Nadège Vanhee-Cybulski, la guardiana del tiempo de Hermès
Nadège Vanhee-Cybulski es una de las diseñadoras más poderosas pero desconocidas de la moda. Al frente del prêt-à-porter de mujer de Hermès, capea con pragmatismo y poética la pandemia. Y lo hace al ritmo sereno que define a la marca.
ES DISEÑADORA de una marca célebre por sus exquisitos productos de piel; artífice de iconos del diseño contemporáneo, como el bolso Kelly, en cuya elaboración se invierten 24 horas de trabajo manual. Pero cuando en octubre termina su último desfile y se acerca a saludar a algunos invitados, lo que luce no es una impresionante pieza en piel de cocodrilo, sino una riñonera de tela. Vestida de negro, sin maquillar y con su melena pelirroja suelta, Nadège Vanhee-Cybulski resulta pragmática y poética a partes iguales. E indiscutiblemente francesa; como las colecciones de mujer que lleva creando para Hermès desde que hace seis años fuese nombrada directora creativa del prêt-à-porter femenino. Con la maison comparte, además, un valor definitorio: la discreción. Lejos de los diseñadores estrella, la mujer que capitanea una de las marcas más prestigiosas del mundo es, a sus 42 años, casi una desconocida fuera del sector del lujo. Y eso que su currículo está en las antípodas del perfil bajo.
Antes de entrar en Hermès, Vanhee-Cybulski fue la directora de diseño de The Row, la marca neoyorquina de culto creada por las hermanas Mary-Kate y Ashley Olsen. Previamente, formó parte de los equipos creativos de Celine y Maison Margiela. En este último caso, cuando el fundador de la marca —el idolatrado Martin Margiela— todavía era responsable de sus colecciones; lo que puntúa doble en el Scrabble de la moda y lo cool. Pero la creadora no se prodiga en entrevistas —“la parte que menos me gusta de este trabajo es ponerme delante de una cámara: no soy una actriz”—, rehúye las redes sociales —“soy más de apps”— y blinda su vida privada, en la línea de otros diseñadores, como el propio Margiela o Raf Simons, salidos como ella de la Real Academia de Bellas Artes de Amberes, cuna del diseño conceptual.
Si la firma francesa imprime carácter o es que a Axel Dumas —CEO de la maison y sexta generación de la familia Hermès-Dumas— le gusta rodearse de personalidades afines es un debate sin respuesta. Lo único cierto es que marca y diseñadora parecen perfectamente alineadas en su visión de la moda, la industria y el mundo.
“Hemos hecho este desfile porque podíamos”. Vanhee-Cybulski está agotada pero satisfecha. Es octubre y en el club de tenis de París acaba de terminar la presentación de su colección primavera-verano 2021; esa que no sabemos —ni ahora, ni mucho menos entonces— si se combinará aún con mascarillas o será lucida en reuniones de más de seis personas. Mientras la mayor parte de las marcas optaban por mostrar su trabajo online, Hermès —junto a grandes casas francesas como Dior y Chanel— decidía mantener el formato clásico y presencial, con invitados, distancia de seguridad y ríos de gel hidroalcohólico. “Es importante mostrarle al mundo que París sigue siendo una ciudad creativa y viva. No solo desfilamos para nosotros, sino también por toda la industria de la moda, incluidos los diseñadores que no pueden hacerlo, porque al final los eventos físicos no pueden desaparecer de la noche a la mañana. Queríamos lanzar un mensaje”. Sobre la pasarela: monos amplios, faldas rectas y tops de seda con la espalda al aire. Una competición entre estética deportiva y elegancia que se resuelve en tablas. “Creo que es el momento de mostrar cierto sentido poético, calma y, por qué no decirlo, belleza”, argumenta Vanhee-Cybulski.
Dos semanas antes de que Francia entrase en su segundo confinamiento, desfile y colección transmitían serenidad. La misma con que la diseñadora aseguraba haber vivido el primer encierro. “Recuerdo que el mundo estaba en silencio y podía escuchar mi voz interior y mi instinto.
