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La mujer que cambió el rock alternativo para siempre

Durante 30 años. Kim Gordon fue la bajista de la banda estadounidense Sonic Youth, y el ejemplo de que una mujer podía abrirse paso en un mundo eminentemente masculino sin tener que esconder sus ideas ni sexualizar su imagen. Nos citamos en Oaxaca con este icono del feminismo y del ‘underground’.

La artista estadounidense Kim Gordon, en la ciudad de Oaxaca, México el día 16 de octubre de 2021. Kim Gordon visito México para participar en la feria del libro de Oaxaca en donde compartió un performance con música y literatura.Foto: HECTOR GUERRERO (EL PAIS) | Vídeo: EPV
Camila Osorio

Pocas personas en el mundo saben cómo transformar el ruido en una melodía hipnotizadora, y una de esas pocas personas se llama Kim Gordon. “Conectar una guitarra a la electricidad es algo muy visceral”, dice la que fuera bajista, guitarrista y vocalista de la banda de rock Sonic Youth durante 30 años. Hablamos con ella después de presentarse en un diminuto pueblo de Oaxaca, México, donde fue invitada a la condecoración del Premio de Literatura Aura Estrada. Esa tarde, en su presentación, su materia prima no era su voz, sino su guitarra y su amplificador. Vestida con camisa blanca y pantalón negro brillante, Gordon hizo música balanceando su guitarra, arrullándola, haciéndola flotar encima de su cabeza mientras el cielo se tornaba violeta al final de la tarde. Cada movimiento aéreo generaba un sonido distinto, magnético, y sumergía al público en una especie de trance en el que la música parecía alejarse y acercarse de cada espectador. “La guitarra es muy sensible al movimiento, no es algo estable”, explica. “Tu relación con la guitarra cambia dependiendo de dónde estés con respecto al amplificador, y eso sobre todo con una guitarra acústica”.

Nacida en el Estado de Nueva York hace 68 años, Kim Gordon es música, artista plástica y uno de los iconos que cambiaron la historia del rock en los años ochenta y noventa. La suya fue una transformación que llegó después del punk pero antes del grunge de Nirvana. Desde 1981 hasta 2011, Gordon y su banda Sonic Youth ofrecieron al mundo rock experimental, una melodía disonante en la que los amplificadores o las baterías estridentes hacían del sonido algo crudo pero seductor. “El ruido extremo y la disonancia pueden ser increíblemente liberadores”, escribió Gordon hace unos años. Pero algo más trajo Sonic ­Youth con Kim Gordon: una nueva banda de rock con una mujer en un papel central que se negaba a convertirse en un producto comercial. Ella, como Janis Joplin o Patti Smith, intentaba algo más radical: cambiar lo que entendemos como rock. Y lo logró.


Kim Gordon, en Oaxaca.
Kim Gordon, en Oaxaca.Hector Guerrero (El PAIS)

El mundo de la música alternativa, del punk al hardcore, era en los ochenta aún mayoritariamente masculino, y esa asociación musical que favorecía a los hombres le generaba a Gordon un reto. “Yo siempre fantaseaba sobre cómo sería estar debajo del centro de energía, debajo de los chicos que han cruzado sus guitarras”, escribió Gordon en uno de sus diarios de aquella época, cuando quería entender “esa poderosa forma de intimidad que solo se logra en el escenario frente a otras personas, eso conocido como el vínculo masculino”.

En unos años dominados por la fama pop de Madonna, la bajista no buscaba en el rock convertirse en un éxito comercial ni hacerse conocer sorprendiendo al conservador Ronald Reagan cantando sobre la virginidad como hizo Madonna en Like a Virgin (aunque, admite, es admiradora de la reina del pop). “Creo que ahora el público ve de forma más normal que haya mujeres en el mundo de la música. Ya no es como antes, que debías proyectar una imagen y ser un tipo concreto de chica”, cuenta Gordon en Oaxaca.

Lo radical, en cambio, podría ser verse ordinaria, no ser un icono de la moda, pero lograr romper los esquemas o estereotipos sexistas de la música y provocar un cambio en su seno. La mística de Kim Gordon no estaba en la imagen, sino en los sonidos estridentes que usaba; lo suyo era cautivar los ojos del público en medio de las guitarras y baterías de los hombres pero sin volverse un producto exótico del mercado, sin comprometer nada por entrar en el sistema.

“Cuantas más mujeres estén en el mundo de la música, más podrá ver el público que somos individuos”, reflexiona. “Todas queremos ser vistas como artistas. Es cierto que en el momento en que aparece la presencia femenina en una banda cambian por completo las dinámicas. Y eso hace a la banda más interesante. Creo que en los grupos masculinos algo se ve muy opaco. Mientras que cuando hay una mujer en el escenario, y espero que esto no suene increíblemente sexista, es como si apareciese cierta vulnerabilidad, como si ahí sí pudieras entrar”.

