Los 10 mejores destinos de turismo arbóreo: de los bosques de ginkgos en Xi’an a los cerezos en flor de Jerte
La búsqueda de árboles singulares es una tendencia viajera en alza. Proponemos un decálogo de curiosos ejemplares, y los destinos donde encontrarlos

Pasar tiempo rodeado de árboles permite reconectar con la naturaleza. Da igual si son altos o bajos, con vida animal viviendo en ellos o silenciosos, si son símbolos de países y territorios o si, por el contrario, se pueden ver en varios rincones del globo. El turismo arbóreo se ha convertido en una de las nuevas tendencias para los viajeros más concienciados que viajan con el objetivo de ir al encuentro de ejemplares realmente singulares.
Ginkgos, fresnos, kauris, robles, olivos, secuoyas, cerezos, baobabs, cedros... una lista con 10 destinos donde descubrir estos ejemplares de árboles y los motivos por los que merece la pena ir a visitarlos.
1. Los ginkgos en la ciudad de Xi’an (China) y de Tokio (Japón)
El ginkgo es un árbol excepcional, un verdadero fósil viviente que, con sus hojas doradas en forma de abanico, simboliza la longevidad y la resistencia y es venerado en los templos de Asia. Hace miles de años ya se prescribían semillas de ginkgo en la medicina china, y aún se utilizan. En la ciudad de Xi’an (China) hay un famoso gingko dorado que se plantó durante la dinastía Tang, pero también hay otros por todo el país, algunos con más de 3.000 años de antigüedad. Destaca el ginkgo que domina el templo budista de Gu Guanyin, con más de 1.400 años. Cuando adquiere un color amarillo brillante se transforma en la imagen perfecta del otoño. Este viejo árbol se encuentra en las montañas de Zhongnan, ubicadas en la provincia de Shaanxi, al sur de Xi’an.

Sin embargo, desde que se introdujo el ginkgo en Japón, en el siglo XII, este se ha convertido en uno de los árboles emblemáticos del país. Es frecuente encontrarlo en los santuarios sintoístas, donde se venera como shinboku, un árbol sagrado que da cobijo a los espíritus locales. Además, desde 1989 es el emblema oficial de Tokio. Su hoja estilizada adorna el logotipo del metro y muchos parques de la ciudad están llenos de estos árboles. Es especialmente famosa la avenida de Ginkgos en el parque Meiji Jingu Gaien, que atrae cada otoño a muchos fotógrafos para inmortalizar el espectáculo de las hojas doradas.
En Japón, hay otros lugares, como la prefectura de Aomori, donde encontrar este arból. En ginkgo de Hôryô, plantado hace 1.100 años, fue el primero en ser clasificado como monumento natural por el Gobierno japonés en 1926. Mide 31 metros de alto y más de 13 de ancho. No muy lejos está el Gran Kikubo, con mil años de antigüedad. Y en la prefectura japonesa de Saitama está el ginkgo del templo Shôbôji, de 700 años. Es el orgullo de la zona y ofrece un espectáculo excepcional desde finales de noviembre hasta principios de diciembre.
Más información en la web lonelyplanet.es.
2. El parque nacional Montañas Yarra de Victoria (Australia)
Cintas de corteza se desprenden y los cantos de las cacatuas llenan el aire y el sotobosque de fresno de montaña australiano en el parque nacional Montañas Yarra de Victoria (Australia). Este árbol es un eucalipto nativo del Estado de Victoria, del este de la ciudad de Melbourne y de la isla de Tasmania. Además, el fresno de montaña es conocido por alcanzar los 110 metros de altura. Aunque han sufrido mucho por incendios, las talas y la avanzada edad que alcanzan, todavía se pueden encontrar especímenes muy antiguos. Este es el caso del fresno Icarus Dream, en Tasmania, con 97 metros de altura.

