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En ruta por la Tierra del Vino de Zamora

Pequeños pueblos como Torres de Carrizal y Peñausende, queserías artesanales, restaurantes con hornos de encina, una fortaleza convertida en hotel y, por supuesto, bodegas salpican este viaje por tierras zamoranas y salmantinas

Viñedos de la Posada Real Castillo del Buen Amor en Villanueva de Cañedo, una localidad con 11 habitantes perteneciente al municipio de Topas.
Viñedos de la Posada Real Castillo del Buen Amor en Villanueva de Cañedo, una localidad con 11 habitantes perteneciente al municipio de Topas.

La denominación de origen Tierra del Vino de Zamora abarca unos 1.800 kilómetros cuadrados y se extiende hasta el norte de la provincia de Salamanca. En sus 56 municipios (46 en Zamora y 10 en Salamanca), pueblos donde muchas veces la cobertura del teléfono móvil no alcanza, a uno se le viene a la mente eso de la España vaciada. “A mí no me gusta que se hable de la España vaciada”, dice Eva Gamazo, gerente de la Ruta del Vino de Zamora. “Esta es la España rural, la España artesana que ha subsistido sin la necesidad de otros, y que siempre lo ha hecho todo por sus propios medios”. En septiembre de 2021, los viñedos y bodegas zamoranos se sumaron de manera efectiva a las Rutas del Vino de España. Con esta incorporación, Castilla y León cuenta ya con nueve rutas del vino y 13 denominaciones de origen. Pero en esta región espera mucho más que vino.

La primera parada se hace en Torres de Carrizal, un pueblo con unos 400 habitantes situado en la comarca de Tierra del Pan, a unos 15 kilómetros al norte de la ciudad de Zamora. Óscar Gómez es un maestro artesano quesero que lleva cerca de 12 años produciendo queso con sus propias manos. Su quesería Laurus es una cooperativa familiar con ganadería propia con unas 1.200 ovejas que produce unos 25.000 kilos de queso al año. “Lo que buscamos es hacer un producto de autor, un producto más personal”, relata Gómez, que cuenta con una base de tierra muy importante, lo que le ha permitido sortear la crisis del alza de las materias primas. Casi el 90% de los forrajes y los cereales son propios. “Los sabores que obtenemos en la leche están muy vinculados a lo que el animal haya comido”, explica en su cava de maduración subterránea, donde se degustan los quesos acompañados de vino.

La siguiente parada es en Valcabado, un pueblo que no llega a los 400 habitantes. Su origen está en la repoblación medieval fomentada por los reyes leoneses en las cercanías del río Duero en el siglo XII. Aquí, en un vivero de empresas, trabaja el maestro chocolatero José Luis Refart (64 años). Él, junto con su esposa Cruz Almaraz, lleva más de seis años realizando chocolates artesanales con una marca que lleva su apellido.

La ruta sigue hasta Bodegas Valcabadino, un restaurante de cocina típica castellana que lleva operando desde 1975. Enclavado en el interior de unas antiguas bodegas de 1714, sus especialidades son los asados de horno de encina y sus pescados de pincho. “El horno que tenemos es de leña y no se apaga nunca”, dice Eliodoro Domínguez Antón (75 años) con un cochinillo recién salido del fuego y una merluza de pincho del cantábrico a la salsa agridulce sobre la mesa. Enrique, su hijo, está recuperando la antigua tradición familiar de elaborar vino y ahora produce entre 2.000 y 5.000 botellas al año. “Utilizamos barricas viejas, pero bien cuidadas. Me gusta mucho la madera que oxigena bien”, explica Domínguez.

El río Duero a su paso por la ciudad de Zamora, con la catedral románica al fondo.
El río Duero a su paso por la ciudad de Zamora, con la catedral románica al fondo. Buenaventura Carmona Hernandez (Getty Images)

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La siguiente parada es una visita a Zamora, ciudad que muestra aún esa dicotomía histórica entre los reinos de Castilla y León. ¿Es Zamora más castellana o más leonesa? El Portillo de la Traición, cuyo nombre ha sido cambiado por el de la Puerta de la Lealtad, muestra claramente cómo la historia varía según desde qué punto de vista se cuente. Según cuenta la tradición, fue por ese lugar donde Vellido Dolfos entró en la ciudad luego de matar al rey Sancho II. Para los castellanos fue una traición, pero para los leoneses un acto de lealtad. Otro de los atractivos del municipio son las murallas que fueron construidas por los antiguos zamoranos para defenderse. El románico que se ve aquí es prácticamente un románico tardío, es decir, construido a mediados del siglo XII, o principios del XIII. La catedral es un claro ejemplo de este estilo, así como la iglesia de San Pedro y San Ildefonso, la de Santa María Magdalena o la de San Isidoro. En el casco antiguo está la calle Balborraz, que comienza en la plaza Mayor y baja en cuesta hasta el Duero, y solía ser una calle comercial.

Vista de la empinada calle Balborraz, en la ciudad de Zamora.
Vista de la empinada calle Balborraz, en la ciudad de Zamora. Daniel Tomlinson (Getty Images/iStockphoto)

La Zamora modernista comenzó a mediados del siglo XIX, cuando se dio un importante desarrollo urbanístico gracias a la llegada del ferrocarril y a la industria, que propiciaron la aparición de una burguesía pujante. El artífice de esta transformación fue el arquitecto catalán Francesc Ferriol i Carreras que llegó desde Barcelona en 1908 cargado de modernidad y ejerció como arquitecto municipal por ocho años.

