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El empuje del feminismo católico

Diversas redes abogan por una mejora de las estructuras mediante la exigencia al Vaticano de un papel más relevante de la mujer en la institución eclesial.

Protesta contra el poder masculino en la Iglesia, en Münster (Alemania) en 2019.
Protesta contra el poder masculino en la Iglesia, en Münster (Alemania) en 2019.Carsten Linnhoff (Getty Images)

Un movimiento internacional de mujeres católicas, empoderado por la marea del MeToo, apuesta desde hace años por el acceso de las mujeres a la toma de decisiones dentro de la Iglesia. Tradicionalmente limitadas a lidiar con los asuntos sociales —como la ayuda a los refugiados, a las personas sin hogar o a las mujeres víctimas de trata—, ahora quieren que se reconozcan sus propios derechos. Exigen que se juzguen los abusos sexuales a menores y religiosas, que se bendigan las uniones de parejas del mismo sexo y que las mujeres puedan ordenar la misa. Su dogma es: sin cambios en las estructuras no mudarán las dinámicas.

En marzo del año pasado, dos semanas después de que el Vaticano prohibiera la bendición de las parejas homosexuales, cinco organizaciones feministas católicas de Alemania, Suiza y Austria salieron a las calles. Para Chantal Götz, codirectora de la red Voices of Faith, aquello fue “un gran paso para que el Vaticano se diera cuenta del rechazo por parte de las bases de este tipo de decisiones”.

Voices of Faith nació en 2013 en el seno de la Santa Sede para ensalzar la labor de las mujeres en la Iglesia. Pero ahí no cabían las críticas a las estructuras. En 2018 se toparon con el rechazo de las instituciones al organizar unas jornadas ­LGTBIQ y decidieron dejar el Vaticano. “Ganamos libertad. Un 0,1% de clérigos hombres blancos deciden lo que hay que hacer y el resto tenemos que seguir”, exclama Götz. Según Pepa Moleón, miembro de Revuelta de Mujeres en la Iglesia —­una plataforma española en sintonía con las redes Voices of Faith y el Catholic Women’s Council—, “las católicas en la vida civil hemos logrado el derecho a decidir, pero en la Iglesia seguimos siendo ciudadanas de segunda clase”.

El movimiento católico feminista es especialmente fuerte en Alemania, donde para ser miembro de la Iglesia hay que pagar un impuesto. La organización María 2.0 fue creada hace dos años por cinco mujeres a raíz de los abusos sexuales que sacudieron al país; hoy cuenta con más de 60 sucursales y se movilizan por el reconocimiento de las relaciones LGTBIQ, la abolición del celibato obligatorio y la incorporación de mujeres sacerdotes. Angela Kieserg, miembro de María 2.0, insiste en que este no es un asunto endogámico alemán: “Muchas mujeres, desde la India hasta América del Sur, nos piden que sigamos luchando”.

La responsables de estas redes, carentes de jerarquías, con vocación de base y que protagonizan acciones conjuntas, dicen no querer demoler la Iglesia, sino convertirla en un lugar mejor. Aunque algunas opinan que no merece la pena enfocar la lucha en las instituciones, se movilizan junto a las que aseguran que el ruido es importante para reformar el Vaticano. “En María 2.0 somos pesimistas sobre la Vía Sinodal [un proceso iniciado por el papa Francisco para transformar la Iglesia]. Sin embargo, la mayoría de nuestros miembros participan en ella”, resume Kieserg.

En octubre de este año, la sororidad eclesiástica saldrá a las calles de Roma. Tienen la esperanza de que la Santa Sede no las deje atrás y evitar de esa forma que la propia Iglesia desaparezca. “La gente está enfadada. Nosotras somos cada vez más maduras, estamos creciendo, y ya no nos comportamos como ovejas dormidas”, proclama Götz.

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