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Esos sucesos extraños que nos empañaron las vacaciones pero nos dejaron una buena anécdota que contar toda la vida

Sangre en las sábanas, teléfonos que suenan desenchufados, recepcionistas que recomiendan qué visitar en función del color de piel u orientación sexual... hemos preguntado a unos cuantos viajeros por las anécdotas más chocantes que vivieron en un hotel

Sara Navas
Tony Revolori y Ralph Fiennes en una escena de la película 'El Gran Hotel Budapest' (2014).
Tony Revolori y Ralph Fiennes en una escena de la película 'El Gran Hotel Budapest' (2014).

Ahora que viajar y hospedarse fuera de casa vuelve a ser una opción en Icon hemos hablado con una quincena de almas viajeras que rememoran con nosotros los momentos más "tierra trágame", sobrenaturales, escatológicos, accidentados y delirantes que han vivido dentro de un hotel. Puede que este no sea el verano con el que soñábamos hace solo unos meses, por eso viajar al siempre reconfortante pasado para recordar anécdotas como las detalladas a continuación puede convertirse en el mejor homenaje que uno puede hacerle a esta época estival.

Sangre en las sábanas, teléfonos que suenan desenchufados, chorros de agua sobre la cama y recepcionistas que recomiendan qué visitar en función del color de piel u orientación sexual son algunas de las anécdotas que estas quince personas han vivido en un hotel.

"Al salir de la ducha vi unas gotas de sangre en la alfombrilla de pies que no estaban allí antes. Pensé que me había hecho algún corte y miré por todo mi cuerpo, pero no encontré ni un rasguño". Guillermo (escritor, 37 años). "Hace un par de Navidades le regalé a mi madre un viaje a Lisboa, que es su ciudad favorita aunque haya algunas más grandes, exóticas y monumentales a dos horas de avión. La verdad es que la entiendo. La primera mañana en el hotel, al salir de la ducha, vi unas gotas de sangre en la alfombrilla de pies que no estaban allí antes. Lógicamente pensé que me había hecho algún corte y miré por todo mi cuerpo, pero no encontré ni un rasguño. Cuando lo comenté con mi madre durante el desayuno, ella respondió, sorprendida, que se había encontrado unas gotas de sangre esa mañana en sus sábanas, a la altura de los tobillos, y había reaccionado igual: buscando, sin encontrar nada, alguna herida o corte en las piernas. Esta es la historia y nunca logramos resolverla. ¿Estaba el hotel embrujado por algún espantoso crimen cometido entre sus paredes? Me hubiera encantado, la verdad, pero las tres noches que pasamos en él dormimos estupendamente y sin visiones espectrales, voces de ultratumba ni lámparas balanceándose. Nunca comentamos nada en la recepción porque consideramos que nos tomarían por locos, más con la barrera idiomática con el portugués. Por supuesto que al volver a España me leí obsesivamente todos los comentarios sobre el hotel en plataformas vacacionales para ver si a alguien le había ocurrido lo mismo. No encontré nada: o bien ocurrió a alguien más pero sienten el mismo reparo que yo al contar algo tan inexplicable y absurdo o realmente el resto de clientes solo tienen como recuerdo del lugar la amabilidad del equipo y su cercanía a la Praça do Rossio".

"Al abrir los armarios se me cayó una balda encima y me rompí la nariz. ¡Dos meses antes de mi boda me había roto la nariz!". María (farmacéutica, 60 años). "Hace casi 40 años, dos o tres meses antes de casarme, tuve que ir a un congreso en Valladolid. Cuando llegué al hotel me puse a abrir los armarios y se me calló una balda encima, con tan mala suerte que me rompió la nariz. En las fotos de la boda y salgo con una cicatriz enorme que aún tengo a día de hoy".