A unos 25 minutos en coche de Zamora esperan las bodegas El Soto, una sociedad cooperativa que se encuentra en Villanueva de Campeán. Es un pueblo de 116 habitantes, conocido por la calzada romana de la Vía de la Plata que atraviesa la localidad de norte a sur, donde hoy es posible ver a peregrinos haciendo el Camino de Santiago. También destaca la fachada del convento franciscano de Nuestra Señora del Soto que, a pesar de su estado ruinoso y estar incluido en la lista roja de patrimonios en peligro, ha sido declarado bien de interés cultural. El Soto cuenta con 100 hectáreas de viñedo que tienen más de 120 años. “Las variedades principales en la Tierra del Vino de Zamora son, en tinto, tempranillo y en blanco, malvasía castellana”, detalla Miguel Ángel Díez, que creció rodeado de viñedos. El vino rosado tiene gran expresión aromática, fresco, con lagrimeo denso e interesante. El vino blanco, la estrella de su marca, Proclama, es de color limpio y claro, sinónimo de juventud.

Por la noche llegamos a Peñausende, un pueblo que en 2021 tenía unos 381 habitantes y donde se conservan los restos de un castillo de la orden de Santiago que jugó un papel muy importante durante el período de la Reconquista. En esta localidad está La Becera, una casa rural regentada por Vicente Rodrigo Manzano, un tipo auténtico que nos recibe con los brazos abiertos. La cocina de su restaurante es espectacular y el bacalao gratinado estaba para chuparse los dedos. En el sótano, Rodrigo tiene una valiosa colección de vinos. “Hemos tenido Petrus, y de Ribera del Duero, Pingus”, dice, que para la ocasión abrió una botella de Dominio de Sexmil del año 2006.

Al día siguiente el viaje continúa en Cabañas de Sayago, un pueblo de 151 habitantes donde se encuentra, justamente, la bodega Dominio de Sexmil y sus viñedos de más de cinco hectáreas, algunos con más de 150 años de antigüedad. Juan Miguel Fuentes muestra sus cepas con orgullo. Él es un viticultor y bodeguero con una trayectoria de más de 30 años en el sector. Para los vinos de gama alta, Fuentes escoge los racimos pequeños que despalilla grano a grano. Su socio Benjamín de Paz es un viticultor y enólogo que lleva 28 años trabajando en viña y bodega. Él nos explica los tipos de vino que produce: el Brochero, el Dominio de Sexmil, el 150 y la Edición Suma. “En total producimos unos 13.000 litros de vino al año”, cuenta Fuentes. El Brochero que catamos es de 2019. En nariz predomina la fruta con algún tostado de la madera y con un aroma bastante complejo. En boca tiene potencial y fuerza, con gusto largo, y la acidez está bien equilibrada. El siguiente vino que abre De Paz es una cosecha del 2016 que ha permanecido dos años en barrica. “Tiene bastante intensidad, llena mucho la boca y tiene un final largo”, comenta De Paz.

Algunas de las viñas del hotel y bodega Posada Real Castillo del Buen Amor en Villanueva de Cañedo, en el municipio salmantino de Topas.
Algunas de las viñas del hotel y bodega Posada Real Castillo del Buen Amor en Villanueva de Cañedo, en el municipio salmantino de Topas. Fernando Trocóniz

De Cabañas de Sayago nos dirigimos a la salmantina de Villanueva de Cañedo, una localidad con 11 habitantes perteneciente al municipio de Topas. Aquí se encuentra la Posada Real Castillo del Buen Amor, una fortaleza convertida en hotel, donde nos recibe Pilar Fernández de Trocóniz, su propietaria. El castillo, de estilo renacentista, fue construido en el siglo XV y, tras pertenecer a los reyes Católicos, en 1477 pasó a ser propiedad del obispo de Ávila Alfonso Ulloa de Fonseca Quijada, quien vivió allí junto con su amante Teresa de las Cuevas —de ahí el nombre del alojamiento—. Fernández de Trocóniz también hace su propio vino tempranillo ―Ribera de Cañedo―, con uvas de sus siete hectáreas de viñedo que plantó en 2012 y elaborado en sus propias bodegas. “Muchos me dicen que los vinos son como mis hijos, pero en realidad son como mis amantes. Y me gustan todos”, cuenta quien también trabaja con varietales pinot noir, syrah y sauvignon blanc.

La última parada es en Villaralbo, un pueblo de 1.800 habitantes donde, antes de partir de vuelta a Madrid, comemos en Casa Aurelia para degustar la comida típica zamorana como los exquisitos espárragos de Fuentesaúco. La dueña, Aurelia Matellán, es una mujer con sentido del humor que, por su buen hacer en la cocina, ha participado en la edición de mayores de MasterChef. Ella acaba de cumplir 80 años y los comensales le cantan el Cumpleaños feliz. “Llevo 77 años trabajando, porque mi padre tenía vacas y ovejas y desde pequeñita yo siempre estaba con él”, cuenta Aurelia, que luego añade con picardía: “El secreto está en el vino. Tengo una bodega y el moscatel y el tempranillo me lo bebo yo todo… y en vaso de cubata. Anoche, antes de dormir me bebí uno. El día que me muera dirán que fue por el vino, pero me da igual, porque ya no los voy a escuchar”.

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