Aminetu Haidar: “La represión nos ha hecho aún más fuertes a las mujeres saharauis”
Es la voz más potente de la resistencia saharaui contra la ocupación marroquí. Esta defensora de los derechos humanos,que a los 54 años vuelve a estar propuesta para el Nobel de la Paz, vivió en carne propia los hechos que denuncia: cuatro años de torturas en una cárcel secreta de Hassan II, dos detenciones y dos huelgas de hambre. Con la nueva escalada del conflicto entre Rabat y el Frente Polisario como telón de fondo, ella deja clara una cosa: no piensa rendirse
El rostro de una mujer es el símbolo internacional de la resistencia saharaui frente a la ocupación marroquí del Sáhara Occidental. Aminetu Haidar tenía solo 20 años cuando, en 1987, la policía la secuestró en su casa de El Aaiún. Durante cuatro años la mantuvo desaparecida y sometida a torturas que ella relata en esta entrevista por participar en la organización de una protesta contra la ocupación de la antigua colonia española. En 1991, al ser puesta en libertad, era incapaz de caminar, pero había decidido dedicar su vida a denunciar la vulneración de los derechos de los saharauis. Esa lucha hizo que volviera a ser encarcelada en 2005 y la condujo a llevar a cabo dos huelgas de hambre que quebrantaron aún más su salud.
Su trayectoria en defensa de los derechos humanos ha sido reconocida con numerosos galardones. Entre ellos figuran el Juan María Bandrés, el Solidar Rose, el Robert F. Kennedy, el Civil Courage de la Fundación Train, el Jovellanos, el Dolores Ibárruri y el Right Livelihood, conocido como Nobel Alternativo. Haidar acaba de ser propuesta, un año más, al Premio Nobel de la Paz.
Con voz serena, reflexiona sobre la ruptura del alto el fuego entre Marruecos y el Frente Polisario, organización que desde 1973 lucha por la independencia del Sáhara Occidental. El pasado 13 de noviembre los cañones volvieron a retumbar en el desierto tras 29 años de tregua y casi medio siglo después de que el último Gobierno de Franco entregara el territorio a Marruecos y Mauritania mediante unos acuerdos nunca reconocidos por la comunidad internacional. La confrontación ha provocado en la zona ocupada por Marruecos una fuerte represión, dirigida sobre todo contra las mujeres saharauis. Haidar sigue la situación con inquietud desde Gran Canaria, donde se halla bajo tratamiento médico para combatir las secuelas físicas de su larga lucha. En los últimos días ha tenido que ser ingresada de urgencia en el hospital por un problema de riñón.
¿Cómo se encuentra?
Tengo muchos problemas de salud, sobre todo en la espalda, las rodillas, las cervicales, las caderas, los talones… También en el estómago. Pero moralmente estoy bien.
Usted tiene familiares en el frente. ¿Qué noticias le llegan desde allí?
Las mismas que a ustedes, lo que dicen los partes del Polisario. Como activista de derechos humanos, lamento mucho la guerra. En 2019, el día que recibí el Premio Right Livelihood en Estocolmo, dije muy claro que había que tomar medidas concretas para evitarla. El Polisario se encontraba al límite y los jóvenes de los territorios ocupados ya no creían en la resistencia pacífica. Pero, lamentablemente, la comunidad internacional, sobre todo Naciones Unidas, no ha hecho nada. Al contrario, apoya la ocupación marroquí de una manera o de otra.
¿Cómo ha influido la escalada del conflicto en la situación de los saharauis que viven en el Sáhara Occidental?
De una parte, han aumentado la represión y el control sobre los militantes de las organizaciones de derechos humanos y sobre los barrios saharauis. El otro cambio es que los jóvenes, que estaban desesperados, ahora están alegres y quieren ir al frente. Digo esto con mucho dolor, porque finalmente la guerra es muerte y sufrimiento. Pero no ven alternativa.
En las redes sociales solo se han visto pequeñas manifestaciones, sobre todo de mujeres.