Al este de Melbourne está el valle de Yarra, una zona famosa de viñedos dentro del parque nacional del mismo nombre, que alberga también especies de la fauna autóctona del país: ornitorrincos, canguros, koalas, dingos y los vombátidos. Por esta zona también destacan el bosque estatal de Toolangi o el parque nacional de Kinglake. Una opción: contemplarlos en vuelo en globo aerostático.
3. Kauris en el bosque de Waipoua en Nueva Zelanda

Los enormes kauri, que solo crecen en el extremo noroeste de la Isla Norte de Nueva Zelanda, son esenciales en los mitos maoríes. Antiguamente, esta zona estaba llena de bosques de kauris de los que solo quedan pequeños reductos que se concentran, principalmente, a lo largo de la carretera de la costa noroeste, conocida como la Kauri Coastal Highway. El bosque de Waipoua, que tiene el 75% de los kauris del país y que es atravesado por la carretera, es el más majestuoso. Dentro, varias señales indican qué caminos pueden recorrerse. Uno de ellos es de 20 minutos y pasa por las Four Sisters —cuatro kauris entrelazados en la base— hasta el Te Matua Ngahere, un ejemplar de 2.000 años cuyo nombre en maorí significa “padre del bosque”. El ejemplar más grande, con un perímetro de casi 16 metros, es el Tāne Mahuta y está en el norte. Para una experiencia más íntima y espiritual, se puede visitar el bosque por la noche con guías locales. En estas excursiones se pueden conocer, además de los lugares emblemáticos del lugar, leyendas maoríes.
4. El bosque de Sherwood en Inglaterra
El bosque de Sherwood, en el condado británico de Nottinghamshire, es uno de los bosques más conocidos del mundo al estar asociado históricamente con la leyenda de Robin Hood, ligada a un hecho real. Cuando Normandía invadió Inglaterra en 1066 impusó una reforma de las leyes forestales y lugares como Sherwood se convirtieron en cotos de caza reservados a la nobleza. Por ejemplo, talar madera o la caza mayor en sus límites era considerado un delito capital. Esto dificultó la miserable vida de los campesinos y pastores del país —en su mayoría de origen britano y sajón—. Y precisamente de la oposición a la apropiación privada del bosque por parte de los privilegiados nace el mito del proscrito rebelde que desafía al poder establecido.

De lo que un día era un verdadero bosque que se extendía por varios condados entre las ciudades de York y Nottingham, y era uno de los cotos de caza real más importantes del país, apenas quedan 324 hectáreas acosadas por el desarrollo urbanístico. Sin embargo, aún pueden verse algunos lugares que evocan a los tiempos de Robin Hood y del rey Juan I, conocido popularmente como Juan sin Tierra.
Originariamente, Sherwood era un bosque atlántico templado con abundancia de robles, olmos y hayas. Pero hoy la mayor parte del lugar ha sido repoblado con pinares. A pesar de esto, aún quedan algunos ejemplares de robles como The Major Oak, que es uno de los árboles más famosos y queridos del país y que tiene más de 1.000 años.
5. Los olivos centenarios de Creta (Grecia)
Algunos olivos de Grecia —el país presume de tener el mayor porcentaje de olivos por superficie del mundo— existen desde hace más de 2.300 años, desde la época de Alejandro Magno. Pero los más antiguos y llamativos de todos se encuentran en los pueblos de Creta, la mayor de las islas griegas.

