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Resintonizar la jota: los renovadores del folclore aragonés

Candidata a engrosar la lista del patrimonio cultural inmaterial de la humanidad de la Unesco, este género tradicional común en casi toda España quiere demostrar que sigue vivo. Una nueva hornada de jóvenes artistas que apelan a la identidad desde posiciones musicales contemporáneas anda en ello

Jota
Junto a la ribera del Ebro en Zaragoza, con la capa de los procuradores de la Encamisada de Estercuel, chaquetilla de cheso del valle oscense de Hecho y vaqueros pitillo, Idoipe ejemplifica también con su imagen esa idea de pertenencia poniendo al día el folclore aragonés. James Rajotte

A las puertas de la iglesia de San Pablo, tercera seo zaragozana, la de la torre mudéjar patrimonio de la humanidad, Carmen París proclama jotera, brazos en jarra: “Soy de la parroquia del Gancho”. La localización no es casual: el barrio, uno de los más antiguos de la capital aragonesa, fue crisol cristiano, judío y musulmán, y hoy prolonga su carácter mestizo con los inmigrantes afincados en el casco viejo. “Ahora los sonidos son otros, pero siempre ha sido así. Yo ya tenía a los flamencos tocando debajo de casa”, informa la artista, que comenzó allí su carrera profesional hace más de tres décadas, la fusión musical por bandera. De su debut discográfico, Pa’mi genio, se acaban de cumplir 20 años. Una cosa insólita entonces. “Pero, ¿y esta jotica moruna?”, se maravilló Miguel Aguilera, el del legendario bar Candela de Lavapiés, cuando le puso la maqueta. “Con tanta palabrería me quisiste engatusar / Me quisiste engatusar con tanta palabrería / Soplaba el cierzo ese día / y se la debió llevar”, comienza.

“De eso puedo dar fe yo, que la jota es patrimonio del mundo, sin necesidad de reconocimiento oficial alguno”, dice Carmen París, que, a estas alturas del partido, un poco harta de palabrería sí que está, o lo parece. Las fuerzas vivas detrás de la candidatura de la expresión más popular del folclore aragonés a engrosar la lista representativa del patrimonio cultural inmaterial de la humanidad de la Unesco (la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura) le han pedido su apoyo, igual que a otros artistas, aunque luego se la borre de los estudios y referencias bibliográficas realizados para avalar la causa. A ella, Premio Nacional de las Músicas en 2014. “Nada, ni se me menciona en los apartados dedicados a la jota en la actualidad ni en los de la jota en femenino. A lo mejor es que soy poco glamurosa”, cuenta somarda, como le dicen los maños a quienes tiran de sarcasmo. “Tampoco es que haya estado yo nunca en lo institucional”, apostilla. Su aportación, para el caso, viene de lejos, antes de la candidatura: “Siempre he intentando demostrar que la jota es, efectivamente, patrimonio de todos, porque su influencia es obvia en muchas músicas del mundo, de México a Filipinas. Allí por donde pasaron españoles, quedaron jotas. Todavía quedan. Aparte de que han dado lugar a otras formas y estilos. Ese disco nuevo que llevo tiempo diciendo que voy a sacar, La vuelta al mundo en jotas, será la prueba definitiva. ¡La jota es la madre del cordero!”.

Idoipe fotografiado en Zaragoza
Idoipe fotografiado en ZaragozaJames Rajotte

Documentada a partir del siglo XVIII, la jota pasa por ser el género tradicional “más extendido, diverso, dinamizado y reinterpretado de todos los que componen el variado mapa sonoro y musical de España. Su popularidad es compartida y considerada de forma muy extendida por regiones y comarcas, generando un espectro rico y diverso en torno a la tradición y el espectáculo en vivo”, según expone el Gobierno de Aragón, motor de una iniciativa a la que se han sumado 15 comunidades autónomas (todas excepto País Vasco, Ceuta y Melilla) y que cuenta con el respaldo del Ministerio de Cultura y Deporte a través del Consejo de Patrimonio Histórico, hecho que convierte la candidatura en “la primera de un bien patrimonial elevada a la Unesco con una extensión y alcance tan amplio a nivel nacional”. No hay misterio en ello: de Galicia a Murcia, del País Vasco a Andalucía, de Cataluña a Extremadura, de Baleares a Canarias, el nuestro es un país que se baila a jotas. “Es la seña de identidad musical que une toda la península Ibérica, porque hasta los portugueses tienen su jota (gota). Te encuentras melodías que se repiten, con diferentes letras y distintos aires”, constata París. “La aragonesa es la más famosa porque caló desde el siglo XIX por su bravura y lo espectacular de su danza. También porque se profesionalizó: se usaba para cerrar sainetes y varietés. Cuando cantaba en la Orquesta Jamaica, las verbenas las rematábamos con una jota. Y luego está el lado más, digamos, culto, recogida en composiciones clásicas”.