"Entró en mi habitación una amiga con la boca llena de espuma blanca gritando sin que pudiera enterarme de lo que estaba pasando. Salió corriendo a meterse en otras habitaciones de las que salía segundo después sin dejar de gritar". Irene (productora audiovisual, 29 años). "En 2008 fuimos a Mallorca de viaje de fin de curso después de Selectividad. Éramos muchos y casi ocupábamos una planta entera del hotel, por lo que prácticamente nos pasábamos el día con las puertas abiertas como si aquello fuera nuestra casa. En una de esas, yo estaba tranquilamente en mi habitación cuando de repente entra una amiga con la boca llena de espuma blanca -cepillo de dientes en mano- y gritando sin que pudiera enterarme de lo que estaba pasando. Salió corriendo a meterse en otras habitaciones de las que salía segundo después sin dejar de gritar. Fui detrás y cuando entendía que estaba así por una cucaracha que había en su habitación le dije que era una exagerada y que ya me encargaba yo. Le cambió la cara y me dijo que estaba loca, que no entrara que esa cucaracha ¡volaba!. Entonces me reí y entré en su cuarto. Nada más pasar me encontré con una cucaracha tan grande como mi mano y con alas. Cerré la puerta corriendo y me puse a gritar también. En medio de esa escena llegaron nuestros amigos que nos miraron como diciendo "chicas..." y decidieron entrar a matar al bicho. Cerraron la puerta y al poco empezamos a oir golpes y muebles cayéndose. Para intentar matar a la cucaracha tiraron el armario al suelo con la intención de aplastarla y no lo consiguieron. Menos mal que al rato la cucaracha, que debía estar muerta de aburrimiento, decidió irse".

"Cuando fui a darme una ducha, me sujeté a una especie de toallero interno con tan mala suerte que se soltó de la pared y me caí de cabeza contra la bañera". Pilar (periodista, 38 años). "Me alojé en un hotelazo en Bangkok hace como diez años. Todo confort excepto alguna cosa. Los tailandeses son muy bajos pero sus bañeras son muy altas. Cuando fui a darme una ducha, me sujeté a una especie de toallero interno que ponen pegados a la pared, con tan mala suerte que se soltó de la pared y me caí de cabeza contra la bañera. El resultado fue una muela rota y un huevo morado en la frente para el resto del viaje, que era mi luna de miel. Por suerte, a día de hoy ni más dientes rotos ni marido. Para rematar, como el bálsamo de tigre que venden allí se supone que es milagroso para todo, pensé que para el golpe también pero mezclado con el agua del pelo y chorreando hasta los ojos no fue buena idea".