En los últimos años, se ha hecho un esfuerzo por registrar los olivos centenarios de Creta y también por concienciar a sus habitantes sobre la importancia de unos árboles que forman parte de su patrimonio cultural. Para visitar ejemplares únicos existen varias propuestas por toda la isla, desde la zona periférica de Lasithi a Heraclión, la capital cretense, pasando por las ciudades de Rétino o La Canea.
El olivo Memorial de Kaliternas, en la carretera que conecta al pueblo Agios Pavlos con el pueblo Kali Limenes, es una atracción turística. También lo es el olivar de de Kouros, cerca del yacimiento arqueológico de Zakros, en la costa este de Creta. Otra opción es visitar el Memorial Oliva de Azoria, en Lasithi, al sur del sitio arqueológico del mismo nombre. Este último es el más antiguo de la civilización minoica, y ha sido declarado monumento natural por sus grandes dimensiones, pero también porque se encuentra cerca de un asentamiento antiguo donde se han encontrado numerosas vasijas y sistemas de prensado de aceitunas. El árbol tiene un diámetro de 4,9 metros, un perímetro de 14,20 metros y se estima que fue plantado entre el año 1350 y el 1100 antes de Cristo.
6. Los gigantes del parque nacional Redwood en California (Estados Unidos)
Al respirar profundamente ante las secuoyas del norte de California el tiempo parece ralentizarse. La carretera de la costa es sinuosa y complicada para circular, pero compensa a medida que se recorre cada kilómetro y se disfruta de estos árboles gigantes, especialmente en el tramo que va desde la ciudad de Eureka a Crescent City.

Las secuoyas están protegidas en el parque nacional Redwood que, a su vez, se divide en tres: Prairie Creek, Del Norte y Jedediah Smith. Este lugar es patrimonio mundial de la Unesco desde 1980 y contiene casi la mitad de los bosques primarios de secuoyas de California. Aquí, además de 12 kilómetros de costa virgen, están algunos de los árboles más altos del mundo. Un sendero imprescindible de Redwood es The Damnation Creek Trail, de 6,4 kilómetros de largo y con un cambio de altura de 335 metros. Las secuoyas al borde de acantilados lo convierten en la mejor excursión del parque.
La cantidad y la densidad de las secuoyas es tal que los senderos escasean. Pero si se quiere ver el bosque sin caminar hay una opción: la carretera Howland Hill, de 9,65 kilómetros.
7. La floración de cerezo en Japón
La llegada de la primavera en marzo y la aparición de la sakura, como se llama a la flor de los cerezos en Japón, es la señal para comenzar la tradición del hanami, con siglos de historia: los lugareños se citan en parques y orillas de los ríos para celebrar fiestas mientras admiran los cerezos y la belleza de sus coloridas flores. El fenómeno solo dura una o dos semanas y simboliza la naturaleza efímera de la vida y la necesidad de disfrutar el presente.

La temporada comienza entre mediados y finales de marzo en la isla de Kyūshū. A finales de marzo se desplaza al norte, a la isla de Honshū, donde están las ciudades de Tokio y Kioto. En la región de Tōhoku, al norte de esta última isla, la temporada empieza a mediados de abril. Y en Hokkaidō, la más septentrional, a finales de ese mes.
El florecimiento pleno, que en japonés se denomina mankai, se produce una semana después de que se abran los capullos. En el fin de semana más próximo a este acontecimiento se dan las mayores aglomeraciones para contemplar los cerezos en flor. A lo largo de poco más de una semana los pétalos comienzan a caerse, cubriendo los parques y los ríos de alfombras rosas. La predicción puede seguirse en la página web kyuhoshi.com.
La de los cerezos no es la única floración primaveral. Pocas semanas más tarde llega el turno de las azaleas y las glicinias, seguidas en junio por los iris que enmarcan el templo Kinkaku-ji de Kioto. Al empezar la estación de las lluvias, a finales de junio, las hortensias ponen un toque de color que contrasta con el cielo gris. Kamakura y Hakone son buenos sitios para ver estas últimas.
8. La avenida de los baobabs en Madagascar
Madagascar posee una biodiversidad extraordinaria: lémures, camaleones, boas constrictor, sapos, elefantes, fosas (el mayor depredador de la zona) y muchos más. Pero el gran protagonista de este país del océano Índico es, sin duda, el baobab. En la isla hay siete de las ocho especies de este árbol existentes en el mundo. Los baobabs pueden llegar a los 30 metros de altura, tener una circunferencia de hasta 21 metros y vivir durante siglos.