Liszt, Mahler, Debussy, Ravel, Satie, Glinka, Saint-Saëns por ahí afuera. Albéniz, Falla, Granados, Pedrell. Y, sobre todo, el ahora reivindicado compositor local Florencio Lahoz y Otal, autor de La nueva jota aragonesa que atacaba variaciones para piano con tonalidades de los instrumentos de pulso y púa, un delirio en el Madrid isabelino y el París de Eugenia de Montijo (lo cuenta la pianista y docente Marta Vela en La jota, aragonesa y cosmopolita. De San Petersburgo a Nueva York, publicado este año). De la plaza, la fiesta, a los grandes escenarios y las academias. Un problema. “Lo que antes bailaba el pueblo, cambió: la gente pasó de participante a espectadora. ¿Y qué hace el espectador? Criticar”, tercia Miguel Ángel Berna. Bailador y coreógrafo con compañía propia, colaborador del Ballet Nacional, profesor ilustre de la Escuela Municipal de Música y Danza del Ayuntamiento de Zaragoza (de la que es Hijo Predilecto), no puede evitar el enfado. “El repertorio de los grupos folclóricos no ha cambiado, con eso lo digo todo”, se arranca. “Es la parábola de los talentos, Mateo, 25: te dan una moneda y lo que hacemos es enterrarla. Qué bonita la jota, sí, pero ahí se queda. Vivimos del remanente y, sobre todo, del tópico, que es lo que más me molesta. Nos hemos acostumbrado al mal olor. Y nos hemos olvidado de las nuevas generaciones”.

Berna (54 años) y París (56) echaron a andar juntos, empeñados en abrir nuevos caminos y modernizar la tradición que habían mamado en casa. Todo empezó en 1993, en un certamen en el madrileño Teatro Álbeniz del que él salió con el premio al bailarín sobresaliente y la idea de montar un espectáculo flamenco-jotero junto a Antonio Canales y Sara Baras. Nunca fue, pero quedó la semilla y una primigenia fusión sonora. “El primero que me compuso música fue el Coco Fernández, que le pedí una jota en cuatro tiempos, por tangos. De ahí surgió el Pa’ mi genio de Carmen”, recuerda (la versión de París varía ligeramente: la inspiración para su jota mora, dice, le vino de imaginar el duelo entre ambos bailadores sobre un escenario; además, ella ya se había separado de Fernández, músico uruguayo con el que mantuvo una relación sentimental). “Yo comienzo a bailar jota el año que murió Franco”, continúa Berna, que se considera casi más músico que bailador. Tiene un par de cedés grabados con composiciones propias de su grupo, creado ex profeso para poder interpretar el género con perspectiva contemporánea: “Siempre he tenido necesidad de buscar música para bailar. Mis amigos venían a verme, pero después de la primera pieza, se iban. El drama es que sigue igual. Te hacen vestir aún con traje regional, las alpargatas de baturro, el cachirulo. Hemos cometido la torpeza de dejarlo todo en manos de los grupos folclóricos para un público solo de jubilados”. En un aula de ensayo de su escuela, verlo puntear de negro con deportivas-calcetín naranja flúor resulta hipnótico. Sí, se puede.

