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maneras de vivir
Columna
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Nombrar para cambiar

Rosa Montero

Los cambios sociales mudan las palabras; también podemos dar un empujoncito a las palabras para mudar la sociedad

Los seres humanos somos sobre todo palabras, esto es, palabras en busca de sentido. Nombrar es crear (ya sabemos que al principio fue el Verbo). Al nombrar las cosas las sacamos de su indefinición, las hacemos visibles. La lengua que utilizamos no es inocente y tampoco neutra; por el contrario, está cargada de significado, de intenciones e intereses. Pero es un organismo vivo, y, como tal, mudable, en perpetua evolución, influido por las transformaciones sociales. Sin embargo, hay un montón de gente que alardea de un chocante e incomprensible inmovilismo en cuanto les mencionas un cambio en el lenguaje: a menudo se encocoran más que si les hubieras mentado a la madre. Pero por todos los santos, ¿en qué mundo viven? Si la lengua no hace más que cambiar, constantemente. Y menos mal, porque, si no, sería una lengua muerta.

Cuando la necesidad social está muy clara, la mudanza en la lengua suele ser rápida. Por ejemplo, cuando se legalizó el matrimonio homosexual en España, en julio de 2005, a todo el mundo, incluidos algunos de los amigos homosexuales que se casaron por entonces, nos chirriaba un poco la expresión “mi marido” en boca de un varón (en cambio “mi novio”, que llevaba décadas de uso, sonaba perfectamente). Pero hoy, tan sólo 15 años después, decir “mi marido” resulta de una naturalidad absoluta. Lo mismo pasará, sin duda, con los experimentos del lenguaje inclusivo, porque, a medida que la sociedad se va librando del sexismo, las palabras se ven obligadas a adaptarse para poder seguir reflejando la realidad. Estoy casi segura de que inventos tan ortopédicos como la repetición cansina y duplicada de lectores y lectoras, niños y niñas, amigos y amigas y demás etcéteros y etcéteras no tendrá ningún éxito. Pero otras propuestas más ágiles y económicas pueden acabar imponiéndose, como el todes argentino, cuyo uso se empieza a extender por algunos países latinoamericanos. No es un mal hallazgo; es breve, es coherente y añade precisión al lenguaje, porque aporta información: todas para un grupo de mujeres, todos para uno de hombres, todes para uno mixto. En España nos suena horrible por la falta de costumbre, pero quién sabe si dentro de 15 años habrá triunfado. En cualquier caso, será el uso quien lo decida.

De modo que los cambios sociales mudan las palabras; pero a veces también podemos darle un empujoncito a las palabras para mudar la sociedad. La fundación Hogar Sí, que lleva dos décadas esforzándose en ofrecer un hogar digno a las personas que viven en la calle, acaba de iniciar una campaña que se prolongará durante todo este año para solicitar que la palabra ­sinhogarismo se incluya en el diccionario de la RAE. En nuestro país hay más de 40.000 personas que viven a la intemperie; su esperanza de vida es 30 años menor que la media española; el 44% lleva en esa situación más de tres años, y el 47% ha sufrido un delito de odio. Están en las catacumbas de la pirámide social y ese desprecio se refleja en el lenguaje. Incluso cuando hablamos con buenas intenciones del problema “de las personas sin hogar”, esa expresión culpabiliza a las víctimas. Lo explica con claridad José Manuel Caballol, director de Hogar Sí: “Es fundamental que este fenómeno se entienda como un problema estructural, y para eso se necesita un nombre que lo aleje de la responsabilidad individual. Es como si al fenómeno del desempleo lo llamáramos el problema de las personas que no tienen trabajo, sustrayendo entonces del concepto todos los problemas estructurales (ciclo económico, elección productiva nacional, educación…) que operan en el nivel de desempleo de un país”.

Hogar Sí ya colaboró hace cuatro años en una campaña similar con la filósofa Adela Cortina para incluir en la RAE la expresión aporofobia (el odio y miedo al pobre). No sólo se consiguió ese objetivo, sino que se convirtió en la palabra del año 2017, según la Fundéu, y ahora se va a incluir como agravante en el código penal. Así de poderoso es el lenguaje. De ahí la importancia de popularizar el término sinhogarismo. De introducirlo no sólo en la RAE, sino en nuestras cabezas y nuestros corazones. Porque al nombrar las cosas de otro modo las cambiamos.

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