_
_
_
_
_

Freetown, la ciudad africana que crece hacinada sobre un manglar

La capital de Sierra Leona, una de las ciudades más pobres del mundo, se levanta sobre sí misma sin servicios públicos, agua o electricidad. Hace nada fue golpeada por el ébola y ahora resiste al coronavirus

El pastor Davies recorre los remanentes del manglar en Cockle Bay, Freetown, capital de Sierra Leona. Como resultado del hacinamiento, un número significativo de residentes ha reclamado tierras en esta zona.
El pastor Davies recorre los remanentes del manglar en Cockle Bay, Freetown, capital de Sierra Leona. Como resultado del hacinamiento, un número significativo de residentes ha reclamado tierras en esta zona.Julián Reingold
Atenas / Freetown -

En Freetown, el día amanece envuelto en una bruma que baja de las sierras boscosas y se mezcla con las nubes de humo negro de los vertederos a cielo abierto y de los barcos cargados con diésel que atienden la crisis energética de la ciudad. Los enfrentamientos en las zonas rurales del país durante la guerra civil (1991-2002) ocasionaron un fuerte desplazamiento poblacional hacia la capital. Esta, diseñada originalmente para albergar a unos 300.000 habitantes, es el hogar hoy de más de un millón de personas, pero carece de suficiente infraestructura, de servicios básicos de electricidad, sanidad y transporte para la gran mayoría de sus habitantes.

Más información
Sin agua, sin espacio ni viviendas adecuadas... las muchas tareas pendientes de Freetown
Cómo organizar la vuelta al cole en los países con menos medios
El arma de la experiencia frente a la falta de recursos

Entre 2014 y 2016 el país vivió la crisis del virus del ébola, la cual dejó más de 14.000 infectados y casi cuatro mil muertes. Otra tragedia siguió cuando en 2017 un alud de barro mató, en cuestión de minutos, a más de 400 personas que residían al pie de una montaña parcialmente deforestada por la expansión urbana en la periferia de Freetown.

En 2018, Yvonne Aki-Sawyerr se convirtió en la primera mujer en llegar a la alcaldía y arrancó el plan Transformar Freetown para lograr que la ciudad fuese más resiliente. No es un desafío menor, ya que la población de la capital crece a un 4,2% anual y espera duplicarse para el 2028.  Y la covid-19 ha aterrizado también en esta urbe donde el 95% de los habitantes no cuenta con acceso a agua corriente y sufre de hacinamiento urbano. Las estadísticas son aterradoras: se estima que el número de ventiladores en Sierra Leona a mediados de abril llegaba a 13 unidades, lo cual significa que cada ventilador debería ser compartido entre más de 500.000 personas. A eso se suma el interrogante de si los centros de salud cuentan con suficientes generadores de electricidad a base de diésel para mantener esos aparatos funcionando.

La doctora María Neira es directora del Programa de Departamento de Salud Pública, Medio Ambiente y Determinantes Sociales de la Salud de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Desde la sede de la OMS en Ginebra explica que Sierra Leona continúa siendo uno de los países más pobres de África, con unos indicadores de mortalidad infantil y materna elevadísimos. Ante una circunstancia como esta, los centros sanitarios siguen en condiciones realmente muy deficientes, y un porcentaje muy elevado de los mismos todavía no tiene acceso a electricidad para mantener un mínimo de asistencia o incluso la refrigeración de una vacuna o un medicamento necesario”.

Además, la deforestación y el estrés ambiental al que están sometidos muchos países en África, que implica también falta de biodiversidad, y un mayor contacto con cierto tipo de animales con los que el humano no interactuaba antes. Desde la OMS consideran que estos son factores que favorecen la aparición de enfermedades infecciosas.

"Boku boku squeezed", que en krio significa "muy, muy apretados"

Huella dejada por el alud como resultado de la deforestación en Regent, Freetown.
Huella dejada por el alud como resultado de la deforestación en Regent, Freetown.Julián Reingold

Muy cerca de los hoteles para trabajadores expatriados que florecen sobre Lumley Beach —la playa donde se cruzan los personajes de Leonardo DiCaprio y Jennifer Connelly en la película Diamantes de sangre— se encuentra Cockle Bay, uno de los más de 60 asentamientos informales o slums de la ciudad. El tamaño de esta pequeña comunidad costera se cuadruplicó en la década de 1990 de 5.000 a 20.000 residentes, divididos en cuatro segmentos: Ja Mata, Kola Tree, Mafengbeh y Hillet View.