A la guitarra, Myriam Carbonel, y al ukelele, Elísabet López, en un bosque cercano a la localidad de Remolinos, el dúo Ixeya reivindica desde la comarca de las Cinco Villas el papel de la mujer rural en sus composiciones de moderno sonido indie y folk.
A la guitarra, Myriam Carbonel, y al ukelele, Elísabet López, en un bosque cercano a la localidad de Remolinos, el dúo Ixeya reivindica desde la comarca de las Cinco Villas el papel de la mujer rural en sus composiciones de moderno sonido indie y folk.James Rajotte

“Recuperar y mantener es necesario, pero también artistas que innoven. Si no, la cultura se muere”, confirma Carmen París. “No es una disyuntiva, tradición o innovación, no hay que poner la o en medio. La jota nació en el campo para bailarse después de la faena. Hay jotas de siega, de trilla, de vendimia, de bodega... La de Zaragoza, más de ciudad, es la de ronda, nocturna. El problema es que todo eso ha quedado para las agrupaciones folclóricas. Seguimos en los coros y danzas, por eso hay tanta letra religiosa y patriótica. Yo quería quitarle esa losa, pero sola no podía”. Tampoco es que le fuera mal en el intento: fichó por una multinacional (a instancias de Alejandro Sanz y el que fuera su productor/descubridor, Miguel Ángel Arenas, Capi), con la que registró un par de álbumes más, Jotera lo serás tú (2005) e InCubando (2008). Llegó a disco de oro, un hito. “Yo ya no era una chica de 20 años, tenía 33. No sabían cómo etiquetarme. Pensaron que iba a ser una artista de minorías, algo cultural, de prestigio”, refiere. Libre de contrato, en 2013 autoeditó Ejazz con jota, en el que mezclaba sus raíces con jazz y swing de big band (“A mi padre le gustaba tanto el Pastor de Andorra como Glenn Miller”), y en 2017 grabó a dúo con la marroquí Nabyla Maan el que es su último disco hasta la fecha, Dos medinas blancas. Al cargo desde entonces de su madre, enferma de Alzheimer y dependiente, sigue sin embargo a pie de escenario, ahora con el proyecto Enredadas, que la une musicalmente a las gallegas Uxía y Ugía Pedreira y la andaluza Martirio. Pero aún espera ver su disruptivo legado jotero reflejado en nuevas voces, en especial femeninas.

Cualquiera que escuche el Yamaguchi de Amaia Romero reconocerá al instante su aire de jota. Navarra, eso sí, que la sensacional ganadora de OT 2017 es pamplonica. Y en su reciente Matriz, Rozalén también se atreve, a la aragonesa y a la manchega (que para eso es de Albacete). “Mira, he dejado huella en alguien. Rozalén me ha dicho que siempre la he acompañado. Y es manchega, mi otra mitad por parte de madre”. Carmen París sonríe al concluir: “Ahora hasta los indies le dan al folclore”. Será por larga tradición pop-rock en Aragón: Niños del Brasil, Más Birras, El Niño Gusano, Héroes del Silencio, Amaral... Incluso hip hop: no olvidemos que en Zaragoza nacieron Violadores del Verso, pioneros del rap español (hay quien reconoce en las jotas de piquillo auténticas peleas de gallos al estilo urbano). Pero los referentes al hablar de la oleada actual de renovadores de las músicas de raíz españolas apuntan invariablemente en otras direcciones: los vascos Zetak y Verde Prato, el proyecto de Ana Arsuaga; los andaluces Califato 3/4, y sobre todo el agitador asturiano Rodrigo Cuevas y los gallegos Mercedes Peón, Baiuca, Tanxugueiras y el dúo Laura LaMontagne & PicoAmperio. Sí, estaban hasta hace poco los míticos zaragozanos Ixo Rai!, aunando jota y ska, dulzaina y batería, saxo y gaita. “Pero, al final, Ixo Rai! no dejan de ser Celtas Cortos”, arguye Idoipe.

