El ministerio de los santos
El proceso con el que la Iglesia católica elige a sus santos, es decir, a los cristianos que sin lugar a dudas están en el cielo y son un modelo a imitar, tiene algo de investigación detectivesca y algo de proceso judicial. Un procedimiento envuelto en sombras que puede durar siglos o solo unos pocos años, según el interés político del papa de turno y el dinero que se invierta en la causa. Esta es la historia de la fábrica de santos de Roma, el ministerio del Vaticano que maneja las canonizaciones, y de una nómina de 10.000 santos, la inmensa mayoría hombres y sacerdotes
El padre Varona tiene un largo camino por delante. Es el portador. Ha jurado ante el obispo de Córdoba, Demetrio Fernández, no separarse del pesado arcón de madera que mueve con un carrito de mudanza hasta que culmine su misión: llegar a Roma y entregarlo en la Congregación para las Causas de los Santos, en el corazón del Vaticano. El cajón, una obra maestra de carpintería, tiene un metro de largo por medio de alto; su tapa está herméticamente atornillada; la cruza una cinta de seda roja lacrada con el sello del obispo; contiene los 13.200 folios secretos de la causa de beatificación del religioso gaditano Pedro Manuel Salado, que murió en la playa ecuatoriana de Atacames el 5 de febrero de 2012, tras salvar la vida de siete niños. Esta documentación puede elevar a Salado a los altares. Según explica el obispo, “una causa de santidad supone alcanzar la certeza moral frente a una duda propuesta de que ese cristiano se encuentra en el cielo; que su trayectoria representa un modelo de imitación y debe ser objeto de veneración”.
El proceso no ha hecho más que empezar, aunque Salado ya ha entrado en la categoría de “siervo de Dios”. Al final del camino se tendrá que demostrar un milagro, un hecho inexplicable y contra las normas de la naturaleza, ocurrido por su intercesión. El milagro lo hace Dios (es su rúbrica a todo el proceso), pero a través del futuro santo. Y si no hay milagro, el candidato no pasará de ser un “venerable siervo de Dios”. Y tendrá que esperar. Incluso siglos. Quizá el milagro nunca llegue.
Para ser beato es imprescindible acreditarse uno ante la Santa Sede y otro más para ser santo. La mayoría consiste en curaciones (instantáneas, completas, duraderas e inexplicables). La lista de hechos sobrenaturales registrados en la Congregación es interminable; desde tumores que se desvanecen a bolsas amnióticas rasgadas que se cierran; desde diarreas y vómitos crónicos que cesan y enfermedades raras que se curan hasta un joven que se cae de una altura de 15,5 metros sin sufrir ninguna lesión. Hay, además, todo un catálogo de conversiones, bilocaciones (estar en dos sitios al mismo tiempo, como solía hacer el Padre Pío), multiplicación de alimentos (san Juan Macías, en 1949, hizo crecer un puñado de arroz en Olivenza, Badajoz, hasta saciar a una multitud hambrienta), visiones, revelaciones, estigmas y hasta levitaciones. El menos frecuente es la resurrección. “Es el más difícil y de mayor grado”, aclara un sacerdote especialista. No todos los católicos tienen la misma opinión sobre los milagros. Para el teólogo Juan José Tamayo: “Pertenecen a la mitología de la credulidad, de la incultura, no fomentan la fe ni la solidaridad, sino la superstición y la milagrería”.
Estos legajos metódicamente archivados y empaquetados que transporta a Roma han supuesto para Miguel Varona tres años de trabajo minucioso, reuniendo documentos (hasta informes meteorológicos de la playa donde murió Salado) y decenas de entrevistas; miles de preguntas bajo juramento y testimonios sobre la vida y la muerte de su candidato. Este sacerdote es el postulador (el responsable, el impulsor) de la causa, como se denomina a todo el proceso de beatificación en la Iglesia católica, que guarda un gran parecido con un procedimiento judicial, con una fase de instrucción y otra de juicio, hasta concluir en una sentencia, atendiendo (se supone) al clamor de los cristianos que olfatean el fumus sanctitatis (fama de santidad) del candidato. De esa forma, según el sacerdote Alberto Fernández, delegado de las Causas de los Santos de la Diócesis de Madrid, “se unen en cada causa tres voces: la del pueblo de Dios, que dice, ‘aquí hay algo excepcional’; la de la Iglesia, mediante una causa que es como un juicio, y la de Dios, a través del milagro, que es el sello divino”.
