El fin del mundo
En esa calle, cuando se hizo la foto, y según afirmaba su pie, era martes y sin embargo parece que es domingo, no ya porque los párpados metálicos del establecimiento del primer plano estén completamente echados, sino por el aspecto de desolación general de la calzada y de las aceras y hasta de las señales de tráfico, acentuado por la presencia única de la mujer que pega un cartel contra el Congreso de su país, que no es otro que Perú. Ya estarán ustedes al tanto de los últimos acontecimientos políticos, en los que no incurriremos para evitar el exceso. Nos importa ahora destacar que, si bien la semana es un artefacto mental compuesto de siete piezas a las que denominamos días, perfectamente ordenadas de lunes a domingo, no es infrecuente que se trastoquen como las piezas de un puzle arrojadas sobre la mesa.
En mi época de oficinista, me levanté un par de domingos con la idea de que era lunes y me arreglé para ir a trabajar, y ya en la calle y en el metro noté que había ocurrido algo fuera de lo normal porque estaba solo o en compañía de cuatro o cinco almas que parecían tan fantasmales como yo. Dada mi tendencia al drama, lo que se me ocurrió en ambas ocasiones fue que se había acabado el mundo hasta que, ya en las puertas de la oficina, el vigilante puso las cosas en su sitio. Y es que el mundo (de momento al menos) no se acaba jamás, si exceptuamos el apocalipsis doméstico de cada domingo por la tarde. Ignoramos qué pretendió retratar el fotógrafo, pero lo que le salió fue un fin del mundo característico del último día de la semana, aunque se tratara de un martes.
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