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Columna
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Mesa Potemkin

“Esta vez es diferente” es una frase que se pronuncia muchas veces justo antes de meterte en un lío del que quizá no sepas salir

Daniel Gascón
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, junto al de la Generalitat, Quim Torra, este miércoles en La Moncloa.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, junto al de la Generalitat, Quim Torra, este miércoles en La Moncloa. Kiko Huesca (EFE)

La mesa de diálogo entre el Gobierno y la Generalitat no puede solucionar la crisis. En la delegación catalana no están representados los catalanes no independentistas, ni siquiera todo el independentismo. La encabeza un president inhabilitado cuya incompetencia y desprecio al pluralismo casi eclipsan una xenofobia acreditada; interesa sobre todo al partido que es su mayor rival. Al otro lado están dos formaciones de izquierdas. La principal conclusión de la reunión es que habrá más reuniones, lo que hace pensar más en una terapia que en una negociación: una terapia peligrosa, como se tradujo en España Analyze This.

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Si piensas en el problema, el análisis se basa en premisas falsas y en diagnósticos erróneos. Pero el objetivo no es encontrar una solución. La mesa tiene dos propósitos centrales: para el PSOE, sacar unos presupuestos que den estabilidad a esta legislatura; para ERC, avanzar hacia la hegemonía en el independentismo. Las exigencias de los secesionistas son inasumibles para el Gobierno; los separatistas lo saben. Las diferencias entre los interlocutores son grandes, aunque hay un acuerdo: la culpa es de la derecha española, cuyo principal error es existir. Es más fácil decirlo si no está representada en la mesa. Pero no se puede alcanzar ninguna solución sin contar con ella.

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A largo plazo los objetivos chocan. ERC busca ampliar la base social independentista hasta alcanzar un punto de no retorno. El PSOE piensa que con unos gestos, con algo más de autogobierno, la tensión bajará: quizá se les pase durante unos años. El trampantojo exige dar parte de razón a los independentistas, que no se arrepienten de sus delitos, sus bulos o su supremacismo: hay que darles la razón porque sus sentimientos son intensos, parece. Esto socava la credibilidad de las instituciones, desgasta al Gobierno y produce una sensación de abandono entre muchos ciudadanos. Se evita la palabra Constitución para no herir sensibilidades: como tabú no está mal. Al constitucionalismo le conviene ser estratégico, se dice, y es cierto. Se ha logrado, por ejemplo, fragmentar el independentismo. Pero hemos visto otras veces cómo las instituciones del Estado se utilizaban contra el Estado, cómo las promesas imposibles de dirigentes irresponsables se convertían en motivos para un agravio de oportunistas del victimismo y profesionales de la deslealtad. “Esta vez es diferente” es una frase que se pronuncia muchas veces justo antes de meterte en un lío del que quizá no sepas salir.

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Sobre la firma

Daniel Gascón
Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) estudió Filología Inglesa y Filología Hispánica. Es editor responsable de Letras Libres España. Ha publicado el ensayo 'El golpe posmoderno' (Debate) y las novelas 'Un hipster en la España vacía' y 'La muerte del hipster' (Literatura Random House).

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