Un cine móvil a 3.000 metros de altura
El documental ‘La pantalla andina’ narra el empeño de un equipo por acercar el cine a seis niños de una aislada escuela argentina a la que solo se llega a pie.
Películas sobre el amor al cine hay muchas. Documentales que lo lleven tan lejos como La pantalla andina seguramente no haya ninguno. La directora, guionista y productora Carmina Balaguer (Barcelona, 1984) dejó en 2018 Buenos Aires, tras haber vivido allí cinco años, para instalarse en la Quebrada de Humahuaca, en el norte de Argentina tocando con Bolivia. Allí conoció al equipo de Cine Móvil Jujuy, un programa cultural empeñado en llevar una pantalla de cine a lugares donde eso no existe sin importar lo lejos que estén. Balaguer recorrió con ellos la provincia de Jujuy durante seis meses. Cuando le dijeron que su sueño era que el cine llegara un día a los Valles de Altura, los más inaccesibles por no tener camino carretero (se accede a pie por caminos de herradura), se comprometió a acompañarlos y a contarlo.
Cargando los equipos en mulas, con ayuda de dos arrieros, se embarcaron en un viaje a pie atravesando nubes y quebradas. “Me faltaba un personaje central que hilara la historia. Cuando conocí a Silvina, que en ese momento estaba a punto de trasladarse a la escuela de Yaquispampa, la más aislada de los Valles de Altura, todos los cabos se unieron”.
El trayecto desde Tilcara hasta Yaquispampa requirió de 20 horas repartidas en dos días, superando alturas de hasta 4.200 metros. La escuela de Yaquispampa tiene seis alumnos cuyos padres se dedican a la agricultura y a la ganadería. Silvina camina entre 14 y 16 horas una vez al mes para llevar la educación a comunidades escondidas, donde internet y teléfono son solo palabras, pero donde no faltan un horno de leña, una pizarra o una portería de fútbol. Asunción, otra de las mujeres del documental (es solo de mujeres), responsable de Cine Móvil, acerca pantallas de cine a pueblos remotos convencida de las puertas que abre la cultura: “No quiero decirles que cambien sus vidas, pero sí que al menos conozcan otras”.
Silvina es la protagonista de una filmación en la que el poder narcótico del paisaje tiene vida propia. La mirada de Balaguer acaricia las montañas, las piedras, las lunas, las gotas de rocío y las dudas de la inocencia. La emoción de la llegada se une a la fascinación de los niños con las explicaciones de Asunción, porque antes de proyectar la película tiene que explicar qué es una película. En una secuencia sobrecogedora se ve a los niños expresarse por medio de coplas tradicionales. “Me duele la garganta de tanto cantar; si me dieras un abracito, me podría curar”. No hablan, el canto acompaña sus palabras de tal modo que uno vuelve a dar la razón a Josep Maria Esquirol: “Se necesita poco para vivir. Pan y canto”. Y cine, añade Balaguer: “Al principio, los niños no daban importancia a las cámaras porque no es algo con lo que lidian habitualmente y no podían asociarlo a nada en particular. Los niños del norte son reservados, pero con el paso de los días se fueron abriendo, floreciendo como una planta. La proyección de películas ayudó. Este es el poder del cine, que también acorta distancias”.
Balaguer ha filmado la puesta en escena de un Cinema Paradiso a 3.000 metros de altura, en mitad de ninguna parte. En la película de Tornatore, Alfredo lamentaba que el progreso siempre llegara tarde. Viendo a los arrieros, las maestras, los técnicos de Cine Móvil traer el desarrollo a Yaquispampa y a los niños reír con las películas de animación de Juan Pablo Zaramella, es imposible no evocar a los soñadores de una obra maestra de Aristarain, Un lugar en el mundo, así como las canciones del padre del folclore argentino, Atahualpa Yupanqui, nombre artístico en lengua quechua que no por casualidad significa “venir de lejos para narrar”.
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