Reconectar con algo que el ruido que siempre nos rodea me impedía. Pero en esta segunda ocasión, volver a estar en casa ha sido más complejo”, explicaba en una entrevista concedida en noviembre, esta vez vía Zoom. La creadora ha vuelto al estudio. Dice que necesita “la discusión, la confrontación y el intercambio de opiniones con su equipo”.
Su proceso creativo se alimenta — según explica— de la tensión entre lo elevado y lo cotidiano. “Encuentro la inspiración en artistas y músicos, pero también en las conversaciones con mis amigos y mi familia sobre lo que necesitan y buscan las mujeres de verdad, porque quiero que se sientan empoderadas cuando llevan mis diseños”.
Y para conseguirlo, Vanhee-Cybulski persigue el esquivo equilibrio entre tradición y modernidad, clasicismo y fantasía que Hermès defiende desde que naciera en 1837 como tienda de sillas de montar. “Constantin Brancusi decía que la simplicidad era complejidad resuelta, y creo que es una frase para enmarcar”. Así es como a la creadora le gusta ver su trabajo, por eso la crítica que más le molesta es la de que sus colecciones son aburridas; de calidad incontestable, pero aburridas; eternas, pero aburridas. “Creo que es un análisis muy superficial, porque mis prendas tienen una enorme profundidad”, se defiende.
Como la maison, buscan una atemporalidad que les permita perdurar en el armario temporada tras temporada e, incluso, generación tras generación. Un concepto antiguo que hoy enarbolan las firmas más modernas en su lucha contra el desperdicio textil y el concepto fast fashion. “En los últimos 30 años todo en la moda ha girado en torno a la juventud, lo fresco y la liberación. Pero creo que, durante los 10 próximos, lo hará sobre la diversidad y la inclusión”. También sobre la sostenibilidad, un tema que, como casa experta en el trabajo con pieles, les toca de cerca. “Es un tema muy complejo. Somos conscientes del impacto que tienen en el medio ambiente los distintos materiales que utilizamos y nos lo tomamos muy en serio”, argumenta Vanhee-Cybulski, que asegura sentirse cómoda con el “electroshock” que estas reivindicaciones sociales están suponiendo para un sector sacudido además por la ralentización del consumo provocado por la pandemia.
Durante el año de covid 2020, el lema de Hermès ha sido seguir adelante sin desviarse de su camino, reconfirmándose como una orgullosa rara avis dentro del sector del lujo, no solo por ser una de las últimas compañías familiares, sino por mantener la inversión publicitaria en los medios de comunicación y continuar abriendo tiendas, como la de la madrileña calle de Canalejas, mientras sus competidores seguían la dirección estratégica opuesta. Pero en Hermès están (mal) acostumbrados a que el tiempo les dé la razón; empezando, precisamente, por su gestión en estos tiempos. Durante años, sus ritmos de producción, diseño y crecimiento fueron criticados por demasiado lentos. Hoy, baluartes de la industria textil más hiperacelerada, los reivindican como si fueran el santo grial. ¿Quién ríe ahora? “Hermès es una marca sólida. En cierta forma es como un puerto. En tiempos de inestabilidad y confusión hay algo tranquilizador en la casa”, argumenta Vanhee-Cybulski. Y apunta varios motivos: su sólida identidad, más de 180 años de historia y su capacidad para sobrevivir a las crisis haciendo de la necesidad, virtud. Como durante la Segunda Guerra Mundial, cuando no había cartón blanco para construir cajas, solo naranja, porque nadie lo quería. Salvo Hermès, que fue el único en decidirse a utilizarlo. Desde entonces, su icónico embalaje es distinguible del de cualquier otra marca a kilómetros de distancia y el color se ha convertido en un símbolo de la maison. Solo el tiempo dirá, una vez más, si ni siquiera la covid es capaz de desviarla de su particular camino. Vanhee-Cybulski no parece preocupada: “Somos ricos en paciencia”.
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