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¿Decorar o usar y tirar? El modelo de la moda rápida se traslada al interiorismo

El ‘fast homeware’, la compra impulsiva y estacional de mobiliario y objetos decorativos con uso efímero, aumenta y se enfrenta al reto de la sostenibilidad.

Ilustración para el tema ¿Decorar o usar y tirar?
Ilustración para el tema ¿Decorar o usar y tirar?Miguel Pang Ly

Lo llaman avant basic y se interpreta como respuesta de postureo, bling-bling, superpop, maximalista por acumulación, colorista por rebelión, pero, antes que nada, barato o asequible. El crear hogar de la generación Z. En última instancia, la expresión de ese orgulloso y desafiante sentido/sentimiento de individualidad que llevan a gala mileniales y, sobre todo, centeniales también en los espacios que habitan. “Es la moda en tiempos de algoritmos, la peculiaridad frente a la reproducción mecánica, el vintage sin esfuerzo… El avant basic es un estilo de vida”, trinaba la periodista británica Emma Hope Allwood, ahora consultora creativa, a finales de 2020, al colgarse la medalla por haber bautizado —etiquetado, mejor— una tendencia que había estallado en redes sociales justo cuando el coronavirus empezó a hacernos pasar más tiempo en casa del deseado. Entonces, Instagram se llenó de imágenes de la luego conocida como The Influencer Lamp, la pequeña lámpara en forma de hongo que ambientaba con suavidad la habitación o sala de estar de toda señorita que se preciara de influyente. La original, un modelo setentero de Murano, el cristal ondulado en tonos pastel soplado a mano, no baja de 700 euros en las tiendas de decoración de época; las réplicas, de Ikea a Urban Outfitters, pasando lo mismo por Supreme que AliExpress, pronto se encontraron a partir de nueve. Con el espejo Ultrafragola, emblemático diseño de Ettore Sottsass datado igualmente a principios de los años setenta, ocurrió lo mismo a continuación. Bella Hadid se hizo un selfi frente a uno por el que se cuenta que pagó 10.000 dólares (el modelo, de pie, vuelve a producirse desde 2019, en acrílico opalino iluminado con neón y embellecedores de bronce) y se desató la locura, aunque imitarla sigue teniendo un precio, que las copias decentes marcan tres dígitos en sus etiquetas. Lo peor es que, a la larga, puede costarnos más de lo imaginado, al menos en términos medioambientales.

Promesa de máxima modernidad para el mobiliario más convencional, el avant basic (oxímoron donde los haya) no es sino el golpe definitivo del interiorismo de usar y tirar, el equivalente decorativo a la moda rápida. Tiene, claro, su anglicismo pertinente: fast homeware, acuñado por el portal Refinery29 a partir de la observación que la diseñadora textil alemana Fredericke Winkler expusiera en 2018. “La aproximación del consumidor a los artículos de casa se parece cada vez más a cómo compra su ropa: en función de las tendencias, de forma impulsiva y estacional”, concedía la directora creativa de la línea Hodsoll McKenzie de Zimmer + Rohde tras asistir a la multitudinaria inauguración de Anthropologie en Düsseldorf. La popular firma estado­unidense de extravagantes objetos de decoración y textil de hogar propiedad del grupo URBN, dueño asimismo de la cadena Urban Outfitters, se presentaba como penúltimo ejemplo de disrupción en un sector envejecido que “ha fallado a la hora de adaptarse a una nueva generación de consumidores que busca marcas potentes de precio medio-bajo más allá de Ikea”, comentaba la creadora en Fashion Network, advirtiendo de la amenaza para los pequeños productores locales que supone un modelo de negocio instaurado por Zara Home, en 2003, y seguido por H&M Home, en 2009, que supo redirigir la necesidad de satisfacción instantánea que entonces urgía en la moda hacia el hogar. Disponibilidad, accesibilidad y renovación/novedad constante de mercancía para vestir la casa. La dominación completa de todo lo que tenga que ver con el estilo en nuestras vidas a cargo de las corporaciones del gran consumo.

