Urbes ‘poscovid’ (I): nueve ciudades baratas a las que te puedes ir a vivir en España si trabajas en una gran capital
Quienes viven en grandes urbes como Madrid o Barcelona miran de reojo a las ciudades vecinas menos afectadas por la covid-19 y con mejores condiciones en la desescalada: ¿es este el momento de reinventarnos?
Desde que empezó el apocalipsis se han compartido toda clase de hipótesis sobre cómo será el mundo al día siguiente de que pase el terror, pero casi todas son especulaciones no muy distintas a las que plantea un novelista de ciencia-ficción. Todo lo que se escriba ahora sobre el futuro corre un altísimo riesgo de ser refutado. Los datos son tan cambiantes que no sirven para hacer ninguna proyección fiable. A veces, simplemente, no hay datos.
Con la anuencia de algunos expertos en el mercado inmobiliario (que, con una caída tan aparatosa de sus cifras, quién sabe por dónde tirará cuando se recupere), se ha especulado, por ejemplo, con una reversión de los éxodos rurales, es decir, con un llenado de la España vacía. Frente a unas megaciudades saturadas donde los virus se expanden como llamaradas sobre gasolina, el campo se plantea como una alternativa apetecible para una vida con menos contacto social y más hogareña.
Me temo que esto es la expresión de un deseo antes que una predicción con sustento, porque los pueblos pequeños van a seguir teniendo los mismos inconvenientes que los llevaban a vaciarse, seguramente agravados. Sin embargo, hay un tipo de ciudad, que empezaba a sufrir una enorme crisis antes de la pandemia, pero que podría resultar muy atractiva para quienes busquen una vida más tranquila, más barata y adaptada a la medida humana.
Predicción ganadora: teletrabajo mixto en una ciudad de provincia
Las capitales de provincia del interior y las ciudades medianas fueron el mayor triunfo urbanístico de la democracia. En pocos años pasaron de ser “burgos podridos” semiabandonados y culturalmente atrasados a convertirse en ciudades amables, bellas, con una alta calidad de vida y una oferta cultural y de ocio muy nutrida. Sin embargo, tras la crisis de 2008 asomó una decadencia expresada en pérdida de población y envejecimiento. Ahora, su atractivo para una sociedad que teletrabaja y teme las aglomeraciones se ha reactivado. Sobre todo, porque, a diferencia de los pueblos pequeños, disponen de servicios de calidad (colegios y hospitales) y buenas telecomunicaciones. Aunque no todas tienen el mismo sex-appeal: solo las que cuenten con una buena conexión con los centros económicos, de los que los profesionales terciarios no pueden distanciarse mucho, por más que instalen la oficina en su casa, sufrirán o se beneficiarán de ese presunto éxodo de vuelta.
Se trata de una tendencia que ya asomaba: la presión inmobiliaria, sobre todo de los precios de alquiler, había empujado a los cuadros medios de las empresas y a lo que antes se llamaba profesionales liberales a barrios y ciudades dormitorio cada vez más alejados del centro de las metrópolis, llegando poco a poco a ciudades situadas a más de 100 o 200 kilómetros. Algunos hacen el trayecto diario de ida y vuelta, pero muchos alternan el teletrabajo con uno o dos viajes a la semana, viviendo con un pie en su lugar de trabajo y otro en su residencia. El gasto en transporte se compensa con un precio de la vivienda (y del coste de la vida, en general) muy inferior al de las grandes capitales. Se puede pensar, sin temor a errar mucho el tiro, que la pandemia acelerará este pequeño éxodo y afectará a ciudades que, hasta ahora, estaban libres de él.
He elegido cuatro áreas urbanas muy densamente pobladas para especular sobre algunos posibles éxodos de vuelta.
Área de Madrid
La congestionadísima Comunidad de Madrid se desbordó hace años por Guadalajara y Toledo. La primera, al final del llamado Corredor del Henares, está integrada en el alfoz del Gran Madrid y son muchos los vecinos que trabajan en la capital. El caso de Toledo es menos acusado, pero desde la llegada del AVE en 2005, muchos han dado el paso. En Castilla y León, la ciudad de Segovia también funciona como dormitorio para algunos.