Es imposible organizar una gran manifestación en las zonas ocupadas, porque hay policías cada dos metros, escuchan los teléfonos y vigilan las casas de los militantes. Cuando hay una convocatoria, cierran todas las calles que conducen al lugar y en el punto de cita hay más agentes que manifestantes. A veces, cuando vamos a visitar a una persona enferma, se presentan en la casa porque creen que hay una reunión. Pero cuando la situación ha sido menos asfixiante se han producido manifestaciones más numerosas.
Circulan vídeos de casas de mujeres activistas rodeadas por la policía. ¿También la suya está vigilada?
La policía siempre ha vigilado mi casa y los vecinos sufren esa vigilancia conmigo. Cuando salgo, agentes de uniforme y de paisano vienen detrás, y cuando paso la noche en casa de mi madre, se instalan enfrente. El 29 de septiembre, después de que creáramos la ONG Instancia Saharaui [Contra la Ocupación Marroquí], el procurador del rey declaró que abriría investigaciones y que detendría a los miembros fundadores. Una hora más tarde, la policía se instaló delante de mi casa y de las casas de [otras activistas como] Ghalia Djimi, Mina Baali, Lehsan Dalil y Fatma Ayach. Nos dejaron incomunicadas. Ni siquiera mis hermanos y hermanas podían visitarme.
¿Esas protestas en las que participan sobre todo mujeres han cambiado su rol tradicional en la sociedad saharaui?
Los saharauis somos nómadas, y la cultura de los nómadas valora mucho a las mujeres. Somos valientes y cabezotas. Mandamos y somos respetadas dentro de la sociedad y la familia. La represión y las cárceles nos han hecho aún más fuertes. A veces los militantes nos dicen que hacemos cosas sin calcular sus consecuencias. Y nosotras les respondemos: “Vosotros sois cobardes y nosotras vamos a la calle”. Ellos se enfadan, pero luego nos aplauden.
¿No cree que el peligro es real? Hace unos días, en la ciudad de Bojador, unos policías casi dejaron ciega a la activista Sultana Jaya y le saltaron dos dientes a su hermana Elwaara, según vídeos que circulan por Internet y según denunciaron la propia activista y la organización Human Rights Watch.
Después de romper el alto el fuego, las autoridades marroquíes han aumentado la represión en los territorios ocupados: detenciones arbitrarias, torturas, asaltos y pillajes. Quieren aterrorizar a los saharauis para que no haya una revuelta en paralelo a la guerra, porque eso abriría dos frentes. Lo sucedido en Bojador es muy alarmante. Sultana Jaya, que es miembro de la ONG Instancia Saharaui, lleva desde el 18 de noviembre bajo arresto domiciliario y ha sido golpeada repetidas veces. Sultana perdió el ojo derecho por golpes de la policía durante una manifestación de estudiantes en 2007 en Marraquech para reivindicar la independencia del Sáhara. Ahora lleva un ojo de cristal, y ayer intentaron darle con una piedra en el ojo que le queda. Lo hemos denunciado, pero Naciones Unidas sigue, como siempre, en silencio. También España.
Pero Naciones Unidas tiene desplegada allí la Minurso (Misión de las Naciones Unidas para el Referéndum del Sáhara Occidental).
La Minurso es un testigo internacional con los ojos vendados. Hassan II cometió crímenes de lesa humanidad, pero no había testigos internacionales. Ahora Mohamed VI hace lo mismo, pero ante Naciones Unidas. La Minurso se creó para organizar el referéndum [de autodeterminación que cerraría el proceso de descolonización]. Después de 30 años no ha cumplido su objetivo y tampoco ha protegido a los ciudadanos saharauis. Ni siquiera supervisa el cumplimiento de los derechos humanos. Lo que ha ocurrido en la brecha de Guerguerat es una vergüenza [Guerguerat es una franja de tierra situada al sur del Sáhara Occidental, junto a la frontera de Mauritania, catalogada por la ONU como “restringida”, con acceso prohibido para tropas y municiones. Activistas saharauis bloquearon ese paso desde el 21 de octubre, para reclamar un referéndum de autodeterminación e impedir el tráfico de comercio por parte de Marruecos. El Ejército marroquí disolvió la protesta el 13 de noviembre, se rompió el alto el fuego en un intercambio de tiros contra miembros del Frente Polisario y desde entonces Rabat amplió su dominio sobre esa zona hasta ese momento neutral]. Me da igual si la Minurso se queda o se marcha. Apoya claramente a Marruecos, y por eso no puede desempeñar el papel de mediadora.
