Trump es La Vendée
Si gana las elecciones, la calamidad está asegurada; si las pierde, puede ser aún peor, porque las impugnará
Hay que leer a José Antonio Primo de Rivera. La razón es que basta darle la vuelta a cualquier frase del fundador del fascismo español para que el resultado sea una verdad inapelable. Tomemos la definición que José Antonio daba de la palabra “hombre” —el ejemplo es de Sánchez Ferlosio—: “Portador de valores eternos”; y ahora sustituyamos cada una de esas palabras por su antónimo: “Gozador de bienes efímeros”. Ahí está la verdad. Algo semejante ocurre con Donald Trump, al fin y al cabo el representante más conspicuo de esa forma de fascismo posmoderno llamada nacionalpopulismo. Baste recordar que nuestro hombre se presenta a la reelección presidencial como garante de la ley y el orden, cuando la pura evidencia es que durante cuatro años ha violado o intentado violar un número incalculable de leyes de su país, sin desdeñar la Constitución, y ha sembrado el caos a lo largo y ancho de la Unión. De modo que, cuando llegue el bendito día de la publicación de las obras completas de Trump, bastará con dar la vuelta a todas y cada una de las frases que contienen para convertir ese volumen en una fuente de sabiduría inmarcesible. Dicho esto, la pregunta es: ¿cómo es que los estadounidenses han elegido para el cargo de presidente a este hombre? ¿Cómo es posible que muchos quieran reelegirlo?
Es la pregunta del millón. Las respuestas, por supuesto, son innumerables (tantas, probablemente, como votantes de Trump), pero yo vislumbré una de ellas hace poco, mientras veía un concierto celebrado en febrero de 2012 en la Casa Blanca. Allí, en primera fila, se sentaban Obama y su familia, pero en el escenario estaba lo mejor de lo mejor: B. B. King, Mick Jagger, Buddy Guy, Jeff Beck, The Allman Brothers. Hacia el final, Obama anunció que los músicos iban a tocar, como colofón, Sweet Home Chicago, su blues favorito, porque es el blues de su ciudad. Entonces, mientras todavía estaban interpretando ese tema maravilloso, los músicos le pidieron al presidente que cogiese el micro y cantase. “Esto es el colmo”, pensé. “Que no salga, por favor. Que no cante”. Sin embargo, después de hacerse un poco el remolón, Obama salió y cantó, a dúo con B. B. King; no sólo cantó: ¡cantó bien, el cabronazo! “A mí también me gustaría ser Cary Grant”, dijo en alguna ocasión Cary Grant. Ese era el problema de Obama: no se conformaba con ser el primer presidente negro de su país; además, parecía el personaje que Cary Grant interpretaba en el cine: joven, guapo, alegre, elegante, culto, inteligente y encantador. No digo que, hechas las sumas y las restas, Obama fuera un presidente excepcional (aunque, comparado con lo que vino después, parece una reencarnación mejorada de Pericles); es que, como persona, era demasiado para el cuerpo. Quiero decir: demasiado para eso que suele llamarse la América profunda, una América blanca que, como sabe cualquiera que haya vivido en ella (no en Nueva York, ni en Los Ángeles), sigue siendo en buena parte rocosamente racista, cerril y ultramontana. Esa América vivió la presidencia de Obama como una humillación y, para vengarse de ella, en las siguientes elecciones votó exactamente lo opuesto a Obama, su negativo perfecto: un blanco gordo, viejo, infantiloide, mentiroso, malcarado, repulsivo, machista, racista y completamente analfabeto. Se habrá dicho ya alguna vez: Trump es La Vendée, la contrarrevolución que sigue a toda revolución, los dos pasos atrás que siguen a todo paso adelante. Y también, secretamente, un intento de suicidio colectivo.
¿Acabará de matarse la nación más poderosa de la tierra? ¿Elegirán de nuevo los norteamericanos, pasado mañana, a un presidente que ha partido por la mitad Estados Unidos, erosionado profundamente sus instituciones democráticas, degradado la vida pública hasta el límite y regado el veneno de la discordia por doquier, además de haber encerrado en sí mismo a su país y haberlo reducido a la progresiva irrelevancia internacional? Si Trump gana las elecciones, la calamidad está asegurada; pero, si las pierde, puede ser aún peor, porque las impugnará. “Sólo puedo perder estas elecciones si están amañadas”, ha dicho. Quien sepa rezar, que rece.
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