Durante tres años, el padre Varona ha sido el detective de la vida de Salado. En este tiempo, como le ocurre a la mayoría de los postuladores de las causas (no más de dos centenares en todo el mundo), se ha obsesionado con su postulado. Confía en que esta causa se abra camino en la burocracia de la “fábrica de santos” vaticana, que en un par de años consiga el Decreto de Validez y, a partir de ahí, supere el largo examen final de la redacción, análisis, juicios y votaciones secretas sobre la positio (la tesis encuadernada en cuero rojo y grabada con letras de oro que documenta por qué ese siervo de Dios acumula méritos para la santidad). Hasta que algún día, después de conseguir la unanimidad del grupo de obispos y cardenales que se reúnen dos martes al mes en la Sala Bolonia de la Congregación en Roma, la causa llegue a manos del Papa en una bella carpeta de piel. Y el Sumo Pontífice decida. Y decrete.
El Papa es el único que puede confirmar (o desaconsejar) la santidad de un candidato. Es una decisión infalible e irrevocable. Sin marcha atrás. Nadie en la Iglesia sabe responder qué pasaría si después de su canonización se demostrara que un santo no había sido santo: “No se ha dado el caso”. Sin embargo, algunas causas avanzadas, como la del fundador del movimiento neoconservador Schönstatt, el sacerdote Josef Kentenich, está congelada por presuntos abusos sexuales.
Después de la fase de investigación y recogida de pruebas normalmente en la diócesis donde murió el postulado, la del Vaticano (denominada Fase Romana) puede prolongarse décadas; incluso siglos: como la de Isabel la Católica, reactivada en 1958 y paralizada en 1991 por haber expulsado a los judíos de España, o la del arquitecto Antonio Gaudí, que murió en 1926. Transcurrirán decenios bajo el severo escrutinio de teólogos, canonistas, historiadores, juristas, médicos, cardenales y obispos; de pasos adelante y atrás. Y de coger mucho polvo. Las causas son lentas. Se inician en un momento histórico y se resuelven en otro distinto, cuando desde el postulador que lo inició, los testigos y el mismo papa que autorizó su apertura han muerto. El siglo es la unidad de medida de tiempo en el Vaticano.
En ocasiones, cerca de su conclusión, algunas ya no interesan a la Santa Sede. Y se quedan en el limbo. Sobre todo, si el postulado no está dentro de la línea ideológica (o propagandística) del pontífice de turno. Se puede dar el caso contrario, que interese agilizarla. Como el récord de velocidad de Juan Pablo II (un santo súbito), que en solo nueve años fue canonizado (saltándose las normas por deseo de Benedicto XVI); o los escasos 18 años de tramitación de la controvertida causa de Teresa de Calcuta. Sin embargo, en contra de la creencia general, el fundador del Opus Dei, Josemaría Escrivá de Balaguer, no corrió tanto: tardó 27 años. Pero cuando su causa se puso en marcha, colaboró en su elaboración un tercio del episcopado, los superiores de las grandes órdenes religiosas e, incluso, jefes de Estado. Al tiempo, al parecer, se prescindió de algunos testimonios negativos. La Obra reunió 20.000 folios irrefutables, según explica uno de los 20 miembros que trabajaron en la redacción de la causa de Escrivá, José Carlos Martín de la Hoz, director de la Oficina para las Causas de los Santos del Opus Dei, que también ha colaborado en las de los sucesores de san Josemaría al frente del Opus: Álvaro del Portillo (que fue proclamado beato en 17 años) y Javier Echevarría (cuyo proceso de beatificación se abrirá en breve).
