Ruth Lorenzo: “Cada día durante los últimos tres años he pensado en dejar la música”
Tras ver cómo su nuevo disco acababa relegado en un cajón contra su voluntad, la cantante se subleva con un próximo concierto que califica como el más importante de su carrera y denuncia los abusos de la industria musical a la vez que se entrena para ser especialista de cine
Cuando hace más de dos años comenzó a esbozar el hilo argumental de su nuevo disco, Ruth Lorenzo (Murcia, 39 años) decidió vertebrar el listado de canciones como cada uno de los 10 pasos hasta la libertad más pura. Lo que desconocía por entonces la artista, que representó a España en Eurovisión en 2014, es que, de manera paradójica, la primera que iba a verse obligada a poner en práctica los mandamientos era ella misma. Tras grabar Crisálida durante el confinamiento y lanzar hasta tres sencillos como adelanto del álbum, diferencias contractuales con la discográfica —prefiere no dar más detalles por “protección legal”— metieron su trabajo en un cajón sin atisbo de remedio o reparación. “Cuando te das cuenta de que no puedes sacar tu disco porque no eres dueña de ese master te sientes sin libertad. No sé en qué punto está la situación, pero sé el punto en el que estoy yo. Me ha costado empoderarme y ponerme en mi lugar… Soy la dueña de mis canciones y puedo subirme al escenario y cantar”, ratifica la intérprete de Dancing in the Rain.
Pero el río siempre llega al mar y Lorenzo, que triunfó primero en el Reino Unido por su participación en 2008 en el talent británico The X Factor, ganó en 2016 Tu cara me suena y ha formado parte de la edición aún en antena de MasterChef Celebrity, convertirá el emblemático Teatro Eslava de Madrid en la desembocadura de la peor experiencia de su carrera. Este próximo 9 de noviembre interpretará en directo y por primera vez los temas que ya debían engrosar su discografía para poner fin a un silencio forzado que a punto estuvo de provocar su rendición definitiva. “Cada día durante los últimos tres años he pensado en dejar la música”, evoca. Acto seguido razona los motivos de su resiliencia: “Cambiaba de opinión cada mañana cuando entraba en la puta ducha y cantaba Tina Turner. Mi naturaleza es ser artista y es inevitable”.
La ecléctica cantante, que vive a medio camino entre Barcelona —donde ha fijado su residencia más estable—, la hogareña Murcia y la “canalla” Madrid, se encuentra en la capital para grabar su actuación en una de las galas que amenizan la Navidad televisiva. Se define como muy de barrio —“Ahora me paso la vida en Gracia y cuando vivía aquí siempre estaba en Lavapiés”— y lo evidencia desplegando una naturalidad que contrasta con la mañana de nubarrón perenne y fatigoso. También una convicción tan férrea en el peso de sus palabras que apuesta por no interrumpirlas probando un café que quedará casi intacto y sentándose cada vez más al filo del sofá tipo chester que adorna el local. “Esta es una industria de lobos con piel de cordero. Se ha instaurado la idea de que el artista no tiene control ni poder sobre su obra”, afirma, enumerando a continuación los casos conocidos de estrellas como Britney Spears, Kesha, Taylor Swift o la propia Turner. “Para que toda la maquinaria siga girando y engrasada el artista tiene que pensar que no tiene poder y que debe seguir creando”.
Ella ya ha empezado a pagar la factura de su empoderamiento. A su alrededor se han parloteado los “tú, a cantar”, los “estás ovulando” o los “no seas histérica” y, pese a los intentos de amedrentarla —los “nadie va a querer trabajar contigo”—, asegura que hasta ahora solo ha encontrado aliados. La docilidad, confirma, tiene un coste aún mayor: “El dinero no te da la tranquilidad. Yo tenía un piso bonito, mi chico, mi perro y mi piano, pero miraba por la ventana y nada tenía sentido porque no podía realizar mi mayor deseo, que es cantar”.
Entre las lecturas positivas que Lorenzo insiste en hacer de estos dos últimos años de parón está su gestión mental de la situación. Dice haber aprovechado las enseñanzas de la terapia que le ayudó a superar la bulimia y anorexia que sufrió desde los nueve años y se siente feliz por no haber recaído en trastornos de la alimentación. Más aún siendo parte de un sector que continúa instando a sus artistas a regirse por unos cánones de belleza tan estrictos como irreales. “Siguen muy presentes los juicios a los físicos. Por ejemplo, a mí cuando tenía 25 años me dijeron: ‘Lástima, ya eres demasiado mayor”. La dueña de una de las voces españolas más potentes, que cumplirá los 40 sobre el escenario del Teatro Eslava, celebra su curación y momento actual. “No me cambiaría por mi yo de los 27 años más delgada. Jamás. Aunque se diga en la industria que la mujer tiene fecha de caducidad, hemos demostrado que no es verdad”. Su aspiración no es otra que acabar sus días sobre las tablas: “Mi meta vital es estar ahí con 80 años, como una señora y dándolo todo. Me gustaría morirme en el escenario”.
En su catálogo de trucos, tanto para alcanzar la inmortalidad como para esquivar este tiempo de turbulencias, aparecen pasiones como las inmersiones de apnea —”El agua es el mejor sitio para componer”, asegura— y una afición inesperada que amenaza con convertirse en oportunidad laboral: entrenamiento de especialista de cine. Durante meses, esta reina del pop ha estado “repartiendo galletas” desde las siete de la mañana hasta bien entrado el mediodía. “Meterme en un grupo de especialistas y aprender a hacer cine de acción es una de las cosas que me ha salvado mentalmente”, asegura. Mientras se marcha a brindar por las dichas del Año Nuevo en pleno otoño, se permite fantasear sobre la heroína cinematográfica a la que le gustaría dar vida en la ficción. Su cara se ilumina al pensar en la teniente Ripley que interpretaba Sigourney Weaver en Alien: “Ese sí que sería un papelón”.
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