"Dos daneses del tamaño de un armario empotrado se nos abalanzaron y los empleados del hotel tuvieron que agarrarlos para que no nos matasen". Estanislao (escritor, 43 años). "Sucedió hace tres años. En Conil, Cádiz. Mi tío y yo, los dos divorciados y con una hija, decidimos ir una semana al Hotel El Fuerte Conil, buscando lo que este tipo de alojamientos ofrecen: un club infantil durante todo el día, con múltiples actividades para los niños, piscinas, y tranquilidad para los padres. Yo 40 años, él 57. La primera noche elegimos para cenar la terraza de uno de los restaurantes. Y a los cinco minutos de estar sentados apareció el protagonista de nuestra historia. El camarero que teníamos asignado a nuestra zona. Gaditano, masculino, gallito, de tez morena, camisa excesivamente remangada, patillas infinitas y pelo peinado hacia atrás con mucha gomina, con los característicos caracoles a mitad de cuello. Un personaje en sí mismo y muy profesional en lo suyo: escaquearse del trabajo lo que podía y perseguir acercamientos con turistas de género femenino. Apareció por nuestra mesa. Nos miró a uno y otro y sonrió. '¿Qué va a ser?', nos preguntó con marcado acento del sur. 'Para beber nos trae una botella de vino blanco. Afrutado', le dijo mi tío. Sonrió y asintió, a la vez que anotaba el pedido. Acababa de confirmar su teoría: estaba ante dos homosexuales. Desapareció en busca del vino y algo que pedimos de comer. En su retirada se cruzó con una compañera a la que piropeó. Taconeó al lado de una mesa y guiñó el ojo a una guiri que estaba sentada sola. Regresó al rato con el vino. 'Esos de allí' –señaló con un levantamiento de ceja hacia una mesa cercana ocupada por dos tíos, de rasgos nórdicos– 'son de los vuestros'. Comencé a reírme. 'Tienen buena pinta. Seguro que son unos empotradores de la hostia', dije por seguir el juego. 'No os preocupéis que El Fali se encarga del trabajo sucio y os los presenta. Esta noche ligáis por estas', decía besándose el dedo pulgar varias veces. Parecía ser que cuando el asunto se ponía serio usaba la tercera persona. '¿Estás seguro que son de los nuestros, Fali?', le pregunté. Ya éramos como amigos de toda la vida. 'Mi radar no falla nunca'. Nos quedamos mi tío y yo descojonándonos de la risa. Para nuestra sorpresa volvió el hombre-radar seguido de los dos vikingos. 'Ea, aquí están, las presentaciones las hacéis ustedes', dijo, y me guiñó un ojo. Eran dos daneses tamaño armario empotrado. Pidieron alcohol como si fuésemos a beber diez personas. Hablamos, en inglés, de muchos temas. Y a medida que el alcohol hacía efecto nos abríamos más y nos contábamos de nuestras vidas. En un momento dado el más cercano a mí me puso su mano en mi pierna y se acercó a darme un beso. Me levanté como un resorte, tratando de explicarle el malentendido, en inglés macarrónico y con la lengua pastosa. No se lo tomó bien. Pegó un puñetazo en la mesa y comenzó a gritar palabras en su idioma. Aparecieron empleados del hotel y tuvieron que agarrarlo para que no me matase. Uno de ellos era Fali. 'Anda que…', me soltó el susodicho, echándome en cara con esas dos palabras que era un estrecho, que había echado por tierra su buen hacer y que me merecía un par de hostias del danés. El resto de los días en el hotel mi tío y yo los pasamos acojonados y evitando a toda costa cruzarnos con ellos. Lo conseguimos. No los vimos más. Ni a Fali tampoco".

"Mi amiga vació un matamosquitos entero en la habitación, algo que nos habían dicho que era peligroso hacer en mitad del Serengeti. Acabamos en la sala de descanso del personal del hotel mientras los trabajadores nos miraban con cara de 'ya estamos con los turistas". Carmen (periodista, 35 años). "En 2015 fuimos a una tienda de campaña/hotel (de estos rollo luna de miel que por fuera es tienda de campaña pero dentro tiene cama y baño) dentro del parque del Serengeti, en Tanzania. Viajé con seis amigas y compartí tienda con dos de ellas. La primera noche, cuando nos fuimos a dormir, mi amiga Lucía vio un mosquito dentro y no se le ocurrió otra cosa que coger el matamosquitos que nos dejaron en la habitación solo para usarlo con moderación y nunca después de que el servicio de habitaciones hubiese dejado lista la habitación para dormir (ellos ya echaban unos líquidos y ponían mosquiteras para dormir). Pero a mi amiga se le fue la cabeza y vació todo el matamosquitos por la tienda de campaña. Mi otra amiga y yo le dijimos que nos estaban empezando a picar los ojos y la garganta pero nos ignoró y nos dijo que nos fuéramos a dormir y que dejáramos de exagerar. Así que nos metimos en la cama, apagamos la luz y a los cinco minutos estábamos tosiendo sin parar y con lagrimones en los ojos. Entonces empezamos a ponernos nerviosas y Lucía decide que lo mejor es abrir la puerta de la tienda para que corra el aire. Al hacerlo vemos que hay un conejo del tamaño del Serengeti mirando fijamente la tienda de campaña. Entre el conejito y que los del hotel nos habían dicho que en ningún momento saliésemos de la tienda de campaña por la noche, nos vimos en la obligación de hacer uso del walkie talkie que nos dieron por si nos pasaba algo y teníamos que llamar a recepción. En seguida aparecieron dos tíos con dos escopetas. Al vernos con medio cuerpo dentro de la tienda y el otro medio fuera nos preguntaron si pasaba algo. Pero antes de que dijésemos nada, avanzaron hacia nosotras y empezaron a hacer el típico gesto de 'aquí apesta a matamosquitos' poniendo cara de 'turistas'.  Tuvimos que explicarles que mi amiga la había liado y nos contestaron que tenían que desmontar la tienda entera para ventilar. Como el hotel estaba completo nos llevaron a la sala de descanso del personal del hotel a esperar durante dos horas allí a que se fuese el olor mientras los del hotel nos miraban en plan 'menudas idiotas', y todo esto en pijama".

