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Seres Urbanos
Coordinado por Fernando Casado
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Del gris al verde: las ciudades ante el cambio climático

El cemento debe dejar paso a otro modelo urbano más enfocado en las personas y la naturaleza

Activista en una manifestación por negociaciones climáticas de la ONU COP26, en Glasgow, Escocia. La 26ª conferencia de las Naciones Unidas sobre el cambio climático se habría celebrado este noviembre de 2020, pero se retrasó un año debido a la pandemia de la covid-19.
Activista en una manifestación por negociaciones climáticas de la ONU COP26, en Glasgow, Escocia. La 26ª conferencia de las Naciones Unidas sobre el cambio climático se habría celebrado este noviembre de 2020, pero se retrasó un año debido a la pandemia de la covid-19.Jeff J Mitchell (Getty Images)
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¿Deben cambiar las ciudades? ¿Pueden ofrecer más calidad de vida y ser más sostenibles? La crisis sanitaria ha hecho surgir una larga lista de necesidades sociales vinculadas a su diseño y a nuestro estilo de vida básicas para mejorar nuestro bienestar y nuestra capacidad de afrontar la emergencia climática o futuras pandemias.

Durante el confinamiento, y gracias al urbanismo táctico, localidades como Vitoria-Gasteiz, Logroño o Valladolid transformaron sus calles rápidamente y a bajo coste mediante peatonalizaciones, ampliando aceras, adoptando el modelo de supermanzanas o trazando nuevas vías ciclistas. Y allí donde las Administraciones no llegaban, como en la atención a familias vulnerables o al cuidado de mayores, fueron los vecinos y vecinas quienes se unieron para establecer redes de ayuda.

Ahora que estamos en la segunda ola, y que ya hemos identificado claramente qué nos falta, es hora de que las Administraciones asuman su responsabilidad e implementen dichos cambios. Hasta el momento, en muchas ciudades, medidas como las calles peatonales han sido temporales o solo han beneficiado a ciertos barrios, dejando en muchos casos desatendida a la población más vulnerable.

Cambiar nuestras urbes significa, además, plantar cara a la crisis climática, que se sigue agudizando al mismo ritmo que aumenta nuestra presencia en las más grandes. Las áreas urbanas acogen al 55% de la población mundial y se espera que esa cifra se incremente a casi el 70% para 2050. Las ciudades utilizan más de dos tercios de los recursos y energía del planeta, lo que representa más del 70% de las emisiones de dióxido de carbono.

El mundo se ha volcado en la crisis sanitaria, pero cuando acabe, la emergencia climática seguirá ahí y no debemos ignorar sus consecuencias. Si queremos frenar el incremento de temperatura, el aumento de eventos meteorológicos extremos y la pérdida de biodiversidad, el mundo urbano debe pasar del gris al verde. Para cambiar el rumbo actual, las ciudades deben estar más conectadas y coordinadas en torno a políticas ecológicas y de resiliencia.

Las actividades que más emisiones generan en ellas son el uso de energía residencial, la movilidad, el sistema alimentario y la gestión de residuos. Ante esta problemática, modelos como la ciudad de 15 minutos, el uso de energías renovables en edificios públicos, la mejora de la eficiencia energética en viviendas, fomentar el aprovisionamiento de alimentos de fuentes ecológicas y de cercanía, y los sistemas de residuo cero surgen como soluciones sistémicas para que sean más verdes.

La mayoría de nuestras viviendas no son eficientes energéticamente, lo que provoca un aumento de la energía que usamos, de nuestras emisiones y de nuestra factura de la luz, contribuyendo a la pobreza energética del país. Por otra parte, los tejados y espacios públicos que podrían utilizarse para generar energía renovable como la solar siguen desaprovechados. Aunque cada vez surgen más iniciativas colaborativas, las Administraciones deben dar pasos adelante para cambiar esta situación, pues como sociedad no podemos afrontarlo de forma individual.

¿Volvemos a recuperar la libertad de los atascos o apostamos por la proximidad moviéndonos con menos coches?

Otro aspecto que ha puesto de manifiesto la pandemia ha sido la mejora de la calidad del aire. La drástica reducción del tráfico durante el confinamiento nos ha permitido disfrutar de cielos más limpios y barrios con menos ruido. Pero también hemos comprobado el mal reparto del espacio público, acaparado por coches que ya no circulan. Mientras tanto, los peatones intentamos mantener la preceptiva distancia de seguridad en aceras estrechas, sorteando motos o las nuevas mesas de las terrazas.

Ahora que la ciudadanía ha otorgado más valor al espacio de su calle y a los servicios disponibles en su barrio, debemos reflexionar sobre el tipo de ciudad que queremos: ¿volvemos a recuperar la libertad de los atascos o apostamos por la proximidad moviéndonos con menos coches? Esta nueva escala de prioridades ha sido un aliciente para la bicicleta, que registra récord de usos en varias urbes, pero también amenaza con dañar gravemente al transporte público, columna vertebral de las ciudades y ahora acusado injustamente de promover los contagios, cuando es el tráfico rodado quien lleva décadas perjudicando nuestra salud con sus emisiones tóxicas.

La resiliencia urbana se basa en poder afrontar cambios drásticos y situaciones adversas. Para ello, la soberanía alimentaria es también esencial. Las ciudades tienen aún mucho que mejorar cuando se trata de facilitar a sus habitantes productos de cercanía, de temporada y sostenibles, vitales para mejorar la calidad alimentaria y la economía local y para reducir las emisiones.

El cemento que durante tanto tiempo ha sido su símbolo debe dejar paso a otro modelo enfocado en las personas, ampliando espacios verdes y huertos urbanos. Una ciudad renaturalizada con espacios públicos verdes de calidad no solo mejora significativamente nuestro bienestar físico y mental, sino que también contribuye a reducir la temperatura gracias a las sombras y los microclimas que el verde urbano aporta y a mitigar las inundaciones al permitir que el agua se filtre en la tierra en vez de encontrarse con el actual suelo sellado.

La transformación urbana es un hecho en toda Europa: metrópolis como Milán, Londres, Berlín, París o Lisboa han aprovechado la pandemia para repensar su diseño urbano (Lisboa ha establecido hasta 161 kilómetros de carriles bici y París planea establecer 650 kilómetros de estas ciclovías, por ejemplo). A las Administraciones españolas aún les queda mucho por hacer para alcanzar a los vecinos europeos. Quedarnos a la cola conllevaría un elevado coste medioambiental, económico y social.

Los Ayuntamientos son los responsables últimos ante sus vecinos y, con la puesta en marcha de iniciativas de urbanismo táctico durante la pandemia, también han demostrado ser mucho más ágiles que los Gobiernos nacionales para tomar medidas decisivas y transformar las ciudades. En este contexto de emergencia climática y sanitaria, es crucial acometer los cambios señalados y, para ello, debemos seguir mostrándoles lo que como ciudadanía consideramos importante para un futuro mejor. Las urbes no deben ser sólo lugares inhóspitos por los que transitar de camino al trabajo o al supermercado, sino espacios desde los que contribuir al bienestar del planeta y al nuestro propio.

Alba García Rodríguez. Licenciada en Biología por la Universidad de Granada y Máster en Gestión Marina por la Universidad de Dalhousie (Halifax, Canadá). Responsable de la campaña de Ciudades en Greenpeace España. Twitter: @albagrod

Adrián Fernández Carrasco. Ingeniero de Obras Públicas y Máster en Movilidad y Seguridad Vial por la Universidad Politécnica de Madrid. Responsable de la campaña de Movilidad en Greenpeace España. Twitter: @adri_fc

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