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Reportaje:FUERA DE RUTA

La avenida de 'El principito'

Madagascar atesora gigantescos ejemplares de los misteriosos baobabs

Madagascar es, entre otras muchas cosas, el país de los baobabs. Cierto que la isla posee una fauna única, en la que destacan los divertidos lémures, unas tierras altas que embrujan con sus colinas verdes y sus campos de arroz de reminiscencias asiáticas y unas playas de arena y palmeras que provocan el asombro del viajero, pero son probablemente los baobabs -unos árboles enormes, antiguos y misteriosos- lo que más impresiona de la isla africana, cuarta del mundo en extensión.

El baobab es, en cierto modo, la memoria de África, ya que algunos tienen más de 3.000 años. De ellos se aprovecha todo: la corteza para hacer cuerdas, las hojas para las infusiones y el fruto como caramelo. Quizá por eso muchos poblados se levantan alrededor del más viejo de los baobabs, sobre los que circulan numerosas leyendas; una de ellas asegura que Dios lo plantó al revés después de que se quejara de la humedad de la selva y del frío de las montañas. Esto explicaría el porqué de su inmenso tronco y la menudez de sus ramas, que parecen raíces al viento. Otra asegura que los baobabs son brazos de guerreros enterrados que pugnan por volver a la batalla. Las ramas serían como dedos crispados, una imagen que enlaza con el nombre de la especie más común de baobabs: Adansonia digitata; Adansonia por el botánico francés de origen sueco Michel Adanson (1727-1806), que fue quien los catalogó, y digitata por la similitud de sus ramas con dedos. En El principito, de Saint-Exupéry, las raíces de los baobabs pueden hacer estallar un pequeño planeta.

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África de arriba abajo

La Adansonia digitata, de rocosos troncos de hasta treinta metros de perímetro, se encuentra en toda el África subsahariana; también en Madagascar, donde hay además otras seis especies.

Visitar los baobabs requiere tiempo. Y es que lo primero que aprende el viajero es que la isla es mucho más grande de lo que aparenta. Recorrerla de punta a punta supone un largo viaje de 2.000 kilómetros, no siempre por buenas carreteras y a veces en abarrotados taxis en estado precario. Hay que cargarse de paciencia, disfrutar del paisaje y de una población por lo general afable.

1 Morondava

Un primer recorrido nos lleva desde Antananarivo, la capital, a Morondava, en la costa oeste. Hasta Antsirabé, la carretera es buena, con un paisaje de campos de arroz, colinas verdes y casas coloniales; a medida que la humedad de las tierras altas va quedando atrás, el paisaje aparece cada vez más desolado, dejando de manifiesto que la deforestación, el gran problema de Madagascar, avanza a pasos agigantados.

En Miandrivazo hay que seguir por una carretera con socavones en los que cabe un camión entero y tramos impracticables en la temporada de lluvias. Terminada la tortura, vuelve el asfalto y poco a poco el paisaje se viste de nuevo de verde. Cerca de Morondava aparecen los primeros baobabs, que reinan incontestablemente sobre un paisaje de campos de arroz.

En Morondava, lo mejor es acercarse al atardecer a la avenida de los baobabs, un enigmático bosque en el que destacan los Adansonia grandidieri, de tronco alto y rectilíneo, delicados como una estampa japonesa. En su caída, el sol va tiñendo los baobabs, algunos de más de treinta metros, de colores, mientras los niños se aproximan para regalar flores y sonrisas. No muy lejos, medio tapado por arbustos, está el baobab de los enamorados, con un par de grandes ramas que se entrelazan.

2 Diego Suárez

El segundo recorrido lleva hacia el norte, hasta la hermosa bahía de Diego Suárez, nombre improbable que se debe a los dos primeros navegantes portugueses que llegaron allí. Aunque su nombre malgache es Antsiranana, casi todo el mundo lo simplifica en Diego. Allí se encuentra una decadente ciudad colonial marcada por las viejas historias de piratas, que a finales del siglo XVII fundaron allí la república utópica de Libertalia, y por la no tan lejana dominación francesa. Lo más destacable del paisaje es la enorme bahía (la más grande después de la de Río de Janeiro), la isla sagrada que se levanta en el centro (llamada por mimetismo Pan de Azúcar), el esplendor de verde y agua de la cercana Montagne d'Ambre y los baobabs de la Montaña de los Franceses, junto a la bahía, aunque no son, ni mucho menos, tan espectaculares como los de Morondava. Son pequeños, pero resulta inquietante verlos crecer entre las rocas de la Montaña de los Franceses.

3 Tulear

La tercera etapa de este periplo transcurre de Antananarivo a Tulear, dirección sur. El recorrido, de unos mil kilómetros, se hace largo, pero vale la pena ver la transición desde el verdor de las tierras altas hasta el desierto espinoso del sur. Por el camino están las ciudades de Antsirabé, Ambositra y Fianarantsoa, y la única región vinícola de la isla, cerca de Ambalavao. Cuando todavía faltan unos 140 kilómetros para llegar a Tulear, se divisan los primeros baobabs: enormes y estilizados, como si montaran guardia sobre un paisaje llano y seco. Pocos ejemplares y aislados. Un aviso de la World Wide Fund advierte: "Queda poco del bosque seco donde antes crecían los baobabs. Para salvaguardar los últimos lugares intactos tenemos que comprender que cuando los bosques ya hayan sido destruidos, desaparecerán para siempre". Un grito de alerta en un país donde la deforestación hace estragos.

La luminosa ciudad de Tulear esun paréntesis colonial cerca de una playa muy turística. Un lugar extraño que merece una visita, pero si lo que interesa son los baobabs, habrá que desplazarse hasta Ifaty. La playa, asediada por el exceso de construcciones turísticas, es una maravilla de arena y palmeras, pero el punto más interesante es la reserva de Réniala, un bosque de 40 hectáreas en el que los baobabs son protegidos del acoso del turismo y de la destrucción a que los sometía la población local, que aprovechaba el agua de sus troncos para alimentar a sus animales en la estación seca. Los hay de formas distintas -de botella, dobles, triples, con ramas horizontales a lo rinoceronte-, que pueden contemplarse en una visita guiada, digno colofón de este peregrinaje en busca de baobabs.

Ejemplares de Adansonia grandidieri en la avenida de los baobabs
Ejemplares de Adansonia grandidieri en la avenida de los baobabsCHRIS HELLIER

GUÍA PRÁCTICA

Cómo llegar- KLM (www.klm.com; 902 22 27 47) ofrece vuelos desde Madrid o Barcelona vía París hasta Antananarivo desde 1.337 euros sin tasas ni gastos de emisión.- Air France (www.airfrance.com/es; 902 20 70 90) vuela hasta Antananarivo desde Madrid o Barcelona vía París a partir de 1.560 euros sin tasas ni gastos de emisión.Información- Oficina de turismo de Madagascar (www.madagascar-tourisme.com).- Consulado de Madagascar (Roger de Llúria, 85. Barcelona. 932 72 21 25).

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