Si tras la última pandemia inventamos la novela moderna, ¿qué surgirá de esta?
Como aún es pronto para saber si la actual crisis propulsará obras de artes inspiradas en ella, miramos qué ocurrió en la literatura tras la gripe de 1918
Decía Robert Musil que solo el sufrimiento consigue tensar al máximo el músculo de la creatividad. Pocas generaciones de terrícolas han sufrido tanto como la de los que nacieron a finales del siglo XIX. Les tocó padecer dos guerras mundiales, la pandemia más mortífera de la historia y un colapso económico seguido de una recesión que duró una década. Esa generación, que se hizo adulta en las trincheras de la Primera Guerra Mundial y enfermó de gripe en el invierno de 1918, tensó el músculo de la creatividad hasta el punto de gestar la novela moderna.
Hace ahora cien años, en primavera de 1920, mientras se empezaba a disipar el último brote de la por entonces llamada gripe española, tres hombres, James Joyce en Trieste, Alfred Döblin en Berlín y John Dos Passos en Nueva York, estaban trabajando sin saberlo en capítulos distintos de una misma novela. Una creación colectiva, fruto sobre todo de las experiencias extremas que les tocó vivir, que cambiaría la literatura para siempre.
En la primavera de 1920, Döblin, Joyce y Dos Passos estaban trabajando sin saberlo en capítulos distintos de una misma novela
Por entonces no habían tenido aún la oportunidad de leerse unos a otros, pero los tres se asomaron a la misma hoja de ruta de la modernidad literaria tal y como la hemos entendido durante décadas. El monólogo interior, el uso de múltiples perspectivas, la ruptura de la continuidad temporal del relato, la centralidad del estilo, el uso del lenguaje coloquial, la influencia del montaje cinematográfico, la huella de las vanguardias artísticas, incluso el brutalismo, la provocación y la indecencia, están en esas novelas sanguíneas y febriles nacidas de la reclusión, el hambre y el desastre.
En primavera de 1920, Dos Passos acababa de publicar su primera novela, La iniciación de un hombre, escrita en las trincheras, tenía casi lista la segunda, Tres soldados, y empezaba a trabajar en el borrador de la que acabaría siendo su obra maestra, Manhattan Transfer. El médico alemán Alexander Döblin tardaría aún nueve años en publicar su contribución decisiva a la modernidad, Berlin Alexanderplatz, pero ya empezaba a esbozar ese fresco monumental en el que se funden sus recuerdos de juventud con la inmersión en los bajos fondos berlineses. Y el irlandés expatriado James Joyce se perdía en el laberinto de Ulises, su gran novela de reclusión (mental), incertidumbre y desamparo, que se publicaría cuatro años más tarde.
Y sí, también en aquella primavera desolada un tal Marcel Proust, confinado por la enfermedad y la obsesión, luchaba contra el reloj para completar su esencial En busca del tiempo perdido en un mundo en el que Franz Kafka o el citado Robert Musil seguían sufriendo y escribiendo.
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