Javier Idoipe, Idoipe para la escena, es la flamante esperanza blanca, que se dice, de la renovación jotera. Treintañero zaragozano de ascendencia turolense curtido en mil batallas nocturnas como DJ, infusiona de electrónica jotas como La tronada, himno de la veterana agrupación La Ronda de Boltaña que remezcló hace un par de años y lo puso en el mapa, o El jilguerillo, sobre una base de palotiau (el paloteado del dance tradicional) con la voz original de Ezequiel Zaballos (bailador mayor de dance aragonés de La Almolda) que destiló de un disco recopilatorio sobre la memoria histórica de Aragón y que ha servido de carta de presentación de su aclamado debut, Cierzo lento (El Tragaluz, 2021). Nacho del Río, insigne cantador de jota, “una eminencia”, le ha dado su bendición. “No iba con ninguna intención, el sentimiento fue despertando poco a poco. Llevaba pinchando 11 años hasta que, justo antes de la pandemia, me llamó el Javi músico”, explica este multiinstrumentista precoz, fogueado en grupos adolescentes de pop-rock a la inglesa hasta terminar militando en una banda de cumbia, Matafuego: “Fíjate que es otro género tradicional, pero en Colombia la reinventan. Aquí se ha reinterpretado lo que se interpretaba para mantenerlo vivo, pero no hay nada nuevo. Queremos que la jota sea patrimonio de la humanidad, ¿pero qué se está haciendo, si desde hace medio siglo se repite lo mismo? Los jóvenes no vamos a conservar eso, no nos identifica”.

Bailador y coreógrafo laureado, Miguel Ángel Berna demuestra que la jota moderna es posible, también en el baile, en una de las aulas de ensayo de la Escuela de Música y Danza del Ayuntamiento de Zaragoza de la que es profesor.
Bailador y coreógrafo laureado, Miguel Ángel Berna demuestra que la jota moderna es posible, también en el baile, en una de las aulas de ensayo de la Escuela de Música y Danza del Ayuntamiento de Zaragoza de la que es profesor.James Rajotte

Con la capa al vuelo, la de los procuradores de la Encamisada de Estercuel (el pueblo de su madre y su tío, dulzaneiro mayor; “el DJ de la época, el Bizarrap de su día”, describe el sobrino), chaquetilla de cheso del valle oscense de Hecho y vaqueros pitillo, Idoipe ejemplifica también con su imagen esa idea de certificar la pertenencia poniendo al día el folclore. “La gente siente que hay algo moderno hablando de la identidad de un aragonés”, concede el artista, al que le gustaría lanzar su propia firma de ropa tradicional con vuelta contemporánea, al estilo de lo que ha hecho el diseñador Enrique Carreras con el traje ansotano. De momento, está centrado en el que será su segundo álbum. “Es una responsabilidad. Como no se había hecho nada en 30 años, ahora todo el mundo espera más. Tengo una presión...”, admite. Además, ha puesto voz y figura a Tañen furo (Tocan o suenan fuerte, en cheso), documental de Javier Jiménez con el que ha recorrido la geografía aragonesa en pos de músicas y tradiciones orales. Empapado de conocimiento, ha comenzado a grabar reels para sus seguidores en redes explicando las historias y los elementos detrás de sus composiciones: “Los chavales que no tienen pueblo no conocen la jota, para ellos es de gente mayor”. He ahí el “puente sin construir” del que habla Miguel Ángel Berna, ese “no haber hecho los deberes durante tanto tiempo” que le preocupa. “Todo está reglado. Nos han cerrado posibilidades, nos han dejado sin color, siempre con los mismos estilos, los mismos concursos estándar, la misma jota: dominante o tónica, tres por cuatro, tonos mayores, la Virgen del Pilar, el río Ebro, gigantes y cabezudos. Esto para la gente joven no significa nada”, expone el que fuera uno de los protagonistas de Jota de Saura (2017), la película antropológico-musical de otro maño de pro, Carlos Saura. “Cuando presentas una candidatura como esta, debes ir con la tarea acabada. ¿Qué le importa a la Unesco si hay más o menos escuelas de jota? Lo que le importa es que esté viva. Un pueblo que se vanagloria de su jota y después no la baila ha perdido su esencia”, remata.

