El año que lo vivimos todo
Comenzó con el tercer juicio a un presidente desde su fundación; siguió con la peor pandemia en un siglo, con la recesión más aguda desde la Gran Depresión de 1929 y con la mayor oleada de protestas raciales desde el asesinato de Martin Luther King, en 1968
La historia de un país se va fraguando de forma insospechada. En un mensaje de Twitter, en el arresto brutal de un hombre negro en una calle de Mineápolis o en un virus desconocido detectado por primera vez en una lejana ciudad de China. Este 2020 en el que ocurrió todo comenzó con el tercer juicio a un presidente desde su fundación; siguió con la peor pandemia en un siglo, con la recesión más aguda desde la Gran Depresión de 1929 y con la mayor oleada de protestas raciales desde el asesinato de Martin Luther King, en 1968. Este lapso insólito lo iban a cerrar, el 3 de noviembre, las elecciones más anómalas y trascendentes de la historia reciente, en las que los hombres y mujeres de esta gran potencia se volcaron en votar como no lo habían hecho en 120 años. Lo hicieron para expulsar de la Casa Blanca a Donald Trump, que no reconoce el resultado y se encastilla en acusaciones infundadas de fraude.
Washington ha sido bajo su mandato como una lavadora centrifugando, un toro mecánico, así que el impeachment, el proceso institucional más grave de la política estadounidense, sucedió en medio de una extraña calma, como un capítulo más de este largo trajín.
Pese a los dos años de investigación de trama rusa, fueron las maniobras en Ucrania, en busca de beneficio electoral, las que llevaron a Trump a juicio en el Senado, un procedimiento al que solo habían sido sometidos antes los presidentes Bill Clinton, en 1998, y Andrew Johnson, en 1868, ambos demócratas. A Trump se le juzgó por presionar a Kiev, usando incluso ayudas militares como moneda de cambio, para dañar la imagen de sus rivales demócratas, al reclamar que la justicia ucrania anunciase investigaciones sobre Joe Biden y su hijo Hunter (por los negocios de este último en el país cuando su padre era vicepresidente), y sobre un bulo de injerencia electoral.
Arropado por la mayoría republicana en el Senado, que tenía en sus manos el veredicto, el 5 de febrero Trump salió absuelto tanto del cargo de abuso de poder como de obstrucción al Congreso. Su popularidad mejoró aquellos días. Los demócratas se hallaban inmersos en esas mismas semanas de juicio en la búsqueda del candidato adecuado para derrotar al magnate neoyorquino y superar el trauma de la derrota de 2016. Hasta 20 aspirantes se habían postulado a unas primarias que diseminaban el voto y no ayudaban a perfilar a un nombre aglutinador. Joe Biden, que había sido favorito en las encuestas, pinchó en las primeras contiendas de Iowa y Nuevo Hampshire, pero tras la victoria en Carolina del Sur, aupado por el voto afroamericano, sus rivales del flanco moderado fueron desapareciendo y le dejaron en un duelo ante el izquierdista Bernie Sanders que acabó ganando con soltura. Pero las primarias demócratas pasaron a un ultimísimo plano. La crisis de la covid-19 había estallado ante los ojos de los estadounidenses. El país llevaba meses sufriendo contagios y recibiendo noticias preocupantes de Asia y Europa, pero si hubiese que señalar un punto de inflexión en el imaginario colectivo, ese sería el 11 de marzo: la Organización Mundial de la Salud declaró la pandemia; Trump se dirigió a la nación y anunció el veto a viajes desde Europa; la NBA suspendió la Liga; la campaña demócrata se canceló. La vida se detuvo.
La economía entró en la recesión más grave desde la Depresión de 1929. En cuatro semanas, 22 millones de empleos se evaporaron. Las cifras de fallecidos empezaron a escalar y Trump, impotente ante una crisis sobrevenida que hacía descarrilar cualquier plan electoral, se instaló en la negación, cuestionando las directrices de sus autoridades sanitarias.
Pero este año tenía reservado otro giro de guion. La tarde del 25 de mayo, en la avenida de Chicago de Mineápolis, una patrulla de policía detuvo a George Floyd, sospechoso de haber intentado pagar en una tienda con un billete falso, y encendió una mecha que llegó a las mismas urnas del 3 de noviembre y no se ha apagado. Un agente presionó el cuello de Floyd contra el suelo durante cerca de nueve minutos mientras el afroamericano clamaba que no podía respirar y varias cámaras lo grababan. Floyd murió y la ola de protestas contra la brutalidad policial se convirtió en una gran movilización contra el racismo, una catarsis nacional, que traspasó fronteras. En Washington, las calles volvieron a llenarse de gente para llorar a la juez progresista del Tribunal Supremo Ruth Bader Ginsburg, un icono feminista que falleció en septiembre y que Trump reemplazó por una jurista conservadora.
En las elecciones del 3 de noviembre, una monumental ola de rechazo a Trump espoleó a Joe Biden hasta los 81 millones de votos (51%), siete millones más que el republicano (47%), y volcó para los demócratas bastiones conservadores como Arizona y Georgia. En unas elecciones con voto por correo récord debido a la pandemia, el magnate neoyorquino ha lanzado una cruzada judicial, alentando de forma infructuosa la idea de fraude. Está previsto que Biden tome posesión el 20 de enero. Le queda por delante un difícil panorama. La economía se va recuperando lentamente, pero el número de contagios y fallecidos se ha vuelto a disparar a finales de año. En total, casi 280.000 personas han perdido la vida por la pandemia. Mientras, Trump sigue aferrado a su relato de las elecciones robadas y azuza a las bases insinuando que volverá a presentarse en 2024. Quiere que su año no termine nunca.
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