La mujer que descubrió a Dani Rovira y María Valverde cuenta cómo sería su última cena
Yolanda Serrano es una maga del ‘casting’. Ha trabajado con grandes directores españoles como Almodóvar o Amenábar. Su noche postrera transcurriría en serenidad y junto a su hijo en la cocina de su casa.
Hay talentos evidentes que todos celebramos: el don para la música de quienes consiguen hacernos bailar, la audacia en la política de quienes infunden en la ciudadanía la llamada a la acción, el gusto en la cocina de aquellos que con tres ingredientes nos hacen alcanzar la felicidad. Luego hay otros talentos más difíciles de reconocer, que pasan inadvertidos para el común de la gente y que sin embargo proporcionan deleites comparables. Yolanda Serrano tiene uno de esos talentos.
Su trabajo tiene que ver con la alquimia. Me explico. Guionistas y escritores inventan personajes que dependen del lector para hacerse reales en la imaginación, pero que solo adquirirán una voz real, un repertorio de gestos, unos ojos que miran y un cuerpo palpable cuando alguien con el talento de Serrano sale a la calle a buscarlos, con la voracidad de un sabueso policial que persigue el rastro de olor que alguien ha dejado en una prenda.
Tuve la suerte de trabajar con ella y su inseparable socia Eva Leira (son un dúo) en algunas series que produje y puedo decir que es una experiencia que te permite por un momento creer que eres un dios creador. Creas a alguien sobre el papel, llamas a Eva y Yolanda, les das una escena de diálogo y ellas peinan los confines del planeta hasta localizar a la persona que se pueda calzar ese personaje como la Cenicienta el zapatito de cristal. Llegan a hacerle creer a uno que la persona que su imaginación parió se ha materializado.
Su trabajo es conocido, entre otras cosas han hecho el casting de La casa de papel, Élite, Patria, Ocho apellidos vascos…; han trabajado para Almodóvar, Amenábar, Iñárritu; han descubierto a talentos como Dani Rovira, Jesús Castro o María Valverde. Su lista de éxitos era ya tan larga que se empezaron a preguntar: “¿Y ahora qué es lo siguiente?”. Para contármelo, Yolanda Serrano me cita en un enorme edificio que hace esquina en la plaza de Cascorro, lo está reformando entero junto a su socia. Será la sede del Madrid Audiovisual Drama School (MADS), una ambiciosa escuela de arte dramático que ellas han fundado porque sienten que faltan actores para completar el crisol de personajes que demanda un mundo tan diverso como el que representa la ficción en español. “A veces es difícil encontrar a actores que resulten creíbles haciendo de banqueros, por ejemplo, necesitamos nuevos perfiles”, dice.
Viendo la complejidad de las obras en su escuela se constata una vez más el poco miedo que le tienen a la vida ella y su socia. De la escuela nos vamos a una terraza de Cascorro, y Serrano, que a pesar de su arrojo es bastante prudente, se pide un tinto de verano solo después de comprobar que yo he pedido algo con alcohol. Le deseo buena suerte en su nueva aventura pedagógica, aunque no creo que la necesite, y entonces ya sí, le pregunto sobre su última cena.
“Ayer le conté a mi hijo de qué iba la entrevista y me pregunta: ‘¿Pero es tu última cena o la última cena de todos?’. Y entonces me ha entrado la duda, porque son dos cosas muy distintas”. Le cuento que esto es una fantasía sin reglas, me vale cualquier cosa que se haya imaginado. Ella lo agradece, le gusta inventarse historias y viene ya embarcada en una: ha escogido la versión en que ella es la única que muere al día siguiente.
Tú lo que quieres es imaginarte a todos llorando por ti, que es una fantasía muy común, le digo. Ella lo niega entre risas, y la verdad es que le creo, siempre me ha parecido muy poco dada a los protagonismos. En los vídeos que Serrano y Leira entregan a los directores para mostrarles las pruebas de casting, jamás se ve a Yolanda, pero a menudo se la oye fuera de cuadro, dando la réplica a los aspirantes y representando los papeles de la amante, el cómplice, el enemigo o la jefa ante los que hay que medirse en una escena para demostrar que se es la encarnación de aquella alma que el guionista ha imaginado. En el largo proceso de gestación de una serie ella es una actriz que el espectador nunca verá, pero su interpretación invisible habrá resultado fundamental para que conozcamos a los actores que nos emocionarán.
Me dice que tiene clara la puesta en escena: cenaría a solas con su único hijo, que tiene 17 años, y se quedarían en casa, concretamente en la cocina. Tiene su razón de ser, explica. Ambos llegaron juntos a esta nueva casa hace poco, después de haber vivido unos años con la pareja de Yolanda y sus hijos. Ahora vuelven a vivir los dos solos y ese nuevo hogar ha supuesto un reencuentro con su hijo, José.