En el entorno eclesial comentan (a media voz) que hay “causas estratégicas que se aceleran por motivos políticos, de agenda, de oportunidad; porque es el mensaje que le interesa a la Iglesia en ese momento. Y también como diplomacia, durante los viajes del Papa a territorios en los que interesa promover el catolicismo”. Hay santos de cada momento. Con un perfil ideológico y humano acorde con cada Santo Padre. Cada diócesis y cada orden o congregación quieren tener el suyo, porque es un sello de calidad. Y la maquinaria del Vaticano marca la dirección. Y acelera o frena (congela, dilata, suspende, bloquea) según su interés. Wojtyla hizo santos a Teresa de Calcuta y a Escrivá, pero no consideró “oportuna” la beatificación de Óscar Romero (que fue asesinado por la extrema derecha mientras oficiaba misa en El Salvador) o del jesuita Ignacio Ellacuría (también asesinado en El Salvador por los paramilitares). Ni la de Ignacio Arrupe, el superior de los jesuitas, rival ideológico de Juan Pablo II, cuyo proceso (por fin) se ha abierto 28 años después de su muerte, y que postula el curtido padre Pascual Cebollada junto a un equipo de 10 miembros de la Compañía de Jesús. Se movían en el marco de la Teología de la Liberación y “la opción preferencial por los pobres”. No era la agenda de Wojtyla. “Los santos que se eligen con cada papado legitiman ese modelo de Iglesia; son la mejor propaganda de la visión que tiene el papa del mundo; las canonizaciones son su banderín de enganche político”, explica el teólogo Juan José Tamayo, que continúa: “Con Juan Pablo II se acuñó una raza de santos más espiritualista, eclesiástica, ortodoxa. Fabricó más santos y beatos que ningún otro papa en la historia: más de 1.700 en 27 años. Hoy, Jesucristo no pasaría el filtro de la Congregación, porque criticaba a los ricos, apostaba por las mujeres y los excluidos, y murió a manos del poder”. Lo confirma un jesuita madrileño: “Para ser santo, no se puede ser un heterodoxo”.
También Francisco ha cambiado el perfil de los aspirantes a santos. Según José Beltrán, director de la revista Vida Nueva (la referencia informativa del sector), “cuando Bergoglio llega, ve que solo hay santos varones, de países desarrollados y de ricos; santos del Opus y de las monjitas que invertían sus ahorros en canonizar a su fundadora. Pero eso no lo podían hacer los católicos de Nigeria o las madres de familia numerosa, o los seglares o los misioneros de África. Había muchos del norte y pocos del sur. Juan Pablo II buscaba santos que no hubieran dicho ni escrito nada contra la doctrina. Francisco busca la santidad normal, cotidiana; la de la puerta de al lado”.
El manejo político más evidente de las beatificaciones lo llevó a cabo Juan Pablo II con los católicos asesinados durante la guerra civil española por odio a su fe (odium fidei), que las fuentes más conservadoras sitúan en 64.000 y la Conferencia Episcopal Española, de boca de su directora de las Causas, Lourdes Grosso, cifra entre 8.000 y 10.000. Durante el franquismo, en 1964, Pablo VI (un papa refractario a la dictadura de Franco) se negó a poner en marcha esos procesos de beatificación por martirio, porque “una beatificación debe servir para educar al pueblo, no para dividirlo”, según explicaba el cardenal Pietro Palazzini. Sin embargo, en 1983, Juan Pablo II situó en su hoja de ruta ideológica la beatificación de los mártires españoles (y de los países tras el telón de acero) y las reactivó bajo la dirección de la religiosa teresiana Encarnita González con el encargo de “coordinar las causas de los mártires de la persecución religiosa en España”. De las más de 8.000 fichas de personas asesinadas registradas por González, en torno a 1.900 ya han logrado la beatificación. Sin embargo, en la era Francisco, y con el cardenal Rouco fuera de juego, el asunto ha languidecido. Pero en la Iglesia española tienen claro que, en los próximos años, otros 7.000 “mártires de la persecución de la Guerra Civil” ascenderán a los altares.
Además de oportunidad política, una causa necesita dinero. Y personal permanente y adecuado. Y tiempo. Un terreno donde tienen ventaja las órdenes sobre los laicos. De los aproximadamente 10.000 santos con los que cuenta la Iglesia, solo un 10% son mujeres, y un 1%, casados. La mayoría eran profesionales de la Iglesia. En esa nómina hay 87 papas, 1.147 obispos, 467 abades, 239 fundadores y fundadoras de órdenes religiosas, 1.315 religiosos, 958 sacerdotes y 2.300 mártires.
Para conseguir una canonización hay que alimentar y engrasar durante décadas una maquinaria técnica y propagandística, que hoy dispone de páginas web y redes sociales que mantener y alimentar. Y, tradicionalmente, con estampitas que repartir en las iglesias, con una cuenta bancaria al dorso. Por ejemplo, en la web de la joven burgalesa Marta Obregón, candidata al martirio “por defensa de la virtud de la castidad”, tras ser asesinada en 1992 por Pedro Luis Gallego, el violador del ascensor, se puede leer: “Hasta ahora los gastos han sido menores y hemos podido cubrirlos con nuestros propios medios, ahora tu ayuda nos va a resultar indispensable. Puedes contribuir utilizando alguna de las formas que se encuentran a continuación”.