"A uno de mis amigos se le habían caído por la ventana las gafas sobre el logo del hotel y había intentado encaramarse a este para recuperarlas". Daniel (músico, 32 años). "El verano de 2007 el grupo de unos amigos iba a tocar a Granada. Por aquél entonces que alguno tocásemos fuera de Madrid era un verdadero acontecimiento así que se formó un pequeño séquito de entusiastas para acompañarles. Yo estaba en los primeros años de universidad y no tenía dinero para pagar el viaje pero unos amigos me ofrecieron llevarme en su coche y parecía la mejor manera de empezar el verano. Ya vería donde dormiría. Estaba la posibilidad de colarme en una de las habitaciones de la gente con la que iba y dormir donde fuera o si no el amigo de un amigo vivía en Granada y probablemente pudiera hacerme un hueco en el sofá. Llegamos a Granada el viernes y el grupo no tocaba hasta el sábado así que decidimos salir de fiesta. La noche se alargó más de lo recomendable y fuimos volviendo desperdigados a lo largo de la madrugada. Mis amigos se habían marchado un par de horas antes que yo asegurándome que dejarían la llave de la habitación del hotel por fuera para que yo pudiera entrar. Al llegar la llave no estaba por ningún sitio por lo que supuse que se habían olvidado de mí y empecé tocar la puerta. Primero con suavidad, después más insistentemente. Mi percepción estaba algo alterada y aunque yo pensaba que estaba siendo cuidadoso los vecinos del resto de habitaciones del pasillo no debieron pensar lo mismo y fueron saliendo por turnos. La estampa debía ser bastante impactante pues ahí estaba yo con mis gafas de sol explicándoles que no tenía otra opción en la vida salvo seguir tocando esa puerta hasta que los que estaban dentro despertaran. El encargado de seguridad subió. Estaba teniendo una noche agitada pues aunque yo aún no lo sabía, a uno de mis amigos se le habían caído por la ventana las gafas sobre el logo del hotel y había intentado encaramarse a este para recuperarlas. Este señor, que era un profesional, me preguntó qué pasaba. Le expliqué como pude la situación que me dejaba sin más opción que llamar y llamar sin remedio hasta que me interrumpió para indicarme que la tarjeta llave llevaba todo el tiempo a mis pies la cual recogí con el mayor decoro que pude y le dí las gracias. A la mañana siguiente nadie sabía donde meterse. Los chicos de otra habitación además estaban muy preocupados porque se habían roto varios azulejos del cuarto de baño. Según su relato en una especie de 'fenómeno paranormal' que también había ocurrido aquella madrugada y por el cual los azulejos les habían despertado al caerse solos. Nadie tenía valor para informar al hotel. Y desde luego la explicación de mis amigos era poco creíble. Cuál sería nuestra sorpresa al día siguiente cuando mi amigo Juan que estaba tomando café nos llamó señalando el periódico de esa mañana. 'Ese sábado a las 7:14 AM un terremoto había sacudido la ciudad de Granada'. A día de hoy todavía me pregunto si el titular se refería a nosotros".

