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maneras de vivir
Columna
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Qué poquito se habla de estas cosas

Nosotras, eso sí, dejamos de ser fértiles. Y ese es el núcleo del machaque machista: si no puedes ser madre, ya no eres mujer

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Rosa Montero

Una amiga treintañera me acaba de escribir horrorizada porque ha leído un artículo sobre la menopausia que anda dando vueltas por la Red desde hace cinco años. “¡Qué experiencia tan salvaje, la menopausia!”, dice mi amiga: “La que me espera. Qué poquito se habla de estas cosas y qué horror”. Desde luego: se habla muy poquito y, en este caso, muy mal. La autora, norteamericana, comete en primer lugar el extendido error de creer que su experiencia es extrapolable a todo el mundo y, por añadidura, cae en todos los tópicos machistas. “Nada puede prepararte para esto”, clama apocalípticamente. Y cuenta cómo un día se levantó, se fue a la cocina y agarró un cuchillo dispuesta a clavárselo en el corazón. “Eso no es depresión, es menopausia”, dictamina. El artículo sigue detallando comportamientos tremendos y de cuando en cuando los adoba con topicazos sexistas, como ese lugar común de la invisibilidad de la mujer madura. Es la eterna canción: de la noche a la mañana, zas, la carroza de Cenicienta se transmuta en calabaza y nadie te mira. “Te conviertes en un fantasma”, dice la autora. Cada vez que escucho decir eso a una mujer siempre pienso que es ella la que ha dejado de mirarse. Y de apreciarse.

Nuestra pobre autora, en fin, lo pasó muy mal. El bienestar psíquico depende de múltiples factores. La vida no es fácil, envejecer lo es aún mucho menos y la travesía de los diversos umbrales de la madurez suele ser compleja, y más aún cuando, a juzgar por el texto, eres víctima de los prejuicios machistas. Sin duda hay casos en los que el desequilibrio hormonal menopáusico puede agravar un cúmulo de circunstancias enajenantes hasta llegar a estos extremos. Pero son eso, extremos, y no creo que se deban solo al climaterio. Además, tengo la sensación de que hay mujeres que prefieren aferrarse a la simplificación del diagnóstico, ponerse una etiqueta de enfermedad, usar la menopausia como excusa para no tener que asumir la responsabilidad ante los retos a los que a veces te aboca la vida: relaciones de pareja agotadas, tristeza por el nido vacío, desasosiego ante esa formidable pregunta que consiste en decirse: ¿estoy viviendo de verdad la vida que quería vivir?

Qué poquito se habla de estas cosas, dice mi amiga, y tiene razón. La menopausia puede pasar totalmente inadvertida, aunque eso tampoco es muy habitual, y menos hoy en día, porque el estrés empeora los síntomas. Lo normal es tener sofocos en diversos grados de achicharramiento, insomnios, tal vez calambres musculares, pérdidas de concentración, posible bajada del deseo sexual (pero no siempre, y hay estudios que muestran que para otras mujeres supone un alivio y una mejora del sexo), quizás irritabilidad y seguro que sequedad y pérdida de elasticidad vaginal. Esto último se puede solucionar fácilmente con óvulos y cremas. En cuanto a lo demás, no sucede todo el tiempo ni con la misma intensidad, y para la mayoría es fastidioso pero soportable sin siquiera tener que tomar esos tratamientos de hormonas que se pusieron tan de moda y con los que nos atiborraron durante años, como si la naturaleza femenina fuera de por sí patológica. Para mí, por ejemplo, la menopausia fue una liberación.

Añadiré que los hombres también tienen su andropausia, pero de eso sí que no se habla. La provoca la bajada de testosterona, se extiende entre los 40 y los 55 años, un proceso por lo general más lento que en las mujeres (aunque el climaterio puede durar de 5 a 15 años), y los síntomas son fatiga, disminución del deseo sexual y alteración en las erecciones, caída del vello corporal, pérdida de densidad ósea, irritabilidad, nerviosismo, desconcentración… Salvo en la erección, igual que las mujeres. Incluso tienen sofocos. ¿No han visto a hombres enrojecidos y sudando copiosamente? Pues eso es un sofoco andropáusico. Pero, como no lo saben, lo llevan mejor.

Nosotras, eso sí, dejamos de ser fértiles. Y ese es el núcleo del machaque machista: si no puedes ser madre, ya no eres mujer. Es de los ecos mentales de ese prejuicio esclavizador, obsoleto y ridículo de lo que hay que librarse. Y, por cierto, a todas las que dicen que se han vuelto invisibles, yo les aconsejaría que empezaran a fijarse en los hombres (o las mujeres) más jóvenes.

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