te cuesta 10 euros, alguien está muy jodido al otro lado”

La diseñadora Teresa Helbig. Fotografía de BERNARDO PÉREZ. Vídeo de JOSÉ M. BUERA y LUIS ALMODÓVAR
Luz Sánchez-Mellado

A media mañana de un jueves cualquiera, Teresa Helbig, vestida de Teresa Helbig, con suéter de punto, minifalda de cuero negro con tachuelas y melena con flequillo rollo Jane Birkin, llega a su salón de muestras en plena milla de oro madrileña, donde no da abasto a venderles modelazos a medida a chicas y señoras finísimas. Acaba de bajarse de un vuelo de Iberia procedente de Barcelona en el que las azafatas —y azafatos— estrenaban por fin, tras el limbo de la pandemia, los uniformes salidos de su puño y trazo hace dos años. Hoy es el noveno cumpleaños de su hija pequeña, Zinash, una niña etíope a la que adoptó con su segunda pareja a los 50 años cumplidos, y, desde aquí, vuelve a casa a celebrarlo. Está radiante. Decir que Helbig tiene un buen día es quedarse corta.

¿Vestir a la tripulación de un avión pone el ego por las nubes?

Me ha dado subidón, no lo niego. Son 7.000 personas trabajando con tu ropa puesta. Pero, más que eso, me devuelve a las nubes, que es donde estaba de pequeña.

¿No le gustaba la tierra?

Bueno, nunca fui buena estudiante y en el colegio fui un desastre. En los setenta, en El Prat [Barcelona], donde viví de adolescente, no había mucha belleza, todo me parecía feo, mis padres me llevaban dos veces por semana al cine, y yo quería quedarme a vivir en las películas de Visconti, por ejemplo. Mi obsesión era buscar la belleza, lo feo me deprimía.

En su ropa se repiten las espigas, los rombos, las rayas. ¿Ahí encuentra belleza?

Claro, me encanta la armonía de la simetría. Pero, pensándolo, es más bien que de niña veía a mi padre, que era albañil, un gran albañil, dibujando cubos desde todos los ángulos, me flipaba y yo lo imitaba. Mi madre era costurera. Tengo algo de los dos. Me tuneaba los uniformes del cole, me hacía pulseras con un bote de tomate Solís o de fuagrás Mina. Estaba perdida y encontré mi sitio creando escaparates en Barcelona.

¿Cómo pasó de vestir muñecos a firmar los trajes de los maniquíes?

Unas clientas de Madrid me invitaron a una boda, y, como no encontraba qué ponerme, compré un saco de plumas, con ayuda de mi madre las teñí, las armé sobre una camiseta, me planté con ese vestido y di la nota. Hasta la novia, que ese día no iba muy acertada, flipó, me animó a hacer una colección y mi madre y yo nos pusimos a ello en casa. Yo diseñaba y ella cosía. Como no tenía tienda ni contactos, salía por Barcelona y venía a Madrid vestida de mí misma, con las botas que todavía son santo y seña de la marca. Así empezó el boca a oreja y hasta ahora, que las clientas se reconocen y se recomiendan unas a otras.

¿Qué tienen sus vestidos para eso que no tengan otros?

Mis clientas no pasan desapercibidas. Me lo dicen ellas: mis vestidos les dan alas, aplomo, las empoderan. Es como una armadura con la que vas supersegura. Vestirse es un hecho relevante. Tu carta de presentación al mundo.

Hace dos colecciones, y cortas, al año. ¿No puede o no quiere entrar en la rotación continua de otros?

No. Es que eso es una locura. Ni puedo ni lo considero necesario. No necesitamos tanta ropa.

Tengo el maletero lleno de pingos rebajados que a veces ni estreno. ¿Voy yendo al loquero?

No, yo respeto a todo el mundo, pero sí te diría que es un sinsentido. Tienes que comprar por ilusión. Seguro que no lo necesitas, e igual hay que saber lo que hay detrás de esa ropa, quién, cómo y por cuánto lo está cosiendo. Si un vestido cuesta 10 pavos, hay alguien muy jodido al otro lado.

No todas pueden pagar 3.000 pavos por uno de los suyos.

Lo sé. Yo nunca he tenido pasta. Estaba todo el año ahorrando como una bestia para poder comprarme un modelo de Azzedine Alaïa. Y otro año, un Mügler. Así iba haciéndome mi estilo.

Hay que vestirse cada día, no solo los especiales.

Claro. Yo iba en vaqueros, camisetas, blusas, rebecas, prendas buenas y sencillas, y, cuando podía, me compraba algo bueno. La ropa dura mucho.