"Me escondí en el pasillo de mi planta para darle un susto a una amiga, lo típico que haces que tienes una pistola en la mano y sales del escondite gritando '¡Quieta o disparo'... Y cuando salí para dar el susto la que recibió mis gritos fue una residente del hotel que no conocía". Alberto (publicista, 38 años). "Estábamos en un hotel en Cádiz y nos juntábamos mucha gente joven de diferentes ciudades que no nos conocíamos. En un momento dado me escondí en el pasillo de mi planta para darle un susto a una amiga, lo típico que haces que tienes una pistola en la mano y sales del escondite gritando '¡Quieta o disparo'... Escuché los pasos, yo ahí creyéndome policía, y cuando salgo para dar el susto todo flipado era una residente del hotel que no conocía. Pegó tal grito que salieron varios de otras habitaciones a ver qué pasaba. Pedí perdón sesenta veces diciendo que esperaba a otra persona, y tuve la suerte de que no se lo tomó mal. Cuando la veía en el comedor me hacía de broma el gesto con la mano de que me iba a dar, y yo muerto de vergüenza".

"En la primera noche de hospedaje me desperté con un dolor horrible. Rápido telefoneé a recepción para que avisaran a una ambulancia y lo siguiente que recuerdo es despertarme lleno de cables y con un doctor en escafandra". Diego (músico, 38 años). "En el año 2005, en plena era pre Whatsapp, decidí continuar con mi afición a los viajes en solitario, la cual venía practicando desde hacía unos años. Compraba un billete solo de ida y al llegar a mi destino era precisamente el destino el que decidía mi camino. En este caso había quedado con una amiga en Oslo, y para darle algo de acción al viaje, decidí tomar un avión a Copenhague, para ir subiendo en tren hasta Noruega. En mi segunda parada, en la ciudad de Malmö busqué un hotel y en la primera noche de hospedaje, me desperté con un dolor horrible. Rápido telefoneé a recepción para que avisaran a una ambulancia. Lo siguiente que recuerdo es despertarme en un hospital lleno de cables y con un doctor en escafandra haciéndome preguntas, ya que por lo visto había un virus en el norte de África, algo que no entendía qué tenía que ver conmigo. Tras un montón de pruebas me diagnosticaron una infección de riñón y me tuvieron tres días ingresado. Aprendí entonces que los viajes hay que hacerlos acompañado. Aunque los médicos y médicas suecos me trataron estupendamente, cuánto echaba de menos una voz amiga con la que compartir ese viaje interrumpido. No he vuelto nunca a viajar solo".

"En el gimnasio del hotel me subía una cinta de correr en la que marqué una velocidad de 12 kilómetros por hora. No lo sabía, pero la máquina no está en kilómetros, estaba en millas. Aquello iba a una velocidad endiablada y yo me ahogaba. Al final decidí saltar y aterricé sobre un suelo de caucho. La fricción hizo que toda mi pierna izquierda quedara lijada hasta el punto de que asomaba un hueso". Xavi (periodista, 48 años). "Estábamos en un hotel en Marina del Rey, en Los Ángeles. Recuerdo que me habían mandado a entrevistar a Beck y decidí quedarme con mi pareja de entonces una semana más en la ciudad. Al segundo día, antes de cenar, me bajé al gimnasio a hacer un poco de cinta. Entro y hay dos máquinas. Una libre, otra con un señor. Me monto y subo la velocidad hasta 12 kilómetros por hora. Pero, claro, la máquina no está en kilómetros, está en malditas millas. Aquello va a una velocidad endiablada y yo me ahogo, no alcanzo a darle al botón de Stop, ni puedo poner los pies en los costados de la cinta porque mis piernas son como un dibujo animado de la Hannah Barbera. Al final, no me pregunten por qué, decido saltar. Aterrizo sobre un suelo de caucho y la fricción hace que toda mi pierna izquierda quede lijada, hasta el punto de que se asoma un hueso. No hay piel. Sangrando como alguien de quien van a hacer morcillas, llego a la habitación. Mi chica casi se desmaya. Me hace un torniquete con una toalla y, como no habla inglés, bajo de esta guisa a recepción a pedir ayuda médica. Allí me rodean seis empleados. No hay médico en el hotel. No van a llamar a ninguno. Solo quieren saber si me caí o se averió la máquina. A la cuarta, intuyo que lo único que temen es que les demande. Les digo que no voy a hacerlo. Me dan tres gasas del tamaño de una mano. Subo a la habitación. Me curo como puedo y me duermo. Por la mañana, las sábanas están llenas de sangre, como si hubiese tenido lugar un ritual satánico. Cada vez que veo ese hueso que asoma me mareo. Pero, cojones, a las 8 de la mañana juega España contra Suecia y esa Eurocopa parece que se puede ganar. Me pongo el partido, aunque veo unos 40 jugadores en el campo. En el último minuto marca Villa. Necesito un cigarrillo para celebrarlo. Abro la ventana el palmo que puedo y fumo por esa rendija. Al cabo de un minuto llaman a la puerta. Es uno de los de seguridad que ayer estaba en el lobby. Fumar en la habitación son 200 dólares de multa, me dice. Me encojo de hombros rodeado de un olor a Camel del tipo vamos a aprovechar para ahumar un pastrami. No te demandaremos, me dice. Me guiña un ojo. Cuídate esa pierna. Que te la vea un médico. Y se va. Dejamos el hotel en unas horas. Más de diez años después aún no me ha visto esa herida ningún médico, pero yo me la sigo viendo cada mañana".