Los meses de confinamiento por la covid-19 hicieron el resto. Recluidos forzosamente entre cuatro paredes, la atención que hasta la fecha poníamos en nuestro lucimiento exterior se focalizó en el interior hogareño y una corriente de cojines con estampados geométricos, jarrones de siluetas sesenteras, espejos ondulantes, lámparas caprichosas y velas aromático-decorativas fluyó como nunca antes en el único escenario, o casi, que permitía socializar, el digital. Según datos de Statista, el número de búsquedas en internet referidas a mobiliario y decoración se disparó un 7% solo en marzo de 2020, cuando las tiendas electrónicas del sector acumularon 1.700 millones de visitas globales, “bien por motivos prácticos, bien con propósitos placenteros”, apostilla la consultora. Un estudio de la web de ventas Veepee (la antigua Vente-Privée) informa de que el gasto en decoración y equipamiento casero se incrementó entonces un 30% en los hogares españoles, desembolso que Statista cifra por su parte en 6.200 millones de euros. El pastel se repartió entre pequeño mobiliario, objetos ornamentales, ropa de cama y mesa y útiles de cocina, aquello susceptible de elevar la instagramabilidad de cualquier estancia en un momento en el que fenómenos estilísticos como el cottagecore (tendencia estético-nostálgica que ensalza la acogedora simpleza de la ruralidad) causaban sensación en redes. Ante semejante panorama, no resulta extraño que en apenas seis meses, de mediados de 2020 a principios de 2021, entraran al trapo casero los primeros espadas de la moda ultrarrápida actual: plataformas como Pretty Little Thing, Boohoo, Missguided e incluso el gigante chino Shein han expandido su oferta al interiorismo para presumir en TikTok. Una diversificación comercial espoleada por la coyuntura pandémica que se explica como “evolución natural” que permite ofrecer al consumidor “un producto más lifestyle”, a decir de Laura Vila, directora creativa de Mango Home, línea de textil para el hogar que la marca catalana lanzó hace un año exclusivamente en su canal online.

Aunque catalizadora del acelerón en cierto cambio de hábitos de consumo —y de las oportunidades económicas derivadas—, la crisis del coronavirus no es en realidad la responsable última de esta fiebre por la decoración de uso mínimo, susceptible de ser tirado después de fotografiar. El fast homeware lleva tiempo siendo monitorizado como responsable del sinfín de microtendencias efímeras en cuestiones de interiorismo que capitalizan las prácticas estéticas y socioculturales de los más jóvenes, para quienes el sentido de la posesión ya no significa nada. “Tienen personalidades muy individualistas, acaban de empezar en la universidad y precisan un espacio propio, muchas veces compartido. Viven de alquiler, por eso son residencias transitorias, así que no, no van a gastarse un dineral en una pieza de mobiliario”, expone Allyson Rees, analista de la consultora de tendencias internacional WGSN. Entre la precariedad salarial y los precios disparatados del alquiler de pisos mínimos (aquí, una media de 700 euros por un apartamento de 80 metros cuadrados, dice el último informe del Observatorio de Vivienda y Suelo del Ministerio de Fomento, si bien las rentas varían según comunidades y núcleos urbanos), se entiende tal desapego y se explica la preferencia de la juventud centénica por gastar menos en mobiliario pero comprar más a menudo (la misma trampa de la moda rápida). Los analistas de WGSN constatan que, a efectos de fast homeware, el grupo demográfico entre los 16 y 24 años —la muchachada Z— exhibe más predisposición a deshacerse de sus piezas de mobiliario y decoración que los mayores de 55. El problema, claro, es la cantidad de residuos que genera, porque los artículos desechados terminan invariablemente en vertederos o plantas incineradoras.

De las cerca de 1.000 toneladas de residuos que produce la industria textil, casi 400.000 kilos salen de nuestras casas, se trate de ropa de cama, mantelerías, cortinas, cojines o tapicerías. Las cifras las recogía el estudio Economía circular. Oportunidades en el sector del mueble, elaborado por la Oficina Europea del Medio Ambiente en 2017 —el último que consta—, en el que también se incide en esos 10 millones de toneladas de mobiliario desechados cada año por particulares y empresas europeas (12 millones en el caso de los estadounidenses). Basura decorativa compuesta por plásticos laminados, aleaciones metálicas, fibras sintéticas, espumas y resinas químicas que hacen de estos artículos de consumo efímero los menos reciclables de los que haya noticia en los entornos hogareños, por no hablar de la masiva huella de carbón que deja su sobreproducción (la de un simple tablero de aglomerado emite 334 kilogramos de CO2 por metro cúbico).

Con todo, en WGSN aprecian un cambio en la mentalidad consumidora también por lo que respecta a estas prácticas decorativas. “Podemos hablar de una segunda ola de fast homeware mucho más involucrada en soluciones sostenibles, que atienden a una mayor conciencia medioambiental por parte de los compradores”, admite Rees.

Donar en lugar de tirar, adquirir piezas de segunda mano o acudir a servicios de alquiler son comportamientos cada vez más habituales. Avant basic sí, vale, pero como en el caso de su contrapartida indumentaria, con cabeza para crear hogar, no destruir el que nos acoge a todos.

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