La bajista de Sonic Youth durante un concierto de la banda en 2010.
La bajista de Sonic Youth durante un concierto de la banda en 2010.Al Pereira (WireImage)

La voz y la guitarra de Gordon son una fuerza abrumadora en el escenario, pero en las entrevistas la artista es lo opuesto. Habla sonriente y amablemente, pero con una voz que parece cohibida, muy cuidadosa con cada palabra que sale de su boca, y que pronuncia en un tono extremadamente bajo. “Soy bastante tímida, por eso la gente que me conoce se sorprende cuando me ve sobre un escenario”, admite. “El escenario es como una arena en la que aprendí realmente a sentir. No siempre me sentí así, antes era mucho más cohibida. Ahora es un lugar en el que me puedo sentir muy libre y expresar mis emociones”.

Cogiendo la inspiración de la banda The Velvet Underground, Sonic Youth nació en las calles de Nueva York como parte de un movimiento pospunk que se llamaba literalmente ruido (noise). Gordon llegó a Nueva York después de crecer en California y sobrevivió en la Gran Manzana a punta de trabajos mal pagados (fue mesera, pintó casas, trabajó en una tienda de fotocopias…) y una dieta a base de comida rápida (hot dogs, patatas fritas, pizza…). Entre tanta escasez nació, en 1981, el primer Festival del Ruido (Noise Fest), un evento de nueve días que les dio un hogar a las bandas experimentales que no tenían bares donde tocar. Gordon y su pareja, el guitarrista Thurston Moore, organizaron el evento y se presentaron allí como Sonic Youth.

“Siento que cada vez hay más disonancia en la música”, dice ahora Gordon sobre el legado que dejó este movimiento en la historia del rock. “Cuando empezamos Sonic Youth, el término noise era negativo y luego, en los noventa, creció el movimiento, y ahora escuchas disonancias hasta en el hip hop e incluso en el pop”.

La popularidad de la banda se hizo enorme y global después de discos como Goo, de 1990, y Dirty, de 1992, en los que ella compuso canciones a mujeres que murieron de anorexia (“Siento que desaparezco”, canta en Tunic, en honor a la vocalista Karen Carpenter) o contra el acoso sexual en el trabajo (“No me toques los senos, estoy solo trabajando en mi escritorio”, advierte Gordon en Swimsuit Issue).

Sonic Youth no le temía a lo experimental —incluso mezcló sus sonidos con la poesía beat— y desafiaba las expectativas de sus seguidores con cada uno de sus discos. Eran símbolo de la estridencia, pero la suya no era una banda conocida por el desenfrenado consumo de drogas o alcohol como los Rolling Stones o Black Sabbath. Quienes los frecuentaron en el pico de su fama dicen que eran músicos más preocupados por cómo pagar el alquiler o el colegio de sus hijos que por consumir cocaína o cualquier otro estupefaciente.

Sonic Youth en 1986: Thurston Moore, Lee Ranaldo, Steve Shelley y Kim Gordon, en el camerino del club Paradiso de Ámsterdam.
Sonic Youth en 1986: Thurston Moore, Lee Ranaldo, Steve Shelley y Kim Gordon, en el camerino del club Paradiso de Ámsterdam.Foto: Getty

La fama la utilizaron para dar visibilidad a otras bandas norteamericanas que los acompañaban en giras, como la conocida Nirvana dirigida por Kurt Cobain (el combo de grunge viajó en una gira de Sonic Youth por Europa en 1991 antes de que Cobain se hiciera universal con su disco Nevermind). “La fama lo alienó de cualquier comunidad”, cuenta Gordon sobre el suicidio de su amigo Kurt Cobain en 1994. “La mayoría de los que vieron a Nirvana en vivo nunca habían presenciado ese grado de autodestrucción en una persona, él se lanzaba a la batería como si estuviera en un baile negociado con la muerte”, recuerda. Nirvana murió con Cobain en 1994, y aunque Sonic Youth no vivió los excesos del grunge ni del punk, ni sus integrantes murieron trágicamente por excesos con las drogas o terminaron rondando la depresión, la muerte de la banda llegaría en el nuevo milenio y por un motivo muy distinto.

Sonic Youth desaparece cuando Kim Gordon decide divorciarse de su marido, el guitarrista de la banda Thurston Moore, quien le venía siendo infiel desde hacía ya bastantes años. A pesar de los esfuerzos de Gordon por reparar la relación, el guitarrista acabó con el matrimonio de 27 años cuando se obsesionó con la que era su amante en aquel momento. “Sentí compasión por ­Thurston, y aún la siento”, escribe Gordon en sus memorias. “Lamento la forma en la que perdió su matrimonio, su banda, a su hija, su familia y nuestra vida juntos. Incluso a él mismo. Pero eso es muy distinto a perdonarlo”.