Para ser santo hacen falta limosnas. Hay que hacer ruido. Y que corra la voz de los “favores” que concede el candidato a los altares. Y recaudar. Sin “fama de santidad” no se llega a santo. Como afirma el padre Martín de la Hoz: “Una causa pobre es una pobre causa”.
La sombra de la corrupción ha envuelto siempre a la fábrica de los santos vaticana. El anterior prefecto de la Congregación, el excardenal Giovanni Angelo Becciu, fue cesado en 2020 por Francisco por turbios manejos inmobiliarios de los que está siendo juzgado. A lo largo de los últimos años, las sospechas no se han desvanecido. La última salió a la luz en abril, cuando se denunció que la Congregación habría pedido dinero para dinamizar la causa del democristiano italiano Aldo Moro, asesinado en 1978. En horas, el Vaticano afirmó: “Esa petición económica no se produjo en ningún momento”.
Una mala fama que confirma el vaticanista Darío Menor: “Con la era Francisco ha entrado un modelo de mayor eficacia y transparencia, sobre todo en el control del dinero que se mueve, porque antes era de broma. No había ninguna vigilancia de la Congregación sobre el proceso. Se movía el dinero en efectivo. Era la casa de tócame Roque. Ahora está más fiscalizado, pero la lentitud y la incompetencia continúan siendo exasperantes”.
Los ingresos de una causa proceden de los donativos. Los gastos se pueden dividir en dos partidas: los de la Fase Diocesana (que se pueden situar en torno a los 100.000 euros) y los de la Fase Romana, en la Congregación, para los que el Vaticano en busca de una mayor transparencia estableció en 2016 unas tarifas fijas y confidenciales. Las más elevadas son las que hay que satisfacer por el “reconocimiento del milagro”, que suponen un desembolso de 18.200 euros. Y, después, por el “reconocimiento de virtudes o martirio”, que cuesta 17.240 euros. Hay que añadir el sueldo del postulatore romano, un abogado residente en Roma, entre bróker y lobbista, encargado de activar, agilizar y favorecer la tramitación de la causa en el Vaticano, que puede cobrar hasta 30.000 euros. Sin contar con sus ayudantes. La abogada más prestigiosa del ramo y decana de los dos centenares de postuladores romanos es la canonista argentina Silvia Correale (apodada en el Vaticano la monseñorina), que ha llevado desde 1992 centenares de causas. Según diversas fuentes, un proceso que dure en torno a 30 años puede llegar a costar entre 100.000 y 400.000 euros. Al final, si sobra dinero, lo absorbe la Congregación vaticana, ya que es una “causa piadosa”, para nutrir un “fondo de solidaridad destinado a causas pobres”.
La Congregación para las Causas de los Santos se encuentra en el número 10 de la plaza de Pío XII, frente a la basílica de San Pedro. Es uno de la docena de dicasterios (ministerios) en los que se apoya el Pontífice para gobernar la Iglesia. En el ala trasera del palacio de los Propileos se encuentra el Studium, la facultad que prepara a los profesionales de las causas de los santos. En este ministerio trabajan 200 asesores (el mayor número dentro del gobierno vaticano), a las órdenes del cardenal Marcello Semeraro, que ha rehusado personalmente participar en este reportaje, aunque envió su bendición al periodista. Cuenta con un Colegio de Relatores, los sacerdotes en nómina que siguen y dirigen cada causa en Roma. Un puesto que está vedado a las mujeres. Y de la llamada Consulta Médica, un equipo de doctores (hombres, italianos y católicos) que se reúnen cada 15 días en asamblea secreta para analizar dos milagros. Echan atrás dos de cada tres que les presentan. En la cúpula de la Congregación hay 20 cardenales y obispos de todo el mundo que se encuentran cada dos martes y debaten una media de cuatro casos por sesión. Si están de acuerdo, envían su nihil obstat al Papa. Si no hay unanimidad, no hay “fumata bianca”. Según el index ac status causarum (el registro del estado de las causas que publica en latín el Vaticano), hay en la Congregación en torno a 1.300 causas “vivas”. Algunas se remiten al siglo XV. A las que tienen más de 30 años desde la muerte del postulado se las denomina “históricas”, son las que carecen de testigos vivos.
