La ballena azul en Buenos Aires
Este gran auditorio es uno de los espacios estelares del nuevo Centro Cultural Kirchner
El Centro Cultural Kirchner (Sarmiento, 151), inaugurado en mayo de 2015 en Buenos Aires, es el complejo dedicado a las artes más grande de América Latina. Más de cien mil metros cuadrados, repartidos en nueve pisos y tres subsuelos, que incluyen 40 salas de exposición, 16 de ensayo, seis auditorios y tres salas de concierto; una de ellas, la Ballena Azul, tiene capacidad para 1.950 personas, más que la Sala Dorada de la Musikverein, en Viena. Nadie puede dudar de que el centro es monumental, aunque muchos argentinos se pregunten si era necesario. Creado durante el gobierno de la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner, el centro cultural que lleva el nombre de su marido, el también ex presidente Néstor Kirchner, fallecido en 2010, generó polémica desde su concepción.
Hubo cuestionamientos menores, como el que provocó entre los arquitectos locales el intento (frustrado) de contratar al estudio de I.M. Pei sin concurso previo, o la inverosímil coincidencia del logo del CCK con el de un restaurante australiano. Otros fueron creciendo con el tiempo, como las dudas acerca de la legitimidad del nombre (una ley metropolitana obliga a esperar diez años tras la muerte de una persona para bautizar con su nombre un lugar público) y, más aún, las sospechas de sobreprecios en la construcción y la contratación de artistas.
El centro cultural ocupa el antiguo Palacio de Correos y Telégrafos, que operó hasta el año 2003 bajo la primera de estas funciones. Se trata de un edificio majestuoso y centenario, representante ejemplar de la arquitectura academicista francesa, un estilo que abunda en la capital argentina y que es responsable de uno de los más persistentes mitos nacionales: que Buenos Aires es la París de Sudamérica. El edificio está construido en torno a un gran patio central donde, tras la remodelación, se instaló su principal atractivo: la Ballena Azul.
4.300 tubos de órgano
La sala de conciertos recibió este nombre porque, vista desde afuera, es una gran estructura elipsoidal que hace pensar en un zepelín metálico o, con un esfuerzo metafórico algo mayor, en un gigantesco cetáceo. Por dentro, los tres niveles de butacas están coronados, literalmente, por un órgano Klais de 4.300 tubos cuyas longitudes oscilan entre cinco milímetros y 10 metros. El instrumento pesa unas 30 toneladas y su montaje llevó casi cuatro meses, a los que hubo que sumarles otros tres para su afinación. La acústica del lugar fue diseñada por el mismo equipo que se encargó de la remodelación del Teatro Colón (según muchos expertos, la mejor sala lírica del mundo) y el consenso indica que es superlativa. En esta sala se presentaron artistas como Martha Argerich, Susana Baca, Juana Molina y Moreno Veloso. Como toda la oferta del centro cultural, el acceso a La Ballena Azul es gratuito, pero requiere de una entrada que se consigue online o por teléfono, tan solo dejando un número de documento de identidad (lo mismo vale para las restantes salas de concierto). Cuando se anuncia un artista muy solicitado, no es fácil conseguir una.
Anteriormente llamado Chandelier, el otro gran atractivo arquitectónico del CCK es la rebautizada como La Gran Lámpara, en alusión a la luminaria que pende sobre el patio central, que aloja a La Ballena Azul. Se trata de una enorme estructura colgante, formada por paneles translúcidos que dejan ver una luz violácea (de ahí el nombre) en cuyo interior, de más de 900 metros cuadrados, funcionará un salón de exposiciones. Es decir, es una lámpara en la que uno puede entrar.
La Cúpula del CCK es otro de sus espacios estrella. No será una sorpresa descubrir que el nombre se refiere al domo que corona el edificio, pero sí que allí la tradicional pizarra de las viejas cúpulas porteñas fue reemplazada por vidrios. Cuenta además con un escenario levadizo y tiene capacidad para unos 300 espectadores. Además, da acceso a dos miradores que ofrecen una incomparable panorámica de la ciudad.