El fin de Sonic Youth fue un espectáculo inolvidable. Tuvo lugar en Brasil. Noviembre de 2011 y la banda estuvo a punto de dar su último concierto ante miles de espectadores a las afueras de São Paulo. Death Valley fue una de las primeras canciones de la noche, pero en lo único en lo que estaba pensando Kim Gordon ese día era que ahí acababan 30 años con el grupo que transformó la historia del rock y 27 años de su matrimonio con Thurston Moore. “Hit it. Hit it. Hit it”, cantaron los dos músicos en el escenario mientras ella pensaba que esta canción de punk es realmente la banda sonora de “la ira y del dolor”. “No creo que me haya sentido tan sola en mi vida”, cuenta en sus memorias La chica del grupo (editorial Contra), libro publicado en 2015. Ese último concierto está entero en YouTube. Gordon confiesa que nunca lo ha querido ver.

El fin de Sonic Youth no fue el fin de Kim Gordon con la música ni el arte de transformar el ruido en melodía. En diciembre de 2021 la cantante publicó tres nuevos sencillos, Slow Boy, Abstract Blues y Grass Jeans, el último con un tono más grunge y cuyas ganancias por descargas se irán —por iniciativa de ella— a una organización no gubernamental que apoya el acceso al aborto para las mujeres de Texas (Estado donde este derecho fue limitado recientemente).

Gordon también está trabajando como coeditora de un nuevo libro, This Woman’s Work, en el que varias autoras estadounidenses, como Rachel Kushner o ­Maggie Nelson, escriben sobre otras mujeres en el mundo de la música. “Es también sobre las experiencias de las personas en relación con la música”, cuenta Gordon. “Para mi artículo en el libro no escribí un ensayo, sino que entrevisté a Yoshimi P-We, de Boredoms, porque creo que ella es lo equivalente en Japón a lo que yo soy en Estados Unidos. A ella no se la conoce lo suficiente, aunque es superinteresante. No es convencional, y eso es interesante en una sociedad como Japón que se orienta a lo convencional”, explica. Gordon tampoco entra en los esquemas de lo que se entiende como convencional en Estados Unidos.

Además de música, es una exitosa artista plástica que ha expuesto en museos y galerías alrededor del mundo y fue cofundadora en los años noventa de una marca de ropa llamada X-Girl. Después de la muerte de Sonic Youth, en 2019 Gordon terminó su primer disco como solista, No Home Record, y al mismo tiempo hizo una exposición de imágenes llamada The Bonfire, dos obras que apuntan a su preocupación actual por la mercantilización de la vida diaria con las nuevas tecnologías.

Sonic Youth, en California durante un concierto en 1992.
Sonic Youth, en California durante un concierto en 1992.Foto: Getty

“Airbnb es algo con lo que he estado obsesionada”, dice sobre una canción de su debut en solitario, en la que algunos versos son frases describiendo los hospedajes en esa plataforma de alquiler vacacional: “Acogedor y cálido”, “Rústico, romántico”, “Casa con licencia para nosotros los alternativos”. “Me genera fascinación la forma en la que se mercantiliza un estilo de vida”, dice la neoyorquina. “Esa idea de que tus experiencias son creadas, Airbnb hace esto ahora. Parecen decirte: ‘Puedes irte a acampar como un cowboy y dormir cerca de una fogata”.

Su exposición fotográfica The Bonfire es un conjunto de imágenes que muestran personas alrededor de una fogata. Sus caras están enmarcadas digitalmente. “Utilicé algo de Photoshop para que haya unas líneas que hacen ver a las personas como objetivos vigilados”, explica. “Tú crees que estás teniendo un momento íntimo [al tomar estas fotos digitales], pero no es privado, siempre estás siendo observado”.

Kim Gordon siempre ha sido crítica al capitalismo; describe ahora Nueva York como una enorme corporación. “La zona del sur de Manhattan hoy parece un centro comercial”, añade. Pero nunca se había involucrado directamente en política electoral hasta 2020, año en que hizo campaña por el socialista Bernie Sanders. “Bernie es muy inspirador, y fue muy decepcionante que no ganara”, dice.

La entrevista en Oaxaca ocurre semanas antes de que se supiera qué ocurriría con el trillonario paquete de infraestructuras del presidente Joseph Biden, pero Gordon —que describe al actual presidente de Estados Unidos como “muy decepcionante”— pronostica lo que ocurriría. “Creo que va a terminar como Obamacare”, dice sobre el paquete de infraestructuras, comparándolo con el frustrado plan para reformar el sistema sanitario que propuso Barack Obama. “Biden acabará haciendo muchos compromisos hasta que no se pueda cambiar nada. Y este es el momento en que las cosas de verdad tienen que cambiar”. Un cambio radical en la política, como en el rock, es algo a lo que Kim Gordon no le teme. “Muchas veces me preguntan: ‘¿Puede la música cambiar el panorama político?”, escribió la cantante al lanzar el último sencillo, Grass Jeans. “Claro que puede…, pero se necesita una audiencia dispuesta a hacer algo al respecto”.

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Sobre la firma

Camila Osorio
Corresponsal de cultura en EL PAÍS América y escribe desde Bogotá. Ha trabajado en el diario 'La Silla Vacía' (Bogotá) y la revista 'The New Yorker', y ha sido freelancer en Colombia, Sudáfrica y Estados Unidos.

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