En el transcurso del último año, las comunidades costeras de Freetown debaten estrategias con el Gobierno nacional para frenar la reclamación de tierra sobre el bosque de manglares en la costa y expandir la infraestructura de servicios sanitarios, eléctricos y educativos. El Centro de Diálogo sobre Asentamientos Humanos y Alivio de la Pobreza es una ONG presente en las comunidades a través de la Federación de Pobres Urbanos y Rurales (FEDURP). Su visión es empoderar a las comunidades pobres urbanas y rurales para su transformación social, económica y ambiental.

FEDURP forma parte a su vez de Slum/Shack Dwellers International (SDI), una federación de residentes de infraviviendas a lo largo y ancho del sur global. Su misión es que a estas personas se les garantice que podrán permanecer en sus territorios y tendrán los medios y recursos para mejorar sus casas, lo cual resulta vital ante el nuevo escenario de la pandemia.

Joan pertenece a la FEDURP, llegó a Cockle Bay en busca de mejores oportunidades desde Bo, la segunda ciudad del país. Se dedica a la venta minorista de cosméticos que trae desde Liberia, y además produce cerveza de jengibre de forma casera. Mujeres como ella son las que impulsan la comunidad a través de la economía informal, practicando el comercio de alimentos, especias y otras menudencias en los angostos pasillos y caminos de tierra que se abren entre las casas de cartón corrugado y hojalata. En estos mercados populares el ingreso es siempre incierto, por lo que la cuarentena por el coronavirus pone en riesgo su único medio de supervivencia.

Adriana Allen es presidenta de la Coalición Internacional del Hábitat (HIC) y académica de la Development Planning Unit (DPU) en la University College de Londres. Desde su lugar al frente de HIC, explica en un correo electrónico que, bajo la actual crisis pandémica, estos procesos de producción social del hábitat deben ser vistos como procesos de producción social de la salud, de la vida urbana. “En muchísimas ciudades y asentamientos urbanos de menor escala a lo largo del denominado sur global ha llegado la hora de proteger y fortificar estos procesos y avanzar hacia un futuro postcovid más justo", solicita. Y afirma que eso ya está pasando en gran parte del mundo. Para ella, lo que hace poco parecía imposible, hoy emerge como reclamo global: "Priorizar a la gente y la vida sobre la economía, la protección de un techo sobre la renta, los medios de sobrevivencia sobre los de acumulación, estados benefactores sobre imperativos de mercado", afirma.

Una vendedora de pimientos y cebollas en la feria del barrio en Cockle Bay, Freetown.
Una vendedora de pimientos y cebollas en la feria del barrio en Cockle Bay, Freetown.Julián Reingold

El problema de la biodiversidad ante el avance de la urbanización

Los manglares, al ser talados, no solo proveen leña —síntoma de la falta de acceso a energías limpias, cuando la energía solar en África sería perfectamente asequible— sino que liberan superficies que son conquistados al mar a través de una técnica que los locales denominan banking: una ganancia de tierras a partir del apilamiento de neumáticos rellenos de la basura que es arrastrada hasta las orillas de la ciudad después de cada tormenta.

El pastor Davies Molanden es defensor de los árboles de los manglares como barrera natural contra el oleaje y fuente de biodiversidad para la pesca artesanal y la atracción de aves exóticas, lo cual en el medio plazo podría ser un incentivo para el desarrollo turístico. Este ecosistema forma parte del Ramsar, que abarca todo el manglar que bordea el estuario del río Sierra Leona, una zona protegida por el Gobierno nacional. Si uno se guía con un mapa digital por las costas de Freetown podrá pensar que está caminando sobre agua: no se trata de ningún milagro, sino de una falta de actualización satelital del GPS que aún no registró la reciente expansión del asentamiento sobre el humedal. Alrededor del mediodía baja la marea y el pastor, en pantalones cortos y descalzo, se adentra por un sendero de barro y arenas movedizas en el interior de la bahía hasta el último vestigio del bosque de manglares en Hillet View, el extremo sur de Cockle Bay.