Ese “no bailar” que señala Berna es, claro, el que domina, o casi, las manifestaciones populares, romerías y plazas de pueblo, la espontaneidad de la danza rendida a la profesionalización en las fiestas patronales. Idoipe coincide con el bailador: “En el momento en que se lleva la jota al escenario, la hemos jodido, porque se la quitas al llano. Quizá el problema es que ya no vivimos en pueblos (la despoblación del rural aquí es bien sabida), ya no estamos enraizados”. Curiosamente, en unas jornadas de feminismo rural celebradas en Artieda, al norte de Zaragoza (78 habitantes), en 2019, se formó Ixeya, último exponente del renacimiento folk aragonés desde posiciones más o menos indie-pop. El nombre remite a la Tuca d’Ixeia, montaña del valle de Estos, en el Pirineo oscense, y cuentan Elísabet López (31 años) y Myriam Carbonel (32) que, en cuanto lo tuvieron, cuajó su proyecto como dúo acústico de moderna resonancia country. Con base en la localidad de Santa Engracia, el último de los llamados pueblos de colonización franquista establecido en 1972, en la comarca zaragozana de las Cinco Villas, Ixeya quiere que se sepa de la realidad del campo, pero sin romantizarla: “Nos gusta este estilo de vida, el contacto con la naturaleza, tener un huerto y consumir lo que cultivas, aunque es muy duro: la soledad, no encontrar gente afín, la ausencia de actividades culturales... Si las mujeres seguimos invisibilizadas a muchos niveles, imagínate las del medio rural. Y todavía hay muy pocas propietarias de tierras o ganaderías. Por eso quisimos incorporar esta cuestión en nuestras canciones. Se trata de nuestro mundo personal, no tanto activismo, aunque lo personal es político”.

Carmen París, pionera de la fusión de la jota con el jazz, los ritmos andalusíes o el son
cubano, en los restos de la muralla romana de Zaragoza, cerca del barrio de San Pablo,
donde comenzó su revolución jotera hace ahora 20 años.
Carmen París, pionera de la fusión de la jota con el jazz, los ritmos andalusíes o el son cubano, en los restos de la muralla romana de Zaragoza, cerca del barrio de San Pablo, donde comenzó su revolución jotera hace ahora 20 años.James Rajotte

A la guitarra y el ukelele, Eli y Myriam incorporan matices de folclore, de raíz, en sus composiciones, tan experimentales como intimistas. “También porque es algo desterrado de la cultura pop más reciente. Nuestros referentes no son joteros en absoluto, pero la fusión sale sola”, conceden estas dos amigas de la infancia, que formaron una primera banda de punk, Sinsilikona, en 2008. Ángela Millán, la abuela de Eli, era cantadora de jotas: “Lo que sé lo aprendí por ella, pero en su momento las odiaba”. Myriam las cantaba de niña: “La fase de odio la pasé de adolescente, hasta que hace poco me di cuenta de que conectaba con ellas desde un lugar distinto al de mi infancia. Ahora me interesan en el sentido campesino, de quienes las entonaban mientras faenaban”. Hay que oírlas tocar un punteado de rondalla sin solución de continuidad con un ritmo de ranchera. 2020, su debut discográfico autoeditado, es un EP conceptual de cuatro canciones sobre las estaciones del año. Antes aparecieron O Zaguer Chilo III, tercera entrega de los recopilatorios que produce la escuela de aragonés Nogara Religada de Zaragoza. Su ya célebre Corre está cantado en cheso. “Nos lo propusieron desde la escuela y, a partir de ahí, empezamos a estudiar aragonés, una lengua tan minoritaria que está en peligro de desaparecer. Quienes lo usan hoy en realidad son neohablantes como nosotras, que la hemos incorporado poco a poco al proyecto porque es otra manera de llevar el mensaje, aparte de reivindicarlo como parte de nuestro acervo”. Sí, habrá más cheso en las letras del segundo disco que ya preparan en los estudios La Banana de la capital maña, donde también graba Idoipe. Esperen, además, un giro hacia ambientes electrónicos. “No sabemos muy bien qué significa eso de la jota como patrimonio cultural inmaterial de la humanidad. Porque no se puede hablar de la jota como idea única, que su diversidad es enorme”, concluyen al calor del contenedor rosa chicle que alberga enLATAmus, el micromuseo que dinamiza la comarca desde el pueblo de Remolinos. “¿Por qué no apoyar otros sonidos de nuestro folclore que son preciosos? Aragón es más que la jota”.

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