La causa del hermano Salado, ahogado en Ecuador mientras salvaba niños, encaja como un guante en uno de los tres “caminos” fijados por el Vaticano para alcanzar la santidad: “El ofrecimiento voluntario de la vida al prójimo con el resultado de una muerte cierta y libremente aceptada”. Este acceso a la santidad, de tinte solidario, fue incorporado por Francisco en 2017, en su búsqueda de fabricar santos más pegados al terreno. Uno de sus beatos de nueva generación es Carlo Acutis, un youtuber italiano que falleció a los 15 años, al que ya se le ha acreditado un milagro y que ha sido embalsamado para su veneración pública con su sudadera y sus Nike.
Los otros dos motivos para ascender a los altares son el martirio (el más antiguo y numeroso) por motivos religiosos y odio a la fe del ejecutado, y en la que el mártir ha tenido que perdonar a su verdugo antes de morir, no tener militancia política, no portar armas ni resistirse. El segundo es haber vivido de acuerdo a unas “virtudes heroicas”, un catolicismo en grado sumo que haya sido reconocido ampliamente por sus contemporáneos. Tener, lo que en la fábrica de santos se denomina, “fama de santidad”.
Delante de la tumba de Marta Obregón, candidata al martirio y la beatificación “en defensa de la virtud de la castidad”, en el cementerio de Burgos, no hay señales de “fama”. La tumba número 92 aparece deslucida, solitaria; reposa sobre ella un pobre ramo de flores de plástico. La persona que ha mantenido viva su memoria desde que se comenzó a trabajar en su causa, en 2006 (como promotores están los kikos, el grupo de Kiko Argüello, que busca su primera santa), es el sacerdote Saturnino López Santidrián, de 75 años, que tras 12 de trabajo y una cincuentena de entrevistas (los kikos intentaron además sin éxito encontrarse en la cárcel con el asesino, Pedro Luis Gallego) entregó la causa de Obregón en el Vaticano en 2019.
Satur, como es conocido en Burgos, recibe en su pequeño despacho, una antigua celda monacal, de la Facultad de Teología. Pretende que la figura de Marta Obregón se convierta en “un modelo social y de imitación para la juventud actual, porque era una chica moderna, de 22 años, estudiante de Periodismo y que tocaba la guitarra; una católica muy activa (cercana a los kikos y el Opus) y comprometida (quería ser misionera), que fue asesinada la madrugada del 22 de enero de 1992, de forma brutal, de 14 puñaladas, una en el centro del corazón, al rechazar a su agresor en defensa de su pureza. Yo creo que esa acción de Marta tiene hoy una gran repercusión para los jóvenes”.
—¿Cómo llegó a la conclusión de que su resistencia contra el violador fue heroica?
—El inspector de policía y el forense me dijeron que fue una masacre. Y que su resistencia llegó al extremo. Defendió su castidad hasta el final, tenía las uñas desgajadas y rotas, hematomas en los muslos…
—Lo que la convierte en mártir…
—Sin duda. Se puede ser mártir como los de 1936, y se puede ser mártir en defensa heroica de una virtud, como la castidad. La fe le dio fortaleza a Marta para defender esa virtud. Y si es mártir, ya no necesita un milagro para ser beatificada, aunque sí uno para ser santa. Ya estamos estudiando una veintena de hechos milagrosos acaecidos por su intercesión para el futuro.
“En Burgos no se habla del tema de la beatificación de Marta Obregón desde hace años”, explica la periodista del Diario de Burgos Angélica González, que siguió el caso. “Y muchos cristianos piensan aquí que este asunto hace un flaco servicio al papel de la mujer en la Iglesia. No parece muy sensato hacer santa a una mujer por el símbolo de su virginidad”. Los promotores de la causa, los kikos, deciden no aportar más información sobre la causa y su financiación: “No tenemos más detalles que le puedan resultar de interés”.
La mañana del 14 de abril de 2021, el padre Varona entregó al canciller de la Congregación para las Causas de los Santos, Giacomo Pappalardo, en Roma, el cajón de madera con la causa del hermano Pedro Manuel Salado. Este le dio un resguardo con el número 1.242. Ahí se inició realmente la larga andadura de su beatificación. Varona sabe que tal vez no viva para ver su desenlace.
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