"Una noche de tormenta, estaba yo durmiendo como una ceporra, me giré en la cama y me desperté de repente porque me caía agua en la cara. Encendí la luz y vi que salía un chorrito de agua de la pared". Lucía (agrónoma, 40 años). "Hace años, por temas de trabajo, tenía que pasar semanas en un pueblo de Jaén y me alojaba en un hotel pequeñito del pueblo (el único que había). Era bastante cutre, de esos en los que la tele está encima del armario, pero yo estaba a gusto y además los dueños eran monísimos y me cuidaban un montón. Una noche de tormenta, estaba yo durmiendo como una ceporra, me giré en la cama y me desperté de repente porque me caía agua en la cara. Encendí la luz y vi que salía un chorrito de agua de la pared. Como estaba fritísima (eran las tres de la mañana), al principio miré por la ventana por si llovía tanto que el agua estaba atravesando la pared a presión. Cuando lo descarté, mi primera reacción fue apartar la cama, subir la maleta del suelo a una silla, y volverme a acostar, en plan “que salga el sol por Antequera y mañana ya veremos”. Menos mal que a los cinco minutos rectifiqué y llamé a recepción, porque no me quiero imaginar cómo hubiese amanecido... Por cierto, la cuestión era que había reventado una tubería...".

"Por la noche empezó a sonar el teléfono de la habitación y nos dio tal susto que ni contesté, directamente lo desenchufe. Pero el susto real vino cuando el teléfono siguió sonando aún estando desenchufado". Andrés (periodista y consultor de comunicación y marketing, 32 años). "En París, haciendo un reportaje sobre hoteles históricos con una compañera, en uno de los hoteles donde nos quedamos nos pasaron una serie de catastróficas desdichas y llegamos a pasar miedo. Estábamos alojados en una suite estupenda con varias estancias y habitaciones. La 'pesadilla' empezó cuando nos fuimos a acostar y se encendió la luz del cuarto de baño. Como todo iba por domótica en el hotel deduje que, aunque nunca suelen fallar estos sistemas, tendría que ver con eso y me levanté a apagar la luz. Pero nada más meterme en la cama volvió a encenderse la luz del baño más la de alguna otra estancia. Volvía a apagarlas y en ese momento oímos cómo alguien llamaba a la puerta y entraba en la suite. Nos empezamos a poner histéricos así que nos levantamos pero nos vimos nada. Nos volvimos a acostar y se encendieron las luces de todas las estancias. En medio de nuestros gritos empezó a sonar el teléfono de la habitación, que nos dio tal susto que ni contesté, directamente lo desenchufe y el teléfono seguía sonando desenchufado. No sé cómo conseguimos dormir esa noche. Cuando lo comentamos al día siguiente en el hotel creo que nos siguieron la corriente contándonos alguna historia del edificio y no nos tomaron muy en serio".