Pero se pasa de moda.

Está todo inventado. Se lleva lo que tú quieras llevar. Por eso no entro en lo de doblar colecciones. Es una locura. Estamos para allá.

Dígamelo cuando su hija tenga 15 años y lo quiera todo y ya.

Bueno, igual me llega el castigo divino [ríe]. Eso no te lo sé decir.

Confiese que alguna vez ha picado en alguna marca ‘low cost’.

¿Zara? ¿Shein? No, no compro, sería absurdo contar una cosa y hacer otra.

Hay personas gordas que no hallan ropa bonita de su talla.

Pues que vengan a Helbig. Nosotros trabajamos para favorecer el cuerpo de la mujer. Sabemos lo que ocultar y realzar. Te garantizo que podríamos hacer ropa para una mujer de 80 años, o 100 kilos, y que estuviera fantástica.

¿Qué le horroriza a morir?

La intolerancia. Me hace sentir mal físicamente.

Me refería a la estética.

No puedo con el momento coletero. Es superior a mí. Se trata de recogerte el pelo, no de ponerte un gallardete. Mejor ponte una goma de pollería que esa cosa horrorosa.

Pues en este barrio hay plaga de ellos.

Sí, pero menos que en los noventa, que era un horror salir a la calle.

Hace un año dijo en una entrevista que Madrid “está que se sale”. ¿Sigue ‘saliéndose’?

Sí. Estoy hablando de un cierto Madrid, claro, pero ese Madrid está que se sale de alegría, de ganas de estar en la calle, de gastar el dinero y, sí, de apreciación de las cosas buenas y bellas.

¿Lo está petando?

No me quejo.

¿Qué siente al ver a celebridades globales llevando sus prendas en la alfombra roja?

Va a quedar soso, u ordinario, pero la verdad es que me pone. Hay mucho trabajo detrás de cada prenda. Llevamos 25 años en el oficio, hemos vestido a dos generaciones, ya hemos adaptado modelos de una madre a una hija o una nieta. Un Helbig es para toda la vida.

Ha vestido a diosas como Zendaya y reinas como Letizia. ¿Qué divinidad le falta en la lista?

Ojalá se animara Kate Moss. Y hubiera matado por vestir a Lola Flores, pero va a ser complicado.

Está a las puertas de los 60. ¿Cómo lleva el tránsito?

¿Te quieres creer que me di cuenta hace dos semanas de que soy una señora casi sesentona? Yo no pienso, yo tiro. Pensaba que no me molestaba envejecer, pero tomé conciencia de repente. Hablábamos con mi equipo de la marca dentro de 30 años, y no quise ni hacer cuentas. También pasa que ahora, los mayores, los baby boomers vamos a ser mayoría. Entonces, tendremos mucho que decir y mucho que aportar, y yo estaré ahí para eso.

Dice Carolina Herrera que el pelo largo no es elegante a su edad. ¿Ese flequillo es por rebeldía?

Ya, un poco dictatorial Carolina, ¿no te parece? Yo también tengo el pelo blanco y todavía me tiño. Me encantan las canas en otras, pero no ha llegado mi momento. Aún no estoy para ponerme el coletero y retirarme al campo. Cambia la carcasa, pero no lo de dentro.

AVIONES Y ALFOMBRAS

Teresa Helbig (Barcelona, 58 años) viste a azafatas de tierra, de vuelo y a diosas de alfombra roja. Desde la reina Letizia a celebridades de Hollywood como Zendaya, pasando por cientos de novias que le encargan su traje de boda, las clientas de Helbig, a las que ella llama la Helbig Gang, aprecian la personalidad y singularidad de unas prendas exquisitas hechas a medida sin más prisa que la que puedan abordar los artesanos que las confeccionan. Nieta de un alemán emigrado a Barcelona, hija de un albañil y una costurera y madre de Pol, un chico de 29 años, y de Zinash, una niña etíope de 9, a la que adoptó a los 50, Teresa Helbig aspira a que sus piezas  sean únicas y atemporales en un mundo de moda ultrabarata y de consumo rápido. 


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Sobre la firma

Luz Sánchez-Mellado
Luz Sánchez-Mellado, reportera, entrevistadora y columnista, es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense y publica en EL PAÍS desde estudiante. Autora de ‘Ciudadano Cortés’ y ‘Estereotipas’ (Plaza y Janés), centra su interés en la trastienda de las tendencias sociales, culturales y políticas y el acercamiento a sus protagonistas.

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