A usted la hicieron desaparecer durante cuatro años. ¿Qué recuerdo guarda de aquello?
Yo tenía 20 años y era hija de una familia conocida y acomodada. Me detuvieron de madrugada, llegué a la cárcel a las 3.30 y 10 minutos después comenzaron a torturarme. Me ataron las muñecas y los tobillos, y me pusieron bocarriba sobre una mesa muy estrecha a la que me amarraron. Mi cabeza caía hacia atrás y la sangre que iba hacia ella me asfixiaba. Me colocaron sobre la cara un trapo, impregnado con un líquido que olía a lejía y a orines, para asfixiarme y me pegaron con una soga. A las nueve de la mañana, cuando pararon, tenía el cuerpo verde de los golpes. Querían saber quiénes eran mis amigos y mi relación con el Polisario.
¿Cómo era el lugar al que la llevaron?
No reunía condiciones ni para encerrar animales. Los malos tratos y los insultos eran constantes. Llevábamos siempre los ojos vendados para no poder reconocer a los guardianes y dormíamos en el suelo. La policía orinaba en la comida, que estaba llena de insectos. Pasé dos o tres meses sin probar bocado, hasta que tuve problemas graves en el colon. Estuve nueve meses aislada por orden del gobernador de aquella época, Saleh Zemrag, como castigo por haber participado en un intento de manifestación siendo de un familia respetable. Cuando salí de la cárcel no podía andar y tuvieron que operarme de una lesión en la zona sacro iliaca. Y luego estaban las amenazas de violación.
¿Fue violada?
En el grupo que estaba conmigo no hubo violaciones, pero en la cárcel de Megguna sí. En los primeros días, un coronel que se llamaba Abdel Fatah me pidió que le avisara si algún agente intentaba abusar de mí o de las otras chicas. Cuando se lo conté a mi amiga Ghalia, me dijo que a ella ya la habían desnudado y a otra y a otra… A partir de ese momento no pude dormir. Por las noches me quedaba sentada por miedo a que vinieran a por mí.
¿Sabe si hubo embarazos en las cárceles?
Si los hubo, no fueron denunciados. Sí entraron en prisión mujeres embarazadas y algunas dieron a luz durante las torturas. En El Aaiún, Salka Bujar parió una niña muerta. Los policías envolvieron el cadáver en la melhfa ensangrentada de su madre y se la llevaron a la abuela. La mujer pensó que su hija había fallecido y perdió la cabeza hasta su muerte, hace dos o tres años.
Imagino que durante los cuatro años que estuvo desaparecida hubo momentos en los que pensó en alejarse de la política.
Al contrario, esos cuatro años me abrieron los ojos a la realidad de mi pueblo. Yo era de una familia mayoritariamente promarroquí e ignoraba lo que ocurría. Al entrar en la cárcel descubrí que había decenas y decenas de saharauis víctimas de las desapariciones, en fosas comunes… Vi a mis compañeros morir bajo las torturas y los militantes que estaban conmigo me informaron. Eso me dio fuerza y nació mi compromiso para desvelar las violaciones y los crímenes de lesa humanidad que se estaban cometiendo. Marruecos me convirtió en lo que soy.
Conoció a su primer marido en prisión. ¿Se hicieron novios allí?
No, después de salir, porque en la cárcel no había manera de encontrarnos, de hablar. Él es el padre de mis dos hijos. Luego nos divorciamos y me volví a casar. Mi marido actual también pasó 16 años en prisión. Yo no podría casarme con alguien que no fuera militante, que no hubiera sufrido las torturas marroquíes y que no se hubiera sacrificado para defender los derechos de los saharauis.
¿El hecho de haber estado desaparecidas y torturadas ha dado legitimidad a las mujeres saharauis ante los hombres?
Sí, pero ese respaldo y ese respeto no vienen solo de los hombres, sino de toda la sociedad saharaui.
¿Cree que la policía marroquí es más dura con las mujeres saharauis que con los hombres?
