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El peronismo pierde fuelle en el norte pobre de Argentina

La derrota que los sondeos auguran al oficialismo en las provincias más rezagadas es evidencia del agotamiento del modelo de asistencia estatal a los más vulnerables

El presidente de Argentina, Alberto Fernández, y el gobernador de Tucumán y actual jefe de Ministros, Juan Manzur
El presidente de Argentina, Alberto Fernández, y el gobernador de Tucumán y actual jefe de Ministros, Juan Manzur, participan en un mitin de campaña.

El color amarillo, que identifica a la coalición opositora Juntos por el Cambio, del expresidente Mauricio Macri, tiñó hace dos meses el norte argentino. Fue la evidencia de que el peronismo pierde poder en las provincia más pobres del país, donde alguna vez fue imbatible. Los resultados de las elecciones primarias de septiembre, cuando el país sudamericano eligió candidatos a diputados y senadores nacionales para las elecciones de este domingo, sorprendieron al oficialismo. Y pusieron muy alta la vara del desafío que enfrenta si no quiere perder el control del Congreso. Perdidos los bastiones del norte, el resto del país se torna aún más hostil en las urnas.

La derrota más llamativa se registró en Chaco, tanto por los números como por su peso simbólico. En esta provincia, que alguna vez se llamó Presidente Perón y lleva 15 años bajo el control kirchnerista, se esperaba una elección pareja, pero la oposición ganó las primarias por casi 10 puntos (44% a 35%). Si este domingo se repitiese el resultado, sería la primera gran derrota personal de Jorge Capitanich, uno de los gobernadores más cercanos a la vicepresidenta, Cristina Fernández de Kirchner.

Chaco es una provincia pobre. Resistencia, la capital provincial, y su extrarradio tienen el récord nacional de indigencia, con el 16,9%, y el segundo de pobreza, con 51,9%, casi 12 puntos más que el promedio difundido para todo el país por el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec). El hambre no es novedad en el norte argentino. Al contrario: la pobreza crónica se asoció siempre a su identidad, y ésta al peronismo. El consultor Alejandro Pegoraro, director de Politikon Chaco, vincula la derrota en las primarias y la caída en los sondeos actuales a la falta de apoyo de los empleados públicos, sector donde el Gobierno se sentía más fuerte. También al “hartazgo social de la clase media, que se siente abandonada”, señala.

“El oficialismo provincial tomó como bandera de campaña todas las ayudas nacionales de la pandemia”, dice Pegoraro, “pero el votante al que deben convencer no las ve como un logro de gestión, sino como una compensación que ni siquiera es local. A la vez, las medidas económicas provinciales no llegan a la clase media. Son becas y programas de asistencia para familias muy vulnerables. En cambio, a los comerciantes, dueños de pymes o emprendedores, muy afectados por la pandemia y la inflación, no les llegó nada”, explica.

Capitanich respondió al golpe en las primarias de septiembre con una receta clásica: medidas económicas para los estatales (incrementos salariales, bonos y ascensos prometidos), descuentos para fomentar el consumo y un raid de inauguraciones de obras públicas postergadas (pavimento, cloacas, viviendas). También redobló su protagonismo: “Si antes había dejado libertad de acción a los candidatos, en esta parte de la campaña acaparó la agenda pública”, dice Pegoraro. Aunque las proyecciones dan que este domingo Capitanich podría acortar un poco la distancia con la oposición, nadie espera un milagro.

En la vecina provincia de Formosa, fronteriza con Paraguay, gobierna desde 1995 otro baluarte del peronismo: Gildo Insfrán. En las primarias, la lista de Insfrán obtuvo más del 48% de los votos, un resultado cómodo pero más bajo que el habitual. Y ahora las dos principales listas opositoras (nutridas por radicales y peronistas disidentes) están juntas e inquietan al oficialismo. La sola posibilidad de un empate técnico sería catastrófica para un liderazgo como el de Insfrán. “La oposición no hizo demasiado en Formosa, pero sí terminó uniéndose y logró pinchar al Gobierno con sus fracasos, aprovechar el mal humor social y empoderarse”, resume Pegoraro. Durante el confinamiento por la covid-19, políticos opositores denunciaron como violaciones a los derechos humanos la política de aislamiento y el cierre de fronteras impuestos por el caudillo.

En otras provincias del norte se esperan escenarios similares. En Corrientes, una de las ocho provincias donde el domingo se eligen senadores, el kirchnerismo perdió por mucho (34% a 58%) y la diferencia podría crecer. Corrientes lleva 20 años de liderazgo de la Unión Cívica Radical, partido centenario que hasta la irrupción del macrismo fue siempre el principal contrapeso del peronismo. Benjamín Gebhard, director de la consultora We, con estudios de opinión en varias provincias, plantea que en Corrientes “el discurso del kirchnerismo, sus modos, lenguaje y simbolismo no calan, pero los candidatos del kirchnerismo lo mantiene y por eso no ganan”.

Algo muy distinto ocurre más al noroeste, en Salta, provincia con una fuerte base peronista de tipo conservador. En la campaña se le ha cuestionado al principal candidato a diputado del kirchnerismo que escondía en sus afiches el sello de la coalición oficialista Frente de Todos. Gebhard explica: “Sin negar al Gobierno, el candidato interpreta que su estrategia para irse al centro y ampliar su base electoral es esquivando la identidad kirchnerista. Al peronismo le va mejor allí donde puede adaptar mejor su lenguaje”. El candidato ganó con lo justo (30% a 29%) y podría ampliar la ventaja el domingo.

“Se advierte el cansancio hacia la idea del peronismo como un ‘padre benefactor”, continúa Gebhard, “del plan social a cambio del voto. Esto es muy fuerte en Salta: las campañas hablaban de PYMES, de emprendedores. Pareciera que la sociedad se puso exigente con eso y dice ‘quiero más que eso’. Y el peronismo no encuentra cómo representar ese ‘quiero más”.

El agotamiento simbólico de la ayuda social como garantía del voto surge en la mayoría de los análisis. El sociólogo Pablo Romá, director de la consultora Circuitos, señala: “La crisis del peronismo en las provincias más pobres tiene que ver con que la política asistencial llega a un límite. El peronismo está acostumbrado a usar métodos clientelares y Juntos por el Cambio logró oponer esa lógica a la meritocracia y convertirla en un tema nacional”. En Jujuy, fronteriza con Bolivia, el peronismo no logra recuperar el poder que tuvo desde el retorno de la democracia, en 1983, y que perdió en 2015, cuando ganó el radical Gerardo Morales, un aliado de Mauricio Macri que hoy va por su segundo mandato como gobernador. “El peronismo atraviesa una crisis”, dice Gebhard, “la unidad es necesaria, pero no es suficiente para ganar. Y si en cada época la sociedad tuvo un peronismo que la representara, ahora no. Hoy el peronismo no logra sintetizar y definir qué es”.

Los problemas de identidad se trasladaron incluso al Gabinete nacional, con la llegada como jefe de Ministros de Fernández del gobernador de Tucumán, Juan Manzur. Peronista de derecha, ultracatólico y al frente de una provincia que declaró “provida”, Manzur bajó desde el norte argentino como el representante de los gobernadores en la Casa Rosada. A más de 1.000 kilómetros de Buenos Aires, en sociedades con idiosincrasias muy distintas y diversas, con imaginarios peronistas conservadores, más ligados a las tradiciones, al campo y a la religión, el repertorio progresista del kirchnerismo choca contra un muro.

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