Hay tres nuevas ciudades candidatas a recibir madrileños en este nuevo mundo: Ciudad Real, Valladolid y Talavera de la Reina. Las dos primeras tienen AVE, una ventaja decisiva con respecto a la tercera, que es, paradójicamente, la más cercana a Madrid. Ciudad Real, con 75.000 habitantes, tiene el tamaño de un pueblo con los servicios de una capital de provincia, incluyendo una universidad y una red de centros de enseñanza de calidad. En general, la capital saca buena nota en casi todos los indicadores de desarrollo sostenible que evalúa la Agenda 2030, salvo en la categoría “trabajo decente y crecimiento económico”. Los precios de alquiler, además, son de los más bajos de España: tres veces menos que los de Madrid.
El alquiler en Valladolid cuesta menos de la mitad que en Madrid, pero sus 300.000 habitantes y su calidad de capital de facto –aunque no esté declarada como tal– de comunidad autónoma hacen de ella un centro muy atractivo por su vida social y de ocio. Puntúa algo peor que Ciudad Real en los indicadores de desarrollo sostenible, pero sigue arrojando una gran calidad de vida.
Talavera de la Reina es muy parecida a Ciudad Real en población, indicadores de desarrollo y precio de alquiler, pero le falla el transporte por ferrocarril. No es recomendable para quien no tenga coche o no le guste conducir.
Área de Barcelona
Como en Madrid, los atascos diarios atestiguan que la presión demográfica de Barcelona se extiende muchos kilómetros más allá de sus límites municipales y los de su alfoz, que es amplísimo y con una alta densidad de población: el 45% de los catalanes vive en la capital y su área metropolitana, por lo que quienes quieran huir de su bullicio y de sus precios, deben poner tantos kilómetros por medio como un madrileño. Tarragona al sur y Girona al norte ya están tomados, así que lo más sensato es mirar hacia el interior, fundamentalmente a Lleida y Zaragoza, muy bien conectadas por AVE.
Con unos 135.000 habitantes y unos indicadores relativamente altos en los objetivos de desarrollo sostenible, Lleida es una ciudad que conserva un grato aire provinciano y moderno a la vez. La vivienda es 2,5 veces más barata que en Barcelona, y la red de centros de enseñanza, incluida la universidad, puntúa bien en los índices de la agenda 2030.
Muy distinto es Zaragoza, que con 665.000 habitantes compite con Sevilla por la cuarta posición entre las ciudades más pobladas de España. Históricamente, ha exportado jóvenes a Madrid y Barcelona, pero no sería del todo extraño que algunos hicieran el camino de vuelta, atraídos por unos alquileres que cuestan la mitad que en Barcelona y una oferta cultural y de ocio más cercana a la de una gran capital que a la de una pequeña ciudad de provincias.
Área de Vizcaya
Tanto en segundas residencias como en primeras, los atascos de la A-8 en Castro Urdiales dan fe de que Vizcaya se desbordó hace tiempo en las comunidades limítrofes. El Gran Bilbao se mete en Cantabria y echa redes en la provincia de Burgos. Es difícil que se extienda mucho más allá mientras no mejoren los transportes, pues no hay AVE y muchas autopistas son de peaje, carísimas para desplazamientos diarios. Aun así, tanto Burgos como Logroño son candidatas ideales para recibir exiliados bilbaínos.
Las dos ciudades son muy parecidas en población (175.000 habitantes tiene Burgos y 150.000, Logroño), servicios, indicadores de calidad de vida y renta (alta, en torno a 25.000 euros per cápita). Sus alquileres están a la par, a un poco más de la mitad que los de Bilbao, y la distancia es similar.
Área de Valencia
La movilidad dentro de la Comunidad Valenciana, especialmente en la provincia de Valencia, es altísima. Aunque la mitad de los valencianos vive en la capital y las ciudades de su alfoz, es muy frecuente el caso de trabajadores que viven a más de 50 o 100 kilómetros de su puesto de trabajo y van y vienen de la capital a sus pueblos (sobre todo, costeros) a diario. Pese a que las tensiones demográficas son mucho menores que en Madrid o Barcelona, Teruel o Albacete pueden ser refugios (eso sí, mucho más hipotéticos que los de otras áreas), sobre todo, porque una parte notable de la población valenciana desciende de la emigración de esas provincias, y los vínculos con ellas son lo bastante fuertes como para propiciar caminos de vuelta.
Teruel es, junto con Soria, la bandera de la España vacía. Puntúa relativamente bajo en muchos de los indicadores de desarrollo sostenible, incluida la educación y la sanidad, lo que la hace, a priori, poco atractiva. Está, además, muy mal comunicada. Su único punto fuerte es el precio de la vivienda, un tercio más barato que en Valencia. Albacete, en cambio, con una conexión con AVE y 170.000 habitantes tiene una gran calidad de vida y unos precios de alquiler muy parecidos a los de Teruel.
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