Es dura con todos. Cuando los agentes tienen la orden de torturar no diferencian mujeres, hombres, niños o ancianos. Durante un interrogatorio me quitaron la venda para que viera lo que le hacían a un anciano ciego al que los saharauis respetábamos mucho, Sidati Salami. Lo ataron a un Renault 4 por los pies, boca abajo, con una cuerda larga, y empezaron a dar vueltas con el coche, arrastrándolo.
¿Tiene pesadillas con lo que le ha ocurrido?
Cuando salí de prisión pasé mucho tiempo sin poder dormir bien. Cada tres horas me levantaba porque en la cárcel cada tres horas golpeaban con las porras en la puerta para que nos despertáramos. El miedo al abuso sexual también me impedía dormir. Y así estuve hasta 2006, cuando fui a un psiquiatra para que me ayudara. Ahora duermo mejor, pero a veces tengo pesadillas, sobre todo con mi hija y mi hijo. Me asusta que les hagan daño. No soy la única que sufre, es el caso de muchos saharauis. Mi madre ha perdido a sus hermanos, que fallecieron como mártires; hay muchas familias separadas, parte en los territorios ocupados y parte en los campamentos [de refugiados de Tinduf, en Argelia]… El pueblo saharaui ha sufrido mucho y sigue sufriendo.
¿No tiene miedo de volver a El Aaiún en esa situación?
No tengo otra opción. No puedo dejar a mi pueblo, a mi gente, sufriendo.
¿Volverá sola o con sus hijos?
Quizá solo con mi hija, Hayat (de 26 años). Mi hijo, Mohamed (de 24 años), tuvo una depresión y estoy intentando que se quede en Canarias hasta que termine su tratamiento. El médico tuvo que ingresarlo unas semanas. Ha sufrido mucho desde la infancia, lo han golpeado, le han insultado, lo han detenido… Cuando tenía 14 años, un oficial de policía lo amenazó dos veces con violarlo, en la calle, delante de todo el mundo, y en otra ocasión lo amenazaron con torturarlo hasta dejarlo en silla de ruedas.
¿Sus hijos son militantes de su organización?
No, están a favor de la independencia, pero no militan.
Como madre, ¿por qué teme más, por lo que le pueda pasar a usted o a sus hijos?
Me hizo más daño ver a mis hijos llorando cuando me metieron en la cárcel en 2005 que los cuatro años que pasé desaparecida. Es muy duro para mí, pero no puedo dejar de luchar por los derechos del pueblo saharaui, aunque esté pagando un precio muy caro.
¿Sus hijos tienen pasaporte español?
Sí, porque su padre es español.
Pero usted no quiere tenerlo. ¿Por qué?
Si lo tuviera, los marroquíes no me dejarían entrar en el Sáhara. Yo podría vivir aquí o en EE UU, pero prefiero estar en la cárcel al lado de mi pueblo que estar protegida en otro país. Lucharé hasta que el pueblo saharaui logre sus derechos y se garantice su libertad, que es la mía. Cuando termine aquí los trámites de renovación de la residencia temporal, volveré a El Aaiún.
¿No teme por su integridad física si vuelve a El Aaiún?
Los saharauis siempre me dicen que debo tener mucho cuidado, que me pueden enviar a alguien con un cuchillo y luego decir que es un loco o un delincuente, o usar un veneno… Es posible, pero yo soy creyente y estoy convencida de que no voy a morir hasta que se agote el plazo de vida que Dios me ha dado. No me da miedo morir, pero quiero hacerlo con dignidad, fuerte y fiel a mis principios, a los que he sacrificado toda mi vida.
¿Lleva escolta?
Nunca he tenido escoltas, prefiero morir yo a que otras personas se conviertan en víctimas por protegerme. Lo doloroso es que mi madre y mis hijos siempre tienen miedo cuando salgo a la calle. Mi madre no puede dormir hasta que vuelvo a casa y la llamo o le envío un mensaje.
En 2009, cuando volvía de EE UU, no la dejaron salir del aeropuerto de El Aaiún y la deportaron a Lanzarote. ¿Qué cree que ocurrirá esta vez cuando aterrice allí, ahora que se ha roto el alto el fuego?
No lo sé. Yo espero todo y estoy dispuesta a todo.
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