"Empezó a sonar la alarma de incendios mientras el chico coreano con el que compartíamos habitación nos enseñaba las fotos que había hecho en el carnaval de Notting Hill. Se me puso cara de "vamos a morir todos" mientras trataba de decirle que dejara el maldito portátil y saliera por patas de allí. No quiso hacernos caso y se quedó sentado en la cama". Marta (ingeniera, 30 años). "En 2008 pasé fui a Londres de viaje con cuatro amigos más y nos alojamos en un albergue juvenil donde compartíamos habitación con un desconocido que resultó ser un coreano súper simpático pero con el que era imposible comunicarse porque no hablaba ni una palabra de inglés. La última noche que pasamos allí, a eso de las nueve, empezó a sonar la alarma de incendios mientras el chico coreano estaba enseñándonos las fotos que había hecho en el carnaval de Notting Hill. El tío no paraba de enseñarnos fotos mientras yo, con cara de "vamos a morir todos", trataba de decirle que dejara el maldito portátil y saliera por patas de allí. No quiso hacernos caso y se quedó sentado en la cama mientras el resto nos íbamos corriendo. Ya en la calle me acerqué a uno de los responsables del albergue a decirle que si el edificio iba a arder en nuestra habitación había un coreano que se negaba a salir. Empezó a partirse de risa y me dijo que esa noche no iba a arder nadie. Nunca conseguí enterar de por qué nos desalojaron porque no era un simulacro pero tampoco un incendio".

"Cuando mi novia abrió la ducha de la piscina, tras unos segundos de demora e incertidumbre, un buen aspersor de lo que parecía agua oxidada marrón la pintó de arriba a bajo desde la boca hasta los pies. Puso una cara de horror y un gesto de desesperación parecido al de la película Carrie que contribuyó a que todo el mundo se escandalizara". Albert (músico y cicloviajero nómada). "En un hotel flotante, durante un crucero, terminada la temporada, ya en otoño, salió un día de sol pero de mar agitado y fresquito. A mi pareja se le antojó bañarse en la piscina de cubierta. Ya pintaba mala idea por el bailoteo del agua y mientras se dirigía a la ducha todo el mundo la miraba en plan '¿y esta? ¿se va a bañar en esta época y en esa agua que se ve pasadita?' No hizo falta ni que se metiera en la piscina para que llegara el drama. Cuando abrió la ducha, tras unos segundos de demora e incertidumbre, un buen aspersor de lo que parecía agua oxidada marrón caca la pintó de arriba a bajo desde la boca hasta los pies. Puso una cara de horror y un gesto de desesperación parecido al de la película Carrie que contribuyó a que todo el mundo se escandalizara y posteriormente se riese de ella desde la distancia. Mientras a mi me tragaba la tierra, bueno, el mar".

"Pregunté en la recepción de mi hotel de cinco estrellas si podía salir a pasear tranquilamente por Moscú o si había alguna zona que debía evitar. El conserje me respondió preguntándome si yo era homosexual". Toni (periodista especializado en cine y autor del libro Mata a tus ídolos, 49 años). "Cuando estuve en Moscú era la pascua de la marina y ese día no se vende alcohol en la ciudad. Lo que hacen los marinos rusos es comprar mucho alcohol el día de antes y enterrarlo en los parques donde se lo beben y se ponen finos. Me habían avisado de que se montan unas de flipar y decidí preguntar en la recepción de mi hotel de cinco estrellas si podía salir a pasear tranquilamente por Moscú o había alguna zona que debía evitar. El conserje me respondió preguntándome si yo era homosexual. No entendí nada así que le pregunté que a qué venía eso. "Si es usted homosexual le diría que no se pasee por este barrio y este otro", me dijo. Atónito le pregunté: "¿Alguna cosa más?". "Si fuera negro le diría que se quede en la habitación", me respondió el tío.

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Sobre la firma

Sara Navas
Redactora de ICON desde 2016, año en que llegó a EL PAÍS. Es licenciada en Comunicación Audiovisual por la Universidad Complutense de Madrid y ha escrito el libro ‘La monarquía al desnudo. Del rey que nació en un retrete al soberano playboy’.

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