“Te diré que cocino fatal, no esperes grandes cosas para esa cena”, apunta. “Imagina si cocino mal, que cuando José era pequeño fui a una reunión en el colegio y la profe me contó que mi hijo decía que su mamá era muy buena cocinera. Yo me quedé muy sorprendida. Y la profe me lo aclaró: ‘Dice que haces muy bien los espaguetis’. ¡Los espaguetis! Fue realmente patético. Ese es mi nivel, lo único que sabía hacer en la cocina era hervir el agua para echar la pasta”.
Con los años, ha mejorado, pero eso no se debe a un progreso en sus habilidades como cocinera, sino a un aumento de presupuesto en la cesta de la compra. “Si te gastas más en los ingredientes, lo que hagas va a salir más rico”. El menú es un ceviche de corvina, tiene una receta que domina y que a su hijo le gusta mucho. Cenarían en una barra que tiene en la cocina, sentados en taburetes: “La barra tiene mucho rollo, en casa solo ponemos la mesa si viene gente”. Lo acompañaría con un vaso de vino, dice, sin precisar marca ni añada, pero José solo tomaría agua. Siendo la última cena de su madre, le digo, podría servirle una copa, que tampoco es locura, el chaval tiene 17. “Si no es porque no le deje, es que no le gusta, él es muy estricto con eso, no bebe nada”. Yo insisto, se va a morir, no van a brindar con agua ante la despedida. Yolanda ríe y me dice que no se imagina esa cena como una fiesta en plan destroyer, ella se iría con mucha tranquilidad: “Solo quiero decirle a mi hijo que va a estar bien y que tiene mucha gente que le quiere. Es lo que más me interesaría en ese momento… Me sale mucho la faceta de madre, ¿no?”.
Serrano está convencida de que a lo largo de toda la vida —”incluso a mis 50 años ya”— sigues necesitando a tus padres en muchos momentos, y si ella fuera a desaparecer no podría permitirse pensar en una fiesta, solo querría transmitirle tranquilidad a su hijo. Yo le cuento que, aunque mucha gente a la que le pregunto sobre su última cena empieza inmediatamente a fantasear con una bacanal de excesos —hasta los hay que aseguran que en su traca final probarían todo lo que no se han atrevido a meterse—, tampoco es raro oír a gente que como ella imagina una cena muy íntima, con una sola persona, en la que el objetivo no es tanto prender la mecha de la traca final como resolver bien aquella despedida que a uno le permite poder irse en paz.
Ella pertenece claramente al segundo grupo, dice, pues en realidad su cena, para la que ni siquiera ha pensado un postre, no es más que una conversación en la cocina con su hijo. “Y no soy madre-amiga, para nada, echo broncas y hago de madre”, aclara. Sospecha que me ha decepcionado su plan: “Ya sé que es un poco rollo lo que he imaginado”, dice. A mí no me lo parece, pero le recuerdo que el niño aún está en edad de crecer, entrena todos los días para su equipo de baloncesto y necesita tomar algo de dulce después del ceviche.
“Entonces iría a comprar una tarta de queso, con lactosa, como me voy a morir esa misma noche podría tomar lactosa, que me sienta fatal”.
Yo sigo hasta el final de la entrevista tratando de arrancarle algún detalle más, ¿qué música sonaría?, ¿verían una peli ya que el plan es tan de tranqui?, ¿tomarían un queso para acabar ese vino ya que se puede permitir la lactosa esa noche? Yolanda me dice que no hay nada más que lo que me ha contado, una conversación en la barra de la cocina y al final un gran abrazo.
El plato
Ceviche Yolanda
Se necesita
Corvina, boniato, lima, cebolla roja, aguacate, cilantro, chile rojo.
Así se hace
“Compro todo en el mercado de la Cebada y soy amiga de mis tenderos, ellos me preparan la corvina para ceviche y yo la congelo”.
▪ “El ceviche es para los fines de semana, así que cuando llegan saco la corvina del congelador el día de antes. Por la mañana hago los boniatos al horno. Llegado el momento me abro una cerveza y empiezo. Los fines de semana cocino como si fuera la hora del vermut y también me pongo música de bailar”. ▪ “Corto el aguacate, le echo un poco de lima y sal. Corto cebolla roja y el boniato, que había hecho previamente en el horno. Corto la corvina en trozos razonables para tamaño de boca normal. Echo la corvina, un poco más de lima, cilantro, corto un poco de chile rojo”. ▪ “Sé que no es ceviche, pero es mi ceviche. Mientras lo hago igual ya me he tomado dos cervezas”.
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