Una sala para Evita
La calidad arquitectónica del CCK no encontró reticencias, otro cuestión son sus contenidos permanentes. A pesar de la voluntad de integración y pluralidad manifiesta en el discurso inaugural, las dos exposiciones permanentes del centro –abierto de jueves a domingo entre 14.00 y 20.00– son, para algunos, de contenido partidario y de sentido único. La Sala Eva Perón recuerda los meses en que la Fundación de Ayuda Social que presidía la primera dama del presidente Juan Domingo Perón estuvo alojada en este mismo edificio. En la exhibición puede verse el mobiliario de la oficina que ocupó Evita antes de mudarse a una sede propia y réplicas de los juguetes que la fundación regalaba a los chicos (cochecitos de madera, balones de futbol, karts o bicicletas), así como la sidra y el pan dulce, con los retratos de Perón y Evita, que se repartían en Navidad.
La segunda exhibición fija, la que más discusión produjo, hace pensar en la película Inception, en la que el protagonista, interpretado por Leonardo Di Caprio, ingresaba en sueños dentro de otros sueños, salvo que en este caso se trata de una especie de inception de narcisismo y auto homenaje: en el segundo piso de Centro Cultural Néstor Kirchner encontramos la Sala Néstor Kirchner que contiene una muestra permanente sobre... sí, Néstor Kirchner. Casi como una ironía sobre esta catarata de autorreferencias, en el centro de la sala hay espejos. Su objetivo es que reflejen las imágenes de llanura de las paredes tras el reflejo de los visitantes para que éstos se vean inmersos en el paisaje patagónico. Completan esta muestra resuelta con cierto desgano fotos y vídeos de los hijos y la madre del ex presidente. El nuevo gobierno ya anunció que esta exhibición permanente será desmantelada y en su lugar se realizarán muestras rotativas sobre todos los presidentes democráticos del país. Para bien y para mal, es común que en la política argentina la noción de permanencia sea efímera.
En esta misma línea, el reciente fin del gobierno kirchnerista hizo que la renovación de contenidos del centro se pusiera en pausa en los meses del reciente verano austral, lo que generó (infundados) rumores de cierre. Por el momento, la oferta del centro se reduce a sus exhibiciones permanentes (hecho que generó multitudinarias críticas de los partidarios del kirchnerismo, ahora en la oposición).
Probablemente, todas estas polémicas se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia y en su lugar quedará solo el ámbito monumental del centro. Sin embargo, conocerlas permiten advertir que el CCK no nació no como un espacio artístico neutro, sino como una faraónica metáfora del período kirchnerista, con sus contradicciones y su efecto catalítico sobre los argentinos, que provocó que estos vivieran en dos países diferentes, uno paradisíaco y otro atroz, según desde donde se observara. La verdad, un término muy disputado en estos años, no necesariamente está en el medio de ambas posturas.
Un centro polémico
La obra pública del período kirchnerista (que concluyó el último 10 de diciembre con la elección del exalcalde de Buenos Aires, Mauricio Macri, como nuevo presidente argentino) estuvo opacada por continuas acusaciones de corrupción. El CCK no se mantuvo ajeno: el presupuesto original de 800 millones de pesos (unos 200 millones de euros en 2006, cuando se proyectó) llegó, según la información oficial, a triplicarse para el fin de la obra, o a sextuplicarse, si se atiende a la investigación de periodistas independientes; en ese caso, la remodelación del viejo edificio de correos donde funciona el centro habría costado lo mismo que diez hospitales de alta capacidad y equipamiento. Estas cifras han llevado a debatir, amén de la transparencia del proyecto, sino era oportuna su creación en una ciudad que ya tiene ópera (el teatro Colón), un gran salón para conciertos filarmónicos (la Usina del Arte, de 2011, con 1.200 localidades) y una amplia oferta de museos y centros culturales.
Para los críticos del kirchnerismo, la expresidenta quiso crear un foro propio, así como un imponente enclave opositor. Sus partidarios, sin embargo, consideran estas críticas infundadas y que obedecen al interés de sectores antipopulares. Ven al CCK como un aporte de gran valor al patrimonio colectivo, que subsana el “elitismo” de otros espacios culturales y que está abierto a todos, tanto por su concepción inclusiva de la cultura como por la entrada gratuita a cualquier exhibición o espectáculo que acoge. Quizá haya que adoptar una tercera posición, ya que ambas posturas no son excluyentes, y definir el CCK como un espacio público costosísimo, redundante y extraordinario.
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