La covid-19 no es un déjà vu del virus del ébola

Sierra Leona fue el último país de la Unión del Río Mano (el proyecto de integración de unión económica al que pertenece junto con Liberia, Guinea y Costa de Marfil) en presentar casos de coronavirus hacia fines de marzo. Joseph McCarthy es el director ejecutivo del Centro de Investigaciones Urbanas de Sierra Leona (SLURC). El tono urgente en su voz al otro lado del auricular era porque en Freetown acababan de tener su primer incidente, aunque estuvieron preparándose desde hacía meses.

El ébola fue una enfermedad muy extraña, con la que no estaban familiarizados, y nunca había lidiado con algo así, por lo que las reacciones fueron lentas. Con el coronavirus, sin embargo, el Gobierno actuó de forma más rápida. A comienzos de abril recibieron suministros médicos de parte de China y de Jack Ma, el magnate dueño de Ali Baba. También cerraron las fronteras, impusieron restricciones a los viajes, pararon los vuelos y declararon el estado de emergencia pública, lo cual se sumó a fuertes campañas de concienciación y protección.

La preocupación de McCarthy es que los mensajes del Gobierno no se ajustaron a las distintas necesidades de la gente que vive en Freetown. Por ejemplo, al pedirle a los pobladores que respeten el distanciamiento social, se asume que todos tienen suficiente espacio para vivir y habitar o que los medios de transporte más utilizados en la ciudad —motocarros y furgonetas— permite cumplir con las normas sanitarias de la cuarentena.

La resiliencia como diálogo y aprendizaje

Bajo los árboles de mango de Ja Mata y Mafengbeh, el tema de conversación entre los vecinos es evitar desalojos y conseguir fondos para construir nuevos y mejores drenajes que eviten más inundaciones. Los movimientos de base con inscripción territorial en la zona buscan tender puentes con el Gobierno a partir de la noción de que es mejor “remover al slum de la gente, y no a la gente del slum”.

El entendimiento entre el Gobierno y las comunidades ribereñas para frenar la tala de los manglares es un ejemplo de lo que el mundo necesita a la hora de repensar el futuro postcovid: soluciones naturales para adaptarse al cambio climático, afrontar la crisis de biodiversidad y sus consecuencias inmediatas, como la zoonosis responsable del brote de coronavirus.

Pensar hacia adelante implica tomar en cuenta las consideraciones de la OMS de que "en este contexto, un nuevo virus —uno más— supondrá un impacto tremendo en la salud de la gente". Por eso, Neira sostiene que esta crisis pondrá en evidencia que las medidas de salud pública más básicas que ya han recomendado, como el lavado de manos, chocan con la realidad de un país como Sierra Leona: no hay agua y no hay jabón, ni siquiera en los centros de salud

También habrá que mantener la mirada puesta en el SLURC, ya que tras el brote del ébola, el Gobierno perdió la oportunidad de apoyar a los habitantes de los barrios informales para mejorar sus condiciones de vivienda a través de una flexibilización de los títulos de propiedad que permitiera a la gente mejorar sus hogares para así reducir la vulnerabilidad ante futuras epidemias.

Por último, la advertencia desde HIC sobre los posibles impactos que el coronavirus tendrá en el contexto de África: “La pandemia no genera, sino que denuncia condiciones inaceptables de inequidad social y ambiental. Hoy, cambios radicales que ayer parecían imposibles son plausibles. Es responsabilidad de cada uno de nosotros trabajar ya desde donde estamos por un futuro más justo”, remarca Allen. Hoy, los pobladores de Cockle Bay frenaron el robo de terreno al manglar y volvieron a plantar árboles en él mientras que la alcaldesa sigue adelante, avanzando con su agenda para transformar Freetown y proteger a sus habitantes de la pandemia de covid-19. La resiliencia es un aprendizaje compartido.

La hacinada costa de Cockle Bay, sobre la costa oeste de Freetown.
La hacinada costa de Cockle Bay, sobre la costa oeste de Freetown. Julián Reingold

Puedes seguir a PLANETA FUTURO en Twitter y Facebook e Instagram, y suscribirte aquí a nuestra newsletter.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_