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Seres Urbanos
Coordinado por Fernando Casado
Movilidad Urbana

La revolución de la bicicleta en París

La covid-19 ha convertido a la capital francesa en el ejemplo perfecto del necesario cambio de paradigma en la movilidad urbana

Activistas medioambientales y autoridades de Berlín batallan por conquistar más espacio urbano para la bicicleta.
Activistas medioambientales y autoridades de Berlín batallan por conquistar más espacio urbano para la bicicleta.Gemma Casadevall (EFE)

Amanece en París entre edificios eternos y tejados clásicos, de esos que hacen las delicias de los directores de cine y de fotógrafos de todo el mundo. La Torre Eiffel acoge a sus primeros visitantes, el pequeño comercio abre entre el miedo y la prudencia y la ausencia de turistas deja espacio para que muchos franceses vuelvan a disfrutar de sus monumentos más conocidos. Y es que la capital gala está a otro nivel, pero no nos engañemos, como ocurre en las grandes ciudades del mundo, no es oro todo lo que reluce, ya que París también despierta con una boina de contaminación que entristece sus bonitas panorámicas. La polución sigue siendo un problema que de momento no se ha logrado solucionar. Aunque sentimos que la covid-19 eclipsa todo el panorama informativo, los malos humos siguen agravando las enfermedades de millones de personas en todo el planeta.

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La crisis del coronavirus ha mostrado las costuras de la clase política mundial, no obstante también ha potenciado ideas que de otra forma quedarían guardadas en el cajón legislatura tras legislatura. Un ejemplo muy claro es la campaña para favorecer el uso de la bicicleta que ha revolucionado por completo la capital francesa. Anna Hidalgo (San Fernando, 1959), reelegida recientemente como alcaldesa, prosigue su empeño en hacer de la bicicleta la herramienta de cambio y la posibilidad de acabar con la contaminación y devolver las calles y el aire a peatones y ciclistas. Una idea que pretende aliviar el transporte público en tiempos de pandemia y reducir el número de vehículos motorizados.

Quizás el ejemplo más claro es la famosa rue de Rivoli, donde pasan cada hora más ciclistas que coches. Y es que son varias las calles de París que se han convertido en auténticas autopistas para bicicletas, como la rue Saint Lazare, que permite desplazarse desde la famosa estación de trenes hasta el Sena en unos pocos minutos. En estos meses no solo se ha implementado el servicio de Vélib —con más de 400.000 abonados—, recientemente se han inyectado más de 80 millones de euros para incentivar las reparaciones y primas de hasta 500 euros para la adquisición de bicicletas eléctricas. También los coches ceden espacio con la creación de nuevos ciclocarriles, poniendo patas arriba el sistema de movilidad.

La alcaldesa de París, Anna Hidalgo, prosigue su empeño en hacer de la bicicleta la herramienta de cambio y la posibilidad de acabar con la contaminación

Después del confinamiento, el tráfico ciclista ha aumentado un 29% en Francia y un 67% en París, lo cual constata que es una herramienta posible en las grandes ciudades. Para muchos jóvenes se ha convertido en una forma rápida, ecológica y segura de ir a clase, pero también para adultos e incluso jubilados que se desplazan en dos ruedas sin ningún tipo de pudor. Sin embargo, conviene no caer en el error de comparar sin matices este fenómeno con otras ciudades de España. Muchas calles y edificios de París se construyeron en una época donde no había coches, constituyen por tanto una zona histórica que es más fácil preservar del tráfico, al mismo tiempo no es lo mismo el interior de la périphérique que la famosa banlieue donde las distancias y los problemas se multiplican exponencialmente. Asimismo el clima, los espacios y la orografía en algunas de nuestras ciudades imposibilitan tener la bicicleta como recurso habitual, obviamente nadie quiere llegar empapado a la oficina. El mercado inmobiliario parisino hace que para mucha gente la bicicleta sea la única opción de transporte privado. Por otro lado, nuestra visión de la familia nos invita a tener un coche para desplazarnos a otros lugares de origen y en algunos casos el vehículo adquiere un valor especial, donde se entremezcla la utilidad con el reconocimiento social. Sin olvidar el miedo y el riesgo que supone para muchos subirse a una bicicleta sin protección suficiente cuando los coches circulan a gran velocidad.

Los coches ceden espacio con la creación de nuevos ciclocarriles, poniendo patas arriba el sistema de movilidad

Precisamente la COP21 de 2015 fue en París y se ha comprobado el escaso impacto político en la mayoría de países. Es verdad que el cambio es posible y que hay alcaldes y gobiernos que están por la labor y otros claramente no, pero no todo se puede reducir a la buena voluntad política, porque sabemos que no solo vale con eso. El conjunto de la ciudadanía ha de estar concienciado, como ocurre con la pandemia. No como una moda más que cambia cada década, se trata más bien de una conversión que abarca a toda persona.

Cada vez que alguien utiliza la bicicleta en vez del coche para moverse tan solo tres kilómetros, no solo ahorra 332 gramos de dióxido de carbono al planeta, sino que mejora la conciencia colectiva y refuerza la idea de bien común, pues pensar en global siempre genera sinergias positivas. El cambio hacia un modelo sostenible no se puede apoyar solo en la política, sino que tiene que tener el respaldo de la ciudadanía, de manera que esta mentalidad empape todas las dimensiones de la vida. Está en juego su modo de estar en el mundo, de lo contrario se acabará convirtiendo en una presa más del verbo consumir. Solo desde la conversión interior y profunda podremos crear patrones culturales que tengan en cuenta la sostenibilidad del planeta, porque lo demás serán modas que no podrán evitar el colapso para generaciones futuras.

París es un referente en todo el mundo. Esta revolución de la bicicleta ha puesto sobre la mesa tres evidencias. La primera es que este transporte puede ser una alternativa real y sostenible —incluso contra la covid-19—, básicamente porque no es algo solo para bohemios. La segunda es que hace falta voluntad política, inversión y valentía para tomar decisiones. Y la tercera y más importante, es la necesidad de conversión de la ciudadanía, pues el pueblo es el que tiene la última palabra. Su verdadero impacto lo veremos cuando todo se normalice de una vez. Ojalá esta idea revolucionaria de convertir una gran ciudad en un gran circuito ciclista se lleve a término, sobre todo si esto mejora la vida de la gente, aumenta la cohesión social y se cuida así del planeta.

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