Carlos III, rey de Inglaterra
El tema ecológico ha sido su obsesión desde que en 1970 pronunciara un discurso advirtiendo sobre la polución del planeta
Es posible que el rey Carlos III haya sido durante décadas dramatizado para el consumo mediático como un príncipe excéntrico y descarriado. Un infiel que rompió un matrimonio real de cuento de hadas, o sea, un príncipe poco apto para ser un rey con grandes responsabilidades de jefe de Estado.
Yo me inclino por otro perfil. De Carlos recuerdo la última vez que me encontré con él en el palacio de Buckingham, cuando presidía, como príncipe de Gales, un acto oficial en representación de su madre en diciembre de 2018. A pesar de ser un día de mucho frío, Carlos había ordenado que la calefacción de palacio se mantuviese baja con el fin de no derrochar energía. En la conversación que mantuvimos me pareció una persona afable y con un gran sentido del humor. Además, estaba muy bien informado sobre los asuntos de Estado.
El tema ecológico ha sido su declarada obsesión desde que en 1970 pronunciara un discurso en Gales advirtiendo sobre la polución creciente del planeta. Este es uno de los temas que le han ayudado a conectar con la sociedad británica moderna, tanto o más que su gran actividad benéfica apoyando el acceso a la educación de jóvenes procedentes de hogares menos privilegiados.
Desde sus tiempos de estudiante en Cambridge, donde estudió Filosofía y Letras, además de actuar en obras teatrales, Carlos tiene entre sus pasatiempos preferidos cuidar de sus jardines, pintar escenas campestres y leer a Shakespeare.
En los días posteriores a la muerte de su madre, sus discursos a la nación y al Parlamento —le gusta escribir y conversar, y lo hace bien— fueron un equilibrio perfecto entre lo profundamente personal y conmovedor y lo inequívocamente constitucional, mesurado pero también algo poético. Para despedirse de su madre se sirvió de una cita de Hamlet: “Que vuelos de ángeles te canten a tu descanso”.
Ha llegado al trono tras una sucesión que ha sido hábil y estratégicamente planeada durante muchos años para evitar cualquier interrupción traumática. Por su parte, Carlos quiere que el príncipe Guillermo desempeñe un papel cada vez más importante. Cree que su hijo mayor es indispensable para llegar a las generaciones más jóvenes. También está en marcha un proceso de recuperación para la corona de Enrique y Meghan Markle.
Tanto en lo institucional como en lo personal, Camila se ha convertido en su mayor apoyo. La que en su momento fue, después de la muerte de Diana, la mujer más odiada del Reino Unido, hoy goza como reina consorte de un gran apoyo popular. Nadie conoce mejor a Carlos que Camila.
Freud tal vez tendría algo que decir sobre el hecho de que Camila se parezca tanto físicamente a Mabel Anderson, la niñera que Carlos adoró en los primeros años de su vida, durante los cuales su madre apenas pudo ejercer de tal. Lo cierto es que Carlos y Camila forman una pareja muy compenetrada. Ella le ha dado una estabilidad emocional sin la cual su reinado parecería hoy condenado al desastre.
Carlos III no siente la amenaza de un sentimiento republicano profundamente arraigado en el Reino Unido. Él está comprometido con la defensa de una larga tradición constitucional británica, como la separación de poderes entre el jefe del Estado y el Gobierno, y el respeto por la autoridad legislativa de un Parlamento elegido democráticamente. Su reinado ha comenzado con una impresionante ceremonia sagrada.
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