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maneras de vivir
Columna
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Pena, miedo y vergüenza

Es lógico y necesario querer adecuar la palabra pública al respeto común. Pero inadmisible convertirlo en caza de brujas

Promo EPS Rosa Montero
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Rosa Montero

No sé si han seguido el alucinante caso de Alexi McCammond, esa periodista norteamericana de 27 años, listísima y de carrera meteórica, que hace unas semanas fue nombrada directora de Teen Vogue, la versión juvenil de la sacrosanta revista Vogue. Una crack. Pero antes de que pudiera tomar posesión del cargo salieron a la luz un puñado de tuits racistas y homófobos que Alexi (que, por cierto, es negra) había escrito a los 17 años. En realidad los textos ya habían aflorado en 2019 y entonces McCammond pidió perdón. Pero ahora han aparecido otra vez y las consecuencias han sido asombrosas; los empleados de Vogue protestaron y dos grandes anunciantes, las firmas cosméticas Ulta Beauty y Burt’s Bees, retiraron sus campañas publicitarias. Consecuencia: Alexi dimitió antes de empezar y volvió a hacer un acto de pública contrición.

Y ahora veamos los tuits que ese enemigo de la humanidad de 17 años publicó en su momento: “Buscando en Google cómo no despertarme con esos ojos asiáticos hinchados”, “Superada por los asiáticos” o, hablando de un educador que la había suspendido, “Muchas gracias, estúpido profesor asiático”. Asimismo, cuando un árbitro de béisbol divulgó a los 50 años que era gay, ella escribió: “¿Por qué esto debería ser considerado como algo noticioso? No lo es”. Un comentario tópico y homófobo, en efecto, que he escuchado otras veces en labios de gente intolerante; pero, por otra parte, la frase es tan leve que hasta podría entenderse a favor de la diversidad sexual, porque no seremos totalmente libres hasta que no haya plena normalización, hasta que eso no sea noticia. Lo que quiero decir es que los textos de Alexi eran racistas y machistas, sin duda, pero estúpidos y de escaso calado, bobos comentarios de adolescente, quién sabe si hechos incluso para agradar al grupo, un anhelo tan típico de esa edad ingrata. Porque el resto de su biografía, hasta llegar a hoy, parece ser que está perfectamente limpio. Pero unas pocas necedades soltadas en las redes siendo casi niña, de las que ya ha pedido perdón, van a arruinarle su carrera y su vida. Y no, los recientes asesinatos de asiáticos no hacen el linchamiento más justificable. Un mundo capaz de comportarse así me parece temible.

Que conste que no escribo esta columna para condenar iracundamente la corrección política. Porque no la condeno. Creo que en esto, como en casi todo, la razón está en la sensatez y el punto medio. La lengua no es neutra; está marcada por la ideología dominante, y a medida que los valores cambian, la lengua va mudando. A veces la costumbre hace que no te des cuenta cabal de lo que estás diciendo; yo uso a menudo “por Dios” aunque no soy creyente, porque la palabra se ha vaciado para mí de sentido. Algo parecido puede pasarle a quien suelta irreflexivamente “trabajo de chinos” o “merienda de negros”. Pero por eso pienso que debemos escuchar más lo que decimos, e intentar limpiar las telarañas de los antiguos prejuicios. Y así, decir peyorativamente “ése es un gitano” me parece indecente. Aún peores, porque están más llenos de deliberación y de significado, son los chistes (de violadas, de mariquitas, racistas). Es lógico y necesario querer adecuar la palabra pública al respeto común. Pero es inadmisible convertirlo en una intolerante caza de brujas.

Aunque, si lo miro bien, creo que, más que intolerancia, este caso refleja hipocresía. Y racismo, y machismo, y el prejuicio que dicen combatir. Dudo mucho que se hubiera organizado una campaña así si Alexi hubiera sido un hombre blanco con poderosos vínculos. Se han permitido lapidarla porque es negra, porque es joven y es mujer. A ver, comparemos lo suyo con algunas de las lindezas que ha dicho Donald Trump: “Cuando eres una estrella [como yo] puedes agarrar a las mujeres por el coño”; “¿Para qué queremos haitianos aquí? ¿Por qué recibimos a gente de países de mierda? Todos tienen sida”; “Los inmigrantes mexicanos traen drogas, crimen, son violadores y supongo que algunos son buenas personas”. Es sólo una micromuestra de sus muchas burradas, pero ya ven, nadie le hizo dimitir, al contrario, fue presidente y ahí sigue, votado y venerado, tal vez también por los consejeros de esas firmas cosméticas tan picajosas. En fin, da pena, da miedo y da vergüenza.

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