Hay baobabs por todo Madagascar, pero la avenida de los Baobabs es mágica. Es un grupo notable de estos árboles, algunos con más de 1.000 años de antigüedad, que bordean un camino de tierra entre la ciudad de Morondava y el pueblo de Belon’i Tsiribihina, al oeste de la isla. Cuando se recorre, da la sensación de que han sido plantados boca abajo, con enormes y nudosas ramas que se abren como un abanico en lo alto de los troncos. No en vano son conocidos como las “raíces del cielo”. Según atardece, los troncos se vuelven dorados y los colores se intensifican. Mientras, las largas sombras dibujan formas asombrosas.
En el parque nacional de Kirindy Mitea, a dos horas en coche de Morondava y a una hora y media desde la avenida de los Baobabs, hay dos famosos baobas entrelazados en un abrazo de amantes. Esta pareja de árboles son conocidos como los “Baobab Amoureux” (“Baobabs enamorados”, en español) y han servido de inspiración a numerosos escultores en madera del país.
9. El bosque de los Cedros de Dios en Líbano
El cedro, un símbolo bíblico de fuerza, era muy codiciado en la Antigüedad para la carpintería y la construcción naval. Estos árboles ya aparecen mencionados en el Antiguo Testamento y eran fuente de riqueza para los fenicios, que exportaban su madera aromática y resistente a lo que hoy es Egipto y Palestina. El primer templo de Salomón, en Jerusalén, estaba construido con madera de cedro, como muchos sarcófagos egipcios. Sin embargo, a causa del lento e irreversible proceso de deforestación de los últimos milenios, solo se conservan algunos bosques originales de cedros. Este es el caso del bosque de los Cedros de Dios en el Líbano, situado en el valle de Qadisha, que es patrimonio mundial de la Unesco desde 1998.

Se situa en las laderas del monte Jebel Makmel, a unos cuatro kilómetros de la ciudad de Bcharré. El que hay en la actualidad es un diminutio vestigio del enorme bosque que antaño cubría las montañas del Líbano. Los ejemplares, que pueden superar los 2.000 años de edad, son conocidos como Arz-ar-Rab (cedros del Señor, en español) y están bajo la protección directa del patriarca del país. Hay leyes estrictas que prohíben talar estos árboles de lentísimo crecimiento, y los recuerdos que se venden en los alrededores están hechos de ramas caídas.
10. Los cerezos en flor de Jerte en Cáceres (España)
Por toda España los cerezos en primavera tiñen de rosado grandes paisajes. No son los únicos. Los almendros también cubren campos de blanco en muchos rincones mediterráneos, como Mallorca, y los árboles frutales tiñen de colores los campos de Cieza, en la Región de Murcia. En el Valle de Caderechas, en Burgos, son los manzanos los que florecen y ponen la nota blanca y espectacular. La floración de los piornos cubre de amarillo la Sierra de Gredos (Ávila) y las lavandas lo hacen de violeta en la comarca de La Alcarria (Guadalajara).
Pero si hay una fiesta famosa en España en torno a la floración esa es la de los cerezos en flor de Jerte (Cáceres). Declarada Fiesta de Interés Turístico Nacional, se celebra entre finales de marzo y la primera quincena de abril. Desde hace años se ha convertido en una verdadera peregrinación de miles de personas. Entre las actividades que se ofrecen destacan mercados de productos gastronómicos, rutas guiadas entre los cerezos, rutas senderistas o recreación de leyendas. Las bodegas también merecen una visita durante estos días porque muestran cómo se producía el vino hace más de medio siglo.

Pero el gran protagonismo lo tienen el más de un millón y medio de cerezos en flor. Primero florecen los cerezos de las zonas más bajas y, poco a poco, se van cubriendo el resto de la zona. Si uno se anima a visitar Jerte, también puede realizar un recorrido por otros pueblos de la zona: Piornal, Casas del Castañar, El Torno o Rebollar.
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