La utopía de una ciudad sin lluvia y sin atascos
Los datos desmontan esta leyenda urbana: no hay más coches cuando llueve, pero el atasco empieza antes
Lluvia y retenciones son dos palabras que se escriben juntas. Los conductores se preguntan por qué demonios hay más coches cuando llueve. Hoy tardaré el doble por la lluvia, dicen. Ellos mismos ignoran que su propio vehículo es tan culpable de la congestión como los que le rodean. Los datos desmontan esta leyenda urbana: no hay más coches cuando llueve, pero el atasco empieza antes. Un mar de coches que inmoviliza también a los autobuses, a pesar de que sus resignados viajeros ocupan menos espacio.
Para entender el misterio, tenemos que retroceder al momento previo a la congestión. Cada mañana, cuando la intensidad de tráfico alcanza los límites de capacidad, los vehículos circulan a velocidad moderada unos junto a otros. Es entonces cuando una incorporación, un cambio de carril o un simple frenazo rompen este flujo constante. Un parón que repercute en toda la autopista.
Estas condiciones cambian cuando llueve. Se reduce la visibilidad, perdemos adherencia, y aumenta la probabilidad de que el flujo de circulación se interrumpa. La lluvia aumenta los accidentes y, además, suceden a una hora más temprana. Para mitigar los efectos, los días de lluvia se despliega un dispositivo municipal para atender las incidencias con mayor rapidez. Pero cuesta hablar de eficacia cuando casi todos los coches viajan con una sola persona en su interior.
Construir nuevas carreteras o aumentar las existentes sirve de poco, salvo que queramos ver un atasco más grande en pocos años. Ninguna ciudad ha logrado el mito de una hora punta sin atascos. Una visión sólo alcanzable en los anuncios de coches y en las promesas de algún político trasnochado. Los técnicos lo tenemos claro: si quieres mover mucha gente, hay que usar modos de alta capacidad. Ya sea impulsando la red de cercanías, recuperando el nivel del metro previo a los recortes o reservando más carriles a buses y vehículos con más de un pasajero. ¡El único Bus-VAO en Madrid tiene más de 20 años!
Por eso hace tiempo que la ingeniería de tráfico se convirtió en la disciplina de movilidad. Ya no se estudia cómo mover coches solamente, también personas. Los sistemas de transporte deben primar la eficiencia atendiendo a todos los perfiles sociales y no solo a quienes pueden conducir un vehículo. Llueva o no, el coche siempre tendrá su atasco mañanero. Es una cuestión física. Para que el coche funcione cuando sea imprescindible hace falta que una mayoría de la gente no lo utilice. Ya tenemos una potente red de transporte público que mueve más de 3,5 millones de viajeros al día. Solo con que el coche cediese una parte del espacio que hoy avasalla, podríamos disfrutar de ciudades más ágiles, a menor coste y con menos contaminación. Una utopía al alcance de la mano.
Adrián Fernández Carrasco es Ingeniero de Obras Públicas y responsable de la campaña de movilidad de Greenpeace.
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